Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Diga lo que diga
el infantil energúmeno, está comprobado que la Rusia de Putin puso su
inteligencia a trabajar para que el “republicano” fuese elegido presidente.
Cierto que Trump es inestable, caprichoso, vanidoso y avaro, detalles que
podrían alterar el curso de sus esperadas reacciones, pero, a la larga, y con
mucho, sería más manipulable que la dura Clinton. Apostaron por él, y
triunfaron.
Pero la cosa no
parece estar en definitiva suave y lisa para el futuro mandatario. Tanto que
hasta es posible que su legitimidad sea cuestionada y que la zozobra ligada a
ello termine pronto en un impeachment que lo expulse como a Nixon. No solo por
el affaire ruso, también por las ligazones económicas de Trump alrededor del
mundo y que en pocas palabras se niega a dejar en su totalidad. Hombres de
negocios hindúes lo visitan en su torre neoyorquina; el presidente turco afirma
que Trump le habló de negocios particulares suyos en Turquía cuando lo llamó
para felicitarlo. En el caso de Taiwán, sucede que la nueva familia real tiene
proyectos millonarios en la isla y que la defensa a ultranza de la conversación
–inusual- con la presidente de la considerada provincia rebelde en China fuera
para asegurarlos. Lo mismo en Filipinas. Y Rusia, claro, donde hay cientos de billones
de dólares en la mesa.
No en vano en
carta firmada por gente de importancia en los Estados Unidos se dice que Trump
utilizará la presidencia en beneficio propio. Lo que echaría por la borda
doscientos años de progreso y, aunque pausada, la democratización interna del
país en cuanto a razas, géneros y más.
En un extenso
reportaje del New York Times (11/12/2016) sobre cómo actúa la Rusia de Putin
para acabar, desacreditar o eliminar a sus rivales políticos, el disidente
Vladimir Bukovsky narra la manera en que los servicios secretos de su país de
origen plantaron evidencias de pornografía infantil en su ordenador para
causarle problemas con la ley inglesa. Eliminaron a Litvinenko en Londres; la
periodista Anna Politkovskaia que desenmascaró la guerra en Chechenia fue
asesinada. La difamación de carácter se ha hecho práctica común.
Con Donald Trump
presidente, Rusia se asegura manos libres en Siria; sabe que el genocidio en
que participa con fruición será obviado en aras de intereses privados de un
lado y estatales del otro. Ucrania puede ser total pasto de la ambición del
exespía de la KGB; lo mismo los países bálticos. En Estonia los jóvenes se
entrenan ya en tácticas guerrilleras ante la posible inmolación de su
soberanía.
Trump se
considera a sí mismo un intocable semidiós. Alarga la trompa para delinear sus
cambiantes opiniones de forma que parezcan las de un sesudo pensador. Se habla
de su capacidad para los negocios; también, menos, de su habilidad para el
embuste. Lo han llamado “con man”, el gran embaucador. Y otra cosa no es. Su
elección sirvió por supuesto para destapar horribles contradicciones de un país
que juraba haberlas superado. La existencia de ignorancia y deficiencia
intelectual en una masiva parte de la población norteamericana, no acorde con
el nivel de vida acostumbrado desde la época de oro luego de la victoria en la
II Guerra Mundial. Destape que si no se toma en serio destruirá para siempre en
algunas décadas esa al parecer indestructible, e insustituible, fortaleza.
Creerá en su
fuero interno que Rusia va a servir para sus propios designios. Error. La pena
que el costo no lo pagará personalmente. Ha puesto en juego, y en oferta, un
país entero. No en vano un congresista demócrata de Texas asegura que nada peor
podía haberle pasado al Partido Republicano que la jefatura de este hombre.
Festejaron en
Moscú, en la Duma, con champaña su elección. El espumoso trago correrá como
agua entre ricos y déspotas en uno y otro lado. Los tontos útiles que votaron
por él, la supuesta “clase trabajadora”, tendrá que absorber el golpe.
12/12/16
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 13/12/2016
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