Todos bailaban. Yo, caderas y cerveza. Los asientos estorbaban y el teatro también. Y no porque se llamara Rubén Blades el músico, sino porque el Caribe fermentaba la sangre en el crepúsculo de Washington. Había hermosas canciones, y se mentaba seguido a García Márquez; pero, lo digo, era el movimiento del mar y los dientes de tiburón aserrando las barcazas lo que hacía bailar. Mezcolanza de ron y sudor, mulatas escapadas de Mac Orlan, meneándose en tu cerebro, haciéndolo piernas desnudas y no pensamiento...
Empezó con salsa, oposición de la pesadumbre. En diez minutos se hizo fiesta, nos obligó a amar. Luego, el cantante se puso serio. Habló de Noriega y los militares. No me opongo y sin embargo no me gusta. He oído demasiada voz como para no tener cuidado. Mejor si nos dejan con la música, afinando los cuerpos, que si ha de llegar el tiempo en que debamos desenfundar las pistolas, lo haremos, Mas este junio de Washington déjennos tomar cerveza, anudar merengues alrededor de los vasos. No nos aconsejen, aunque sí, acepto, nombren a Gabriel...
Publicado en VIRGINIANOS, Cochabamba, 1991
Foto: Cubierta del libro
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