Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Tiro los dados. La mano izquierda juega con la derecha. Llueve. Tanto leer a Jorge Muzam y su ya mítico San Fabián de Alico, me parece que cada día llueve, aunque Colorado está casi al borde del desierto. Llueven meteoritos, cierto. En la noche caen cuando nadie los ve, sobre las tierras indias de la pradera, el cerro, mientras los animales, coyotes, zorros, mapaches, mofetas, ciervos, algún puma perdido o un oso negro desterrado y yo, subimos y bajamos las cuestas de Aurora, en intrincadas callejas y callejones sin salida.
Se huele el invierno en el otoño. He aprendido a leer en los árboles, a reconocer los ojos que brillan en esta mixtura de concreto y vegetales. Paseo por la oscuridad; observo que no soy el único. Además de los mamíferos, las volutas de aire frío movidas por el viento suelen moverse como seres vivos. ¿Está vivo el aire? Toma a ratos forma de mujer a ratos de fantasma o de mujer fantasma. Me cuesta atravesar los baldíos con mis zapatos "de vestir". Siseos que pueden ser brisa o cascabeles, víboras bajadas al azar desde las mesas, esas montañas achatadas que se miran en Golden, casi saliendo hacia Boulder.
Leo sobre el Turquestán, sobre el reino de Quito, sobre los indios de Huayculi. Abro y cierro las persianas según pase o no pase la gente. Stalker, el mirón. Es que si quieres sacar material para un personaje de tus ficciones nada mejor que observar cuando no se dan cuenta. El ser humano deja de existir y comienza a actuar si se sabe observado. Aprendo de los animales.
Una zorra de pelaje rojo y cola de punta blanca se mete entre los brezos. Si escuchas su grito sin saber de quien proviene te pensarás en otra dimensión, jurarás ser parte del más allá, sentirte privilegiado. Pero es una zorra y su lamento estremece. Como un niño, o una hembra, atenazados por el horror.
2014
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