Wednesday, May 30, 2018

Capitolio


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Se han mecido los ahorcados de Savannah; en Raleigh he visto las huestes grises y barbadas cargando féretros inclinados; he recordado, a veces despierto y las más dormido, las pequeñas tetas de Francine, puntiagudas pero sobre todo blancas. Así como esta nieve que hace de antesala a la capital y sobre la que arrojo un esputo de sangre que se convierte en litografía de Miró. Una botella gira con un viento que deberá tener varios nudos para lograrlo. Es enero, ochenta y nueve el año, mil novecientos el siglo. Tengo una erección en el asiento 16B de un Greyhound, cuando el chofer dobla y se detiene en una casita que destroza la idea de grandeza del Distrito de Columbia. Escupo otra vez y sueño que Francine alarga la lengua casi hasta convertirla en lápiz y luego de echarme un trago de champaña en la espalda, me la mete al culo.

He llegado, con una pobre bolsa marinera y plagado de fantasmas.

Busco un teléfono que demanda monedas que carezco. Son las seis y veintidós del amanecer.

Una puertita lateral. Entro. Una hamburguesería, Hardee´s. Hambre traigo, no dinero, mas observo. Con hongos y queso suizo… imagino. Hay humo, olor a parrilla en el recinto cerrado aunque grande. En una disquera, donde veo por primera vez lo último de la tecnología: el disco compacto, ubico uno con los 20 éxitos de Carlos Gardel. Lo compro; creo que se trata de un intento desesperado de asirme al pasado. Ahora, recién llegado, con pañuelos y calzoncillos apenas, qué hago con un CD. La respuesta es íntima, soterrada, privada y quizá cobarde.

Tempranas horas del día. La estación dice CAPITOL y supongo que nos hallamos debajo del símbolo de los Estados Unidos. Trenes y metropolitano. Afuera, a la entrada, diez metros arriba, una locomotora cuelga sobre la calle sobre rieles que tendrán un metro de ancho. Y nieva encima del negro metal. Hay un ambiente dickensiano, de revolución industrial colmada de tristeza.

Simpáticos, los gringos. Me colaboran y muestran cómo hacer para sacar un ticket de metro, cómo hacer una llamada. Marco a Lorgio, desconocido amigo de mi cuñado Omar. Vallegrandino, vive hace mucho aquí, solo, y me cede un sillón desvencijado, de lanas gruesas, amarillentas. Me regala una parka vieja, militar, y ambos nos dejamos sin afeitar los rostros andinos, lampiños, porque en esta casa donde todo está patas arriba, no hay rastro de mujer. Lo dicen las ollas sucias con restos de tallarín recalentado, el piso que al andar descalzo deja una huella de oscuro hollín en las plantas, casi pies campesinos.

Mientras manejamos, cruzando el puente de Roslyn, un cartel reza: It´s Virginia. Comienza de esta manera intrascendente un periplo que se hizo vida, y que si sigue avanzando con tanta parsimonia también será de muerte. Ya he dicho a mis hijas y mujer que me achicharren en un horno, vestido como esté, sin acicalarme. Y que el polvo que reúnan lo lleven a las alturas de Puka Puka, justo encima de Tiquipaya, y lo arrojen a los pocos eucaliptos que quedan en el valle humeante de cocinas de coca. O, tendré que pensarlo, mejor si acabo en las turbias aguas del Potomac. Al fin, muestra el destino, habré vivido más aquí que allá, o no haberlo hecho a secas si me he engañado.

Varias conexiones de trenes me llevaron a Alexandria, la Alejandría de mi conquista inexistente. Recuerdo una torre antes de una avenida. La avenida, si se venía en sentido contrario, se estrellaba en la torre. Tomándola hacia no sé qué punto cardinal sin mis montañas referentes, llegamos a ese apartamento, el del sofá desventrado frente a un televisor modesto. Lorgio se ufanaba de su colchón de agua, y narraba el ruido y el frescor que se amolda al cuerpo mientras tiraba mujeres que nunca vi. Claro, era nuevo, yo había amado apoyado en troncos de molle, ensuciado la blanca espalda de Gloria R… con el polvo de Cliza (a lo lejos, la banda le entraba con trompetas a Huérfana Virginia, la cueca de Simeón Roncal). Colchones de agua, ja, ni pensarlo.

Cenamos. A diferencia del Cristo, esta era la primera cena sin discípulos ni enemigos, solo dos bolivianos en un cuchitril gringo, de vecinos gringos (negros y blancos) y una inmensa incuestionable soledad. Dejar todo, el fervor de los choclos, los soles, la chicha kulli. Algún imbécil en un futuro de lustros afirmaría leyéndome que este viaje, esta situación eran triviales. Para la mayoría de los inmigrantes de mi país, sí, porque no abandonaron ni vírgenes ni fútbol sabatino. En mi caso, decidido o inconsciente, yo había suicidado el pasado. Emigraba y eso eran vida y muerte para mí. No importa que me sentase a escribir en los escalones de concreto del condominio de Lorgio, y lo hiciera de cosas de allá, del pretérito inmediato. La decisión no tenía que ver con el recuerdo sino con la manera de vivir. Había puesto una bala definitiva y lloraba sobre mi cadáver, solazándome.

Desempaqué la bolsa marinera que antes me había llevado a España y Francia. La arrojé al basurero. Marqué huellas en diez centímetros de nieve luego de destapar el depósito de color verde. Ardillas corrían y masticaban nueces en los tapiales. Sonreí, era mirar un show televisivo de dibujos animados. En detalles mínimos como ese noté que algo nuevo se afirmaba.

Puse mis dos únicos libros al lado del sillón. Emily Dickinson leía vestida de blanco. Jamás tuve, pensé, y pienso todavía, una novia vestida de blanco, “almidonada y compuesta”. Jorge Luis Borges en un gran tomo de tapa verde, recuerdo de mi visita a Argentina en el auge de la guerra sucia.

El departamento de Lorgio estaba ubicado de tal forma que jamás penetraba el sol. Las cortinas eran largas tiras de plástico duro que se movían gracias a un aditamento al lado. Los muebles, escasos; zapatos tirados, ollas, dos ventiladores, una estufa. Tenía color sepia, de fotografía antigua. Destapamos haciendo silbar dos latas de cerveza Pabst. Después otras, y otras, y surgió, cómo no, el verbo de la patria ida. ¿Te acuerdas? Me acuerdo. Dime, tú que recién llegas, ¿siguen siendo tan ricos los chorizos? ¿Siguen sopando el pan en el jugo hasta dejarlo de color naranja? Claro, y pican el locoto verde bien menudo, lo mezclan con manos inmundas con cebolla y zanahoria raspada. La papa o blanca o tostada a nuestro estilo, o arroz si prefieres, sobre el cual arrojan el resto de la carne carbonizada en el sartén y que lo decora bien. ¿Y la lawa de choclo? ¿Y el sillpancho? ¿Y La Perla, las putas  de La Perla? Salud, qué mierda que estamos tan lejos.

La nieve, cayendo de costado, nieve dura con hielo, golpea la ventana. El vidrio está empañado y escribo tu nombre, Francine, a pesar de que para despedirme una amiga se acostó de pecho y me entregó dos nalgas carnosas para que no te olvides…

Desembarqué en el Capitolio y hasta luego de varias semanas no lo vi en verdad, de afuera, construcción imponente. Mi primera memoria de Washington, que junto a Maryland y Virginia los bolivianos llamamos Virginia por adopción, fue ese interior lleno de tiendas y de anuncios de salidas del metropolitano. Olor a hamburguesa y Gardel que en el futuro cantaría repetidamente Mi Buenos Aires querido.

Siempre me pregunto qué habrá sido de Lorgio, porque en veinticinco años no lo llamé. Estará, ya canoso, calentándose fideos ramen en una ollita renegrida. Me pregunto si su cama de olas marinas se pinchó y el agua escapó al subsuelo. Hoy también nieva. Hay migas de pan en la mesa y mi perro Marco habla en sueños.

Una cabeza africana, de Gabón, está clavada en la pared, junto a dos ch’uspas andinas. Me apresuro a terminar el texto. En media hora juegan Barcelona y Atlético de Madrid, y voy a llenarme del fútbol que eludí cada sábado en mi primer exilio. Nunca lo comprendieron mis paisanos. Me tildaron de arrogante.
21/01/15 

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Publicado en INMEDIACIONES, 05/2018

Fotografía: Lloyd Wolf

Tuesday, May 29, 2018

Marchas y tensa calma/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Qué se necesita para remover a las garrapatas neosocialistas de su sitial? Hoy marchan en Bolivia; en Venezuela se apilan los muertos como ladrillos; por ahí va en éxtasis de asesinato la dinastía Ortega (Somoza) en Nicaragua. Y los tipos se aferran al negocio. Estupro y latrocinio, nada más fácil que bajar el cierre de la bragueta y estirar las manos. Mientras tanto, el bachiller Álvaro García Linera perora como loro trepado en parral, de esos que repiten y chillan sin razonamiento.

Por años se ha pensado: “esta vez”, “ahora sí caen”, pero parecen pegados al poder con cera bruta, los brutos estos. Nada en teoría los sostiene. Dinero sucio, populacho ebrio y armado, vanidad, soberbia. Será que a la historia no le interesan minutos horas ni años, que los tres son tan poco dentro del amplio panorama, sabiendo que de todos modos se los pondrá en picota, ajustará sus robustos cuellos burgueses en vil garrote, y tirará sus cenizas donde no se vean, para olvidarlos, y para olvidar a los cómplices… masivos, pasivos, que no tardarán en mimetizarse entre leales y falsos demócratas dando paso, y peso, a otra era.

Morales, Maduro, Ortega podrían llamarse los dinosaurios de esa farsa delincuencial del “socialismo del siglo XXI”. Pomposo nombre para un cártel común y corriente, apuntalado, y eso los distingue, primero por las oenegés gringas que los parieron en práctica colonial, y segundo por la recua de intelectuales que alabó inexistentes méritos y se prostituyó de manera barata y ruin. A los gringos les salió el disparo por retaguardia, y pasaron al lado de los convencidos opositores. Los otros, los ditos pensadores y analistos (con o), aumentados por numerosa grey de periodistos, marxistos, molinas y demás basura, se asociaron en el proceso de (inter)cambio con perspectivas económicas. Quedamos así, con mandriles a cargo y, peor, creyendo que sus culos rosa significan algo. Recuerdo algún descastado, de apellidos español y alemán, que insultaba e insultaba seguro de que la retahíla de mugre cubriría las excrecencias (cuernos) que le asomaban culposas en la frente. Hasta ahí se llegó, al mejor estilo trujillano, a ceder amores y “propiedades” para solaz del amo, el de más arriba o los que habitan en escalones intermedios. “Disfrute, patrón, que yo le cuido la puerta”. Debiera haber un buen par de dum-dum para aliviar tremendo pecado.

Se marcha, grita, protesta. Luego silencio. En Bolivia todavía no hay tanto muerto útil y tal vez eso marca diferencia. Veremos cuando la ola arrecie y llegue a las no-costas andinas con rictus macabro. Suele Bolivia reaccionar diferente. ¿Lo hará? Por ahora al cántico de “asesinos, asesinos”, se le recuerda al patrón Evo Morales, marqués de Orinoca, duque de Chaparina y Miss Universo que se le dijo NO, que no tendrá acceso a sus inhumanos derechos de perpetuarse. Si lo hace, lo mismo que en Venezuela y Nicaragua, la solución no atraviesa el yermo eleccionario, tiene que radicalizarse. La acepción del término va desde el antiguo garrote a la sofisticación de las bombas robot. El tiempo dirá; lo dirán el valor, la multitud, la coyuntura. Las revoluciones afilan largamente las guadañas y siegan cuando menos se piensa, de día o de noche.

Todavía recuerdo al intocable Khadaffi, violado de manera terrible por un palo de escoba, él que se creyó chingón y semental de Mahoma. Nadie tiene la vida comprada, menos los pobres, menos los que carecen de poder. Pero también aquellos con cetro y mirra caen, y su cuerpo pesa igual a saco de papas. La muerte es viuda dispuesta y poco exigente, no le hace miras al brillo del oro ni al maquiavelismo de los iluminados. Toma y devora. Y borra y olvida. Recuerden, solo digo. Recuerden.
28/05/18


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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 29/05/2018

Imagen: Alfred Kubin

Monday, May 28, 2018

Entrevista de Emilio Losada/EL SALTO

EMILIO LOSADA

CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT: “Bolivia es el país latinoamericano más afecto a la alegría, a la fiesta. Claro que el baile puede, y suele, convertirse en responso”

(La editorial zaragozana Limbo Errante publica en España la novela Muerta ciudad viva, prodigioso artefacto literario-festivo del autor boliviano residente en Estados Unidos Claudio Ferrufino-Coqueugniot)

La idiosincrasia de Claudio Ferrufino-Coqueugniot presenta evidentes paralelismos con la de ciertos autores que un buen día decidieron darle la espalda a la llamada vida literaria para concentrarse exclusivamente en la integridad de su escritura. Al igual que sus predecesores en la batalla, el cochabambino -aunque sólo de nacimiento- es subversivo, osado hasta el paroxismo y muy ofensivo en ocasiones (no se traga una palabra aunque preconciba que activará la indignación del sectario de turno con o sin mano). Asimismo, mantiene una relación complicada, cuando no imposible, con su país de origen. Tal fue el caso del maestro Juan Goytisolo con la «madrastra inmunda» España, el del enorme Jean Genet con Francia en particular y con el mundo en general o el de Henry Miller -con quien Claudio ha sido comparado en no pocas ocasiones-, Allen Ginsberg, William Burroughs y tantos y tantos otros con los Estados Unidos. En el reino de los escritores adscritos al más rancio establishment, en la era de la autocontención, del eufemismo cobarde, de la nerviosa defensiva, del zigzagueo y del circunloquio formal y de fondo, la prosa virtuosa y absolutamente carente de concesiones de Muerta ciudad viva aterriza en un país tan puritano y pusilánime como la España de los últimos tiempos acaso para recordarnos que otrora estas cosas también se clamaban sin problemas por aquí. En esta breve empero intensa entrevista conversamos sobre la actualidad literaria, el desencanto político y social de ayer y de hoy, sobre vicios y urgencias pero, sobre todo, de la vida. Porque, en definitiva, la literatura precisa y mordaz de este autor de hablar pausado y pluma acelerada está plagada de esto mismo: de pura, cruda y puñetera vida.

Si el lector español de tu novela indaga un poco en la historia moderna de Bolivia se percatará de un curioso paralelismo entre aquel país y la España de los primeros años 80, la época en la que se desarrolla la trama. El 10 de octubre de 1982 Hernán Siles Suazo llega al poder en Bolivia. El momento es ilusionante, triunfa la izquierda tras la debacle de la junta militar. Poco más de dos semanas después Felipe González obtiene una aplastante victoria en las generales españolas, acontecimiento que para muchos supone el final de la llamada Transición. Pero ambos mandatarios pronto defraudan. Las consecuencias derivadas de tamaño desencanto son muy similares. Cierta juventud boliviana no supera su frustración y, sumida en el nihilismo más absoluto, cae en el alcoholismo, la violencia y el sexo superfluo. En el caso español a todo esto hay que añadirle el auge de la heroína, una verdadera plaga que arrasó con toda una generación a lo largo y ancho del país. Tú naciste en 1960. Tenías entonces una edad comprometida. ¿Qué tal llevaste personalmente aquel periplo a estos respectos? ¿Atravesaste tu wild side particular?

Mira, desde que tuve puto uso de razón sólo recuerdo militares en mi vida, en las calles, en los bares alardeando. El 67, cuando murió Che, pegué con cuidado una foto del general Barrientos sobre un azulejo negro, sólo para romperlo. Mis padres hablaban de la guerrilla, conocían gente asociada con algunos del monte. Mi padre, que trabajó con el Cuerpo de Paz de los gringos, conoció a todos los milicos que se hicieron presidentes después: Barrientos, Ovando, Torres, Bánzer. Andaban, decía Joaquín, con trajes usados del ejército norteamericano que les habían regalado. La CIA trabajó para levantar el orgullo militar humillado en la revolución del 52. Después vino Siles, y fue orgía con desconfianza. Breve verano: aquello fue un desastre. Y siguió la robadera, con la mano izquierda. No había de dónde asirse. El país y la vida se convirtieron en mierda. Nos arrastraron. Explotar en el vicio, en el hedonismo extremo, la crueldad y la simple violencia tenía que ser el resultado para gente rebelde como era yo y amigos entonces.

Se alude poco a las drogas en la novela. Es algo que me ha llamado la atención. Se señala que el cantante de un grupo que ameniza una fiesta está encocado, poco más. La tropa que devora la noche cochabambina en Muerta ciudad viva le da a base de bien a la chicha, el popular fermentado de maíz, y sólo cuando es posible consume vino, cerveza o whisky. Como estimulante para no caer redondos simplemente comen algo. Si unos tipos con similares apetencias a los de tu novela tuvieran la suya y ésta estuviera localizada en cualquier ciudad de aquella España de principios de los 80 sería inconcebible que uno pasara un par de páginas sin que aparecieran alusiones a las sustancias ilegales. Tantas veces como aparece la chicha en tu texto. Ya digo, y disculpa mi ignorancia, que me extraña el nulo protagonismo que en esta historia tienen drogas como la marihuana o la cocaína, que en nuestro imaginario tanto circulan por Latinoamérica. ¿He de suponer que no fue así en el caso de la Bolivia de la época?

No había llegado el auge de la coca como vino después, o como impera hoy en que el gobierno es un cártel más. Existía, de muy antiguo, el acullico, pijcheo, masticado de coca. En las circunstancias económicas de la mayoría de la población, en los espacios de clase que se retratan allí, drogas que costaban su precio tenían que ser inconcebibles. El lumpen no las consume. Chicha, y sexo roto; barro y orina. Ningún aditivo intelectual que siquiera diera visos de bohemia comprometida. Desenfreno con mucho de muerte y cero esperanza. Como se había vivido entre los de abajo desde los 1500. Sojuzgados, rebeldes y tristes. Paralelamente existía algo similar entre la fauna universitaria. Allí con la chicha se entremezclaba a Marx y a Sergio Almaraz. No nosotros que optamos por un vía crucis impensado, jamás reflexionado, llorado y bailado. «Clavelito, clavelito, me he de ir por el camino más triste, ya no he de volver, me he de ir, ya no he de volver, en la puerta de tu casa ya no me has de ver», dice un bailecito. El mestizaje en su mejor expresión, la dualidad que exprime y mata. Se gime pero se ríe. En esa letra está mi novela. Sin que fuera mi intención, para nada, ahora están estudiándola sociólogos, usándola como texto en cursos universitarios.

Sobre la violencia gratuita escribes en el primer capítulo: ­­­­­­«[…] Bolivia se construyó a palos. Todos golpeando, una generación a otra, blancos a mestizos, mestizos a indios, indios a mujeres, mujeres a niños, niños a perros y perros a gatos, en una escalada que descendía hasta el fondo de la violencia y que incapacitaba a la población y al país a avanzar». Y, con tu permiso, añadiré otra cita sacada de un mail que en una ocasión me enviaste: «Pero, a escondidas, [Bolivia] es la tierra de la violencia extrema, solapada, cobarde, el paraíso del linchamiento como de la lambisconería». En España desconocemos por completo la realidad boliviana. Sabemos poco más que el nombre del presidente…, y tan sólo por la cantidad de años que lleva en el poder. ¿La violencia boliviana presenta alguna particularidad especial a la ejercida en otros países latinoamericanos?

Muy similar entre todas, cada una con su peculiar y terrible característica. Bolivia, más cerca del Perú, donde estalló con Sendero Luminoso en su peor faceta. Detrás de una teorización revolucionaria, justa o no, como fuere, se percibe la violencia que en menor grado está en las páginas de mi libro, la del apaleado que al fin reacciona. Podrías decir que siempre ha sido así en el mundo entero, con los sans culottes franceses, y sí, muy similar. Poder y dinero asociados al abuso traerán una misma consecuencia. Si añadimos a eso la raza, que ha sido punto vital en el discurso reivindicador de Evo Morales, pues bomba de tiempo. Pueblo indio, Bolivia, donde España nunca ganó, pero dejó una secuela dramática que tardará generaciones en desaparecer, no pronto. Drama que incluso se hace personal. Sin contar mis apellidos, puedo ver que mis brazos son nativos, indios, y mis piernas europeas. ¿Cuál soy, el que me hace marchar o el otro? Difícil. Ponle unas gotas de trago, la desazón de no haber trabajo, la lucha consuetudinaria por sobrevivir y listo. Paradójicamente, Bolivia es, en mi opinión, el país latinoamericano más afecto a la alegría, a la fiesta. Claro que el baile puede, y suele, convertirse en responso.

Leemos hacia el final de la novela: «Si a simple vista lo que había eran sexo y alcohol, alcohol y sexo. Lo artístico, los libros, escribir, que alguna vez fue el pretexto para las inmersiones en el bajo mundo habían perdido asidero. La nube de tormenta arrasó con inclinaciones y proyectos». Las pinceladas autobiográficas no están ausentes ni en tus artículos ni en novelas como El exilio voluntario. El protagonista de Muerta ciudad viva (evito denominarlo antihéroe por lo manido del término, aunque lo es y, nunca mejor dicho, de libro) desea prodigarse como literato, y para inspirarse se sumerge en una vorágine de sexo, violencia y alcohol. ¿Crees, al igual que los simbolistas franceses o los beatniks, que es necesaria la máxima implicación física aparte de la emocional, al menos durante una época, para serle absolutamente fiel a un tipo de literatura que incurre los límites del aguante humano?

Creo, y en eso me asocio a la literatura norteamericana en la experiencia como punto de partida, con o sin la idea de plasmarla en algún aspecto artístico. Bolivia se podría entender desde un punto de vista superficial, escribir novelas de desarrollo adolescente dentro de la clase media o la seudoaristocracia, en la ficción narco, como la de la mafia italiana en los Estados Unidos, de supuesta clase y distinción. Pero Bolivia, por lo dicho antes, guarda su riqueza en lo popular, increíblemente diverso y colorido, con los amarillos del carnaval y el rojo de la sangre, algo que tomaron mucho las novelas tradicionalistas y/o sociales retratando -de afuera- la desdicha del otro. Muerta ciudad viva jamás aspiró a ser una obra de denuncia social. Es una novela de amor trágico, inmersa en la tragedia mayor del entorno ambiguo y desquiciado de un mundo alterado por la historia. Lírica desesperada también, y sin embargo muy arraigada en la tierra.

Tus libros, a excepción quizá de El exilio voluntario, son prácticamente imposibles de conseguir en España, pese a los premios y reconocimientos que has tenido en Latinoamérica. ¿Intentaste en el pasado contactar con alguna editorial española? A mí, por los nombres que pueblan su catálogo, se me viene a la cabeza, evidentemente, Anagrama, por no hablar de Seix Barral. ¿Hemos de reprocharle a editores como Jorge Herralde haberte dejado escapar?

Jajaja, el asunto editorial es un negocio, y para triunfar hay que moverse en el mercado. Para eso se necesita dinero, contactos, y, sobre todo, interés. Nunca lo he tenido, nunca he buscado que me publiquen, ni enviado originales a nadie. A algunos concursos, sí, por si acaso. Tuve suerte. Me parece que la desesperanza del autor boliviano de quedarse anónimo es brutal, real e injusta. Por ello me desvelo, en mi blog, de publicar a tanto autor joven. ¿Cuál puede ser la cuota que las editoriales internacionales podrían dar a la literatura boliviana? Casi ninguna. Es un juego atroz donde los negociantes se conforman con uno o dos nombres que bastan y sobran. ¿Y crees que van a gastar tiempo y dinero en investigar sobre qué se escribe en Bolivia? Por supuesto que no. Toman lo cercano a ellos, lo que forma parte de su ritual gregario, y listo. Lo hacen con cada país pequeño, le inventan un profeta e imaginan que son justos y sabios. Y etiquetan: Literatura Boliviana. Mentira.

Presupongo pues que es Limbo Errante la que contacta contigo.

Hemos estado en contacto virtual con bastante frecuencia. Apostaron por algo que posiblemente no les traiga rédito alguno. Quedan hidalgos.

Estuviste en España en los 80. ¿En qué ciudades? ¿Qué experiencias destacas de aquella visita?

Viajé desde París con los anarquistas castellonenses de la FAI que visitaban Francia por la Internacional Anarquista del 86. La auspiciaban 4 federaciones: la francesa, la italiana, la española y la búlgara en el exilio. Conocí gente preciosa allí y entonces. Me invitaron a visitar Italia, Irlanda, Gran Bretaña, Holanda, pero no acepté porque no representaba yo a nadie. Era un individuo a quien el azar de la bonhomía de anarquistas chilenos mantenía en la capital francesa. Ni siquiera asistí a la fiesta de despedida de la Internacional. Estaba Leo Ferré, entre otros. Preferí caminar por las vías del tren en Menilmontant, sin un franco para comprarme un trozo de gruyere y un pan que eran mi dieta diaria. Estuve en Castellón de la Plana, Valencia y Madrid, siempre con los ácratas. Con un viejo de la Columna de Hierro y punks de los Países Bajos. En Madrid me hablaron de las dos CNT y me cansé. Cuando entré, por Figueras, la policía me llevó aparte: «¿Qué haces con estos?» «¿Dónde está la coca?». La España que vi, pucha que la recuerdo bien.

Hablemos de tu faceta como cronista/articulista. En tus colaboraciones en prensa compartes tus fobias y desdenes para con los unos y los otros, sin preocuparte ni por la filiación de los poderosos a los que atacas ni por la enfermiza mentalidad de sus acólitos. ¿Alguno de tus escritos políticos ha llegado a ocasionarte problemas serios de tipo legal o de índole parecida?

Sí. Miguel Sánchez-Ostiz contó que alguien «arriba» le sugirió que me cuidara, que querían juzgarme por sedición. Un viceministro y una ministro lo afirmaron. Supe que Álvaro García Linera, el vicepresidente, estaba histérico. Yo, por televisión, reté al ministro tal a un debate público sobre racismo y herencia india. Mucha gente me dejó de hablar, me cortaron el saludo. La prensa se dividió entre los que me denigraban y los que me defendían al menos un poco. Me expulsaron de casi todos los diarios importantes del país. Resulta cómico que muchos de aquellos que volcaron la cara para no mirarme hoy despotrican contra Evo Morales. Tiempo de lucro, digo yo, cuando el ocaso asoma. A pesar de todo, antes del conflicto ya descarado, gané el premio nacional de novela y fui a La Paz a recibirlo en dependencias de gobierno. Con un discurso –leído- crítico. Desde entonces, desde que lo gané, se ha prohibido a los bolivianos en el extranjero de participar en la convocatoria. No pudieron quitármelo, aunque quisieron, y decidieron vetarme «para siempre» poniendo en la bolsa a otros autores afuera que no tenían nada que ver.

Hablemos de tus inicios. Se conoce que empezaste escribiendo poesía y luego te pasaste al relato corto. ¿Cuándo empiezas a sentir la llamada de la literatura, a pensarte escritor? ¿Y cuándo la mera afición pasa a convertirse en algo vital?

Siempre digo que escribo cuando puedo. Nunca he cobrado un céntimo por ningún texto. Mis únicas ganancias fueron de los premios literarios. Lo hago porque lo necesito, pero no siempre dispongo de espacio para hacerlo. No soy un escritor profesional pero tampoco uno eventual. Si no escribo, pienso y anoto para más tarde. Disfruto de escribir. El motivo está en el placer de hacerlo.
                               
¿Qué autores influyeron en aquel Claudio incipiente escritor?

Muchísimos. Soy un pésimo cuentista siendo que mis dos maestros eran amos del género: Marcel Schwob e Isaak Babel. Luego la lista es inmensa. No sólo en literatura sino en ensayo, biografía, libros de viajes…

La música rock en tu literatura está más que presente. Muerta ciudad viva no es una excepción. Sorprendido, caigo en la cuenta de que no conozco un solo grupo de rock boliviano, ni bueno ni regular ni malo. ¿Se ha cocido o se cuece algo en este sentido en Bolivia, o allá sólo existe el folclor étnico que nos llega, y con escasísima profusión, aquí?

No, hubo, y ahora más que nunca, un ávido y sólido cortejo de rockeros allí. Algunos fusionaron, con éxito, el rock and roll con las músicas étnicas. Wara, por ejemplo, un icono de la música contemporánea boliviana. Hay grupos y solistas muy interesantes. Les pasa lo que a la literatura. La cuota internacional para ellos no está o no existe. Emigrar siempre ha sido una falsa solución. Pero es que no queda otra a veces.

Precisamente a causa de la muerte de un músico, de Lou Reed, en 2013 empiezas a contactar con el escritor madrileño Pablo Cerezal. Poco a poco se fragua una amistad primero en la distancia y luego en persona, pues os conocéis en un viaje que tú haces a Cochabamba (curiosamente él se hallaba en la ciudad por aquel entonces, es una larga historia). Al poco esta relación produce un libro apoteósico a cuatro manos, Madrid-Cochabamba (Cartografía del desastre). Años atrás ya hiciste algo parecido junto al periodista Roberto Navia, con quien publicaste Crónicas de un perro andante. Sé de buena tinta que la experiencia con Pablo fue más que especial.

Es tan raro lo sucedido. Con Pablo nos hemos visto unas horas, buena parte de ellas intoxicados e inconscientes, que no cuentan, y estamos tan estrechos, tan fraternos. Primero fue personal, en mi caso, porque no había leído nada suyo. Ese hombre es un ángel disfrazado de demonio y un gran autor. Madrid-Cochabamba es hechura suya, de su grandeza. Un precioso libro que amo como si fuera mujer. Creo que si nunca más nos viéramos no importaría. Lo nuestro vive fuera de tiempo y espacio. Y no es romanticismo. Pura, o puta, realidad.

¿Qué te animó a emprender la huida hacia Estados Unidos? ¿El caso era escapar de Bolivia y punto? ¿Era una opción de tantas o la única? ¿Barajaste la opción europea?

Fui a Europa primero, detrás de una mujer. Todo se fraguó bajo ese error y tenía que fracasar. EUA fue casi un azar, pero para entonces ya casi todos mis amigos cercanos, los de Muerta ciudad viva, emigraban al norte. Los seguí y no me arrepiento. Pero, como en la relación con Pablo, es como si nunca hubiera salido. Vivo allí y aquí al mismo tiempo. Se puede ver en mis escritos. Fuera de la nostalgia.

Odio decir que es una pregunta obligada, pero he de soltártela sí o sí, ya me perdonarás: ¿cómo ha afectado a tu vida y a la de tus cercanos la sorprendente -o no tanto- llegada al poder de Trump?

Para la ira. En términos legales para nada. Pero sí ha afectado a muchísima gente sin papeles. Ha metido un miedo que no existía. Y tiende a empeorar. El tipo se me ha convertido casi en una obsesión. He de verlo caer, así el daño que causó sea irreversible en el país. Después de él no será lo mismo.

Concluyamos recordando de nuevo a Juan Goytisolo. Y es que seguro que estaría absolutamente de acuerdo con una declaración tuya en cierta entrevista. Cito: «El escritor que escribe por la fama es un fracaso que no excederá su vida. El cementerio literario está plagado de pavos reales de los que nadie se acuerda. […] No se escribe por gloria; se lo hace por amor y por dolor». Tú mantienes, aparte de tu blog personal, Le Coq en Fer, el blog Sugiero Leer (recientemente han alcanzado el millón de visitas, hay que felicitarte por ello), por lo que estás muy al tanto de lo que se está cociendo en la actualidad en materia literaria. En una época en la que estos recalcitrantes pavos reales copan los escaparates y las mesas de novedades de las librerías, ¿mantienes alguna esperanza de que un escritor de verdad sitúe su obra en esos privilegiados espacios destinados en ellas a los simplemente mediáticos?

No sé, Emilio, soy pesimista al respecto. El status quo es poderoso, incluso el literario. Por eso soy tan afecto a las redes sociales, porque democratizaron la cosa. A lo que importa, a que te lean. Dónde es pregunta superflua. De todos modos no se vive de esto.

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Entrevista publicada en EL SALTO, 05/2018

Fotografía: Ligia Ferragutti 

Tuesday, May 22, 2018

El poco original presidente de Bolivia/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ya casi lista la Casa del Pueblo del presidente boliviano Evo Morales. Mínima en comparación con la misma de Nicolae Ceausescu, tremendo edificio solo superado por el Pentágono gringo en tamaño. El estilo, clasicismo de sus mármoles, columnata interna, decorado, apuntaban, y supongo siguen ahí, a una grandiosa expresión de poder y ego. Poco le sirvió al déspota rumano. Una simple bala demuele construcciones por soberbias que sean.

Morales aspira a poco, a un mamotreto kitsch como sucede en las sociedades subdesarrolladas que intentan emular a las ricas y poderosas. Por supuesto que a la bazofia arquitectónica, como sucede con cada detalle del régimen, se le adosa un discurso “intelectual” tan surreal y esquizofrénico como las obras concretas. Aparte de perenne perdulario, así vista de raso, Morales está fuera de un contexto que crearía obras maestras en cualquier área. No pasa de ser un tiranuelo africano/asiático de pequeña visión, o, según diría Churchill de Franco: “un pequeño tirano de miras estrechas”.

“Presidente calcomanía” debieran llamarlo, porque su paso puede ser trazado en los dados por otros, desde Papá Doc hasta Bokassa, sin atisbo de originalidad, tino, y menos inteligencia. Que es vivo, vivo es, atesora la maña del comerciante y la avaricia del usurero. No da para más, ni él ni su deficiente pensador García Linera cuyo intelecto ayuda tal vez para un buen lavado de platos pero no para hacer historia. Debatir quiere, este último, pero cómo debatir con un amoratado mental lleno de clichés y anotaciones al azar de lecturas múltiples de fácil digestión.

La connotada Casa del Pueblo, igual que la del fusilado en Rumania, destruyó patrimonio histórico. Piensan los déspotas en su afición por lo eterno que aportan con otro ladrillo a la historia universal. Heladeros ambulantes, no suelen pasar de mezclar con cierta eficiencia la crema con la frutilla para vender paletas en el mercado. De allí a perdurar, a instaurar su nombre entre los grandes, hay un abismo. Ni toda la plata de la hoja blanca, de la que depende Bolivia, podría comprarles espacio. Miren sino a Chávez, grandilocuente macaco que sin embargo aglutinó un público alrededor de algo que semejaba un sueño y que no era otra cosa que detalle de una mala imitación cubista. Poco duró el comandante. Luego de lloriqueos y besos al crucificado pasó por una remojada en cera y quién sabe en qué quedó. Ya ni se habla. Al calvo Lenin el comején le comió las piernas. A Chávez primero le comerían (o le comieron) la cabezota llena de aire.

Evo Morales, amante de toda chola, chota, dama y otros menesteres jura que marca hitos. Estos tipos, él incluido con la horda de rapaces, saltan de la papalisa a la Coca-Cola, al reloj volcado y niñerías propias de traviesos delincuentes que carecen de la agudeza de los pilluelos de Dickens o del tono filosofal de Gavroche. Son miembros de la mara, una sureña, andina, no tatuada pero agresiva y bruta. Grupo de choque con cerebro de manopla. Desvirgadores forzosos de la “patria”, alcoholetas toscos y pajpakus de alquiler.

Palacios… constrúyanlos. Tienen el poder de levantarlos y destruir lo anterior. Para nada engrandece el acto a individuos carentes de respeto, malabaristas del vicio, maromeros del mamarracho y el esperpento.

El pueblo tiene ahora su casa, dicen. Supongo que en la parte de abajo le pondrán boutiques con nombres en inglés mal redactados, propiedad de los sátrapas y sus procaces parejas, porque de nacionalismo o retorno al ancestro cultural guardan poco, así rebuznen con ostentación. Hecho está y supongo que aceptado. Esperemos la próxima movida del presidente calcomanía, con qué nos viene extraído de los anales tiranos y presentado como suyo.

Manga de machos afeminados en el país del absurdo.
21/05/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 22/05/2018

Imagen: Quentin Metsys/La fea duquesa, c. 1513

Thursday, May 17, 2018

Notas desasociadas de desnudos y otros


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Tetas, nada más lindo que las tetas. Que la vida nos amamante por siempre y para siempre. Sostenes negros, imágenes del tiempo que miente, porque lo que fue entonces no es más. Retrovisión. Retrospectiva. Cuadros que se suceden según los acordes de Mussorgsky. Los amigos escriben, protestan. Ladran los escritores para que Sancho los oiga.

Calma. Me piden calma. Sin calmantes. No químicos ni caricias. Arréglatelas solo. A las dos de la mañana paso por la ventana de un amigo. Está siempre con luz, la amarilla esa de los barbitúricos. A ratos cuelga su esposa del balcón como trapo sucio. Voluminoso trapo, diría, a pesar de que la noche no deja ver bien los contornos. Entro al edificio. Cuatro puertas a la izquierda, cuatro a la derecha. En esta cárcel no se animan ni las cucarachas.

Dejo, salgo. Llovizna en la medianoche de un barrio obrero de la ciudad de Denver. Oscuridad plena. Hay ahorro de energía. Nadie camina, además. La esposa del amigo ya no cuelga de la ventana. Cayó entre zarzas de flores rojas, decorada con pétalos de manzanos en flor blanca que es época.

Añoro un desnudo. El cuadro de la noche de color monótono no lo entrega. Estamos lejos del centro, donde añejos faroles iluminan de cuando en cuando un par de putas negras.

Compro un café. Negro también. Color de puta. Escupo al pasar la policía. Si me preguntan por qué diré que me extrajeron la muela, la última del juicio cuando cerca ando de perderlo todo. Se van y vuelvo a escupir.

Tetas.

Tetas parecidas a anteojos. Las modelo en la sombra, sin razonamiento físico. Llegan las cinco. Hay automóviles en velocidad a la oficina. Paro, discurseo un poco con un modesto y divertido mexicano. Abro el New York Times y lo cierro de inmediato. Dicen que la tristeza es malestar. Intento combatirla con carne de membrillo.
2018 

Tuesday, May 15, 2018

Los que se van/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cada mañana lo primero que veía mi padre en la prensa eran los obituarios. Y señalaba fotos mal tomadas con rostros de individuos que tenían una historia en su memoria: que fuimos al cuartel juntos, que jugábamos pelota vasca, que era vecino, menor, hijo de tal y nieto de cual.

Nos estamos acabando, decía.

Nunca pensé pero he llegado. Allí, a ese momento, a pesar de que mis obituarios no están a mano y me entero de segundas y tarde que aquel se fue, esa se murió. Inevitable. Comenzar a sentir el cosquilleo de las ausencias, la certeza de que la tuya también ya asoma.

Y los que se van, no al panteón sino toman aviones que los fugan de tragedias reales o supuestas. Y los secuestrados, la peor de las faltas, la más horrible de las no presencias. Muerte, escape, plagio, instancias de lo que tememos todos, que al lado de uno vaya quedando yermo. La soledad entierra la nostalgia, hace de la poética dolor.

Días van en que tomo apuntes para unas “Notas de la tristeza”. Cosas que pasan, lejos y tan cerca. Voces que pesaron en un tiempo, que eran rutinarias y muy conocidas, que en la distancia se ahuecaron y reaparecen bajo el susurro del fin. Cuando un ser humano pone una pistola en la boca y aprieta el gatillo lo que hace es rebelión, ira ante la inminencia cruel y consuetudinaria de arrearse por el camino junto a otros y perecer de a montón. Como que la vida no vale, o poco o nada, que lo dicho y hecho forman parte de una narración en zozobra y sin importancia. Un gatillo expía al matador de su condición de mascota ¿de un ser superior? ¿de la nada? ¿de la angustia? De lo ridículo falsamente sacralizado.

Notas tristes, obituarios sin muertos en cuenta pero con la muerte como la mácula que lo cubre todo. Y si no la muerte, la ausencia, el hecho de que no estés aunque ayer cantarina tarareabas extrañas canciones haitianas.

Tú, la ventana, el cielo encapotado, humedad y llovizna. Da para pensar en César Vallejo, para escribir con sangre en las paredes. Caminas por un dormitorio y lo que estaba ayer encima de la mesa desapareció. Un presagio… multiplicación del pretérito llevado hasta el paroxismo y la locura. La ausencia como castigo de una persona a otra. Si hasta morirse va señalando a alguien, arrebatando del corazón una paz que se hunde cuando se inunda de culpa.

Mayo. Era abril. El año 17 no hasta hace mucho. La peor sátira es la de ponerle fechas a un rodillo de esperados resultados. Mejor nos iría sin saber cuándo fue; el cómo lo conocemos de sobra. Decir, hoy lunes de llovizna húmeda, que recuerdo, que retumban en el cerebro voces e imágenes negándose a desaparecer. La memoria es tierno rival ante el monstruoso devenir. He ahí lo peor, ser parte de un juego cuyo mango, o un cabo de él, suponemos asir cuando nada agarramos, que entre los dedos se escurre el aire, que ni permanecerás en mi recuerdo ni nada similar. Saturno devora a sus hijos. Vástagos lelos, tontos, esquizoides y desquiciados. Inútiles.

Los que se van, reza el encabezado. Los que se quedan será el siguiente. A la larga ni uno ni otro cuentan. Fichas de un vasto y burdo ajedrez retratado con maestría por Bergmann.

Hórrido bosque nórdico. El caballero y la muerte con traje de monje y cara redonda. Juego de fichas marcadas donde el elegido carece de posibilidad. Se nos mueren todos; se nos van. Y basta de acumular tanto recuerdo.
14/05/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 15/05/2018

Imagen: León Zernitsky 

Sunday, May 13, 2018

Adelanto de entrevista de Emilio Losada



EMILIO LOSADA

Encantadísimo de volver a colaborar en prensa. En El Salto Andalucía de este mes aparece mi entrevista al gran Claudio Ferrufino-Coqueugniot con motivo de la publicación en España de "Muerta ciudad viva" (Limbo Errante). El periódico ya está disponible en quioscos y por web. Las respuestas del Patrón son pura literatura. Contentísimo con el resultado. Ah... y, chupaos esa, prensa del establishment... ¡en "El Salto" te pagan por tu trabajo! Ya colgaré cuando esté disponible la versión digital ampliada, sobre todo para los amigos de Latinoamérica. Arrumacos.


Tuesday, May 8, 2018

Trump, mujeres, iglesias, y lo difuso de los estándares morales/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cuando llegué a los Estados Unidos observé la implacable moral calvinista. Caían pastores evangélicos, senadores, candidatos presidenciales, solo por el hecho de algún affaire extramarital. Demasiado, me parecía, no por elogiar la deslealtad dentro de las relaciones humanas, sino porque era común, hasta lógico, comprensible.

Cosas del pasado. La llegada del “superhombre” (el infrahombre, en realidad) a la política norteamericana lo cambió todo. Corren aires antiguos de odio racial y no está lejos el pensarse que dada la oportunidad al nuevo cacicazgo bien se podría retroceder a la esclavitud, a las deportaciones masivas, tortura generalizada y al Arbeit macht frei. Las puertas de Auschwitz permanecen abiertas. Hoy más que nunca.

La dama tártara, Melania Trump, sonríe. De cuando en cuando agarra la mano de su marido, monstruoso presidente y repulsivo macho. Dirán que es eslovena, pero los pequeños asiáticos sobre sus pequeños caballitos regaron esperma por allí por centurias. Esos ojos son tártaros, no eslavos. Genética venida de Besarabia o la Dobrujda, desde Crimea quizá. Hasta que el rey polaco los detuvo, ellos al lado de los turcos, a las puertas de Viena. Y sin embargo persisten…

Sonríe, pero dicen que a puertas cerradas no. Eso cuesta vender el cuerpo a un postor pudiente y detestable. Parte de un oficio prostituido muy común. “El dinero lo compra todo”, afirman. Casi todo, pero mucho.

La Primera Dama y buena parte de las mujeres pálidas de los Estados Unidos apoyaron, y apoyan, al fraudulento guerrero que se apoda The Donald, como el pato de la serie Disney. Más que asunto sexual viene a ser un complejo enredo de nacionalismo, pérdida de identidad y territorio, excesiva mixtura en las calles, destrozo de cierta imagen que soportó la aceptación de los negros en su momento (gran peligro no son), pero que no quiere hacerlo más ante una real invasión oscura. “The” Trump como la opción de detenerlos, a pesar de él mismo depender en grande del trabajo inmigrante y de los bajos salarios pagados a los extranjeros.

El susurro de que algún político contara con amante bastaba en los tiempos de atrás, un par de décadas, para arruinar carreras. Ahora, míster Trump, gran metemano y putañero de afición, aparte de vicios menores como gustarle que le aporreen las nalgas, penetra incluso en los prohibidos arcanos del incesto. Han declarado compañeras eventuales de cama que el sujeto se refiere a su hija Ivanka en momentos de frenesí sexual. Lo dijo entrevistado en prensa, que si no fuera su hija la cortejaría. Además de sentarla en sus faldas y mostrar lo que la fílmica local ha sugerido desde siempre, un oculto y pecaminoso conflicto norteamericano con las relaciones incestuosas.

Se supone que dados los estándares del evangelismo gringo, aquello bastaría para desterrar al señor Trump del paraíso (USA), o calcinarlo para siempre. Ya no. Con él, el pedófilo que quiso ser senador en Alabama, y muchos elementos similares de su entorno, se ha iniciado una era donde para el blanco, rico, conservador y racista, los estándares morales se han relajado tanto que implican inmediato perdón y bendiciones para continuar.

Nunca más podrán los Estados Unidos jugar a ser el patrón moral del mundo. Sabíamos que no era así, pero el poder inmenso obliga condiciones en los demás. Carta blanca al vicio, que incluye violación de menores, actividades sexuales sospechosas, zoofilia, necrofilia, filias posibles y futuras. Tienen el aval del dios evangélico y del feminismo conservador. El superhombre debe incluir en su dieta vulvas y culos y devorarlos crudos o cocidos. Hay algo de cavernario en ello, incluso prebíblico, con reminiscencias del monstruo antiguo que habita en todos y cuya historia se remonta a los orígenes, según relataba Rudyard Kipling. La única tradición válida parece ser la de la violencia del más fuerte o el que más puede, la satisfacción de las necesidades elementales de cópula sin restricciones y más. Ecce homo de la sociedad moderna. Ejemplo de futuro. Regresión.
07/05/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 08/05/2018 

Sunday, May 6, 2018

El señor don Rómulo o del último patriarca


MAURIZIO BAGATIN

“Sin darse uno cuenta,                                                                                                                               sin poder creer,                                                                                                                                      insólita como la adolescencia:                                                                                                                                la entrada en la vejez”        - Eduardo Mitre -                                                        

Según Houellebecq, nos encontramos en la poesía cuando la extrema intensidad de la percepción sensorial puede provocar una subversión de la percepción filosófica del mundo. Poesía que es, el calor que el sol regala a los ladrillos de adobe, el color de los higos maduros, es el tamaño del durazno partido, el diseñado culo de una imilla de Arani, la carnosa silueta de una chota de Punata o la tristeza que puedes encontrar, sin buscarla, en los ojos sin fondo del assum preto...  

Así nos inebria la novela de Claudio, de poesía violenta, como violenta es la historia de Bolivia: todo lo que la muchísima sangre - y mucho esperma - ha moldeado en castas señoriales hipócritas y fariseas, en burgueses que venderían hasta su madre y en pueblos, indios, esclavos y campesinos sumidos y sinvergüenza al mismo tiempo: desde siempre Anansaya y Urinsaya. 

“No soy yo en escribir, he hecho un trabajo de memoria, me guía el olvido de los dioses y el recuerdo de los hombres: escribo lo que voy a recordar, de las letras de quienes ya hicieron la historia: un Steiner que nunca lee un libro, como buen judío, sin un lápiz y unas hojas a su lado, así para reescribirlo mejor del que está leyendo…”

Generacionalmente, el señor don Rómulo es el último patriarca, lo que no defiende su identidad, libre, como su gen dado por las cicatrices de la historia, por las funambulescas aventuras del hombre: un viaje de Capitán Fracaso, un Aureliano que funde pececitos de oro, el inmenso Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina o el incorruptible príncipe Nikolái Andréievich…                                                                                                                                                                      
En un hipotético diccionario romanzesco, el señor don Rómulo reconocería que la hipocresía es parte de la educación y que es mejor manejar el burro que burrear…entre melancolía y nostalgia admitiría que los hombres son inferiores a sus ideas: obnubilados, imperfectos y simples, por eso y por todo lo demás vale la pena la aventura. La del hombre.

Los libros que se escriben, y los que leemos, nos explican cosas, ya que escribir, y leer, nos enseñan cómo vivir. Somos los críticos de nosotros mismos y también nuestros propios legisladores: todo esto durará hasta la muerte y se dispersará con nuestro ego… se escribe, y se lee, por necesidad de afecto, y nuestro amor por los demás es la escritura. De este laberinto nos alejamos solamente desaficionados, por lo tanto vale la pena vivir en él. La belleza es una paz feroz. Que existe: “En el pico amarillo anaranjado de un mirlo/en cualquier flor/en el horizonte perdido y distante del mar/la Belleza existe/es un misterio revelado/un secreto evidente/la vida/La belleza existe/y no tiene miedo de nada/ni siquiera de nosotros/las personas” (Gianmaria Testa).
Mayo 2018



Wednesday, May 2, 2018

Nuevo México/CUADERNOS DE NORTEAMÉRICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El aire parece rojo en las montañas Sangre de Cristo. Cerca se encuentra Taos, de los indios pueblo, oscuros y con apellidos españoles casi todos.

La herencia hispana es antigua. Por generaciones, la nueva Norteamérica está allí, pero los nombres, las casas y los lugares de antes se conservan. Veintiséis por ciento de la población del estado es de origen hispánico, con más de 400 años. No hablan español mas llevan negros bigotes y las mujeres se apasionan cuando aman.

No lejos de Tierra Amarilla, al norte, sobreviven los apaches, en el desierto de sol color de polvo. Corren, sin montura, en los caballos, ajenos al tiempo que les arrebató las lanzas.

España se recuerda en Santa Fe.

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Publicado en OPINIÓN (Cochabamba), 05/02/1992

Imagen: Tierra Amarilla, NM

Tuesday, May 1, 2018

La piñata orteguista

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Da la casualidad que antes de salir veo que entrevistan a Edén Pastora en la televisión. Me siento un rato, sorbo el café negro y amargo. El Comandante Cero, que no poco perturbó nuestra juventud, defiende tercamente a su examigo, exenemigo, Daniel Ortega. Habla que no se puede reaccionar con violencia para protestar (¿?). Decimos, entonces, que la historia se escribió en vano. Que ese 19 de julio que festejamos hace tanto fue un bluff del tiempo, que debimos haber seguido el camino y la marcha natural de la vida, que los déspotas siguiesen con su voluntad por cuanto quisieran. Fue, entonces, erróneo destripar a Tachito en Asunción, ya que hoy los Ortega, marido y mujer y seguramente hija de ella abusada sexualmente por él, los reemplazan y reeditan de tal forma que hubiese gustado a sus predecesores. Si la izquierda ha enseñado en estos años algo a la derecha es a robar impunemente, a encubrir, mentir, atacar la realidad, nutrirla de falsedades, dorarla, ensombrecerla, según se necesite. La derecha quedó en paños menores ante estos ladrones vitalicios. Que lloran miseria además, que viven –afirman- de sus magros salarios.

Uno, notable por su angurria, en Bolivia, hasta da manzanas a los pobres quitándoles antes un cacho. No se puede dar todo, es verdad, porque la vida paga mal y lo que fue negro se hace blanco y, sobre todo, lo albo se hace oscuro  en América Latina.

Ya lo decía mi padre: no hay peor sujeto que el izquierdista; y ninguno peor que el izquierdista boliviano. Padre nuestro que no estás en los cielos pero que continúas en mí, cuánta razón tenías. Casi que como los hubieras parido, los desnudabas sin recelo y con furia. Siendo que de la derecha no fuiste y nunca lo serás porque no pertenecemos a nadie más que a nosotros mismos.

Ya hubo una repartija, se la conoció en su coyuntura como “la piñata sandinista”. Lo peor, creo, es que los perros hicieron quedar mal a los muertos, les quitaron la gloria de pensar que morían por algo. Si solo era por dinero. Las tumbas se tiñen de púrpura, que viene a ser el color de la lágrima engañada. La piñata no llegó hasta el fondo cavernoso de las tumbas escondidas, hasta el mar donde tiburones y peces devoraron la juventud argentina, para que una puta de mierda, así dicho sin tapujos, la cristinita kirchner (en minúscula) cantara tangos de queja y pesadumbre. Se llenó de oro hasta en el orto. A costa de aquellos muertos.

La piñata es para los ricos. Los adláteres también reciben migajas. Un filme no muy bueno, con un gran actor mexicano, El último comandante, da cuenta del patetismo que fue la revolución (nica en este caso preciso), de la épica convertida en escombro, de la idea en basurero. Al menos Ernesto Cardenal no cantó en vano porque lo escribió. Y ahí lo tienen, peor acosado que con Wojtila, el papa polaco.

Los pusieron de rodillas y les crearon idolillos. El Comandante Cero sugiere que los 29 muertos de las protestas de hace poco en Nicaragua no son tanto así, y duda de la veracidad de las identidades. Como dudan en Bolivia del video del vicepresidente y la manzana. Rebuznan que la derecha amorfa lo editó, que está cortado, no completo, cuando el hecho mínimo del caso ya desvirtúa al jumento de marras de entrada, y su ideología de igual modo. Otra vez, a la mejor manera de Trump: Fake News! Donald podría ser un buen comunista, el mejor.

La nueva clase, en otro video, va en andas sobre un trono arrojando dólares. ¿Esa es la reivindicación de los pueblos indios? ¿Convertirse en amos? De revolución no tiene nada. De tragedia mucho. Lo sabe el sietemesino de Daniel Ortega, nuevo Somoza. Habrá que cargar otra vez los bazookas y disparar. No queda otra. Al menos la sangre se escurre, apenas deja mancha.

Qua suban a los Lexus y a los Mercedes. Que destapen el whisky azul. Siempre habrá una mira por algún lado, que afina y que apunta.
30/04/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 01/05/2018

Fotografía: El Confidencial

Mathias Sindelar/EJERCICIOS DE MEMORIA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La década del treinta representó, para el fútbol europeo, la aparición de una pléyade de talentosos jugadores: Nejedly, en Checoslovaquia; Meazza, Orsi, Guaita, en Italia, etc. Pero, sin duda, el más grande fue Matthias Sindelar, de Austria. Jugador caballeroso y sutil, decoró los estadios convirtiendo al fútbol en una de las bellas artes.

Participante de campeonatos mundiales fue siempre ejemplo de decencia. Profundo amante de su país, consideraba un honor el vestir la camiseta de su selección nacional.

La Europa de los años 30 se agitaba en medio de cambios políticos de importancia: el auge del fascismo, las manifestaciones obreras, economías que intentaban recuperarse... Hitler ambicionaba anexionar Austria al Reich alemán...

Los mundiales de los años 34 y 38 fueron ganados por Italia. Intereses políticos entraron en ambos eventos. Mussolini quería la copa y la consiguió.

Austria intervino durante todos esos años con un nivel que superaba cualquier mediocridad. La figura de Sindelar en el campo daba señorío a cada encuentro. Respetado, era la imagen deportiva de su nación.

En 1938 se produjo la incorporación de Austria al dominio alemán (Anschluss). Se decidió que los mejores jugadores austriacos fuesen convocados para portar el uniforme de la selección germánica. Por supuesto Sindelar encabezaba la lista de las apetencias del Reich. Patriota, optó por el suicidio antes que por la infidelidad. Sindelar jamás vistió la svástica, como correspondía hacer a un caballero.

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Publicado en OPINIÓN (Cochabamba), 1988

Fotografía: Matthias Sindelar