Claudio Ferrufino-Coqueugniot
La enfermedad de
Chávez es ahora más que nunca motivo de discusión y misterio. Aunque parece
obvio que el individuo no está bien, el espacio de la política se maneja entre
temores y mitos, y, claro, el del guerrero que venció al cáncer sería
devastador para una oposición que se juega la supervivencia este octubre.
Nos retoma a la
historia de Fausto, que en Goethe se representa como un hombre de ciencia
ensimismado a quien tienta el diablo. Éste le muestra las delicias del
desconocido mundo, y cuánto podría disfrutar si poseyera eterna vida. El doctor
Fausto accede a las peticiones de Mefistófeles y firma la condenación de su
alma.
¿Qué similitudes
entre el alquimista y el milico bruto? Ninguna. El coronel Hugo Chávez no
tendría nada que ofrecer ni a los demonios menores en términos personales.
Nació condenado, y actúa descaradamente para confirmar su maldición. En vano se
rodea de parafernalia de santones y vírgenes, y en vano lavó los pisos de los
recintos con el mar de sus lágrimas. Si de algo ha de servir en el inframundo
es de peón, porque dudo que el Consejo Mayor del Infierno tuviese particular
interés en contar con su alma y con su burdo cuerpo para exhibirlos como
medalla.
Quiere convencer,
a diferencia de lo obvio en la “eternidad” de Fausto, que es Dios y no el
Diablo quien ha pujado por su recuperación y salvataje, con el añadido que los
suyos significan también los de su pueblo, el vocinglero magma de poleras rojas
de los que creen que salir de la pobreza radica en recibir mejores limosnas y a
menudo. Jugada multitudinaria y popular. En rezos e invocaciones ha puesto en
la balanza del más allá a millones de seres, y ya no aspira a convertirse solo
en la mandíbula del Libertador Bolívar (de la que carece), sino en el santón
neotibetano que rija para siempre los caminos de todos.
¿A quién ha
vendido Chávez su alma si Mefistófeles ni de reojo lo mira? Esta supuesta
victoria contra la muerte no deja de ser otra de las trampas de un siniestro
entarimado que concentra a gobiernos e individuos cuyos destinos se juegan en
Caracas. Nada está definido. El milico sigue con el mismo rostro de difunto de
hace meses. Que muestra gran voluntad y miedo pánico no hay duda. Difícil dejar
prerrogativas de monarca al arbitrio de buitres y dogos. En eso el dicho
popular de que el diablo no sabe para quien trabaja se concreta. Porque ido el
príncipe negro, salido del abismo como Fulgencio Batista, se cae el castillo de
naipes, y la advertencia del déspota de una guerra civil en caso de perder la
elección, puede ser cierta incluso si la gana y luego sale de palacio con los
pies por delante consumido por el mal.
Fausto viene al
recuerdo por la fallida historia de vida eterna, a la que el golpista apuesta.
Ninguno de los dos la consiguió, aunque el de hoy todavía es un paso sin
epílogo. Lo que uno obtuvo en plena conciencia, sabedor de un final ya previsto
que con el tiempo fue olvidando, adrede porque el demonio juega así para
acrecentar su triunfo, el otro, el cantor de boleros, jura asirlo en sus manos,
creyendo que de verdad reinventa lo inmortal. Notable, en cierto sentido, lo
que se suele hacer para no morir. Pero las campanas de medianoche suenan para
todos y el ejemplar de Venezuela no tiene singularidad que lo dispense.
Amenaza con
guerra civil. O yo o nadie, presuntuoso lema. Siempre fue bocón. Pues bien, en
combate hay muertos, un proyectil mata con celeridad e indistintamente, y si el
individuo lanza el desafío sabe a lo que se expone. Leo, de casualidad, en un
tratado militarista, que una dum dum en la cabeza de un tirano ahorra tiempo y
palabras.
16/09/12
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Publicado en El
Día (Santa Cruz de la Sierra), 18/09/2012
Imagen: Tipos de
balas dum dum
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