No hay literatura
sin crítica literaria. Esta observación, tan obvia, tan simplista en un primer
examen, asume la dimensión de una rotunda verdad a la hora de analizar lo que
pasa en la literatura boliviana. Nuestra producción bibliográfica es más importante
de lo que se cree y, sin embargo, pocos lo saben. Se publican libros que, en
muy raras ocasiones, merecen, así fuese en el marco de una modesta crónica,
juicios de valor que, en resumidas cuentas, conforman un proceso crítico que
define la mayor o menor significación de un texto que alcanza la estatura del
libro.
Ese es el caso de
VIRGINIANOS, poesía en prosa de Claudio Ferrufino, que se publicó el año
anterior y no ha merecido aún, salvo alguna que otra referencia informativa,
una crítica capaz de darle la proyección que tiene. No es un libro más,
producto de esa grafomanía poética que menoscaba la auténtica literatura.
Claudio Ferrufino es un extraordinario poeta. Constructor estético, en el
sentido de explorar con la palabra el mundo, y nunca mejor utilizado este
término, de hoy o de ayer, desde una soledad metropolitana que define el
título: VIRGINIANOS.
Desde Virginia,
donde vivió y padeció, Ferrufino intenta rescatar, o mejor dicho capturar,
aquellos asuntos que le preocupan. Es, en ese sentido, un trotamundos trágico y
lúcido. Pertenece a esa clase de poetas que no se arredran ante el infierno. “No,
mientras las manos recojan una mirada, un vientre abultado, esta paloma negra
que corretea por el pasto, a la misma hora en que se atestan los buses y los
pasajeros hablan inglés”. Los VIRGINIANOS se perfilan en algo así como el
prólogo de una escritura que está en camino de textos más logrados, quizá en el
género de la novela o del cuento, que parece constituirse en su búsqueda más
apremiante.
Ahora, en este
hoy casi demente, Ferrufino descubre sus herramientas, modula su voz para su
propio oído y quizá no sepa con exactitud hacia dónde ir. Se lo percibe como un
prófugo, alguien que escapa en círculos y regresa, una y otra vez, al punto de
partida. “Son los siglos sin movimiento. Estatismo extasiado de los cuerpos. La
voz es como la niebla. Y la niebla se levanta en la mañana, cubre el horizonte,
olvida el porvenir”.
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Publicado en
CORREO Literario (LOS TIEMPOS/Cochabamba), 21/05/1992
Imagen: Copia de
la publicación
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