Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Debajo de la lámpara, una escultura africana: mujer de cuello oscuro, de ojos maderales sin pupilas, de largas orejas y dos labios como párpados cerrados.
Salomé, de Gustav Klimt. Pezones resplandecientes. Así comienza mi cuarto, con el escritorio en el que tengo los lapiceros.
En la pared está Kafka, sobre la ciudad de Praga. Abajo, una leyenda en francés. Lo obtuve una noche, en Dupont Circle, cuando cazaba arte por las vitrinas de Washington.
Kiki de Montparnasse muestra la espalda retratada por Man Ray. En el ropero, Aubrey Beardsley. También un poster muniqués y una mujer de Egon Schiele. Todas hembras, rodeándome, excepto Kafka.
Ropa sucia. Cartas, cuchillos y aspirinas. El libro de Judith Lisanski, amante. Jack London. Los Virginianos. Beatles, Midnight Oil y Carlos Paredes con su guitarra portuguesa.
Es el entorno del poeta, grande y solo. Sobre el techo de enfrente, el hielo no se puede despegar...
_____
Publicado en Opinión (Cochabamba), 21/03/1990
Publicado en VIRGINIANOS (Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1991)
Imagen: Aubrey Beardsley
Diversas atmósferas en una sola. Muchas brisas en un solo aire. Hoy respiro tan hondamente como nadie.
ReplyDeleteGracias querido Claudio.
A ti, Pablo, cultor de esas brisas y tantas otras. Abrazos.
Delete