Tuesday, June 25, 2013

Ferrufino y el icono del Che



La figura del Che Guevara sigue provocando pasiones, sobre todo en Latinoamérica. En Bolivia, donde perdió la vida en una aventura guerrillera que constituyó un error monumental que le costó la vida al médico argentino, esas pasiones son encontradas. Las refleja incluso la literatura o el periodismo. Claudio Ferrufino-Coqueugniot, uno de los escritores bolivianos más prestigiosos, da buena prueba de ello. Nacido en Cochabamba en 1960 y residente en Denver (EEUU) desde 1989, Ferrufino obtuvo entre otros el Premio Casa de las Américas en 2009 y el Premio Nacional de Novela de Bolivia en 2011. Ferrufino consideraba los libros sobre el Che de Humberto Vázquez Viaña, recién fallecido, “documentos imprescindibles para hacer revisión de nuestra historia”. En el número 25 de ATLÁNTICA XXII, aparecido el pasado mes de marzo, Ferrufino publicaba un artículo sobre la figura y la influencia del revolucionario argentino en el dossier que la revista dedicó al Che. Lo publicamos a continuación.

Los pasos del Che

Por Claudio Ferrufino-Coqueugniot.

En casa nos formamos sin iconos: ni vírgenes, Cristos, revolucionarios. Ninguno decoraba las paredes. En la biblioteca del largo pasillo, al lado de bloques de vidrio que permitían pasar mejor la luz, la cosa era diversa. Se hallaban Papini y suHistoria de Cristo, como el Manifiesto Comunista y El corto verano de la anarquía, de Hans Magnus Enzensberger. Y Mi lucha (Mein Kampf). Leer, no idolatrar, esa era la idea, supongo, detrás de la educación de mis padres. La Biblia participaba también como un libro más de asuntos interesantes, no como objeto de dogma.

Crecimos con el Che. Nací en 1960 y desde temprana edad sonaron los nombres de Cuba y Ernesto Guevara en nuestras conversaciones. Che, además, había vivido en la sierra de Córdoba, como tías mías y mi madre en Córdoba capital, lo que lo hacía cercano, hasta familiar. El nombre de Cuba hoy ha perdido mucho de su encanto, hechizo tal vez, sin que ello impida que a pesar de todo, la “isla” sea un hermoso país. Resulta complicado, difícil, deshacerse de los ideales que nos alimentaron.

Recuerdo un atardecer, mientras el crepúsculo se ahogaba en el mar y el bus corría por delgados caminos vecinales, que miraba el Escambray y ni pensaba en la otra guerrilla, la no castrista que hubo allí, llamada ahora “de bandidos”, sino en el Che. Lo mismo en Cienfuegos, inventándome historias con la chatarra militar que la invasión de Cochinos dejó por el campo. Dudo que incluso un análisis somero de la experiencia socialista, guerrillera, los errores de concepto y planificación de la experiencia boliviana, la inmundicia de la traición y el abandono, alejen de mí la admiración que sentía, y aún siento, por él.

A fines de los setenta, principios de los ochenta, varios amigos viajaron de incógnito a entrenarse en la isla. Todavía entonces, una década después, se creía en la estrategia de la lucha armada por una facción de élite. Tenía, aparte del hecho de la aventura, el aliciente cercano de la victoria sandinista en Nicaragua, hecho que festejé con alegría. Lo mismo cuando hicieron volar a Somoza en Paraguay. Sobre esto, mucho después, leí un libro que escribía el hijo de Massetti (absurdamente muerto en Salta), y comenzó a desfallecer el ímpetu “revolucionario” que se originó en la zozobra de 1967 cuando lo que más se esperaba eran noticias de Ñancahuazú.

La muerte del Che no tuvo entre nosotros ese flujo mesiánico que corrió por el mundo al ver el cadáver con un dejo de sonrisa e imagen de profeta. Che, lo que nunca hubiese él querido, nacía allí como asombro, religiosidad, y el trágico destino de convertirse en icono pop de la sociedad de consumo, asunto aprovechado incluso en la Cuba que amó. El mito arrasó con la idea. Hoy lo venden al lado de Marilyn y John Lennon.

¿Que si se equivocó? Hace unos años, antes de otro mesianismo oscuro, el de Evo Morales, creí que no cuando vi una foto del New York Times de un campesino de Eterazama, de los que combatían a los soldados, con la figura del Che. Vana ilusión. En Chapare no se acunaba una revolución guevarista; era simplemente otra manera de aprovecharse de una imagen que por encima de la muerte sigue teniendo algún significado. El presidente de Bolivia protege sus espaldas, en palacio, con la famosa toma de Korda. No tiene implicación ideológica. Che incluso sirve para una experiencia de capitalismo salvaje, de pillaje con etiqueta de socialismo, como sucede en la Bolivia actual. Destino inevitable de los grandes hombres.

Antes de su muerte, ambicioso lector que fui de niño, recorría siempre los reportajes que hacía Siete Días Ilustrados, de Argentina, sobre los focos guerrilleros de América Latina. En Guatemala, en Venezuela, con las constantes voces de que Che andaba por allí. Y estaba en África, al lado de quien el comandante consideró inútil: Kabila. Kabila llegó a presidente; Che se pudrió bajo el concreto de una pista de aterrizaje, vilipendiado por la deprimente casta militar boliviana, traicionado por su no menos deprimente izquierda. Se equivocó entonces. Pero no todo por ser Bolivia. Las lecturas eran erróneas. El mundo no funciona según patrones, así parezca.

Atrás en el tiempo, en un cinema de avanzada en Denver, miramos con mi esposa la película del segundo Che. La primera de Soderbergh mostraba al triunfador. La que presenciábamos, al derrotado. No era la derrota en sí. El filme abundaba en tristeza, en la desesperación inútil de contemplar un absurdo: hombres deambulando en busca de poco de comida, olvidados, abandonados. Épica de tragedia griega, últimos destellos de grandeza humana, para luego caer pasto de la insania, la locura, estupidez que dejaron los gringos en nuestros países con la pesadilla de la seguridad nacional. Digan buen día a papá, denle matarile.

Humberto Vázquez Viaña, hermano del “Loro” (cuya forma de morir martilleó incansable mi infancia), escribió no hace mucho dos libros (Editorial El País, Santa Cruz de la Sierra) sobre hechos de los que fue testigo presencial: la guerrilla del Che, el nacimiento y fin del ELN. Documentos imprescindibles para hacer revisión de nuestra historia. Pero, en ámbito más privado que académico, desazón de escuchar lo mal que se programaron las cosas, las deficiencias logísticas, la miseria intelectual y espiritual de algunos actores en contraste con la inmensidad de otros. Relatos en que lo político deja lugar a una historia de hombres llena de traiciones, desencuentros, fracasos. La incansable pregunta de mi padre que cómo un hombre como Che vino a morir acá, en qué pensaba. Los comunistas locales sufrían de las mismas taras de aquellos a los que deseaban combatir.

En Los Ángeles, 1997, exhibieron una colección gráfica sobre la figura del guerrillero argentino-cubano. El espíritu difería de aquel del mercado. Lindo homenaje. Resulta extraño que hoy bailemos -ritmo similar- Hasta siempre, comandante, con la misma soltura que lo hacemos con El chacal de la Cabaña. Dualidad nuestra ¿o dualidad del Che?  
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Publicado en ATLANTICA XXII, Revista asturiana de información y pensamiento, 05/05/2013
Fotografía: En el mundo el Che es un icono y en Cuba se le rinde veneración, como en este cine de Camagüey. Foto / María Arce 

Arde Brasil/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Pareciera, si es correcto decirlo, que el “pueblo” de Brasil ha madurado. Antes hubiese sido inadmisible que durante una fiesta de fútbol o carnaval, la gente se indignara y saliera a las calles a protestar. Eso es progreso, Desorden y Progreso, como rezaría un emblema brasilero de nuevo cuño. Para que el orden venga, primero el desorden, pero el auténtico, autónomo, el de las masas sin arbitrio de nadie, ni militares ni apostolado de “trabajadores”, que ya en este confuso mundo los papeles se han volcado y cualquiera es actor de no importa qué.

La Rousseff no se lo imaginaba, y menos el fatídico Lula que quiso mediar y salió dando tumbos; que no se metiera en lo que no le incumbía, le pidieron. Peor, incluso, cuando a O Rei, Pelé, también le dieron calabazas, aclarándole que sus opiniones ya no correspondían a la época. Ya no.

Brasil lidera un ejemplo que ojalá cunda como prometedora peste; mejor si barriera la cizaña y los gamonales de la América Latina salieran en camilla como Mubarak o empalados a la manera del vanidoso Qadafi. Oremos. Y desoigamos las enternecedoras propuestas y disculpas que los de arriba quieren dar cuando se calienta el horno.

Los plurinacionales se han callado. Cuentan con el pueblo recua, según creen, y dudan que los “hermanos y hermanas” llegasen a cuestionar la divinidad del curaca o su bufón. Pero deben estar pensándolo. Y ya que ponen nombres de estaciones a los movimientos sociales, acuérdense de la Praga de Dubcek, y la más reciente árabe. Nadie tiene las primaveras compradas… del clima ni qué hablar.

Brasil es la joya del futuro; hasta hace poco lo parecía con millones de gente que de pobres avanzaron hacia arriba. Sin embargo, aseguran economistas no plagados de iluminación izquierdista, que los aportes para ello se hicieron sin considerar apuntalar el sistema primero, renovando o creando infraestructura, no simplemente aumentando el caudal de ingresos para crear una burbuja que puede reventar. Hablo del montón, de aquellos que pudieron comprarse un auto y mejoraron su alimentación, aunque, en el fondo, siguen siendo pasto de la negligencia gubernamental. No de los milagros que el mensalao y otras cuitas destapan, o el caso del hijo de Lula da Silva que de zoólogo con escoba apareció de potentado.

Está por verse lo que viene. Pero que la gente se mueve y sale a las calles no hay quien lo desmienta. La masa puede girar hacia un lado como hacia el otro, o pendular; eso teme la presidente en reunión de gabinete, que de pronto se le arrebate el papel dadivoso al PT (Partido de los Trabajadores). No bastó el frenesí del jogo bonito para evitar la indignación. Y si continúan las cosas como están, no bastarán Mundial ni juegos olímpicos. Menos distracción, tal vez, y mayor comprensión de un imponente rol que la historia está dando al Brasil y que la Rousseff aún no sabe cómo manejar. Una potencia que es vapuleada por un imberbe en el trono boliviano, sin poder real y sin futuro, esgrimiendo únicamente fraudulentas credenciales y con la tiniebla o bendición del narco por detrás, para hacer hincar al gigante. Valga como ejemplo porque así ¿potencia?, nunca, por más rico país que sea.

Diría que dejemos las cosas serias y pasemos a lo entretenido, conversando de fútbol. Pero esto también es serio en Brasil, pero ya no determinante para apaciguar a las masas. Algo que debiésemos aprender los bolivianos que paralizamos huelgas para dejar entrar al Gran Poder.

Serio, de veras, o de a de veras según dónde se esté: Brasil enfrenta a Uruguay en Belo Horizonte. En estas circunstancias, la derrota de Brasil, un segundo Maracanazo, podría derivar en algo como el Bogotazo, el Cordobazo y otras expresiones sociales de visos trágicos. Ya hay detonantes; falta la chispa. Y esa podría ser la inesperada y decisiva explosión que los transforme. El fútbol era la distracción. En estas circunstancias podría ser la sentencia.
22/06/13

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 25/06/2013
Publicado en SEMANARIO UNO #518 (Santa Cruz de la Sierra), 14/08/2013

Fotografía: Manifestantes al exterior del estadio Maracana, / TASSO MARCELO (AFP)

Sunday, June 23, 2013

El pasado en el presente: Metaficción historiográfica en “El Señor Don Rómulo”, de Claudio Ferrufino-Coqueugniot y “Las andariegas”, de Albalucía Ángel


ELENA FERRUFINO-COQUEUGNIOT

La temática que nos convoca en el espacio reducido de este curso tiene que ver con algunas de las maneras, razones y estrategias mediante las cuales se hermanan historia y literatura. Y, al hacerlo, resulta esencial una vasta reflexión –casi melancólica, en términos de Luckács- sobre una serie de preocupaciones que se entretejen alrededor de una relación tan fructífera y tan apasionante.

Podríamos detenernos a observar lo que sucede cuando se entrecruzan el espacio de la historia y el espacio del discurso. Pues, como lo considera Seymour Chatman, así como la dimensión de los sucesos de la historia es el tiempo, la de la existencia de la historia es el espacio. Y así como distinguimos el tiempo de la historia del tiempo del discurso, tendríamos que distinguir el espacio de la historia del espacio del discurso.

Quizá resultaría interesante detenernos, entonces, a analizar el discurso de la historia que, como lo considera Barthes (1983), constituye una forma de retórica, un lenguaje particular que nos invita a preguntarnos si la narración de acontecimientos pasados, sometida a la sanción de la “ciencia” histórica, bajo la imperiosa garantía de la “realidad”, difiere realmente, “por alguna indudable pertinencia”, de la narración imaginaria tal como la podemos encontrar, por ejemplo, en la novela.

Hayden White (1987), por su parte, nos propone la consideración del texto histórico como artefacto literario, bajo la premisa de que las obras de historia, al ceñirse a la forma narrativa, no son más que ficciones verbales, cuyo contenido es inventado, tanto como descubierto. O considerar, con Borges, que toda obra de arte, toda creación literaria consiste en transformar en símbolos la “realidad”, de manera que éstos puedan perdurar en la memoria de los hombres.

En todo caso, resulta evidente que podríamos discurrir por la teoría, a lo largo de infinitas opciones, todas ellas igualmente apasionantes, que nos llevarían a derivar sobre tópicos de identidad textual, producción simbólica, agencia y estructura. Se hace importante, sin embargo, antes de sumergirnos en la perspectiva particular que hemos seleccionado para este curso breve, posicionarnos en un espacio donde confluyen historia y forma y, desde esa dialéctica, cuestionarnos sobre sus posibles conexiones, subjetividad y objetividad, ficción y realidad…  ¿Será que la historia está trabajando a través de nosotros –así como de los autores que invitamos en nuestro recorrido? ¿Seremos nosotros, en este curso, los que estamos haciendo la historia? ¿O será que son los textos que nos han convocado a lo largo de los diferentes módulos, los que nos escriben, en tanto que lectores y observadores de la historia y la literatura?

Pues, debe quedar claro que cuando decidimos trabajar con un texto, necesitamos tener certeza de lo que queremos saber. Debemos tomar conciencia de que se trata, en este específico caso, de un problema subjetivo, auto reflexivo, traducido en el cuestionamiento de las condiciones del discurso –sea éste histórico o literario-, a través de la producción simbólica; de las posibilidades y las formas de la realidad y sus representaciones (o de la realidad como representación); de la propia existencia de los textos y discursos; de las condiciones de su estudio –en tanto objeto- y de que, al penetrar en sus laberintos, nos estamos observando, cuestionando a nosotros mismos.

En este vasto escenario, y por razones más bien pragmáticas, hemos decidido detenernos en un espacio particular de la historia; de la historia literaria; de la crítica literaria: la postmodernidad. Y, en ese marco, hemos considerado pertinente hacer un alto en un tema: el pasado en el presente y en dos novelas que, fácilmente, podrían ser “catalogadas” dentro de la concepción de la literatura postmoderna: El Señor don Rómulo (2003), de Claudio Ferrufino-Coqueugniot y Las andariegas (1984), de Albalucía Ángel.

El concepto de metaficción historiográfica nos servirá de herramienta para desentrañar, en el primer caso, algunas de las estrategias mediante las cuales Ferrufino-Coqueugniot reescribe el pasado y propone la novela como espacio de mediación entre el mundo oculto de una etapa de la historia de Bolivia y el reino de la existencia del presente, en términos estéticos y discursivos. En el caso de Ángel, la perspectiva metaficcional hará posible nuestro transcurso por un texto caracterizado, entre otras cosas, por su carácter conspirativo en contra de la historia oficial establecida como única “verdad”.

De manera casi sintomática, y perfectamente acorde con el título de este artículo, la Bienal de Viena, de 1980 que, entre otras cosas, introdujo el concepto de postmodernidad en el ámbito de la arquitectura, tuvo el acierto de denominarse: “El presente del pasado”. Bajo esta sugestiva convocatoria, se presentaron objetos de arte diversos, que utilizaron ese espacio como una ventana hacia la historia y la leyeron e interpretaron de manera anacrónica, a la vez que sugestiva y revolucionaria.

Si bien la fuerza de esta representación se hace dramática, en el caso de la pintura, la fotografía y la arquitectura, no es menos conmovedora la presencia del hoy en el ayer, cuando se trata de literatura y, de manera más específica, de la novela. Para los estudiosos de la literatura, los críticos literarios, resulta obvio que el término de postmodernidad describe –entre otras cosas- la ficción que es, a la vez, metaficcional e histórica, puesto que está constituida por los ecos de otros textos y contextos que provienen del pasado. A partir de la exposición de Viena, Linda Hutcheon (1988) utiliza el término de “metaficción historiográfica” para describir esta suerte de constructo paradójico, y distinguirlo de la ficción histórica tradicional.

Grandes novelas como El nombre de la Rosa, Cien años de soledad, El tambor de hojalata o Los hijos de la medianoche, por ejemplo, podrían formar parte de este universo, cuyos elementos esenciales son la intertextualidad y una fuerte dosis de auto reflexión metaficcional, elementos que cuestionan y problematizan la veracidad de la historia, entre otras cosas. El Señor Don Rómulo Las andariegas, por su parte, pueden leerse bajo esta perspectiva también como novelas postmodernas, pues nos permiten explorar algunas de las maneras en que la ficción se abre hacia la historia, en términos de lo que Edward Said (1980) llamaría el “mundo”.

Esta apertura, sin embargo, no se logra a través de la experiencia inocente de la literatura. No es posible hablar de una referencia directa e ingenua a la historia. La relación entre historia y ficción, en términos postmodernos, es compleja y se fundamenta en la interacción y la implicación mutuas. Como lo asegura Hutcheon, la metaficción historiográfica intenta situarse dentro del discurso histórico sin, por ello, renunciar a su propia autonomía, como ficción.  De este modo, los intertextos que conforman tanto la historia como la ficción adquieren un estatus paralelo (aunque no similar) en la reconstrucción del pasado textual, tanto del “mundo” como de la literatura. La incorporación textual de los pasados intertextuales, como elementos constitutivos estructurales de la ficción postmoderna, funciona como una marca formal de la historicidad, tanto de la literatura, como de la historia. No olvidemos que, si bien Borges aseguraba que tanto la historia como la literatura constituyen realidades ficticias, ya Hegel y Nietszche ponían de relieve el problema de la realidad como representación. Pues no conocemos la historia directamente, sino a través de su representación.

Hutcheon nos recuerda, a su vez, que ese tipo de novelas “postmodernas” nos invita a considerar que tanto historia como ficción son términos históricos y que sus definiciones e interrelaciones se encuentran históricamente determinadas y varían con el tiempo. Ambas proponen la persistente relevancia de tal oposición –entre literatura y realidad- y ambas instalan y luego empañan la línea divisoria entre historia y ficción (Hutcheon, 1988).

“El Señor don Rómulo” (2003), de Claudio Ferrufino-Coqueugniot podría definirse, en el contexto de este curso, como una novela que pone de manifiesto algunas de las preocupaciones más evidentes sobre la interacción entre la historiografía y la ficción, la naturaleza de la identidad y la subjetividad, el cuestionamiento a las referencias y la representación, la naturaleza intertextual e ideológica, tanto del pasado como del discurso literario.

El argumento y la forma narrativa se conciben en términos de una saga familiar matizada por la presencia escurridiza de la historia boliviana, transcurrida entre 1882 y 1951, fechas que encuadran el nacimiento y la muerte de Rómulo, personaje principal de la novela. De allí se diseminan lugares y acontecimientos en anacrónico estallido metaficcional, donde los tiempos cambian y se sobreponen, según convenga a la estructura narrativa y a la fuerza del relato. Del siglo XVI europeo, donde el narrador escarba los orígenes del protagonista, hasta inicios de la década del 2000, enraizada en las tonalidades de Colorado, Estados Unidos, la novela cuestiona abiertamente la cronología de la historia y traza la misma con un personalísimo punto de vista que representa su propia mirada hacia el pasado, como una suerte de narrativa codificada que tenemos todos que descifrar.

Munido de certeras técnicas narrativas que lo acercan de lenguajes cinematográficos y pictóricos, el autor nos obliga a ejercitar miradas transversales sobre la historia, mientras nos hace conscientes de la auto-representación formal del texto novelado y de los contextos históricos que lo tejen, a partir de espacios y voces dialécticas que terminan por echar luces sobre lo que, inicialmente, podría parecer una contradicción irresoluble. Desde Tiraque, Tarata o Cliza, sea en 1920, 1879 o 1999, el texto emprende un juego anacrónico propicio para la ubicuidad de tiempos, espacios y narrativas por las que el lector trasciende en magnífica controversia entre lo objetivo y lo subjetivo, lo singular y lo plural, lo relativo frente a la universalidad del discurso, la verdad y la historia. El lenguaje con que Ferrufino-Coqueugniot entrecruza los planos está en constante proceso de transformación, reflejando y mutando realidad y ficción mientras cuestiona los sistemas lingüísticos establecidos, mediante un discurso innovador y ameno que seduce la memoria y las posibilidades de lo estético.

Uno de los elementos esenciales que articula el texto con la metaficción historiográfica, es el magistral manejo de la voz, las voces narrativas. Si el narrador se constituye en la instancia productora del discurso narrativo, la novela hace gala de una gran polifonía que no solo transforma en problemática la veracidad de la historia, sino que cuestiona las estructuras tradicionales del discurso de la historia. Así pues, la relación que establece el narrador con el lector es irónica y profundamente autoconsciente. En ese sentido, el texto deja de ser una entidad individual para transformarse en una compilación de textualidades y voces que nos posicionan frente a la literatura como sitio privilegiado de producción semiótica.

La novela estructura un vasto diálogo entre literaturas e historias que, a tiempo de hacerlas posibles, irónicamente, las horada. Asistimos, así, a la historia boliviana de finales del siglo XIX y principios del XX, la historia contemporánea a la escritura de la novela, en Bolivia y Estados Unidos, principalmente. Siglos anteriores nos presentan personajes, tramas y escenarios diversos, aunque no dispersos. Pues la gama de voces narrativas dan cuenta de la irreductible pluralidad de los textos dentro y detrás de un texto particular. Al mismo tiempo, el juego narrativo nos seduce y nos obliga a participar de un escenario polifónico y dialógico, para utilizar términos de Julia Kristeva (1993), releyendo a Bakhtin.  


Esas (inter) textualidades se funden en puntos de vista disímiles, a la vez que análogos y adquieren corporalidad a través de la figura del protagonista-narrador-escritor que juega a establecer relaciones contestatarias y de tensión entre el texto –espacio de resistencia- y sus lectores. En este proceso, el discurso narrativo consigue poner en evidencia que, tanto historia como literatura, no son más que constructos humanos, construidos a través del lenguaje y la representación de los hechos del pasado. Los intertextos de la historia y la ficción adquieren, en ese proceso, estatus paralelos en la reformulación del pasado textual del “mundo” y la literatura.

Cuando los personajes centrales de la trama –todos ellos masculinos- incorporan esos pasados intertextuales en el fluir del relato, nos encontramos ante Rómulo que observa los hechos de su entorno y, al mismo tiempo, ante Claudio que reformula los mismos eventos desde su mirada fresca, más de un siglo posterior a la del protagonista. Se elabora así un relato donde el pasado; los pasados constituyen un elemento estructural no solo de la ficción postmoderna, sino de un esfuerzo narrativo por rehacer la historicidad tanto literaria, como “mundanal.”

La historia, en efecto, se hace disponible para los lectores, escritores y/o historiadores contemporáneos, únicamente a través de un sistema de textos anteriores, todos ellos imbuidos de las huellas de autores previos, cargados de sus propias agendas ideológicas, presupuestos y prejuicios. Así, la historia que transcurre a lo largo de la novela existe como una vasta red de voces y textos subjetivos. La nueva narrativa que enarbola la historia, a través de la mirada de Rómulo y de Claudio, se constituye en una pugna renovada del autor y, en este caso, de las voces narrativas que estructuran el relato, por negociar una nueva estrategia a través de un tejido intertextual de formas y representaciones previas.

La construcción del personaje constituye otro de los elementos estratégicos de esta metaficción. Rómulo aparece como mediador entre etapas históricas disímiles pero, sobre todo, se transforma en el instrumento de representación de la historia; se transforma en el lugar (desde) donde acontece la historia. Su presencia en el texto nos permite el recurso permanente a la memoria y al intelecto; su mirada nos abre el mundo más allá de él mismo. Podemos observar, de este modo, las culturas y las historias que pueblan el universo que ha sido (re)construido por el texto. A través de los ojos de Rómulo –aunque con la voz de Claudio- escrutamos una Bolivia racista, injusta, hipócrita, donde indios y mujeres constituyen la marginalidad apaleada y abusada que nos cuesta enfrentar con la mirada inexperta del hoy.

Rómulo representa, asimismo, el movimiento cíclico de la historia; un lugar donde todo es simultáneo; donde todo vuelve una y otra vez en la reiterada alusión a hechos pero, sobre todo, en el casi obsesivo recurso formal del texto, que no tiene capítulos, ni partes, ni estructura alguna que nos permita elaborar un corte. Es como si presente y pasado, Rómulo y Claudio se hubieran hermanado definitivamente en el espacio narrativo, en una suerte de sistema de constante “renacimiento”, que se levanta una y otra vez de sus propias cenizas.

El autor que, en ocasiones es Claudio –alter ego de Rómulo-, adquiere el estatus de artefacto que dispone la estructura narrativa, la forma de la novela. Y, al hacerlo, establece una suerte de autoreflexión sobre los problemas de la representación. De la escritura de la historia, pero también de la construcción de la narrativa. Se alía con el lector y lo hace cómplice consciente de los conflictos de la escritura. La redacción del texto se transforma en un proceso altamente escrupuloso que se constituye en el elemento clave del concilio entre historia y literatura. Pero, también, funciona como instrumento de verosimilitud, antes que de verdad “objetiva” de los hechos del pasado; como constructo lingüístico que rompe, deliberadamente, con las convenciones de la forma tanto de la historia como del discurso y despliega los textos del pasado y del presente, como parte de su propia y compleja textualidad. De este modo, la novela cuestiona la noción integral del “texto” como entidad autónoma, poseedora de significado inmanente.

La metaficción historiográfica demanda del lector no solo el reconocimiento de las huellas textualizadas de la literatura y del pasado histórico, sino también la conciencia sobre lo que ha sido perpetrado, a través de la ironía y la parodia, sobre cada una de esas marcas. En ese contexto, El señor don Rómulo, como novela postmoderna, representa un reto a las formas convencionales de la ficción y la historia a través de la comprensión de su propia imposibilidad de escapar a la condición textual de ambas. Pues, presente y pasado han sido irremediablemente textualizados para nosotros –los lectores- y el juego abiertamente intertextual de la novela sirve como uno de los signos esenciales de este constructo postmoderno.

Esta suerte de subversión generalizada en la novela de Ferrufino-Coqueugniot adquiere tintes igualmente importantes en el caso de otra metaficción historiográfica: Las andariegas, de Albalucía Ángel.

A lo largo de su caracterización sobre la novela postmoderna, Linda Hutcheon afirma que uno de sus elementos más importantes lo constituye la parodia, puesto que abre el texto y cuestiona la particularidad y el centralismo del significado. En ese sentido, la novela de Ángel no pretende destruir el pasado, al ironizar la historia oficial, sino que intenta iluminarlo, mientras lo cuestiona y lo desestabiliza. Como en toda novela postmoderna, las convenciones de la ficción y de la historiografía son simultáneamente utilizadas y abusadas, instaladas y subvertidas, afirmadas y denegadas. Y la doble naturaleza (literaria/histórica) de esta parodia intertextual, constituye uno de los mayores instrumentos a través de los cuales la condición paradójica de la postmodernidad se inscribe textualmente.

Es el caso de Albalucía Ángel, escritora colombiana, cuyo proyecto narrativo en su novela Las andariegas representa una suerte de escenario épico desde el cual la narradora reclama la participación de la mujer en el curso de los diferentes episodios de la historia; la mujer que ha sido ignorada o borrada del contexto general de la cultura y la sociedad. El texto recupera los roles de la madre, la hija, la hermana, la amante, la reina, la viuda, la guerrera, la bruja, la partera… Recrea una nueva historia desde la perspectiva de la mujer, asociada a los ciclos de la tierra y la naturaleza. Siguiendo los pasos de las “andariegas”, asistimos a la historia de la humanidad, desde los eventos remotos hasta el futuro, cuando los signos de nuestro presente ya forman parte del pasado.

A lo largo de esta jornada nos convertimos en testigos de la reconstrucción de los hechos desde una perspectiva alternativa, que confronta la visión masculina del “mundo”, impuesta sobre una realidad silenciada. Son las voces femeninas que fundan un espacio donde las imágenes inauguran una memoria colectiva. El objetivo de las viajeras no es recrear un territorio específico, o imponer nuevos límites a la historia, sino reconciliar el diálogo entre las criaturas vivas y las muertas, los hombres y las mujeres, el presente y el futuro, para así destruir las fronteras tradicionales establecidas entre los “territorios” masculino y femenino.

Las andariegas es una novela que desafía los discursos dominantes del establecimiento falocéntrico, cuestionando algunos de sus supuestos fundamentales, como el sujeto, la verdad y la historia, entre otros. En su búsqueda por nuevas formas de legitimación, el texto propone lo femenino como la exploración de un espacio de alteridad cuyo elemento discursivo tiene, necesariamente, que considerar la voz de la mujer.

La empresa de reescribir la historia desde una perspectiva femenina juega alrededor de la revalorización de la categoría “mujer”. Parte de este intento articula una diferencia de la identidad de “hombre” que adquieren los textos hegemónicos y que funciona como el estándar literario e histórico dominante.  Al cuestionar los conceptos y estructuras del discurso tradicional masculino, la escritura femenina se presenta como un símbolo, una estrategia de subversión. Necesita, entonces, especificar esta oposición, no solo a nivel temático, sino también en términos del lenguaje y la forma narrativa. Funciona como el único escenario donde, como diría Hélène Cixous (1993), es posible evitar la muerte del Otro. Todo el mundo sabe, explica, que existe un espacio que no está obligado a reproducir el sistema. Y ese espacio es la escritura. Si existe un más allá que puede escapar a la repetición infernal, lo hace por donde se escribe, por donde se sueña, por donde se inventa mundos nuevos.

Los elementos temáticos focales, alrededor de los cuales se ha organizado la novela, son el viaje y la reconstrucción de la historia, en busca de la recuperación de una voz femenina que podría, eventualmente, eliminar otros espacios marginales.  El texto funciona como el escenario donde la dialéctica de la libertad y la represión, la historia y la ficción, se traducen en términos de oposición en contra de los patrones de la narrativa tradicional. La puntuación ha sido prácticamente eliminada; las estructuras lineales dan lugar a una narrativa circular, alterada, donde la heterogeneidad formal tiene como objeto reflejar, gráficamente, la fluidez y la incongruencia de la escritura femenina. Al mismo tiempo, la  violencia ejercitada en contra de la página y de las estructuras tradicionales, le permite a la autora cuestionar la cronología de la historia oficial y reescribirla, desde estas estrategias de alteridad.

El espacio textual es compartido con una serie de dibujos que representan ciertos “momentos” en el transcurso de las viajeras, lo que parecería corroborar la tesis de Cixous, que afirma que las mujeres tienen que escribir su cuerpo a través de un lenguaje transgresor de las leyes y los códigos; que pase por encima las barreras culturales, las clases sociales y la retórica intelectual. En este sentido, la inclusión de elementos diferentes a los de la narrativa lineal y la transgresión del espacio de la página, a través de caligramas, tipifica el discurso mediante el cual las mujeres subvierten las estructuras monolíticas de la opresión patriarcal, en términos discursivos, ficcionales e históricos, que impone en todas ellas ciertos criterios específicos sobre lo que significa ser mujer, frente a estos discursos. Julia Kristeva ilumina nuestra lectura, cuando designa un modelo donde lo femenino encuentra su lugar en la significación del texto como juego, como trabajo, producción y praxis. Se refiere a la materialización lingüística del proceso de la estructuración de sentidos. Las mujeres y la puesta en práctica de su potencial creativo devienen fuerzas de un mismo proceso de desintegración de los límites de la racionalidad social dominante y su sintaxis represiva. Represora.

El ejercicio desplegado por Ángel pone en evidencia, por otro lado, que no existe una sola verdad, sino una serie de verdades. La experiencia postmoderna contribuye a esta práctica, mediante estrategias alternativas que estructuran discursos en los que, para reescribir y representar el pasado -en la ficción y en la historia- hay que abrirlo hacia el presente, para evitar que sea conclusivo. En tanto metaficción historiográfica, la novela confunde deliberadamente la noción de verificación, como problemática esencial de la historia, mientras que la ficción, por sus características más actuales y ampliamente demostrables, resultaría verdadera. Sabemos, después de Barthes y de toda la teoría postestructuralista, que ambos discursos constituyen modos de mediación del mundo con el propósito de introducir significado. Es preciso que nosotros, lectores, logremos acceder y crear las significaciones que la metaficción historiográfica se empeña en revelar, en este caso, a través de las novelas convocadas.

En ese contexto, Las andariegas nos sitúa en un escenario de intensa auto reflexión donde la dimensión consciente de la historia, evidenciada a través de una abierta intertextualidad paródica, organiza todo el texto. La veracidad de la historia se vuelve problemática y la certeza de una referencia directa se desvanece. Los pasados intertextuales, como sucedía en la novela de Ferrufino-Coqueugniot, devienen elementos estructurales de la ficción postmoderna y funcionan como la marca formal de la historicidad, tanto literaria, como del “mundo”. La parodia intertextual ofrece un sentido de presencia del pasado, pero de un pasado que solo puede ser conocido a través de sus textos, de sus huellas precedentes, sean éstas históricas o literarias. La intertextualidad reemplaza la cuestionada relación autor-texto, con un nuevo vínculo que se establece entre el lector y el texto, uno que sitúa el locus del significado textual como parte de la historia y del discurso.  

Cuando el pasado se transforma en literatura, como sucede en las dos novelas que hemos revisado, entonces lo que es instalado, así como subvertido, es la noción del trabajo de arte como un constructo cerrado, autosuficiente; como un objeto autónomo que deriva su unidad a partir de las interrelaciones formales de sus partes. En este intento característico por retener una autonomía estética, mientras a la vez retorna el texto al “mundo”, la postmodernidad afirma, así como socava, esta percepción formalista de la historia y la ficción. No hay que olvidar que el “mundo” al que regresa el texto no se refiere a lo que comprendemos como “realidad ordinaria”, sino al mundo del discurso, el mundo de los textos y sus intertextos. Este mundo, como afirma Hutcheon, mantiene vínculos directos con el de la realidad empírica, pero no constituye en sí mismo esa realidad; la representación de lo real no es lo mismo que la realidad. Lo que la ficción historiográfica pone en cuestionamiento es, tanto el concepto ingenuo de la representación, como la igualmente inocente afirmación de que existe una total separación entre arte y mundo. La postmodernidad es arte autoconsciente al interior de lo que Foucault (1984) denomina como “archivo”. Y ese archivo es a la vez histórico y literario.

Lo que nos interesa destacar, una vez más, es que tanto parodia, como intertextualidad son elementos constitutivos de la novela postmoderna y funcionan como estrategias privilegiadas para cuestionar y desequilibrar la noción de un significado único, cerrado y centralizado. Las novelas que hemos visitado a lo largo de este curso constituyen dos de los muchos modelos que pueden ser abordados desde la perspectiva de la metaficción historiográfica. No para dar cuenta de una relación estable entre historia y ficción sino, por el contrario, para socavar y descentralizar toda noción fundamental en términos de lenguaje y textualidad.

El Señor Don Rómulo Las andariegas, desde sus propias realidades y contextos pueden leerse como instrumentos no solo lingüísticos y textuales, sino sociales y políticos, que nos sirven para revisar algunas de las maneras en que pasado y presente se funden en una suerte de intertextualidad liberadora. Como lectores, ambas novelas nos exigen trascender las Historias –con mayúscula- y los Textos y nos demandan no solo el reconocimiento de las huellas textualizadas del pasado histórico y literario, sino también la responsabilidad de aceptar lo que la ironía y la intertextualidad han logrado hacer con esas huellas.

De ese modo, en tanto lectores, debemos admitir la inevitable textualidad de nuestro propio conocimiento del pasado, así como el valor y la limitación de una forma discursiva inevitable del conocimiento, situada entre presencia y ausencia, presente y pasado, historia y ficción.
Cochabamba, junio 2013

Bibliografía

Ángel, Albalucía. Las andariegas. Barcelona: Editorial Argos Vergara, 1984.
Chatman, Seymour. Historia y discurso. Taurus Humanidades, 1978.
Ferrufino Coqueugniot, Elena. “Literatura, ideología y poder: El texto como conspiración”. En Página y Signos, Número 3, 2008.
Ferrufino-Coqueugniot, Claudio. El Señor don Rómulo. Cochabamba: Nuevo Milenio, 2003.
Hutcheon, Linda. A Poetics of Postmodernism: History, Theory, Fiction. New York: Routledge, 1988.
Lukács, Georg. The Theory of the Novel. Cambridge, Massachussets: The MIT Press, 1971.
Motte, Warren. “History and Form”. Graduate Seminar. University of Colorado at Boulder, 1998.
Rabinow, Paul (ed). The Foucault Reader. New York: Pantheon Books, 1984.
Said, Edward. Literature and Society. The Johns Hopkins University Press, 1980.
Sontag, Susan (ed). Barthes: Selected Writings. London: Fontana, 1983.
Warhol, Robyn and Diane Price Herndl. Feminisms: An Anthology of Literary Theory and Criticism. New Jersey: Rutgers University Press, 1993.
White, Hayden. The Content of the Form: Narrative Discourse and Historical Representation. The Johns Hopkins University Press, 1987.
Williams, Raymond. The Postmodern Novel in Latin America: Politics, Cultures and the Crisis of Truth. New York: St. Martin’s Press, 1995.

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Curso dictado en el Centro Patiño, Cochabamba, junio 2013

Imagen: Cubierta de El señor don Rómulo, 2003    

Friday, June 21, 2013

Permanente etnocidio/MONÓCULO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Entre las buenas casualidades que hay al visitar librerías de viejo, está la de encontrar libros inesperados. Me sucedió en Denver con el descubrimiento de Amazonia, obra de Piedad y Alfredo Costales, quienes han tenido una larga relación con los grupos indígenas amazónicos según leo.

Amazonia. Ecuador-Perú-Bolivia destapa, y no debe ser solo mía sino generalizada, la tremenda ignorancia acerca de estos grupos humanos que pertenecen a nuestra nacionalidad y que parecen irremediablemente condenados a desaparecer. Las sucesivas marchas por territorio y dignidad de las últimas décadas han obligado a tender una mirada hacia ellos. La Octava Marcha indígena, conocida como “la del TIPNIS”, trajo conciencia acerca del drama histórico de los pueblos del llano y de la selva. Su destino, y vale decirlo porque es cierto, ha de ser el destino en grande del propio país. Quien no respeta su última frágil herencia está también sentenciado no solo al fracaso sino a la desaparición.

Los autores reconocen que se adentran en un territorio de escasos documentos, o de informaciones desvanecidas en el tiempo. Intentan, sin embargo, a través de una notable y extensa recopilación, averiguar qué grupos humanos y cómo vivían en lo que actualmente son Ecuador, Perú y Bolivia. Realizan un inventario de los grupos de selva y su proceso de supervivencia, extinción, asimilación y aculturación de 1534 a 1873. Cabe aclarar que hablan de conjuntos emblemáticos o representativos de los cientos más pequeños que formaban parte del contexto general indígena. De un gran total de 137 acuerdan la supervivencia de 58 de ellos, la extinción de 79, 38 en proceso de extinción y 10 asimilados o en proceso. Sabemos que estos datos son otros y peores hoy. Aunque, como en el caso de los Yuquis, etnia a la que dan por extinta, felizmente aún no se ha cumplido.

En estimación “un tanto aventurada” narran que para el tiempo de la conquista y la primera etapa de colonización, allí vivían un millón de personas. Luego, en 1768, a tiempo de la expulsión de los jesuitas, ese número se habría reducido a cerca de ciento cincuenta mil. Los detalles de semejante masacre son varios, entre sobre explotación, enfermedades traídas por los advenedizos, incursiones portuguesas, holandesas, guerras internas y más. “De todo lo que se ha dicho, resaltan dolorosamente, en este itinerario de reconocimiento e identificación étnicas, dos aspectos fundamentales, los dos ligados y dependientes entre sí: el despoblamiento demográfico y la extinción biológica”.

Triste y apasionante recuerdo, y recuento, de algo que todavía, aunque muy mermado, es parte de cada país. Lo referente a Bolivia no deja de sorprender, historias hacia las que no hemos tenido mayor interés y menos apego, y que hoy, cuando se proyecta otra “entrada” hacia los indios (entradas se llamaban las expediciones de conquista), en pos de minerales e hidrocarburos, se renueva con toda su tragedia. Cuentan que hacia 1534-1550, por ejemplo, los sirionós sumaban 5000 individuos. Censados en los años noventa no pasaban de cuatrocientos. Detallan, además, que el drama de este grupo humano fue el de poseer salinas en su territorio. Bastante motivo para que fuesen esclavizados y pronto obligados los supervivientes a internarse en la selva.

“Al momento de la conquista, si se considera el ciclo conformado por el espacio comprendido entre los años 1539 a 1560 (21 años), por los innumerables datos históricos que se han logrado revisar, se conoce que las selvas bolivianas (Alto y Bajo Beni, Madre de Dios y los Llanos Orientales, principalmente el Chaco Boreal y Central) contaban con un total de VEINTE Y CUATRO (24) familias etno-lingüísticas diferenciadas, agregándose a ellas más de un millar de grupos etno-lingüísticos y comunidades. Para esa época los más numerosos, estaban constituidos por Mozos, Chiriguanos, Chiquitos y Guarayos, de los que encontramos abundantes referencias en los documentos coloniales”.
20/6/13


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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 21/06/2013

Fotografía: Indios chiriguanos 

Wednesday, June 19, 2013

Domingo es de nostalgia

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cuando uno trabaja toda la noche del sábado y encuentra el domingo amanecido, como amante recalcitrante y cansada, difícilmente tenga el tiempo de otras personas de encontrar al domingo un día amargo. Porque las amantes apasionadas entreabren los ojos y en su mirada parece que, según pasa en los otoños del norte, la niebla corre a ras del suelo, dando a la realidad un carácter ilusorio, bastante para sumirte -enfrascarte- en un rito de placer que te hace seguir el precepto religioso de que este es un día de descanso.

Aurora, domingo lluvioso. El trabajo y el amor han desterrado cualquier ilusión depresiva. Al contrario de otros días, hay silencio ¿y qué? La brisa entrechoca las persianas; el aire se filtra y la luz se filtra. Espectros longetudinales acosan las paredes opuestas a la ventana. Por la acera interior del complejo de departamentos observo a la amante húngara esquivando los charcos. Lleva un capote militar, lo calza irreverentemente, como aditamento a su belleza: se burla de la marcialidad. Cuando trae botas, también militares, obvia los clamores de guerra que la historia ha puesto en estos objetos de y para pie. Al diablo con capitanes y comandantes: las mujeres, subrepticiamente, se han encargado de arrebatar a los uniformados sus emblemáticos trajes para utilizarlos como cosas de mujer.

Retorna, con la lluvia como se fue. Está desnuda debajo del verde capote. Otoño. Mojada se tira sobre mí. Fotos de Budapest decoran la mesa de noche. Las persianas suenan a choque de espadas. Una guerra fugaz y estremecedora se dispensa en la cama. Háblame en húngaro, le pido, y susurra como invocación algo como szeget, szegetet. En el sonido vive el rito, no en la traducción, y me basta; no busco en diccionario, no pregunto.

Se marcha la lluvia. Un avión cruza el azul cielo montañés. Ocho días, dos domingos. Cuando sube las escaleras que la roban, con un ágil golpe de mano mueve la falda y contemplo sus muslos. Torna el rostro, sonríe, y no la vi más.

Domingo amargo..., nunca lo ha sido. A veces, o a ratos, domingo de nostalgia.
octubre 2008

Tuesday, June 18, 2013

Dineros mal habidos/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Una cosa queda clara acerca del socialismo del siglo XXI: hurto. El difunto coronel Chávez, golpista como Pinochet, pasó de delincuente, igual que Pinochet, para la historia. Los centenares, miles, de millones de dólares que dejó el bocón para preservar un feudo, van saliendo a la luz. Aquí jamás se trató de asuntos ideológico-políticos; todo fue un bien montado esquema para desecar el erario público en favor de unos cuantos. En Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina, Nicaragua, e incluso Brasil con un ávido e inteligente ladrón.

Para poder robar a plenitud se necesitaban dos cosas: el voto popular y mantener a la masa alimentada a medias y alcoholizada. Mediante bonos, no salidos por supuesto de los propios bolsillos, estos elementos delincuenciales han podido, y todavía pueden, sostenerse en una esfera de poder que les permite continuar enriqueciéndose. Pero no cuentan con una cosa, que con el avance tecnológico los movimientos bancarios y otros asuntos relacionados van tornándose más y más transparentes. La bruma en cuanto a la proveniencia de dineros dudosos se disipa. Lo demostró el caso del expresidente Portillo, hoy enfrentando a la justicia norteamericana, camino por el que seguirán no pocos cuyas veleidades de eternidad les avivan ceguera e incredulidad acerca de males futuros.

De esta tómbola seguro que saldrán libres algunos. Dependerá de los montos y el lugar de origen, tal vez, o de cómo se tornen obsequiosos con los detentadores del capital internacional, de la manera en que les sigan el juego para que sigan lucrando como lo hicieran antes. Para ello tendrán que desnudarse de la patraña revolucionaria. Ejemplo válido, el idiota actual de Venezuela, cuyas ganas de legitimación lindan en lo desesperado. Valen papas (del Vaticano, no papalisas), embajadores, lo que sea, cualquier catalizador que frene o detenga la debacle.

En Bolivia se parte de un concepto racista que sirvió durante casi doscientos años y que todavía funciona para el gobierno plurinacional. Que se supone Bolivia, de ahí parte el concepto, país de indios e ignorantes. Por eso García, el vicepresidente, ejercita movimientos de manos, porque le han enseñado que con manos y dedos y brazos se puede embaucar a población tal. No otra es la retórica de la coca, el Tawantinsuyu, los diez mil años aymaras, jugadas del fascismo local, decoradas de tradición y costumbres, que intentan, de cualquier modo, evitar que esa población india se modernice, crezca, se internacionalice, piense y elija por sí misma. ¿Qué proponen?: vuelta al acullico, al linchamiento, al abuso femenino e infantil, al chicote, al curaca, a no transgredir límites, a estacionarse. Porque el fascismo necesita de eso: solo con tradición, raza, llegaremos a los mil años, al Reich indígena, mientras los amos se forran hasta los dientes con oro, importándoles un carajo el resto porque ellos ni acullican, ni linchan en sus casas, ni desdeñan el papel higiénico o un buen filete de lomo. Bien occidentales ellos, no importa el tinte epitelial. Que se jodan los otros, y, ojo, no solo los de la oposición…

Habrá que abrir el discurso exacerbado e intransigente para salvar las naves. En el norte saben bien quien roba y quien trafica en el país. Tienen nombres. Conocen a los que compran con palos blancos, a los que se hacen de periódicos y líneas de aviación. Si desean evitar la cárcel tendrán que dar algo a cambio. Ese algo es “su” revolución, que en términos concretos no significó nada. Total, ya están ricos, y podrán aumentarlo con la venia imperial. Pero hay que conceder. Y una buena concesión es el futuro ambiental de Bolivia. Me pregunto, ¿aparte de los caciques a quién beneficia la explotación petrolera y minera de nuestra herencia natural, parques y tierras nativas? Si no, ándense con cuidado, que las barras de hierro de la prisión son duras y heladas.
16/6/13

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 18/06/2013

Tuesday, June 11, 2013

Entre inuits e islandeses, con Ander Izagirre

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Guardo antigua afición por los inuits. Entonces les decíamos esquimales, término que, Ander Izagirre señala, no gusta a los pobladores de esta región ártica por su connotación peyorativa. Esquimal significa “comedor de carne cruda”, y en verdad lo son, según cuenta el autor, tragando él mismo con dificultad, como inmensas aspirinas, trozos de narval crudo -cetáceo mitológico-, en un viaje a Groenlandia.

Cuando mi hija Emily visitó Manitoba, le pedí que fuera, ya que no podía hacerlo yo, a la Bahía de Hudson y me trajese algún objeto de arte popular de Nunavut o Nunavik, dos de las cuatro regiones inuit del ártico canadiense que colindan con tal provincia. Eso a raíz de haber visto el catálogo de la soberbia colección de Chauncey C. Nash de arte inuit y otros fascinantes detalles.

Groenlandia, e Izagirre lo relata, ha entrado en un período en que las prospecciones petroleras, azuzadas por el calentamiento global que permitirá con el deshielo acceder al petróleo a menor costo y mayor facilidad, la casi obligan a hablar de independencia. Hace muy poco, sin embargo, esta conversación independentista se ha visto truncada en base a referencias a la tradición local de caza y pesca, asunto que en Groenlandia cruje (eCícero, 2012) se mira como cosa de ayer gracias a la globalización, turistas, muebles Ikea y televisores Samsung. El rescate del pasado, para la nueva dirigencia local que no desea romper lazos con Dinamarca, forma parte de su política de contrarrestar el en apariencia imparable avance chino en pos de los recursos naturales de la isla-continente. Con lo que eso conlleva, de acuerdo al capitalismo salvaje que idolatran los comunistas de Beijing, paradojas afuera.

Groenlandia cruje es un magnífico libro de viaje, periodismo al natural sin pretensiones que abarca un espectro amplísimo, desde la geografía a la historia, al cotidiano vivir de isleños en los dos países visitados; crónica contemporánea, leyenda, y el acre pero atractivo sabor de la aventura marina a la que nos acostumbraron los literatos del norte.

Con rapidez, el mundo inuit se ha ido derrumbando. Los cazadores de focas hoy sitúan sus cotos de caza en modernos GPS. “(…) Las focas, ignorantes de los satélites que las vigilan, mantienen sus costumbres. Los cazadores ya no”. Se ha perdido ese juego de emoción y peligro que estaba en buscar la subsistencia con pocos recursos disponibles. Los nómadas se han hecho a la fuerza sedentarios. Abuso y alcohol en la noche eterna del polo llevan al suicidio. Me recuerda un filme islandés, Noi (Dagur Kári, 2003), escenificado en Bolungarvik, mínimo pueblo pesquero del noroeste de Islandia, al pie de una impactante montaña de hielo, donde alguien acostumbrado a la comodidad consideraría imposible vivir. Aunque en Noi nadie se suicida -sí mucho en los países nórdicos y abundante en Groenlandia-, ese entorno me llevaría a opinar que en semejante geografía el suicidio debe ser la única distracción.

Groenlandia, de noche permanente y espíritus diabólicos, forma la primera parte del libro digital de Ander Izagirre. Comienza con una expedición de amigos partiendo de un punto del que Fridtjof Nansen debiera haber iniciado la suya. Como kivigtoks que se pierden en la marea blanca del tiempo hasta hacerse mitos. Sociedad cazadora que, expuesta hoy, se revuelve dramática entre pretérito y futuro; “sociedad desarraigada, violenta, desesperada”, dice el autor. Cuando la nieve se derrite, alrededor de las cabañas quedan restos de focas, sangre congelada, mierda de perro…

Luego Ander va a Islandia, la tierra que cambia a diario, la más nueva porque se remoza con estertores volcánicos día a día; la más anciana, Última Thule, de escritores antiguos y narrativas de parricidios, incestos, lobos devoradores y dioses jorobados. La de hombres tozudos que levantan otra vez sus casas sobre la lava que las ha arrasado, que utilizan el calor infernal del vientre de la tierra para calefacción de hogar, para crecer papayas y bananas en ilógicos invernaderos.

El viento azota la isla y en tres ráfagas este periodista de a pie da una imagen sobrecogedora del país. Camina sobre tierra no muy firme, por lo dicho, y admira el fanatismo superviviente de un pueblo que navegó hasta el fin del mundo. Los islandeses secan toneladas de cabezas de bacalao aprovechando los vientos helados. Las exportarán a Nigeria, afirman, porque se consideran delicadezas allá. Visita un museo fálico, falos de toda especie, centenares, que ilustrarían los vericuetos de las Once mil vergas de Guillaume Apollinaire, pero estas están disecadas, expuestas a los visitantes, y vienen de todo el reino animal (de goma, las humanas).

De Kulusuk a Husavik, de Groenlandia a Islandia, jornadas memorables.
06/06/13

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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 11/06/2013

Imagen: Portada del libro de Ander Izagirre
  

Caras y caretas/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Caras? No. Ni la tienen, ni la dan, en el sentido del valor civil de “dar la cara”, hacerse responsables de sus actos. Mostrar la cara, sí, aunque parezcan juegos retóricos estos y no sutilezas del lenguaje que se amoldan bien al quehacer político en general, al boliviano en específico.

Primero fue el TIPNIS, punta de lanza del vómito cocalero que por ahora se ha detenido. Agazapado espera, listo a saltar a la yugular de la nación y desangrarla. La coca necesita expandirse, a pesar de que los hijos de los campesinos ya no acullican y menos tienen intención de echarse atrás en la historia para reconocerse en un falso idilio indigenista. La coca levantó poblados en el pasado, ciudades, y sostuvo economías surgentes. Hoy lo hacen sus derivados, que multiplican edificios y avivan lo suntuario en las urbes y agro. La historia de siempre, la estulticia del nuevo rico incapaz de fundar con su dinero fácil estructuras para sostener el futuro.

Coca e hidrocarburos, los dos productos básicos sobre los que desea levantarse eterno el estado plurinacional, rimbombante designación para simple hurto; excesiva parafernalia doctrinaria por parte de la supuesta intelligentsia que moviendo las manos en prestidigitación intenta embelesar a un pueblo idiotizado e ignorante. Nunca mejor dicho aquello de que en país de ciegos el tuerto es rey. No solo tuerto, también bizco, y así y todo encaramado en la cima del mundo de las maravillas, desgajando, destruyendo, descuartizando la tierra como si fuese de regeneración espontánea; más que por el poder mismo, por la ambición personal e insultante fortuna.

Saben, a pesar del discurso de no ser inquilinos, etc. que sí lo son, y que la gloria es efímera como la dureza de los glúteos. Tienen que rebuznarlo porque en este juego, y en una región de las características nuestras, con atisbos de recua y no aglomeración humana, hay que mentir, y mientras se miente, se acumula. Asegurarse el porvenir y, con suerte, algo de historia. Apostar a la permanencia, mientras sustraen riqueza y la atesoran afuera, por si acaso.

El TIPNIS representó el intento fallido de la destrucción total. Ya la coca ha penetrado tierra protegida, pero de tal hecho concreto se quiere hacer política, abrir los parques y las zonas indígenas a la exploración-explotación hidrocarburífera por decreto: narcos y petroleros, asociados para dejar Bolivia exangüe, moribunda, prostituidas las etnias menores, desaparecidas a nombre del fascio aymara, del inmundo discurso plagado de parches de García Linera y del dedito sentencioso del apu mallku, el condorito.

Se veía venir, de entrada. Pero el país fue cómplice, aparte de la cobardía de políticos miopes e interesados que le abrieron las puertas al estupro masista. Es tiempo de pagar. Lo triste radica en que es tal la ceguera, tan tonta la masa que idolatra el dinero contante e inmediato, que para cuando se den cuenta ya no habrá república, ni estado, ni nada. Para entonces los prácticos y los teóricos del fascismo local habrán huido con arcas llenas, a relatar en gruesos volúmenes los detalles de la “experiencia boliviana”.

El maestro de estos alumnos, el milico Hugo Chávez, a quien se quiso eternizar y ya se esfuma como vapor de agua, da el ejemplo. No hay sustancia, ni esencia. Farsa, estrado teatral, no otra cosa. Ahora vuela como pajarraco por los cielos, y pía en los vericuetos cerebrales de su banda de imbéciles. Eso hasta que un avión que cruce el Apure llevando narcóticos a Centroamérica le rompa las alas y caiga el pajarito para que lo devoren las hormigas.

Los ladrones alistan machetes para convertir a Bolivia en un erial. Los opuestos divagan en minucias programáticas. Al menos sabemos hoy, en palabras, la verdadera intención. Necesitan droga, gas y petróleo si desean sobrevivir. Si al menos con eso dejaran de hablar, pero el silencio no es virtud de bocones.
09/06/13

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 11/06/2013
Publicado en SEMANARIO UNO (Santa Cruz de la Sierra), 15/07/2013

Imagen: Alfred Kubin

Saturday, June 8, 2013

El inflexible cocinero y director. Una visita al universo de Jorge del Castillo Blanco y sus hornallas



Isaak Babel le decía a su mujer, A. N. Pirozhkova, que “el verdadero rostro de un pueblo es el mercado. Es lo primero que piso cuando llego a algún lugar. Me basta observar qué venden y cómo lo venden para saber qué clase de gente vive allí”. Retomo esas líneas del autor de la Caballería roja, porque cuando Jorge del Castillo Blanco, chef fundador de un ambicioso proyecto, ya realidad, El Club Gourmet de Bolivia, me habla de un plan de integrar sus ideas de cocina artística, sofisticada según entendemos el “gourmet”, con las raíces de la comida popular, creo que está dando un importantísimo paso en impulsar la cocina boliviana hacia insospechados niveles internacionales. Jorge sueña con concentrar, en un espacio pulcro y sano, a grupos de cocineras de mercado, “doñitas”, les dice, para que formen parte de algo así como un tour para visitantes extranjeros, una expedición, por la diversidad gastronómica de Bolivia, por los vericuetos del sabor local. Precios asequibles, diversidad, color, ver a una población en su salsa, degustarla, conocerla, para formarse indelebles opiniones a través del paladar de lo que es un país.
No creo casualidad que el famosísimo chef danés Claus Meyer, otro explorador de las raíces culinarias de su pueblo y ahora interesado en Bolivia, haya abierto un espacio en La Paz para ofrecer a un público ávido de experiencias nuevas, lo bizarro y delicioso, aún con extrañas apariencias, de los platillos locales. Jorge lleva en eso ya tiempo, mucho antes que oyésemos que el dinamarqués indagara por la tunta y las especias centenarias. Y es que la comida, la gastronomía como representación cultural, ha ganado impresionantes espacios. No hay país que en su prensa, impresa o tevé, no comente, muestre, describa, investigue los elementos propios que sus pueblos utilizan para cocinar. Y el Club Gourmet de Bolivia hace de pionero en este creativo rescate de grandes proyecciones.
Bolivia es un país difícil. Para qué decirlo, lo sabemos. Para innovar, inventar, primero hay que enfrentar la idiosincrática barrera que ponemos a todo. Se necesita el mazo de Tor para reventar esas paredes que resultan al final de adobe calcinado. Creo que Jorge ya las horadó y el horizonte queda solo promisorio.
Fuera de su intento, y pronta realización de su sociedad con las cultoras del cocinado popular, encara shows de comida, cenas mensuales, encuentros, donde ejercita la prestidigitación con elementos tan aparentemente dispares como la trucha y la chirimoya, en delicadas combinaciones hasta con los supuestamente más burdos elementos. Como para descubrir que el prejuicio, que alcanza a la comida, tiene que dejarse de lado y mezclarse en la amalgama universal de sobrevivir con gusto y sabor.
Club Gourmet de Bolivia es un espacio real, un sitio web, una filosofía, cuyo objetivo es expandir la gastronomía boliviana hacia el mundo. Mira hacia adentro, ajena a absurdos chauvinismos. Agarra ocas y quilquiñas sin pudor y las junta a jamones y quesos de anciana tradición europea. Busca en el multicolor concierto de la papa andina, un catálogo ya en sí fascinante, innúmeras obras de arte, efímeras porque han de ser devoradas, y eternas porque en ellas se aprehende el secreto de la tierra, de los lugares donde se producen en cuestión.
Vinos de altura, platos tradicionales con requiebros narrativos del futuro. Mixtura de lo viejo y lo porvenir; el gourmet de un país todavía escondido, desconocido, misterioso como una sopa de piedras en la inmensidad del altiplano.
Tanto somos, cuanto tenemos, y sin saberlo. Gracias, Jorge.
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Publicado en elclubgourmetdebolivia.com, mayo del 2013
Fotografía: Chef Jorge del Castillo Blanco