Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Leyendo Candelaria (Planeta, 2000) de Germán Castro Caycedo, interesante novela colombiana acerca del narco, encuentro una sección en la que habla de los beneficios del tráfico de cocaína, a dónde va el dinero, quién se queda con la gran tajada y más.
Leyendo Candelaria (Planeta, 2000) de Germán Castro Caycedo, interesante novela colombiana acerca del narco, encuentro una sección en la que habla de los beneficios del tráfico de cocaína, a dónde va el dinero, quién se queda con la gran tajada y más.
De cada cien
dólares, dice uno de los personajes, seis -o tal vez solo cuatro- permanecen en
Sudamérica; el resto es para los Estados Unidos. Hablamos del auge de la droga
colombiana hace unas décadas, pero la situación no ha cambiado mucho. Castro
Caycedo, escritor de larga tradición periodística, detalla los montos del
narcotráfico que ayudan a mantenerse a la economía norteamericana. Aporta un
número de empleos que directa o indirectamente se ligan al asunto, doce
millones y medio según él. Para ello recurre a Milton Friedman, quien dijo que
por cada millón de dólares que ingresa a la economía del norte, se generan
cincuenta empleos. Entonces hace la macabra pregunta de si a alguien le interesa
en serio acabar con el negocio. Lo otro es simple matemática, que no importa
cuán precisa sea; desenmascara a esta actividad como la mayor multinacional, el
capitalismo en su forma más salvaje. La retórica, en el sur, de la “revolución”
a través del envenenamiento del imperio, acelerar su decadencia, etc. son
pamplinas.
Bolivia vive hoy un
auge de la droga similar al de la dictadura de García Meza, pero multiplicado
por cien, y democratizado, en mal sentido, porque a la vez que beneficia con
migajas a sectores más amplios está destruyendo un país. Los tontos útiles, que
de tontos no tienen nada, los de la permisividad estatal, llenan sus arcas como
no lo ha hecho nadie en casi doscientos años de existencia de la república.
Esos cuatro o seis dólares que el escritor colombiano anota, que pueden ser más
o menos en la actual coyuntura local, bastan para la opulencia de unos cuantos,
la supervivencia de otros, y los lujos insulsos de los que siendo peones
piensan que son condes. Quien paga el pato es la gente que trabaja, sean
obreros o doctores, porque la desfachatez del embrollo pone en evidencia su
desubicación en medio de la rapiña.
La supuesta
inamovilidad, casi invencibilidad, del narco está más o menos segura en los
países ricos por tales razones. En los productores depende de variados
factores, siempre supeditados al amo que demanda. Ningún puesto, ni el más
prominente, goza de vida eterna. Mientras sirvan, los mantienen; se deshacen de
ellos cuando se vuelven molestos.
Jamás el concepto
de “patria” ha sido tan vilipendiado aquí. Y jamás se han puesto sobre el
estrado actores tan perversos y nefastos. El discurso ni siquiera esconde la
realidad, insulta. Parecieran dos, muy simples, los planes de los “salvadores”:
la siempre opción de eternizarse en el poder, difícil y rarísima en un país de
las características nuestras, y otro, la ya consabida fuga hacia un exilio de
riqueza. Los susodichos no sueñan con la revolución, saben que no hay tal pero
la pregonan como el camino de su redención económica. Que detrás dejen ruinas,
una región que no podrá levantarse, no interesa. Los señores son capitalistas
de cuño antiguo: ganancia a cualquier precio.
Mientras tanto
azuzan el circo: que castramiento y cortes de extremidades como castigo a
criminales, al mejor estilo saudita o iraní, que avasallamiento de propiedades
a quienes no estén presentes en sus comunidades para el censo, trágicas
estupideces que mantienen al populacho activo con la ilusión de tener el
destino en sus manos. Que aprovechen, que linchen a los más que puedan, que
juren y rejuren que el pueblo en armas es el pueblo linchador, y que vivir por
un lado de las limosnas del gobierno y por otro de los restos del narcotráfico
significa el paraíso donde no hay que esforzarse ya. Que lo hagan porque se va
a acabar, y rápido. Como en el tango: veinte años no es nada, y aquí no pasaron
ni diez.
Quien somete a su
pueblo al servilismo hacia entes de lucro extranjero, sean naciones, bancos o
cárteles comete delito de traición. Porque a pesar de estar un poco mejor
pagado en un narcoestado, corre el casi seguro riesgo de convertirse, de
pronto, de empleado en esclavo. Callejón sin salida para unos, con monedas para
chicha y serpentina; millones para los otros.
18/11/12
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 20/11/2012
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