Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Si fuera
entomólogo, les abriría las alitas, les atravesaría el lomo y pondría un
nombrecito: hideputa tal, jodeputa cual. En recuerdo del empalador. ¿A qué
viene esto? A ver, en medio de comentarios optimistas y fraternos sobre
emprendimientos gastronómicos, a un izquierdoso mierdoso queriendo imponer su
necedad seudo ideológica en cuanto a que uno tiene o no derecho de cocinar
comidas indias y criticar a Huevo Morales al mismo tiempo. Hay la idea de que
no se es indio, o medio o cuarto o décimo si no se pone genuflexo ante el
cacique, como si el individuo en cuestión, presidente forzado, encarnara en sí
raza e historia, que sin él no existiría el mundo. Es típico de la fábula malamente
definida como revolucionaria, pero lo extraordinario es que semejante gente a
veces ni siquiera se beneficia con sus ardores “políticos”; son cachondeos
gratuitos de perra en celo. Sucedió cuando escribí un texto infamante sobre la
Hiena, esa, senadora, cuero, gritona camba del masismo aymara. Me cayeron
encima gordinflones con traje de Superman, diputados con escozor literario, y
plebe rebuznante y mugrienta que siempre corre detrás con las nalgas sudadas.
Pero, bueno, a quién importa.
Me digo: no
escribas. Más fácil sería esperar en la noche embozada la aparición de estos
individuos y desterrarlos sin ruido. No existen ya, nunca existieron. Sus
congéneres pueblan cloacas y van desde las diminutas marrones hasta gigantescos
chulupis; a decir, sugiero, que su número no cuenta y jamás lo hizo. Entonces,
dirán, ¿para qué escribes? ¿Te tocaron, hirieron? No, simple estadística y
control de alimañas. Sin aspaviento, hacerlos aire, penumbra que tiene olor a
azahar, a cedrón que no conoce ni pena ni remordimiento masacrando insectos.
Parece un
extracto de Mein Kampf, cuaderno de notas de la policía paulista. Terrible.
Del guerrillero
facebuquense avanzamos por las sendas de la ignominia. Tropiezo en juveniles,
fraternas y exultantes palabras de amigos. No podía faltar entonces el
sentencioso, el juez, fiscal, mamá grande, trompuda del prostíbulo para alargar
el hocico. Quién otro sino el Doctor Vademécum, el crítico por gracia divina,
prolífico onanista y perpetuo pecador nefando. En Colorado encontré a uno de
los miembros del team de James Carville que socorrió a Goni en la famosa
elección que se hizo mediocre película, donde Hollywood describe a los
intelectuales bolivianos del lameculismo militante de derecha como pequeños y
solícitos tostaditos aprendiendo de sus amos gringos, inteligentes y pulcros,
el arte de la política y de bañarse una vez al día para diferenciarse de
aromáticos tercermundistas. Pues de entre ellos, los del pelón Carville, hubo
uno en cuestión que cayó casi en el enamoramiento con el Doctor Vademécum,
entonces notable entre instrumentales de segunda. No quise escuchar, pero el
yanqui se deshizo en detalles sobre las nalgas trotskistas y duras del mentado
crítico. Si vale de poco o de mucho para explicar las obsesiones de luminosidad
y exclusión de Vademécum, no sé. El gringo ofreció hasta un video que rechacé
asqueado. Era hora de almuerzo y ni pensar en el instante en que el notable se
sacaba los anteojos, los ponía al lado, y levantaba la colita como gallina
cacareante para el gozo ajeno. Si le acariciaba la mediocre barbita pensante,
tal vez. Vademécum es piltrafa arrojada por el despecho en un turril de pañales
usados. ¿Olvidó, no olvidó, aquel amor, quién sabe? Al menos salvó la elección de
Sánchez de Lozada y se impuso ínfulas de superioridad literaria que se renuevan
cuando en su oficina de recalcitrante editor y entre diarios acomoda el dedo en el ano y
piensa románticamente que hubo “un tiempo que fue hermoso y fui libre de
verdad” (canción de Sui Géneris).
2017
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Imagen: "Cómo goza la cucaracha"
No hay bicho mas asqueante que la cucaracha, estimado Claudio, menos mal que no es hora de almuerzo todavía. De chulupis está lleno el masismo, que no le temen ni a las mas infectas cloacas con tal de medrar, como el ultimo caso del Banco Unión,que apesta por todos lados cuando se van conociendo sus implicaciones. Saludos.
ReplyDeleteAsí es, José. Reverberan allí, entre la mierda, mientras adláteres letrados -digamos- inventan loas. Saludos.
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