Claudio Ferrufino-Coqueugniot
La tarde viene
lenta. Necesito voces. El tiempo se ha insertado en el pasado y la nostalgia
navega con pesados remos por mí.
No sé por qué
rememoro a Isadora Duncan; tal vez se deba a un rictus amargo compartido. La
veo en Buenos Aires, con el pecho descubierto, cantando el himno. Su blanco
seno es lo más cercano a una estrella.
En una memoria
de ventana danza y danza: regalo de perfiles ante mis ojos mustios.
La vida tiene
azares extraordinarios. Un día, Isadora, la bailarina, conoce al poeta ruso
Sergio Esenin, poeta de ojos de abedul, de voz de camino atardecido. Los dos,
suaves, ruedan al matrimonio con la gracia que sólo tienen los artistas. Son
felices.
Mas la poesía
no se da con facilidad: el poeta se desangra. Esenin tiene todos los sentidos
desarreglados, como pregonara Rimbaud. Se inicia la tragedia. En Berlín, entre
alcohol y rusos, Esenin desespera. llia Ehrenburg cuenta que en vano Isadora
trataba de calmarlo: Esenin rompía la vajilla. Al final se separan. Esenin
muere años después… ahorcado.
Isadora
continúa bailando. Moscú, París... Sus piernas son más hermosas.
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Publicado en TEXTOS PARA NADA (Opinión/Cochabamba), 1988
Imagen: Isadora Duncan in 'MAZURKA, Chopin Opus 17, No.4' in 1915.
Hermoso homenaje para una Hermosa mujer!
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