Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Robert D. Kaplan
escribía en 1999 (Viaje al futuro del
imperio/La transformación de Norteamérica en el siglo XXI) acerca de los
posibles caminos que tomaría la sociedad norteamericana (término demasiado
aglutinante para semejante variedad) en las décadas por venir. Economía y
diversidad étnica; patrones generales de conducta y multiplicidad de enfoques
entre pueblos totalmente diferentes entre sí, juntos por azar y necesidad
dentro de unas fronteras que no limitan ni siquiera la imaginación.
El término va
quedando obsoleto. A pesar de que las tropas de EUA continúan, porque lo exigen
estatus, prioridades de tipo económico o político, el país va transformándose
en su interior, delineando perfiles propios según el origen de sus
participantes y en áreas específicas. Se forman contornos de feudo, alineados
de acuerdo a la rama de la economía a la que se pertenezca, raza, nivel de
ingresos, educación. Poco a poco, la juventud rica y profesional va desplazando
a los otrora habitantes de los downtown urbanos, negros, blancos y latinos
pobres, permitiéndoles a estos últimos, con el producto de la venta de sus
hogares en los centros de la ciudad, irse a las afueras a habitar en una
supuesta mejora de condiciones de vida, pero con la pérdida de la memoria del
lugar donde crecieron. La movilidad social, vertical u horizontal, de los
Estados Unidos siempre fue paradigmática, pero ahora da la impresión de que lo
que se deja atrás ya no pertenece más. No hay vuelta porque apenas uno se
aleja, se construyen murallas detrás. El ghetto se remoza hoy en el país más
poderoso del mundo, pero con características excluyentes que no siempre son
dramáticas según lo que el término evoca. Hay ghettos yuppies y ghettos empresariales,
vecinales y profesionales. Espectro que destruye la mística igualitaria que
construyó esta nación y la asocia más a las prácticas de sus vecinos al sur,
con sociedades altamente estratificadas.
El riesgo de ello
está en lo que magníficamente el cineasta uruguayo Rodrigo Plá mostró en La Zona (2007), filme que detalla en
cómo un pudiente barrio de ciudad ejerce sus propias reglas al interior de su
recinto cerrado y donde el Estado, representado aquí por la fuerza policial,
deja de tener importancia. Multipliquemos este hecho singular por miles y
tendremos un problema. No ha de pasar mucho, un par de décadas, para que esto
influya en la imagen del imperio entre comillas, porque cada grupo defenderá su
particularidad y sus intereses, sin que ello implique estar de acuerdo con las
otras partes y menos con el todo.
Kaplan pasea por
Los Ángeles y se asombra. Caminar por sus barrios es como excursionar el mundo
entero. El detalle no solo tiene características de folklore local. Los hindúes
adquieren propiedades en barrios marcados, que irán adecuándose sutilmente a
sus peculiaridades. Los iranios hacen lo mismo; los mexicanos también. Quizá
existe un único y gran perdedor en este caldo de transformaciones: el negro
norteamericano, incluso vilipendiado por sus congéneres africanos recién
arribados. Quizá hablásemos de un estigma que ha marcado a los descendientes de
esclavos que se refugian en trabajos públicos pero que van perdiendo más y más
la endeble situación de mejoría que alcanzaron luego de las luchas por los
derechos civiles.
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 19/05/2015
El periodista Enric González, contaba que había hecho cierta amistad con un traficante minorista de marihuana jamaiquino de Nueva York que se sentía muy superior a los negros norteamericanos, a quienes consideraba que el sistema educativo los convertía en seres apáticos y conformistas, convenientemente preparados para desempeñar los trabajos más humillantes. En contrapartida, él argumentaba que la educación en su isla era mucho mejor porque habían heredado el sistema británico. Y el dato este que mencionas de que hasta los recién arribados africanos los menosprecien es sorprendente. Creía que era al revés, por aquello de que el “dueño de casa” siempre se da cierta importancia frente a los foráneos o nuevos inmigrantes. Siempre se aprende de tu experiencia en suelo norteamericano. Saludos.
ReplyDeleteEl negro norteamericano por lo general menosprecia al africano. La antipatía es recíproca. Unos supuestamente descienden de hombres libres y otros de esclavos. Las diferencias económicas pesan y también pesa el mestizaje común a casi todos los de Norteamérica. No hubo mujer negra esclava que no fuera violada. En un mundo como el africano de tradiciones tribales, prejuicios, supersticiones, y largos etcéteras, cualquier detalle de estos tiene influencia en su percepción del otro, así se le parezca en fisonomía, en color, y hasta en actitudes ancestrales que aún perviven inconscientemente acá. Saludos, José.
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