Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Desde mi temprana lectura de Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, no había sentido esta mezcla de emociones que despertó 74 días. No hay ánimo de comparación: distintas circunstancias, otra historia, y sin embargo un punto convergente que es el del soldado en batalla por manejo y manipulación de gobiernos, sin precisar el por qué de una guerra. Ahí, ambas novelas detallan ese proceso humano, personal y colectivo, de cuestionarse y cuestionar la validez de lo que se hace. La paradoja de que el supuesto héroe, si no se triunfa, se convierte en testigo incómodo, en paria, en desterrado de sus propios espacio y realidad. Un destierro interior que no solo conlleva su carga de fracaso emocional, que también corroe los cimientos de una normal vida futura. Los males de otros, del Estado, que de una u otra manera permanece incólume así cambien sus protagonistas, los lleva como peso el excombatiente, como carga que jamás pidió y desdén que no tendría que merecer.
Desde mi temprana lectura de Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, no había sentido esta mezcla de emociones que despertó 74 días. No hay ánimo de comparación: distintas circunstancias, otra historia, y sin embargo un punto convergente que es el del soldado en batalla por manejo y manipulación de gobiernos, sin precisar el por qué de una guerra. Ahí, ambas novelas detallan ese proceso humano, personal y colectivo, de cuestionarse y cuestionar la validez de lo que se hace. La paradoja de que el supuesto héroe, si no se triunfa, se convierte en testigo incómodo, en paria, en desterrado de sus propios espacio y realidad. Un destierro interior que no solo conlleva su carga de fracaso emocional, que también corroe los cimientos de una normal vida futura. Los males de otros, del Estado, que de una u otra manera permanece incólume así cambien sus protagonistas, los lleva como peso el excombatiente, como carga que jamás pidió y desdén que no tendría que merecer.
Agustín María Palmeiro sabe de lo que habla. No importa si nombres,
lugares, son ficticios. La novelística lo exige. Pero es tan vital en el
detalle de sus descripciones, en su penetrar al interior del alma de sus
personajes con cuidado de psicólogo y disección de cirujano, que absorbe al
lector hasta el punto de lograr que éste sufra con la incertidumbre del tirador
en el Monte Longdon, del aprendiz de médico sabiendo lo escaso de sus recursos,
del milico oficial cuya impotencia ante la desorganización y negligencia de los
mandos superiores explota en exabrupto. Es lo que todo novelista desea
alcanzar, tener a su cliente, el lector, incómodo en su silla, esperanzado pero
también desesperado porque suceda lo que se augura, sin saber cuándo, ni dónde,
ni cómo. El lector como francotirador, husmeando a través de su ventana por las
sombras y ruidos que pueblan el silencio. Y he ahí tal vez la mejor cualidad de
estas páginas, aparte del impecable desarrollo histórico que les presta el
autor y las innúmeras preguntas de orden político, moral, que se desgajan de
ellas.
Novela de dos caras, y me atengo al recuerdo de Remarque otra vez, no
incompatibles pero que llevan la lectura hacia el interés y la participación de
la trama, como en los cómics, con premura de saber más y más y llegar al
desenlace, mientras que por otro lado despiertan la reflexión y el análisis
acerca de un momento especial que incluye las postreras expresiones del
colonialismo y el imperio, así como la discusión en torno a las dictaduras
latinoamericanas y la manipulación del concepto patrio.
Van a cumplirse treinta años del conflicto en el Atlántico Sur, y las
preguntas de Palmeiro laceran. ¿Fue necesario, válido, aquello? Cuando se ven
las tumbas de los combatientes argentinos, “solo reconocidos por Dios”, aún no
identificados, para prestar al menos ese consuelo a las familias, afirmamos que
no. El asunto excede lo de la soberanía de las islas y cuestiones semejantes.
Eso se dilucidará, tarde o temprano, en reuniones bilaterales o cortes
internacionales. Lo que busca el autor es darle faz humana, sencilla,
rutinaria, común, al hecho histórico, de cómo lo vieron los que estaban dentro,
con las alegrías de la solidaridad, del encuentro ferozmente íntimo de los
semejantes, el despertar de pronto a un país, el suyo, que quizá no imaginaban,
con la tristeza de retornar a la Argentina y ser recibidos por la nada,
maltratados incluso por quienes los enviaron al matadero, con el recuerdo
imborrable de poder comer con decencia estando presos de los ingleses, mientras
en las conejeras del frente había que saciarse con ratas crudas, piojos y
raíces… estando las bodegas de Puerto Argentino llenas de víveres, y sus
instalaciones militares de pertrechos de los que no dispusieron en batalla.
Trata la novela de siete jóvenes de variada procedencia geográfica. 74 días es su epopeya y su calvario. En
ellos se conjunciona un país diverso, y a ellos pertenece el diario de campaña
donde la mayoría del tiempo se desgasta en espera, inacción, y cuyos momentos
finales son una caída de telón sangriento, aguardado sí, pero jamás imaginado.
A la vez que narración de sus familias y la cotidianeidad del entorno,
revolucionado de un día para el otro con la aparición de un malhadado telegrama
que convoca a los reservistas del año 62 a presentarse en cuarteles sin saber para
qué.
Larga y corta historia de una mentira, dramáticamente ilustrada durante la
rendición en la que el general Menéndez, destacado como cabeza en las Malvinas,
se encuentra con el militar inglés a cargo, que aparece con las botas cubiertas
de barro y con uniforme de campaña, mientras él está impecablemente engominado
y con los borceguíes brillando.
La novela de Palmeiro tiene permanente suspenso. El lector obviará lo que sabe del momento, el retorno de las Falkland al Reino Unido, la derrota argentina. No hay espacio para ello, la incertidumbre de la trinchera, el hambre, las constantes preguntas y los juegos infantiles entre soldados, de una juventud que sabemos se va, el dedo en el gatillo, la humedad, el sueño, la mugre, otra vez el hambre, lo impiden. El lector convertido en combatiente, atrincherado hasta un final que también es de alivio para él, con la posibilidad abierta de que, superadas sus emociones, se convierta en juez, incluso con tres décadas de retraso. ¿Novela de esperanza? Quizá alguien la entienda así. Para mí fue de tristeza, la de despedirse del Monte Longdon que defendieron los colimbas argentinos y que se aleja en la niebla cada vez más hasta perderse para siempre.
Las familias, los vecinos, los amigos, compañeros, los reciben con alegría.
Se recuerda a los muertos, pero no hay carteles, ni serpentinas, ni mujeres ni
fiesta. Los héroes no lo son; incluso sienten que su país los desprecia. “Estamos
otra vez en Argentina” podría ser la frase amarga, con las connotaciones
negativas que sabemos. Qué queda… la certeza del Absurdo.
Colorado, marzo del 2012
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Publicado como prólogo del libro, Buenos Aires, agosto 2012
Publicado como prólogo del libro, Buenos Aires, agosto 2012
Imagen: Cubierta del libro
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