Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El gran poeta lituano Oscar V. de Lubicz Milosz (no Czeslaw Milosz) describe a su país, Lituania, de la siguiente manera: Venid, os conduciré en espíritu a una región extraña, vaporosa, velada, susurrante. De un aletazo habremos volado por encima de un país en el que todas las cosas tienen el color apagado del recuerdo (...)".
Mi gusto por Lituania comienza en las páginas literario-históricas de Sienkiewicz. El destino de este pueblo estuvo largamente ligado al del polaco. Existió una alianza bien estructurada entre las dos naciones. Ambas conjuncionaron un potente estado en la Europa oriental. Baste saber que Lituania dio a la unión una familia de grandes reyes: los Jagellón, uno de los cuales derrotó a la Orden Teutónica en la batalla de Tannenberg (1410).
Lituania es lugar de imaginación. El otoño pudre el lúpulo mientras el barro se agolpa en los caminos vecinales. Es entonces cuando desearía estar en una posada, envuelto en pieles y bebiendo hidromiel caliente. No habría sitio mejor para la poesía. Dentro del bosque negro e interminable, donde antaño se perdían los ejércitos, corre el silencio su lengua vítrea. La tierra de Gedymin se posa quieta sobre el mundo.
Entre mis lecturas lituanas conocí cazadores de osos, capaces de partir un animal de una sola cuchillada; abetos seculares; familias enteras de guerreros que abandonaban sus casas tras míticos invasores turcos...
La literatura popular lituana es rica. Héroes, ogros, serpientes parlantes comparten una simbiosis de mundos. La fluidez de su narración hace que en torno del sitio se cree un vaho de exotismo que esfuma los límites de lo irreal o lo concreto.
Lituania fue hollada por rusos, suecos, tártaros, alemanes y mantuvo su esencia. La gran arboleda -como podríamos definirla- parece inviolable.
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Publicado en TEXTOS PARA NADA (Opinión/Cochabamba), 05/01/1988
Imagen: Gediminas, Gran Duque de Lituania. Grabado del siglo XVII
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