Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Corre calmo el Dnieper por la ciudad de Kremenchuk. Postales que vi del siglo XIX mostraban esas calles tan hermosas de Ucrania, con árboles y sobrios edificios. Poco queda, los nazis la arrasaron, los rusos la bombardean. Sin embargo allí voy, tras el gran río de mi recuerdo, rodeado de músicas, banduras y sueños de gloria de poeta menor andino. Siempre hay casas de café en los rincones de Europa centro-oriental, refugios casi contra el tiempo y el avasallamiento de la modernidad occidental. Mujeres vestidas de Halloween paseaban sus rutas, telarañas en los ojos y muecas caídas y oscuras. Uno diría qué pena que se imiten los grandes acontecimientos de mercado de Norteamérica, como este, aunque si de brujas y aparecidos hablamos tiene mucho más Ucrania que Estados Unidos para comentarlo. Por sobre las tumbas del campo no cesan lamentaciones. Afirman sonido de drones y es posible, pero no todos.
Va de
antiguo, esto.
Acomodo la
tercera maleta. Aguardo por el portafolio en el que llevaré el cuadro al pastel
que hizo mi esposa de Jorge Zabala, así como otros afiches, dos pasteles de mis
hijas. Triste de no haber encontrado la notable litografía de los Mártires de
Chicago que publicaron los anarquistas de Vancouver en su revista y que
conseguí en el París de 1986. Temo haberlo perdido, traspapelado con otras
obras. He dejado un espacio para él, con aquellos alargados rostros ahorcados siguiendo a los de Bakunin y Emma Goldman de
la misma publicación que tengo ya enmarcados. Tanto se pierde, personas y
cosas, que hay que tomarlo con calma, con Coca Cola diría mi hermana Picha. Con
el tiempo pondré algo allí si no aparece, un pequeño awayo azul de Pacajes…
bordados coreanos en miniatura.
Acomodo un
libro de Patrick Deville junto a uno biográfico de Iván Bunin. Discos,
mandolinas de Vivaldi, Il Solazzo, música de los banquetes medievales en Harmonia Mundi; una colección de
grabaciones del Smithsonian en la Ruta de la Seda, que voy a ver a como dé
lugar, al menos un par de sitios. Dudo que en Kashgar porque allí están los
comunistas han chinos en abierto genocido de los uygur. Me nutro en internet de
los caminos. He recorrido unos ciento cincuenta países en donde podré pasar
tiempo tranquilo con mi jubilación gringa. Les di mi juventud, que paguen mi
vejez; no es trato del mejor pero está hecho y he vivido y disfrutado de los
Estados Unidos con pasión y placer. Me importa un carajo que Messi juegue en
Miami; me interesan los lagartos del Okefenokee en la frontera con el estado de
Georgia y mucho la historia de los indios seminolas en los pantanos del sur.
Hay mucho más acá que los tenis Nike de los atletas negros. La ignorancia
prima, atraviesa el mundo como peste bubónica. Sentarse enfrente de la gran
serpiente fluvial donde fondearon el cuerpo de Hernando de Soto y permitir las
horas recorrer su propio ritmo. Leer a Hawthorne, Thoreau, Emerson, Whitman…
Elegir carnosos y colorados langostinos a orillas del frío mar de Nueva
Inglaterra…
Subir los caminos de la guerra franco-india siguiendo el curso del
legendario río St. Lawrence, el Saint-Laurent francés, guiado siempre en
memoria por el sin par libro de James Fenimore Cooper: El último de los mohicanos… Washington Irving… Duerme, Rip Van
Winkle, y despierta al futuro; así dormiré yo.
Y cuando despierte tendré nostalgia de lo que observo ahora. Del antes
también, por supuesto, y de las mozas holandesas que cocinaban en la floresta,
pero sobre todo una de lo nuevo que veo, del novel olor del pan mezclado con
hierbas nativas. El mito de descubrirse a sí mismo en cada etapa. Pienso, de
golpe, en las historias que forjaron este país: el gigantesco Paul Bunyan con
su no menor buey al lado y un hacha que segaba bosques de un tajo.
Continúo con la maleta. Envuelvo la escultura en barro cocido de
Harogalli lo mejor que puedo. Plástico con burbujas, camisa tras camisa
alrededor. Lo mismo con la magnífica máscara guro, larga y morena. El riesgo de
que se rompan es grande pero ambas piezas ya han viajado bastante. Pregunto al
cirujano si podré hacer el amor con la columna rota. Con flema y valentía
escocesas responde que puede que ello me enderece. Luego me atonta la anestesia
y divago por un mundo de monstruos reptantes. Una iguana agazapada detrás del
faro de la mesa de operaciones salta sobre la cabeza de una enfermera y la
devora. Luego la recuperación, la inexistencia de las piernas, dolor de parir
me cuentan las mujeres, cuerpo caído, derrotado, arropado en la mortaja de un
pijama a rayas. Recuerdo a mi padre, llevaba uno igual. ¿Somos tú y yo el
mismo, papá? ¿Estoy ya contigo?
Sesenta grados Fahrenheit, fresco. Mi ventana da a un armazón de
Halloween con aturdidores espectros femeninos. Les han puesto luces púrpuras en
la noche. Las muchachas del rayón de Kremenchuk decoran sus bellos rostros con
algodones negros. Desde allí un avión me lanza en paracaídas en la frontera
tajik. Cantos guturales kazajos como los tuvaleses de Mongolia. Al fin todos
ellos son pueblos turcomanos, no mongoles, y cantan de manera similar. Siberianos
de Khakassia. Mi sobrina nieta Renata baila estos ritmos como derviche.
Niño Korín.
El jueves Irina cumple 42. Desde el año 2020 que intento ir en su
cumpleaños, el 26. Vino la muerte de mi hermana, la pandemia, la guerra, el
diluvio que sobreviví agarrándome de una cola de mono que colgaba de un
orificio del Arca y no pude. Pero no existen los tiempos malditos sino los
malos y continúo empacando. Me acomodo en el Alto Barroco, cierro los ojos.
Me nutro de cine, por eso no puedo dormir; abro puertas por las que
entran carretadas de acontecimientos, pavores, amores y, a pesar de los
consejos maternos, me inmiscuyo en todos. Conversamos con Eliana de la pampa
húmeda acerca de Pomerania y Silesia, las ciudades polacas, y una rusa, que
fueron germánicas. Danzig, allí voy, acompañado de Günter Grass. También
en la charla aparecen las características específicas de los salames de Lombardía y Piamonte. Me
miro a mí mismo, enamorado de la casada Elisabeth, con mi cargamento de
embutidos de Milán, pequeño contrabandista gourmet, abandonando el erial de
Villazón, penetrando en el mundo de los apus que dominan hatos infinitos de
camélidos.
Eucaliptos, molles de Orcoma y Aguascalientes, bajando al valle. Chicha
en polvo de los caminos. De los caminos, chicha. En polvo, chicha, color chicha
tus ojos en perfecto romance ebrio.
El Dnieper trashuma Kremenchuk. Agarro los dedos de Kateryna. Despierto,
melancólico, y salto al equipaje para arribar rápido al porvenir que ya pena me
da haberlo visto.
24/09/2024
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Imagen: Estatuilla femenina de Bactria-Margiana, circa 2000 aC