Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Theresienstadt era el nombre del campo de concentración alemán en la ciudad checa de Terezin.
Terezin, villa de Bohemia, tenía 4000 habitantes. Cuando llegaron los nazis, evacuaron a la población y usaron el pueblo como ghetto amurallado para los judíos. Estos venían de Alemania, Austria, la misma Checoslovaquia, Dinamarca y los Países Bajos.
Allí concentraron 15000 niños. Muchos murieron en el lugar; otros fueron desplazados al campo de exterminio de Auschwitz.
Trenes que no son tales sino hileras de dolor. En la hermosa Bohemia abundan uniformes negros y grises, puertas de vagón cerradas con sollozos en su interior.
Queda el recuerdo, fiel martillo que nos veda la alegría. Sobre las paredes del ghetto, los niños dibujaban. En sus trazos hay manos entrelazadas, soles, lunas y ríos. Flores, como si la cárcel fuese prado. En su eterna memoria, un niño ha pintado a otros dos jugando a la pelota. Ninguno recordó a los guardias; no hay muertos en los dibujos. Los niños de Theresienstadt vivían en sueño. Los hombres tampoco creían en lo que sucedía, no estaban acostumbrados.
Hoy, en El Salvador, los niños pintan a sus madres degolladas, aviones que lanzan muerte desde el cielo, soldados que matan.
En Terezin, así era su nombre, los niños continuaron su infancia. Entonces no sabían. Ahora sabemos todos y los pequeños ya no estampan sus sueños en las paredes sino sus pesadillas.
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Publicado en PRESENCIA LITERARIA (Presencia/La Paz), 12/01/1992
Imagen: Dibujo de Helga Weissova-Hoskova, sobreviviente de Theresienstadt
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