Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Lo malo de nosotros es que nos pasamos el tiempo perorando acerca de cuán patriotas somos; mientras tanto, otros, más callados y diestros, van saqueando lo poco que queda del legado cultural de este país en todas sus vertientes: indígena, mestiza, criolla, colonial, republicana.
Lo digo porque
por veinte años he ido coleccionando para mis hijas tejidos andinos. A la larga
lo único que quedará de recuerdo de lo que fuimos han de ser estos exponentes
del arte popular, arte decimos ahora, pero que en realidad han sido objetos de
uso cotidiano de los habitantes de la región.
Todavía hay
mucho, pero aquellos ejemplares sofisticados, los usados solamente en rituales,
por ejemplo, han desaparecido. Pueblan las colecciones europeas y
norteamericanas, cuya gente, a diferencia de los locales, ha sabido apreciar el
valor extraordinario de estas representaciones culturales. El Museo de Arte de
Denver, Colorado, guarda una inmensa variedad de objetos precolombinos como
nunca los viéramos en Bolivia. Vale, sin duda, acusar de robo, saqueo, y lo que
se quiera, pero también hay que aclarar que todo se hizo en connivencia con
ciudadanos de los países que los poseían, y que tal vez ha sido la única forma
de conservarlos para el futuro, porque de protegerlos no nos ocupamos; nunca lo
hemos hecho.
Camino por los
locales donde he conocido comerciantes que tenían objetos preciosos antes. Ya
no existen. Los lugares están atestados de cosas insignificantes, baratijas,
muchas de ellas provenientes de Ecuador y del Perú, ofrecidas al turismo masivo
como autóctonas. Me place, porque tendría que haber rígido control acerca de lo
que se vende como artesanía, y que no cualquiera ofrezca lo que debiera estar
en los museos. Pero también me muestra que de la otrora riquísima
oferta quedan saldos despreciables. Todo se ha ido, gran parte hacia la
Argentina, donde bajo la supuesta amistad con los pueblos originarios del norte
se han llevado todo, para venderlo a precio de oro donde saben estimarlo.
Converso con la
gente. Hablamos de cosas que sabemos: marcos coloniales de plata, pinturas
sagradas, daguerrotipos, hilados, fotografías del XIX, awayos, urkus, aksus,
chuspas, monedas, bronces, objetos que van desde los chullpares de orillas del
Desaguadero hasta los salones elegantes de La Paz, expresiones de una región
diversa, injusta, multirracial y multiétnica, que sumadas en conjunto
representan lo que somos, un mestizaje escalonado por circunstancias
especiales, un mínimo grupo blancoide y grupos nativos. Ninguno de los cuales,
ni blancos, mestizos, indios, hay que decirlo, se preocupa ni se preocupó de
salvaguardar lo nuestro, o lo suyo si se desea ser excluyentes.
La dinámica de
una nueva etapa de la vida nacional no ha cambiado el panorama. Cuando veo
reuniones de gobierno, que intentan dar una imagen indigenista, con awayos
fabricados en los sweatshops coreanos o chinos sobre las mesas, que nada tienen
que ver con la fantástica tradición quechua-aymara, me pregunto si no hay
alguien que haga notar desliz semejante, y que tire a la basura esos burdos
ejemplos de la globalización para reemplazarlos por tejidos de Charazani,
Calcha, Caiza, Ancoraimes, Calamarca, Bolívar, Caripuyo, Sacaca, Candelaria,
Potolo, Japo, Leque, por dar pocos nombres. A este paso se viene el desierto, y
ninguna retórica por más incendiada y revanchista que sea ha de devolver las
cosas concretas que nos representan. Quien olvida su pasado no tiene futuro. Y
el pasado no está hecho de palabras sino de cosas materiales. Hay que apostar
por los avances, la tecnología, los cohetes y los satélites, pero si somos
negligentes con lo que crearon los nuestros atrás, de nada han de servir.
16/08/12
_____
Publicado en
Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 17/08/2012
Foto: Tejido de
Huari (Colección privada, New York)
Apreciado Claudio:
ReplyDeleteQuisiera relatarte dos distintas experiencias en cuanto al tema de tu posteo:
1ª) En Lima, donde estuve hace unos diez años, se constata fácilmente que los turistas somos continuamente acosados por gente que quiere vendernos toda clase de recuerdos, principalmente los hermosos tejidos autóctonos que abordas en tu nota. Además, algunos de esos vendedores llegan a ofrecernos supuestos fragmentos de túnicas de momias halladas en sitios recónditos, unos trabajos hermosísimos, de cuya procedencia y autenticidad nadie puede percatarse.
Antes de viajar, al leer la guía Trotamundos ya me había enterado de una expresa recomendación de NO COMPRAR ninguna clase de pieza artesanal de los vendedores callejeros, además de que salir del país con antigüedades precolombinas es ilegal. En el mismo sentido, no se pueden tampoco exportar objetos fabricados con animales en vías de desaparición.
Conque ya sabía que no merecía la pena adquirir cualquier clase de objeto en esas circunstancias, pues me lo incautarían en la aduana del aeropuerto, la cual tiene recursos tecnológicamente muy avanzados para detectar esa clase de objetos ocultos entre las pertenencias de los turistas, sea en el mismo cuerpo, sea por rayo X en las maletas facturadas.
Por otro lado, vi que en las tiendas de artesanías de ciertas zonas se suministraba en el acto de la compra un certificado de réplica, documento necesario para su facturación en la aduana.
Estoy seguro de que aún conservo en algún cajón de esta casa ese certificado tan insólito que jamás había creído que existiera, pues, contrariamente, se suele acreditar fehacientemente que una pieza, una joya, una pintura es verdadera/auténtica [y de hecho, tengo también guardado un certificado de autenticidad expedido por un pintor uruguayo cuando le compré un grabado], conque comprobar que el producto de una adquisición es falso, copia o réplica quizás sería importante como medida para eficazmente estancar el saqueo cultural del patrimonio boliviano.
2ª) En mi familia política hay una prima que trabaja en un organismo museístico francés con quien he tenido discusiones muy encendidas sobre patrimonio cultural. Ella misma toma como mera provocación de mi parte cuando le derivo noticias sobre unos hechos muy aislados de devolución de obras de arte existentes en algún que otro museo europeo. No hace mucho, era Grecia la que se manifestaba públicamente contra el British Museum, en cuya colección hay importante cantidad de obras procedentes del país heleno. En el mismo Louvre las hay, obras pilladas, ciertamente... ¿Botín de guerra? ¿Habría que devolverlas? ¿Sería un deber ético hacerlo?
Según la señora que acabo de señalarte, es evidente que no. Sería un derroche, un grave error hacerlo, pues los museos de muchos países no reúnen las condiciones ideales [¿según cuáles criterios?] para conservación de esas piezas, que son patrimonio de la humanidad -la mayoría de ellas no clasificadas, no por ello dejan de serlo, al tratarse de manifestaciones artísticas de tiempos lejanos, irrepetibles, instrumentos utilizados en la ritualística de civilizaciones ya desaparecidas-.
Cordialmente,
Isac Nunes