Toda una
polémica. Una ministro(a) desgañitándose en tinta para defender a su…
presidente. Las tomas en cuestión que muestran la realidad de un individuo
regordete, sin duda cansado porque el poder, adulación, “postrecitos” a la
manera de la guerrilla colombiana (y el paramilitarismo) y otros etcéteras
deben cansar, y un periodista que hace lo suyo, Samy Schwartz, que desde la
épica de la VIII marcha indígena por el TIPNIS y con inocultable confrontación
con el gobierno de derechas de Evo Morales, colonialista, imperialista, con
dengues nazis en medio de una retórica seudo-indigenista va persiguiéndolos con
imágenes.
Veamos en
detalle: el tipo retratado, con saco de decoración india pero evidentemente con
ínfulas de riquillo mandamás; camisa de la misma laya, de mangas largas que
sobresalen para darle el necesario tono de elegancia; un edecán-sirviente del
servicio doméstico de traje militar, y un rostro abotargado por la excesiva
alimentación, trago fastuoso y secretos que por ahora no sabemos pero se sabrán.
Podría ser el rosado Trump, que a veces se pone púrpura; el amarillo coreano
que cambia a naranja; y el aymara que de marrón oscuro tiende a morado. No es
cuestión de razas sino de colores, del tono exacto para componer el retrato,
que dadas las características de estos tres, y del local, en particular, no
pueden resultar en Mona Lisas o Venuses desnudas. Por ahí sonríe Goya desde la
inmensidad, el irreverente que calcó a los Borbones tal como eran, manga de
rastreras aves, y que conmocionó como Schwartz ahora al séquito lambiscón.
Veamos: ¿por qué
la ministro acusó al fotógrafo de ser racista? ¿Qué quería que mostrara? Evo
Morales no es Brad Pitt (sabemos que lo desea). La racista es ella que ve en el
reflejo preciso del cacique aquello que detesta: la indiada que tiene rasgos de
vía crucis para los bolivianos, algo que se arrastra de por vida y de por vida
se quiere eliminar y disimular. El drama de Bolivia, por sobre el resto de
problemas y conflictos, es la herencia india, esa que se quiere descalificar,
soslayar, esconder, mimetizar. Morales se declara indio y allí salta la jauría
a tratar de desmantelar la realidad. En lugar de decir: ese es nuestro
presidente y nos sentimos orgullosos de él, salen a los gritos, brincan como
ranas y meten las cabezas bajo tierra, avestruces que son. Lo que debiera
avergonzarlos es tenerlo tan acicalado, tan a lo Rafael Leónidas Trujillo,
posiblemente con cremas blanqueadoras, inciensos de lavanda y sales de baño,
amén de calzoncillos Gucci que cumplen igual labor que cualquier otro, la de
ocultar el supuesto pecado.
Ahora, y creo que
no se ha mencionado el tema, Evo Morales aparece en esta serie esperpéntica no
con aires de héroe troyano o de cazador de leones. Cierto que nunca fue muy
varonil pero ese es pecado venial en comparación con sus acciones de gobierno.
Si necesitan un presidente que dé la imagen de un macho alfa, de preservador de
la especie, ténganlo como lo que es, un rústico campesino de duros rasgos, que
no hay vergüenza. Si de nacimiento, de por sí, el señor no da la impresión
falsamente necesaria de ser un brutal y desenfadado macho, pues no lo decoren
tanto que no es arbolito de Navidad. Déjenlo molle o, ya que viene del
altiplano, paja brava. Mejor así. Por supuesto
que en esto tropezamos con las inseguridades y deseos insatisfechos del
déspota. Allí no se puede ganar. O se es lo que se es o no, bien simple. O se
gobierna o se menea como bailarina. Se es estadista o diva. Y las carreras en
el estrellato acaban pronto. O, como Mugabe, de títere de una arribista que
aparte de ponerle cuernos al anciano necesita el cetro. Patético.
Si quiere salir
mejor, señor Evo Morales, vístase de civil y agarre una picota para cavar papas.
27/11/17
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Publicado en
INMEDIACIONES, 28/11/2017
Fotografía: Samy
Schwartz
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