Friday, July 29, 2022

Gorky Park


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

Ayer los rusos bombardearon el parque Gorky, en Kharkiv. La noticia decía que quedó destruido. Tantos árboles, tanto verde, juegos de entretenimiento, la rueda Chicago, el salón de té. Profunda tristeza, odio contra la fobia criminal del marrano de Moscú. Si a mí me tocó algo íntimo, imagino lo que los ciudadanos de aquella hermosa vieja capital sintieron.

 

Salimos de Sharikoff con Ekaterina, desayunamos allí. Al frente había un tanque recordando la invasión del 2014. Fotografié. Como Roman Vishniac haciendo tomas de la vida hebrea en el oriente de Europa antes de Hitler, arrebaté, sin saberlo, al dictador el gusto de avasallar. No puede hacerlo, Jarkov es ya en mí eterna, su cabeza inflada nada logra contra la memoria. Y Jarkov es Ekaterina Martinenko para siempre, de pantalón negro y botitas con cierre al costado. El té que diluye en la taza tiene un sepia melancólico. Gira la rueda y nos elevamos hasta el cielo desde donde se ve la ciudad, como era, como siempre será.

 

Kate, la llamo, tuvo que salir con sus tres compañeras de casa para escapar de la muerte. Fines de febrero del 2022, principios de marzo. Larga travesía en auto eludiendo ciudades bombardeadas. Hacia el oeste, Lviv el destino. Viaje de muchísimas horas y mayores miedos. Los “orcos” (así tildan a las tropas invasoras) queman alrededor, matan niños, estupran, degüellan. Mi amiga Anna huyó de las bestias de Kadyrov, desde Sumy hasta Polonia. Ekaterina no quiso dejar su país. Está con cientos otros albergada en un gimnasio con una comida diaria. Tejen redes militares, durante el día, esas que sirven para mimetizar los tanques. Orcos peores que los de Tolkien, jabalíes inmundos de la gran mentira. Yo que soñé tomar esa carretera que llevaba de Kharkiv a Belgorod ya jamás lo haré. Cuánto de Rusia ha muerto para mí. Gozo de verlos perecer, chisporroteando como palomitas de maíz, haciendo el mismo ruido. ¿A nombre de qué, esto? Le inventan revoluciones, progresismos, desnazificaciones; bailan alrededor del trapo rojo los sicofantes del mundo, sicofantas y sicofantos. Pero he de verlo, su apocalipsis. Nadie es Dios, Dios ha muerto. Aunque lo inflen con inflador de bicicleta, aunque le pongan cachetes de niño bueno, he de mirar a Putin en la orgía de los diablos despedazando su blanca carnecita como pechuga de pollo, haciendo cazuela, o guiso de sardanápalos regados con vodka. Sí, rabia, pero hay que manejar la ira para obtener alegría. Con calma espero, escribo y sorbo mi vaso de agua. Ya les viene, el fin es lo único que viene.

 

Por un precio irrisorio, el taxi nos llevó del desayuno al entretenimiento. En el laberinto de espejos las caderas de ella se hicieron mil caderas. Andaba yo más feliz que musulmán mártir. En la entrada, si no equivoco, decía Gorky Park, en inglés. Si no, no importa. Nombre mítico. Ni siquiera pensé en Maxim Gorky. Traías chamarra de kaki verde, posamos cercanos en un pasadizo para la foto. Hombre de barba vieja y ojos de quien ha visto mucho. Tú, fresca como sol vestido de kaki verde, soldada de la guerra del amor, guerrilla de sueños y deseos, sombras de hojas sobre tu cabello negro. Una rodilla apenas adelantada, las mujeres saben cómo pararse. Callecitas y kioscos, café humeante. El parque Gorky, pues estoy aquí, a miles de kilómetros de la pena, con una mujer tan bella y cosaca además, con parientes en la tierra zaporoga, con padres cultivando un mínimo huerto entre las explosiones del Donetsk. Gente de huevos, valientes hasta el cansancio. Desde Lviv me escribe: cada centavo vale tanto aquí, cada pedazo de pan. Sus amigas se dispersaron. Comenzó a hablar con otra refugiada con un niño de siete. Tal vez el padre muerto. Los hombres de occidente, mayores de cuarenta años, de pronto se han vuelto solidarios. Todos quieren acoger a las bellas solas, algunas más hijos sin padre. Ya lo había visto antes como fenómeno de la pobreza. Ucrania no era el paraíso. La magia negra comunista la deshizo, como todo lo que toca esa escoria. Ucrania era pobre. Hoy peor. Pero Ucrania bella, incomparable, campos sin fin, lontananzas, el cielo de mis sueños, Odessa, Kiev y Kharkiv, la vida ofertada para mí, lo opuesto de la muerte. Nada lo impedirá, nada que me prohíba tener una casa con maleza descuidada en el campo de Poltava. Desde niño, cuando leía acerca de sus aldeas, las comparaba con el bucolismo cochabambino. Entre esos dos campos voy a morir, sentado en silla al frente tomando el sol, en soberbia placidez de modestia, en aguas que corren y rumoran sonidos de infancia. Eterno retorno, algo que no comprenden los monstruos cebados en riqueza y poder.

 

Desperdigados por la mesa tengo libros del medio y del este europeos. Mucho de lo que escribo anota al menos un resquicio eslavo. Irina me espera, debajo de sus pies hay cientos de calaveras de suecos muertos en el siglo dieciocho. A un paso está Mirgorod, Gogol en su fase oscura y el iluminado Gogol. Mi tenedor atrapa una salchicha y la junto a pepinos en escabeche. Comida rural, hierven la col y el repollo, el borsch ha adquirido tinte sangriento. Un vaso de kvass, pan fermentado, y de pronto estoy en una viñeta de las que amé, en isbas con mujiks vestidos de siglo veintiuno. Leí tanto que la literatura me ha atrapado, me ha metido en sus páginas, me ha hecho personaje de mis propios vicios. Pero también entro en un café moderno de la calle de León Tolstoi y pido un capuccino de sutil aroma. Luego me sentaré con los universitarios de la Shevchenko a comer fideos ramen. La síntesis del mundo me persigue y me manejo con soltura en ella. Entre lo urbano y lo campestre, péndulo de tierra negra con Demetrio Rudin. Bajeles de terribles guerreros que descienden el Dnieper cantando mientras observan cortadas cabezas turcas de souvenir.

 

En teoría nunca volveré a pisar el parque Gorky. En teoría no leeré más las historias de Máximo Gorky sobre los vagabundos del Caspio. Mentira, todo es mentira, creo que dice algún bolero por allí. Nadie me ha cortado los pasos, todavía, e incluso sin pasos seguiré viajando. Nunca han de acabarse para mí los dorados de la espiga ni el verde de la alfalfa. Ni nunca la memoria, el recuerdo de Kate, alta y joven, entre los árboles de Kharkov.

29/07/2022  


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Imagen: Gorky Park, 2018

 

 

4 comments:

  1. Sublime querido amigo, sublime. Entre congoja y esa rabia inevitable. Ahí queda también, desde ti, en ese parque. Un fuerte abrazo de tu amigo Miguel A. Berrocal

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    1. ¡Gracias, querido Miguel! vamos dejando lo nuestro por todo lado. Espero hacerlo más ahora que me estoy liberando del trabajo. ¡Abrazos!

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  2. siempre en movimiento eh? lamentablemente tuve que regresar antes de lo previsto pero he visitado otras ciudades. Ruma, que está en Serbia, las ciudades allí, en los terribles (!) Balcanes, se parecen todas, residuos imperiales de Francisco José. pero ¿cómo te sientes cuando regresas a Cochabamba después de una indigestión del Oriente? o de Europa? (EE.UU. ya los ha digerido, creo) sin embargo, la miseria en Bulgaria es terrible, los hospitales son repelentes y un velo de inmundicia se extiende por toda la nación. Serbia, aunque fuera de la UE, definitivamente está más viva, la gente también. ahora te dejo terminar de leer tus Crónicas Marcianas.
    dobre viéciur.

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  3. Kikka, a Cochabamba recién vuelvo este año para quedarme. Son 33 años, no cristianos, que no vivo allí. Denver es mi centro desde hace mucho. Pero me siento bien en cualquier lado, a pesar de cualquier cosa. Lo de Bulgaria lo imagino. Creo que siempre fue así, a la cola de los demás países balcánicos. No hablo de su pasado antiguo que fue rutilante en su momento. Lo de Serbia, me doy cuenta. Esa región es uno de mis siguientes pasos. A más tardar el próximo año. Me informaré acerca de Ruma que no conozco. Saludos y buenas tardes.

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