Un turril lleno
de fuego, maderos y basura, ilumina una esquina de cuatro calles en el mercado,
en ilusoria fiesta. Los negros se calientan alrededor mientras el humo de
patatas no cocidas se cuelga del cielo.
Secamos los
guantes, mojados por el último cargamento de bróccoli. El frío tienta los dedos
de la mano, los quiere para sí. Ese fuego de turril de noche lo impide, es
amigo.
Cada uno alimenta
las llamas como puede. Recojo rotas etiquetas de cerveza Michelob y las arrojo
dentro. Houston canta a Jimmy Cotton…
La noche es la
madre de los negros, los acoge y oculta. Ellos esperan la suerte en esta África
de cemento y basura, donde los tenderos son coreanos, los patrones blancos y
los negros pobres. En la oscuridad, con la luna de Washington encima, parecen
hombres. La sombra es su reino, los callejones de moho, las botellas vacías,
las flacas muchachas que toman las calles como dormidas ninfas negras.
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Publicado en
OPINIÓN (Cochabamba), 01/05/1992
Fotografía: Mendigo
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