Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Porque lo leo y me acojono de pensar que así pensaba. Ni diecisiete tenía sino veintisiete. Pobre Violeta que quiere volver atrás, al 17, cuando yo trato de evitar regresar incluso al día de ayer. Pero, cómo no, un instante de tus piernas cubiertas de medias negras, esa Inglaterra que se hace tan blanca en tus nalgas y que el espejo no quiere creer el contraste. Los pintores de enfrente espían, no pintan, se masturban, porque ante el sol de Cochabamba que viene desde el cerro de San Pedro te desnudas y muestras. Comes indiferente llauchas rojas que venden en la avenida San Martín. Descansas las piernas, les quitas las medias de lunares porque el día eyaculó y al tiro se desmaya.
Parece que al pubis le pasaron aceite, brilla. El pintor Martínez, al frente, en esa ventana con ojos de sexo, peca como Onán. Ya murió. Con él tu recuerdo, el suyo de ti mirándote a quince metros de distancia, envidiando que te tenga yo y no él, yo que ni pinto ni escribo.
Llega agosto y te marchas. Quiero, me dices, que vivamos juntos en Inglaterra, que viajes a mi lado, te acuestes a mi lado, mueras conmigo. Menciono un rastro de sombra en mi texto de entonces: la sombra del alcohol que pone alas en mi espalda y me vuela desde pisos arriba hacia la muerte. Deseo impresionarte con mi cuerpo roto y apenas el doctor da diez puntadas y sonríe. No va a morir hoy, aunque quiera.
Para entonces ya perdí el pasaje. Un avión cruza el cielo en silencio. No te nunca veo más jamás.
13, Grafton Villas, tu casa, la dirección postal. Leeds. Los ebrios corren festejando el triunfo del Leeds United. Este borracho se recuesta en un tronco de molle que huele a orines y llora. Te busco, no te encuentro y sin embargo te quiero, dice una canción del folklore de aquí. Aquí es Bolivia y agosto ha puesto coto al cuerpo, lo ha privado de sangre, de piel, de carne, del rosa de tus pezones ingleses.
Dedicas, luego de tu único retorno, sobre un cassette de los Kinks: To the kinkiest man I ever known...
Copio ahora el epílogo del lamento que publiqué un mes después que secuestraste un avión para huir de mí y me avergüenzo: "Son las once de la noche, las cuatro tuyas. Casi en un sollozo (pensando en Evtushenko), el perro, los árboles, los amigos, la noche y yo te decimos en voz muy queda: duerme, amor...".
2017
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Imagen: Sonia Delaunay, 1908
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