“La noche estaba
mediada y luminosa se levantaba la luna”, dice uno de los pocos fragmentos que
quedan de La Pequeña Ilíada (atribuida
a Lesques de Pirra o Mitilene), poema perdido del ciclo troyano. Habla del día
de la invasión aquea a Troya. Los eruditos clásicos de acuerdo a este verso
aseguraban que las naves llegaron a las costas asiáticas el octavo día del mes
de Targelión del calendario ático, correspondiente a mayo.
En marzo de 1969
abrí La Ilíada de Homero en el mejor
regalo de cumpleaños que mis padres podían hacerme. En parte me condenaron,
digo.
Me obsesioné con
la figura de Héctor y me interesé tanto en la Guerra de Troya que perseguí
enciclopedias, poetas griegos y lo que pude para reconstruir la historia que
falta en Homero. En él está el recuento de las naves, de una poética sin par; imagino
el negro Ponto y las negras o rojas embarcaciones. El ciego comienza con la
cólera de Aquiles, la ausencia del héroe y el tambalearse de la expedición,
asustada de que los teucros llegaran hasta ellos y les prendieran fuego. Vinieron
Sófocles, Eurípides, Virgilio, Ovidio, para parchar vacíos que por casi
cincuenta años parecieron insalvables. Igual, a pesar de ello, de ellos, armé
un frágil rompecabezas con más preguntas que hechos.
Protesilao, por
ejemplo, príncipe de Tesalia que pisó primero que nadie la tierra de Troya y
pereció de acuerdo a las profecías (el astuto Ulises arrojó su escudo y saltó
sobre él, engañando al destino). No fue hasta Apolodoro que encontré detalles
de su vida/muerte, y cómo su joven viuda modeló una estatua a imagen y
semejanza suya “con la que se unía”. Ante tamaño amor, los dioses sacaron del
Hades por tres horas al héroe para ella. Cuando se fue, Laodamia, según se
llamaba, se suicidó.
Dicen que el poema de Quinto de Esmirna que vivió en la segunda mitad del siglo III después de Cristo, no tenía comparación con los versos de Homero. Para mí fue como releer al gran maestro, ajeno, e ignorante, de las posibilidades de la métrica y demás detalles. Las Posthoméricas llenaron el cuenco solitario de mis reprochables e insatisfechas aficiones. Divide Quinto su obra en catorce libros que comienzan luego de la muerte de Héctor, el vacío del hijo amado y defensor de Ilión, y terminan con el drama de los argivos retornando a casa, atormentados por los dioses en busca de venganza. Así Ayax de Oileo, que violara a Casandra en el altar de Atenea, arrojado por las olas contra las piedras y hundido por Poseidón apenas creyóse a salvo.
Dice la
introducción de la obra que Teócrito afirmaba que “a todos nos basta con
Homero”; sin embargo las Posthoméricas,
situándose entre las dos grandes epopeyas:
Ilíada y Odisea, encontró un
lugar que le permitió legado. Para mí es más; lo dicho: el ansia infantil de
saber qué pasó con los héroes después de que Aquiles arrastrara con sus
caballos el cuerpo de Héctor alrededor de las murallas, mientras Hécuba, madre,
y Andrómaca, esposa, se rasgaban los senos.
Hécuba, entregada
como esclava a Odiseo y cuyo fin tiene varias versiones. Una, aquella de que
por sus aullidos de dolor por la muerte de sus hijos se convirtió en perra. Hay
todavía, en el Quersoneso, actual Ucrania, una formación rocosa que se conoce
como “el sepulcro de la perra”. Andrómaca, amante esposa de Héctor Priámida,
terminó al servicio de Neoptólemo, hijo de Aquiles, para quien tuvo como
concubina muchos vástagos. En esos círculos extraños de la historia terminó
reinando en el Épiro, en las tierras que le había legado su captor, muerto por
Orestes en la infinita trama de relaciones internas que hacen tan rica la
mitología griega. Un nombre lleva a otro; un reino al siguiente; Eneas a Roma y
así…
El Libro I (al
igual que otro poema perdido del ciclo troyano, La Etiópida) trata de Pentesilea, reina de las Amazonas. Las
referencias a Hércules, a Hipólita, son recurrentes. Los dioses se entremezclan
con la vida humana, procrean, matan, eternizan. Aquiles la atraviesa, a ella y
al caballo, con la pica. Al retirarle el “casco resplandeciente (…) Caída ella
entre el polvo y la sangre, su rostro, bajo las deseables cejas, se mostró
hermoso, aun después de muerta”. El héroe se enamora de su víctima y luego mata
al griego Tersites que se burla de él.
Otra vez el
vacío, Ilión teme sucumbir pronto. No faltan notables guerreros dentro de las
murallas, pero sí la figura central que exige la epopeya. Muertos Héctor y
Pentesilea, viene desde muy lejos Memnón, hijo de Eos, la aurora, con un
ejército de etíopes y armadura que le fabricó Hefestos. Desata tremenda
carnicería entre las naves, de casco tremolante semejante a un dios. Otra vez,
Aquiles le da fin. Eos llora toda la noche; sus lágrimas se “pueden ver todas
las mañanas de frío” en forma de rocío. Fuera de mi ventana, sobre los pinos en
arbusto, lloran por Memnón.
Muere Aquiles por
dardo de Paris y Apolo. En sus exequias discuten Odiseo y el gigante Ayax
Telamonio. Se hace un juicio de las armas y el rey de Itaca se queda con la
armadura del Pélida. Ayax se arroja sobre su espada. La tragedia sigue con el
célebre listado; por Ilión aparecen Eurípilo (de la estirpe de Hércules), Paris
y Eneas. Del lado de los aqueos, Neoptómelo, Filoctetes (que trae consigo el
oráculo de la victoria). Eurípilo mata al médico Macaón, hijo de Esculapio; a
éste Neoptómelo. Las flechas de Filoctetes terminan con Paris/Alejandro.
Aparece un caballo de madera sobre la playa vacía. Dejan un voluntario cuyo
valor registra el poema. Bajo infinita tortura no cuenta la verdad de que en el
vientre del monstruo aguardan los héroes griegos. Contra las advertencias de
Laocoonte y de Casandra, los troyanos arrastran el caballo hasta la ciudad.
Incendian Troya,
saquean, arrojan al hijo de Héctor, niño, desde las murallas. Suplicio de las
troyanas (Eurípides). Neoptólemo degüella a la hermosa Políxena, hija de
Príamo, sobre la tumba de Aquiles.
Viene el retorno… y la tormenta. Los náufragos terminan en Libia, las islas ibéricas, Sicilia, Italia, Chipre, Creta. Continúan el mito y la epopeya.
23/03/17
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De TENDENCIAS (La
Razón/La Paz), 02/04/2017
Imagen 1: Aquiles
y Pentesilea
Imagen 2: Eos
recuperando el cuerpo de su hijo Memnón
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