Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
El cacique
es la veleta de la revolución. La pizpireta del tango andino. No le importan
Marx ni papá Castro, ni el vanidoso y poco inspirado Che que protege sus
riñones. No, lo que él desea, por sobre banderas rojas y retórica obsoleta, es
menear sus nalgas dónde y cómo pueda. Malamente se transfiere solo a su vice,
alias Linerita, el ser afeminado. Que los dos son, y a cual peor. Me pregunto
de qué color se habrá puesto Evito las bragas para impresionar al fascistoide
presidente de Brasil, si se habrá perfumado la entrenalga o qué designios
imprecisos y fastuosos le habrán preparado los yatiris para una posible cita de
amor.
Ya lo hizo
con Macri y lo haría con Adolfo Hitler si pudiera. El afeminado presidente de
Bolivia tiene el prurito de las putas de placer, no las de necesidad, de
sentirse amado. Si es Jair Bolsonaro o Heinrich Himmler quien lo posea
brutalmente en un sexo analítico y controversial, no importa. Será que llevó su
arma secreta, el cristal “ala de mosca”, la cocaína más pura, para frotarle el
glande a Jair y alcanzar el éxtasis repetitivo e interminable, aquel que
convertiría las asentaderas del defensor de los pobres en flor de loto. Le
curarán la impericia de entregarse al amor de tal manera con hojas de coca remojadas
en singani, o, quizá, aunque sirve para la cabeza y no sé si sirve para el
culo, grandes hojas de llantén.
Ah, el
amor, el amor, ante el cual cualquier ideología se agacha, y cualquier
presidente también ¿o no cualquiera? Bueno, total, Evo no tiene que agacharse
ni para amarrar los zapatos. Porque después de esta odisea de gozo, apenas
podrá pararse a agitar sus manitas tan parecidas a las de Laura Bush. ¿Y las
rodillas? Como es eterno número 10 del fútbol internacional, se habrá puesto
rodilleras para que la embestida brasileña no le desgarre también aquellas,
basta con las nalgas sólidas y tostadas sobre las que descargarán palmadas y
pellizcos.
2019
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Imagen: George Grosz
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