Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Escucho la
entrevista al músico boliviano Marcos Tabera en el programa “Camilo”, de la CNN
en español. Eso le abre a Marcos, artista de sacrificio y talento
incomparables, una ventana multitudinaria, que es lo que falta, y siempre
faltó, en un país en todo mediterráneo, no solo en su ausencia de mar.
Marcos
peleó la gran urbe, la capital del mundo: Nueva York. Pero no olvidó el
charango ni la guitarra, y sus manos entumecidas de frío y trabajo bruto,
siguieron creando. Su música se amplió en aquel rico universo, y sus raíces se
afianzaron. La nuestra es tierra gredosa que al mojarse se hace dura y
construye un cascarón duro como concreto donde nos preservamos. Es nuestra
herencia, a mucha honra, india, la de los esclavizados, de las mujeres
violadas. Y España también.
Definir la
música de este hombre necesita la pluma de un Pablo Mendieta Paz, alguien que
sepa de lo que habla. Dejo a los maestros la tarea. Solo puedo hablar del
placer que me da escucharla, de encontrar subyacentes, superpuestas, las
experiencias de varios pero sobre todo de dos mundos que conocemos ambos tan
bien. El trasfondo no cambia, permanece la sólida aunque controvertida luz y
sombra del territorio, que es en nómina la república de Bolivia y en esencia lo
ancestral, la sangre y el agua, la sal de la tierra.
Así como
Marcos, hay una pléyade de compatriotas que aumenta las nóminas de empleados de
servicio en muchos países, gente que deja lo mejor de sí, su fuerza, creatividad,
empeño en levantar los muros extraños, todo porque no pueden hacerlo en casa, en
el país vilipendiado, estuprado por milicos y políticos, y que se deshace de
aquellos que lo harían crecer, porque el que no se queda, el que se va, busca,
intenta mejorar, es justo el que podría poner tal énfasis en fundar alrededor,
cerca, en su casa, con sus hijos.
Bolivia
exporta esa valentía de no temerle al destino incierto. Los deja ir; es más,
los aprovecha, cuando especula y lucra con el dinero que producen afuera.
Hablando de
los trabajadores. Hay otros, como Marcos, que han estado en péndulo entre esas
dos distancias y han terminado afirmándose en el lado creativo. Como este
músico nuyorquino andino hay escritores, actrices, bailantes, cantantes,
cientistas, científicos, profesionales, cuyo aporte beneficia a las naciones
que los acogieron, soportaron, contrataron, adoptaron, como sea y quieran
verlo.
Está
Guillermo Ruiz Plaza, flamante Premio Nacional de Novela en Francia. Y tantos
otros. Ibelisse Guardia Ferragutti ha hecho una notable carrera artística en
Holanda, desconocida en el medio. Eso es lo peor, que la “patria” no solo los
echa afuera, luego los olvida. La pérdida es de esa madre desnaturalizada,
porque sus hijos se levantan solos, y aunque retornen han dejado lo mejor de sí
allá. Pienso en mis novelas, yendo a lo personal. Casi el cien por ciento de mi
obra novelística ha sido escrita afuera, privada ella de la lujuria del
entorno. Que hubiera preferido escribirla contemplando los eucaliptos de Arani,
seguro. Pero tuvieron que redactarse en sangre, en cajas pesadas sobre la
espalda del estibador que escribe pero que piensa más en su dolor físico que en
las posibilidades de la prosa.
Dos
Bolivias. Una, la de los gobernantes, ladrona y vanidosa, y otra la de los
emigrados que lo único que hacen es trabajar, producir, y que a pesar del
desdén materno alimentan el vientre original, lo ayudan, mantienen, soportan.
He dejado
de lado a los connacionales adentro que también se sacrifican, que por equis
razones no han salido y que forman parte de esa, otra vez, “patria”,
trabajadora. Están unos y están otros. Lo que hace falta es deshacerse cuanto
antes de los ladrones, poner a los generales a fabricar ladrillos y a Linera y
Evito cargarles una perpetua de trabajos forzados para que sepan el sabor del
sacrificio.
24/12/18
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Publicado
en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 25/12/2018