Recurro a Blas de
Otero: (…)si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra(…).
Seguiremos segando las sombras, más espesas y profundas hoy en Bolivia. Había
un presidente de turno (digamos) y el turno se ha convertido en posición
vitalicia. Evo Morales, junto a su segundón, lo ha decidido. No importa el voto
del 2019, ni ningún otro. Lo hecho, dicho está: es, de hoy en futuro,
presidente eterno, hasta que la economía lo derrote, la muerte (le ocurrió al “divino”
Chávez, el llorón), o avatares que no faltan en un país en apariencia de rebaño
pero en lo interno rebelde, sino imposible.
Lo ideológico no
cuenta, para nada. Por aquí ni revolución ni Cristo pasaron. Es un negocio,
imperios familiares, feudos. La meta, el sol rojo al supuesto fin del camino,
no son la hoz ni el martillo, instrumentos que nos arrebataron a los
trabajadores, sino Miami. La Meca está en la sociedad de consumo, en el
dispendio de lo robado, la compra de estatus como los porqueros compraban
títulos nobiliarios (hasta en mi familia paterna hay en Ayopaya un Marqués de
Montemira que posiblemente ni escribir sabía).
Pues, ya está,
Evo Primero coronado. El trono de hojas de coca esconde oro y sabemos más. El
saquito con motivos tiwanacotas supone una burla de la cultura ancestral, no
porque no se pueda usar los motivos indígenas en moda u arte moderno, pero en
la idea de que sirve de parafernalia de atroz mentira. El “indio” no es tal. Ni
Orinoca el principio del mundo. Aquí lo que cuenta y suena son dólares, bien “americanos”,
bien gringos, en el idilio que tienen Morales tanto como García, y el montón de
bueyes alrededor, incluyendo los milicos que hasta pueden disfrazarse de
papayas si les pagan, con el “imperio”. Sueñan con el imperio, con pasearse en
NY por la Quinta Avenida y airear sus andinos traseros, o no tan andinos,
incluidos cambas, y decorarlos para que no parezcan tan burdos ni tan
hediondos. Escatología plurinacional.
Seguiremos,
entonces, segando maleza. La hoz sigue vigente cuando se usa en lo que debe, en
cortar la testa de la hidra. Y el martillo, por supuesto, combo mejor por ser mayor.
Aparte de eso, de las herramientas que son nuestras y no de los jerarcas, también
tenemos un arma de destrucción masiva: pensamos, hablamos, escribimos. Mucho
más que las minucias comerciales de estos gamonales ignorantes y presumidos,
puro dinero y vanidad, a nosotros nos queda la palabra.
2017
Bien dices sólo nos queda la palabra, porque ni siquiera la voluntad popular de millones vale nada. Estamos inermes como sociedad ante la atroz nueva arremetida.Seguimos los pasos de Venezuela. Mucho me temo que ni siquiera la OEA reaccionará ante el uso vil de sus tratados y convenciones.Saludos.
ReplyDeletehttp://perropuka.blogspot.com/2017/12/luz-verde-al-reyezuelo.html
Ps. curioso lo del 'marqués de Montemira', nunca oido tal cosa.
Lo del "marqués" relacionado a ti también. De ese tronco vienen las hermanas Murillo, nuestras antepasadas. No sé si tengo algo escrito de mi padre al respecto. Lo buscaré. Casi todo es de oídas. Pero quizá en Arturo Costa de la Torre, en la genealogóa del protomártir Pedro Domingo Murillo. Te hago saber. Saludos.
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ReplyDeleteJosé: fue el tatarabuelo «el Marqués de Montemira», un italiano de, parece, dudoso origen que llegó a Bolivia, se casó con la hija de un terrateniente de Ayopaya, tuvo varios hijos y una de ellos fue una mujer que desposó a Esteban Murillo, mi bisabuelo, padre de mi abuela Neptalí y sus hermanas. El apellido del italiano era Coscio, no Cossio, diferente familia.
ReplyDeleteGracias, primo. Yo había olvidado la historia en los detalles.
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