Claudio Ferrufino-Coqueugniot
México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, siguen repitiendo los jóvenes progresistas de Denver. Pero México es mucho más para que solo nos compadezcamos de él. A pesar de las graves deficiencias de casi todos sus gobiernos después de la revolución, ha mantenido la frente erguida ante su vecino norteño. Ahora quiere aprobar una ley que contrarreste la infame verborrea que el fascista Jesse Helms ha plasmado contra Cuba. Defiende igualmente a los ilegales que cruzan la frontera, alegando que todo mexicano tiene derecho a ir donde se le antoje, y que el gobierno no tiene por qué impedírselo. Es un paso importante para enfrentar la estupidez norteamericana que quiere levantar un muro, mayor que el de Berlín, a lo largo de toda su frontera con México, como si eso fuese a evitar que nosotros, latinoamericanos, ocupemos una tierra nuestra desde siempre.
Lo paradójico es que, hablando de Chiapas y los zapatistas, el gobierno mexicano permita, e incluso demande, el apoyo de asesores gringos para la lucha contrainsurgente. Es comprensible que siendo nación parlamentaria, se aprueben cuestiones muy disímiles entre sí. Pero debiera mantenerse inconmovible respecto a su autonomía, como en general lo hizo.
Hablando ahora de ese otro México, cercano e inmigrante, vimos que en un problema racial de las escuelas públicas de Denver, Colorado, este año, los estudiantes chicanos tomaron posición: aparecieron en la primera plana de los periódicos envueltos en banderas mexicanas y pisoteando el emblema de los Estados Unidos. No propugno nacionalismos, cáncer insalvable, pero hay actitudes inmediatas, como esa, que hay que aplicar.
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 22/06/1996
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