Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Revivo Virginia. El aire de verdes hojas y un cardenal, ave de árbol frente a mí, al balcón de tubos metálicos, blanco color desgastado.
No se oye a los vecinos. Jamás los he oído; mejor. Mi silla y los maderos agrietados del piso son el rumor del domingo. Y el pájaro salta rojo rojo entre las ramas.
Muevo el café. Si una galleta cae al suelo será para las ardillas, para la gris que se descuelga desde el tejado cuando me voy.
Mesa redonda. Sol filtrado por pinos y alerces nuevos. Conmigo, los únicos libros que traigo de Cochabamba: Borges y Emily Dickinson. Uno me enseña Nueva Inglaterra, me hace leer a Henry James; Dickinson trae a mi hija, entre sábanas blancas como sus vestidos. Virginia, domingo; cardenal y libros.
Norma Barrientos telefonea. Su voz de dos años me imagina Virginia, los días de casa sin muebles, de alcoholizados vehículos que corren a Nueva York, detrás del espejo.
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Publicado en OPINIÓN (Cochabamba), 21/05/1992
Imagen: John James Audubon, 1808
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