Paso el sábado
con lecturas y videos acerca del alzamiento, presidencia, exilio, guerrilla y
asesinato de Francisco Caamaño Deñó, en la República Dominicana. Recuerdo un
SIETE DÍAS de los años 70 que anunciaba su muerte. Una de las fotos, o la foto
que acompañaba el texto, mostraba al militar con otros rebeldes. El pie de
página rezaba: El “Ché” Caamaño Deñó,
con la obvia comparación.
Luego leo a
Montaner que describe a Evo Morales como una “calamidad”. Al menos Montaner es
inteligente, no la bestia de García Linera con opiniones cada vez más
ostentosas y estúpidas. No sabe otra cosa que los beneficios infinitos de la
coca, sigue el cubano. Con razón.
Acá no existe
aquello de que el rey ha muerto, viva el rey, porque este monarca que se trepó
en la silla y construyó su nicho sagrado en ella, no muere. Si hemos de creer a
sus acólitos, entre ellos García que es creyente además de exitoso comerciante,
amén de pobre pitagórico, la eternidad lo ha bañado y ya no solo es argonauta,
astronauta, eternauta sino otra pierna de la Santísima Trinidad que con él
adherido se convierte en el Santísimo Cuadrúpedo. Dispone, según el
vicepresidente, del interruptor para apagar sol, luna y estrellas. Nos privará,
cuando quiera, del triste Neruda que no verá titilar más astro alguno.
Caamaño… De niño
creía en él como creí en Guevara. Luego se progresa y si algo se aprende es
acerca de la inutilidad de los muertos, al menos en América Latina donde los
populistas de hoy profanaron cualquier halo de santidad y épica que tuvieron
los sacrificados. Cabe pensar que si las crías son estas, cómo hubiesen sido
sus progenitores dándoseles la oportunidad. Está Castro, la momia, el momio,
para recordarlo. Siempre tuve un prurito en contra suya y poco creí en su barba
que contradecía el falsete de su voz. Y en casa se decía, cuando murió Camilo
Cienfuegos, que lo mató Fidel.
La primera vez
que leí, muy joven, Las venas abiertas de
América Latina quise llorar. Luego hice una tutoría en español con el libro
y entendí, junto a mi lectora anglosajona, que no era más que un breviario que
dejaba más en blanco que lo que cubría con palabras. Vale como mérito investigativo,
pero es poco sólido.
Carteles con el
rostro de Huber Matos cubrían las paredes de Cochabamba en la infancia. ¿Quién
los colgaría? ¿Falange Socialista? Pero por un par de décadas fue el traidor. Al que asome la cabeza, duro con él, Fidel,
Fidel. Matos la asomó. Sus memorias cuentan otra cosa, la apropiación
indebida de los Castro del mérito colectivo, la divinización, el temprano culto
de la personalidad, la cobardía y el acecho. Cierto, lo tomo de C. Wright Mills,
que Estados Unidos tuvo gran parte de culpa en la forma en que aquello se
desarrolló. Pero el germen existía y el déspota todavía se niega a morir. Los
placeres terrenos, el oro y la lujuria del poder, no lo dejan abandonar el
paraíso.
El paraíso, tema
profundo en las luchas de liberación. Visité Cuba y para mí fue edén; país
extraordinariamente bello, gente talentosa y de vasta cultura, amigable.
Discutí con un marxista brasilero acerca del capitalismo aymara, que en lo
personal era eso y no otra cosa, igual al imperial con diferentes matices. Nada
pude contra la ortodoxia. “Evo” era Marx reencarnado y el dispendio,
explotación y despilfarro plurinacional parte de la revolución…
Desayunábamos
toda clase de cortes fríos, hormas de roquefort, camarones grandes como una
mano, frutas, panes varios, jugos. Hartado salía a caminar para ser
inmediatamente detenido por alguien obviamente miserable que pedía que le
regalara mis zapatos, la camisa, la lapicera, un chicle. Este, el chicle, era
buscado como pepita de oro y solo vi una tiendecita en el rellano del lujoso
hotel que los vendía detrás de mostradores de vidrio.
Las mucamas
pedían los jeans, el lápiz labial de la esposa, la afeitadora, pasta dental.
Las aduaneras, al salir, preguntaban si nos quedaba algo de shampú.
25/01/16
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 26/01/2016
Imagen: Gerald Scarfe
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