Lo principal: el
desastre que comienza el viernes con la entronización de su majestad Donald
Trump el Único. Luego, la ausencia de su mujer, eslovena escultural y desnuda,
ya con matices de vieja excavando concavidades de ojo y barriguita
inconcebible, inevitable y triunfal.
Apareció en las
primarias republicanas algo, también en la contienda que derrotó a Clinton. La
ejercitaron con miseria en dotes de orador hembra y se burlaron del fracaso de
su siempre menor condición de inmigrante. Después desapareció. Algún tabloide
la mostró desnuda; otros semidesnuda, con pezones amarronados de amplia sombra,
no de aquellos chicos y puntiagudos que parecen lápices. Allí comenzó su
declive, la penumbra de un exilio cercano pero obvio, además de la imposición
de que dijese que era su voluntad el alejamiento y que la educación de su hijo,
el ambiente, la escuela, etc., para mantenerla al margen. Claro, si
supuestamente Melania Trump ejerció de meretriz en sus días italianos, como
tantas mujeres de Europa del Este castigadas por la historia y con el único
recurso de su cuerpo, no quedaría bien con el conservadurismo del partido del
elefante, el de la moralidad sin tacha, de las armas descontroladas y
atrocidades semejantes. No podían ellos, pacatos e hipócritas, permitir que la
figura en cueros de Melania se mezclase con el ropaje “decente” de las matronas
de la antigua-nueva “América”. La hicieron a un lado. En su lugar depositaron
la vil pero rubia y bastante Barbie hija: Ivanka, a pesar del inocultable
eslavismo de sus rasgos físicos porque viene de checa, como la segunda es
eslovena.
Ha lugar,
conociendo el historial perverso y pervertido del presidente que viene, el de
la sospecha infame en cuando a Ivanka. Lo ha dicho él mismo, que si no fuese su
hija… el pecado, Electra… bueno. Otra historia será cuando se disipen las nubes
de la tormenta. Por ahora esperemos que la Primera Dama legalmente constituida
se asome al menos al baile inaugural. Como Cenicienta le corresponde, así la
guarden después en caja metálica de galletas para evitar la vergüenza.
Lo tragicómico de
todo es que los Estados Unidos que se creyó no solo el policía del mundo sino
el ejemplo moral de la humanidad se cebe en el pasado de la esposa para ocultar
que no vivimos en una sociedad de azahares. Aquí lo que prima es la actual realidad
de que el país no tiene ningún asidero moral para dictar cátedra a nadie.
Acaban de colocar en el sitial más alto a un delincuente de variados perfiles:
violador, pervertido, abusador, ratero, embaucador, estafador, traidor y tantos
sustantivos y adjetivos como quepan en un currículo de abominaciones. Ya no
pueden, nunca más, justificar arrebatos guerristas, intervenciones, asesinatos,
cambios de gobierno después de esto. Y no lavan, por supuesto, la mácula
imborrable que se extiende por su sociedad escondiendo a una mujer que con todo
derecho de supervivencia vendió real o supuestamente el culo. Ese es un pecado
venial comparado con los del magnate, quien, además, impondrá sobre el planeta
sus esquemas libidinosos y retorcidos hasta alcanzar el clímax a que su
estupidez apunta: la destrucción general completa.
Al inicio la
mujer me cayó pesada. Hizo comentarios tontos sobre el marido que, luego,
diseccionándolos descubrían un elemento concreto y peligroso de su carácter.
Hace meses que no se la ve, ni a su hijo, de rostro eslavo y de lengua eslovena
según dicen. Este delfín pequeño ha sido por igual avasallado por los hijos
mayores de Trump, de similares gustos delictivos.
Como en los
cuentos familiares medievales da la impresión de que aquí hierve una caldera de
conspiraciones, ambición, lujuria, avaricia. Estados Unidos piensa que alejando
a la mujer que mostró las entonces apetecibles nalgas en público se lava las
manos; se equivoca. Al fin la sociedad corrupta se destapó y entonces cambian
las reglas del juego, en cualquier arena.
16/01/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 17/01/2017
Extraordinario escrito, querido amigo.
ReplyDeleteGracias, Jorge.
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