Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
La movida del
presidente Xi, chino, para perpetuarse en el poder tiene profundas raíces
históricas en su país. Lo mismo Rusia. El nuevo zar, Putin, refleja que ni con
el bolchevismo cambió nada, que ellos tuvieron los propios: Lenin y el zar
rojo, Stalin. Pero las consecuencias del caso no competen solo a China sino al
mundo entero. No en vano reporta el New York Times que Europa no sabe cómo
reaccionar. Creyó la Unión Europea que el gigante del Asia reemplazaría la
falta de liderazgo mundial que ha sido la consecuencia inmediata del desastre
Trump. Dicen los que saben que la jugada es política, y que China a través de
su poderío económico querrá imponer sus reglas. Parece esfumarse el obvio
acercamiento hacia occidente; ahora se revuelve sobre sí misma, apela a los
arcanos de su nación, y promete influenciar como ejemplo político al resto del
mundo. Divide para reinar, quiere escindir la UE en los Balcanes con un montón
de dinero. Desafío, afrenta, peligro para la democracia occidental que
pobremente se debate entre luchas intestinas y aberraciones como las de Polonia
y Hungría, ya totalmente volcadas a la derecha, la intolerancia, el racismo.
Graban a Donald
Trump en una conversación privada alabando a Xi, la majestad del poder
absoluto. Y bromea -no bromea- que los Estados Unidos debieran también
intentarlo. Nada quiere más el magnate nuyorquino que convertirse en semidiós y
vivir sentado en el trono para siempre, rodeado de sicofantes y putas cuya boca
no sirve para hablar… está hecha para felación y punto.
Dudo, aunque
luego de casi treinta años viviendo en los Estados Unidos ya no creo nada, que
Trump consiga su objetivo. Sin embargo el Partido Republicano ha demostrado que
para ellos la democracia es y ha sido una simple figura retórica, que quisieran
disponer del poder y del oro a su arbitrio, convertir la constitución
norteamericana, cuna de muchas cosas positivas, en papel higiénico de
reyezuelos entusiasmados y viciosos.
Si al norte y al
este los vientos soplan así, qué decir del sur, ese patio trasero bueno para
criar bananas y negritos candomberos, para incas e iluminados. Ya apenas
comenzada la independencia, en México, aparecía el opulento y maniático
Iturbide calcando lo que se quería olvidar. Sigue así, con el chofer de bus
Nicolás Maduro en Venezuela danzando el perreo, imitando coito de perros, y
rebuznando su inmortalidad. Evo Morales, el fatídico llamero boliviano, simplemente
se creyó la narrativa de que proviene en línea directa de Viracocha, y que sus
manitas regordetas y el índice gordinflón marcan la historia, una, y hay que
ser bien claros, que en idea tuvo bondades y aciertos y que se ha convertido,
porque sus líderes nunca pensaron distinto, en un desbarajuste de estupro y
latrocinio, de hembras lascivas y condescendientes, que a cambio de ni siquiera
treinta denarios imitan el sexo de los animales como en Caracas. Delicadezas de
palacio, dirán, casi un filet mignon con quilquiña.
¿Culpa de quién?
De los bobos que observan de lejos y hacen fila para votar por quien les dicen
que voten. Será que el instinto gregario del hombre lo ha convertido en soez y
cobarde, que al perder su individualidad se ha amalgamado con toda laya de
fracasados y calla. Que la lengua que tiene apenas le sirve para distinguir lo
picante de lo dulce, el sabor del otro género del de la guayaba y el del licor
del agua.
Afirmaron que
perecieron los dinosaurios, que un inmenso meteoro los cocino o enfrió ad
aeternum y no había sido cierto. Células durmientes quedaron y despertaron, por
todo lado. Tienen nombres y tuvieron domicilio privado (hoy son dueños de
todo). Se multiplican, tal vez por el famoso bailecito caribeño ese, el de los
perros, y han decidido quedarse. A cada uno su responsabilidad, su deseo
independiente y la libertad. No hay senda contraria, o se va aquí o allá, al
Perú o a Panamá, según la lógica brutal y cierta de Francisco Pizarro.
05/03/18
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Publicado en EL
DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 06/03/2018
Fotografía: THE GUARDIAN
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