Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Hay muchas, muchísimas lecturas para Lluvia de piedra de Rodrigo Urquiola Flores, mención de Honor en el XII Premio Nacional de Novela, Bolivia. Se dirá que es lo mismo para cada libro. Puede ser, pero estimo que esto resalta en la ambiciosa novela de un joven autor como él.
Hay muchas, muchísimas lecturas para Lluvia de piedra de Rodrigo Urquiola Flores, mención de Honor en el XII Premio Nacional de Novela, Bolivia. Se dirá que es lo mismo para cada libro. Puede ser, pero estimo que esto resalta en la ambiciosa novela de un joven autor como él.
Novela introspectiva, donde lo externo juega un papel secundario, aunque parezca lo contrario, y la presencia de la lluvia, o el rumor de las piedras que arrastra el río, forman parte de un complicado esquema de vericuetos, fabulaciones, esquizofrenias por las que trashuma Esteban.
Supuestamente hay dos extremos geográficos en los que se desenvuelve el personaje: Antofagasta y La Paz; La Paz y Antofagasta, que bien pueden ser ciertos o no, y en realidad poco importa, sirven para “airear” las páginas, darles un espacio abierto sin el cual el lector, tanto como el protagonista, se verían sofocados.
Esteban huye de sí mismo ante la quizá posible ejecución de un crimen. Marianela, pareja y víctima circunstancial de sus temores, se hará recurrente, más y más -ya muerta-, a medida que el hombre retorna a sus raíces, al sueño idílico de un pasado fresco y gentil que jamás existió. En el vaivén de pretérito y presente lo único permanente es la lluvia, y es intemporal, moja las piedras y barros de la casa con percusión de diluvio, y, al fin, derribará los muros del hogar familiar de Esteban, cuyas ruinas intentaba reconstruir.
Mitad de los capítulos van en ascenso y la otra desciende. La intención radica en ofrecer un cénit en el que la alegría se convertirá en tristeza y lo real en ilusión. A partir del momento, el deambular impreciso del personaje mueve el piso y la acción semeja representarse dentro de un vaho de reflexiones, flashes cronológicos, presencias fantasmagóricas; un ir y venir entre lo ido, lo actual y lo por venir, con un personaje acosado por obsesiones contrapuestas, atisbos de esperanza y un inesperado final que diríamos destruye el velo sombrío que nos ha acorralado
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Fuente: Ecdotica, 18/09/2012
Fuente: Ecdotica, 18/09/2012
Foto: Portada de la novela
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