Negro es el color
asociado al mal. Vendrá de la noche que trae miedo. Claro que en el
¿desarrollo? de la humanidad sirvió para catalogar incluso razas: el negro lo
es porque carga pecado…
¡Qué difícil ha
de ser para Donald Trump tener el busto, bien negro, del doctor King en la
Oficina Oval, esa donde se decide la supervivencia del mundo! Por ahí se dijo
que la figura había sido removida; luego reapareció. Sería una pésima jugada
política hacerlo. Estará mirando el santo que no era muy santo y sí humano,
desde la espalda del peluquín infame que se posesionó del lugar, cómo marcha el
país, que ya, a tres días de su inicio, ha comenzado a desfilar con paso de
ganso. No mejor muestra que el pequeño secretario de prensa, exaltado nazi de
calcetines rosados, mintiendo de manera flagrante acerca de la famosa e
inexistente mayor multitud “jamás vista” en la posesión del 20 de enero y
atacando a la prensa.
Trump es
Cristinita Kirchner, Evito Morales, el tenor Correa, el nuevo Somoza: Ortega,
los Castro y el resto multiplicado por cien. Los populistas del siglo XXI, los
del fin del mundo, quedan opacados ante la avalancha de su misma retórica en un
país poderoso, armado con bombas nucleares. Las características que los hacían
“únicos”, a los del sur, viajaron hacia el norte dejándolos en su limitado y
triste mundillo tercermundista. A lo sumo podrán aspirar a recibir la venia del
rubicundo caudillo de los Estados Unidos y echarse a los pies para recibir
bendición.
Este cambio
geográfico de un mismo discurso, de la exacta copia en el trato de la
información, en el temor a la prensa y las libertades, en el racismo que va de
un lado y del otro, muestra que la infatigable “izquierda” latinoamericana no había
sido más que burdo plagio del maestro de todos, del de Trump, Lula y Morales:
Adolfo Hitler.
Ya es difícil
bregar con las opulentas oligarquías en nuestros países arrasados por miseria,
sequía, polución, para tener el serio problema de un caótico, con visos de
travieso en el peor sentido, plan de destrucción masiva, más dramático y
peligroso que la locura del líder norcoreano y la guerra del Oriente Medio: el
sacrificio del mundo a través de la liquidación de la protección
medioambiental. Los números que maneja el novato presidente de USA para
convencer a las multinacionales de trabajar de manera local son aterradores
porque oferta el total descontrol en cuanto a regulaciones ambientales, el
olvido de derechos laborales y cuanto pueda venir de ello. Todo bajo la
estúpida mirada de la mitad de la población votante que todavía cree en hadas -armadas
de carabinas- y en que la llegada de este al parecer último y auténtico
Anticristo traerá por fin el paraíso, blanco e iletrado, mugriento y perezoso.
Los periódicos
norteamericanos calificaron de “oscuro” el discurso inaugural de Trump. Se
viene, deducen, la guerra económica, una en la que los que saldrán peor parados
serán los trabajadores que votaron por él. Claro que el hombre tiene oficio en
el arte de manipular y juega con las emociones de gente en cierto sentido
desesperada. Pero la economía se maneja por encima de subjetividades. Trump lo
sabe, decreta para sí mismo y el entorno billonario alrededor. Por un tiempo
podrá mantener la figura de que se está logrando algo, meses en que las
ganancias de los ricos alcanzarán enormes figuras, hasta que se caiga y retorne
a la cruda realidad del fracaso. Para entonces, si las instituciones en
apariencia sólidas no se defienden, habrá llegado el momento de resbalar hacia
la sima como país.
The Donald,
hombre con distintivo corte de cabello, así como Hitler era reconocido por el
flequillo, entró a una mansión construida por esclavos en mármol blanco en
ironía infinita. Si ha de quedarse allí, y cuánto, no sabemos. Solo que el
viento parece cambiar de trayectoria y los blancos bloques de los muros
transformarse de pronto en mármol negro.
23/01/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 24/01/2017
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