Saturday, July 31, 2010
La literatura en la historia, o al revés
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Debiera mencionar el nombre de Rafael Sabatini en el título, porque el texto es resultado de impresiones causadas por la apasionante novela "Scaramouche, hacedor de reyes", obra de 1931 y secuela de la original "Scaramouche", del año 21.
El azar me llevó a comprarla en una de mis visitas diarias al centro cochabambino, donde aún se pueden encontrar buenos libros en medio de un mar de comercio, dólares, euros, comidas que crecen como plantas alrededor de un elefante que perece (el ya oxidado edificio de Correos).
La pesadez del tiempo, el vacío que nos arrebató a todos en la familia, me obligó a desechar la seriedad de escritos que requiriesen juicio y seso. Preferí un relato de aventuras, yo que tanto he amado a Dumas, para levantar el ánimo y convertirme en espectador intruso -y pasivo- del ayer. No me arrepentí en esta primera y única incursión en la obra del autor inglés.
Muchos, exceptuando a Dumas, fueron olvidados. Pero la paradoja de la explosión tecnológica, todavía incipiente en crear sus propios héroes contemporáneos, se ha volcado hacia el pasado en su búsqueda de ellos, convirtiendo a los caballeros en titanes híbridos con poderes especiales dotados por los avances modernos. El héroe de aventuras retornó, y el devenir de la historia se debe en grande al accionar individual de seres magníficos, generalmente magnánimos, de imborrable impronta, como en la vieja literatura.
André-Louis Moreau, que en la sombra encarna a Scaramouche -representado como el original del teatro italiano con una máscara de puntiaguda nariz- retorna a París del autoexilio en Coblenza, Westfalia, con la misión de abonar el terreno para el regreso de los Borbones al trono francés. Sabatini, con maestría, mete a su personaje dentro de reales hechos históricos y lo hace funcionar de tal manera que parecería que gracias a él, y a un número vasto de asociados con sólo un par de visibles cabezas, los revolucionarios y "terroristas" del 93 van minando su poder y cayendo irremediablemente en la desgracia, a las manos del gran Charlot, célebre verdugo del "Barbero nacional" (la guillotina).
Comienzan los girondinos, de quienes Moreau (y sin duda el autor) afirma que eran los más peligrosos por su moderación que hubiese establecido una sólida república; les siguen poderosos aliados de Robespierre: Chabot y Basire; luego los hebertistas, ávidos secuaces del terror destruidos por Dantón. Cuando Scaramouche fragua la trampa que dará en tierra con la testa del terrible Saint-Just, y por consiguiente del Incorruptible, el argumento retorna a la deliciosa trivialidad del amor y la intriga, que finalizará las actividades subversivas de Moreau y también las aspiraciones del duque de Orleans, presuntuoso e imbécil Borbón que se decía Regente de Francia, ya descabezado el rey.
Es tan veraz Sabatini que se podría creer que hubo personaje tal manipulando los hilos de la historia para desequilibrar aquel inmenso proceso social de la revolución francesa. No implica desmerecerla; por el contrario, aviva el deseo de conocimiento sobre asuntos y personalidades, hallando fidedigna la información del artista, que esos años dramáticos, efímeros y sangrientos, debieron su fin, entre otros, a males que señala.
Recuerda a Dumas, a través del cual pasa Francia en su gloria; a Alfred de Vigny, al mismo Hugo; a Paul Feval y a autores "menores" como Miguel Zévaco (activo anarquista y folletinista a la vez), hablando de los "historiadores". Y en la aventura, a Verne, Salgari... a Anthony Hope con "El prisionero de Zenda" que, notablemente, tiene con Scaramouche y con Cyrano de Bergerac, y recreando a Molière, la característica nariz en punta.
Los casos de literatura/historia son incontables. Creo que el título excede lo dicho. Como digresión anoto que el ambiente de la Francia revolucionaria guarda similitudes con la Bolivia de hoy. Por supuesto que Morales no es Dantón, ni García Linera Saint-Just; ni que hablar de Robespierre, en verdad incorruptible y, como tal, personaje insólito, imposible para Bolivia. Las situaciones de malestar social tienen características afines en todo lado, y la moraleja de la Francia de Sabatini en relación al país es que la gula de la corrupción, añadida al narcotráfico -desconocido en el siglo XVIII- no es eterna, y que el poder, omnímodo como parezca o se crea, peca de mortalidad, y de mortalidad y a veces mortandad, sus representantes.
27/07/10
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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 01/08/2010
Imagen: Grabado de Villeneuve/Ecce Custine (Adam Philippe, comte de Custine), guillotinado en 1793
Friday, July 30, 2010
Hawaii, Oslo/LA VUELTA AL MUNDO EN 80 FILMES
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Erik Poppe/Noruega, 2004
Las últimas películas noruegas que vi me dejaron una resaca melancólica. Incluso "Hamsun", que no sé si era noruega o danesa, tenía un aura de tristeza, un olor a cosa perdida, mientras envejecía el gran novelista en su austera soledad (y castigo).
No así "Hawaii, Oslo" largometraje del fotógrafo periodístico y hoy director Erik Poppe (1960). Filme con un entrevero de historias de amor, no relatadas en insana lírica sino en el devenir diario, y casi siempre trágico, de lo cotidiano. Cinco narraciones que a pesar de ser de gente desconocida entre sí se conjugan al final en un desenlace "feliz" -a alto precio, sin embargo.
El filme termina donde comienza, en una premonición del personaje principal, Vidar (Trond Espen Seim) que sueña con cosas que han de ocurrir, con el tiempo suficiente para poder detenerlas o cambiarlas. Principia y acaba con un accidente de auto, que es el que va a ligar a los caracteres de las cinco historias en el lugar y en el instante en que ocurre.
Sucede en el día más caliente del año, en Oslo. Hawaii, cuya presencia se sospecha en el inusual calor de la ciudad nórdica, representa dos cosas: una el cambio anhelado, la fuga, el escape, la libertad de un presidiario encerrado por asalto a mano armada y que sueña con evadirse a las islas pacíficas y dedicarse al surf; la otra Hawaii es un café de la ciudad donde una mujer recién llegada espera a un novio de antaño, con quien se prometieran matrimonio en la juventud. El novio, cleptómano y corredor compulsivo que vive en el instituto donde trabaja Vidar, busca el café Hawaii con el mismo empeño con que el reo -que es su hermano- busca el destino isleño, tan distinto a su realidad. Hawaii implica paraíso, posibilidad de cambio. Lugar que refiere al amor tanto como a la libertad y descubre uno de los temas centrales de la cinta que trata del amor como conjunción pero también como disfunción.
Vidar viste de blanco. El hecho de ver el futuro en sueños no le da ventaja, más bien preocupación. Su destino, como lo amerita el color que lleva, lo ha calificado de ángel, y ese es el papel que desempeña, al tratar de desfacer entuertos en una ciudad desesperante. Trabajo cansador y a un costo demasiado alto para Vidar como hombre, pero justo para Vidar como ángel.
Una película difícil de realizar, con un guión en el que es fácil desubicarse pero que jamás pierde hilación en el transcurso. Trabajo de orfebrería cinematográfica, con actuaciones de brillante naturalidad. Escenarios típicos de cualquier ciudad moderna. Existencias amargas y mucha miseria espiritual. La idea -no religiosa- de redención permanece viva y, nada mejor, que la presencia de un ángel como refugio de la esperanza. Sin cursilería clandestina, "Hawaii, Oslo" es un susurro humanitario.
14/05/08
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), mayo 2008
Imagen: Petronella Barker, en una escena del filme
La guerra eterna/MIRANDO DE ARRIBA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Ya no se piensa en el número de muertos que la guerra iraquí ha traído. De pronto, para un público grande en Norteamérica, sus cuatro mil muertos representan el detalle de un error. Más importantes -aunque ligados al conflicto- son los problemas del precio de la gasolina, el alza indiscriminada de los productos de primera necesidad... Y sin embargo el idiota, ya saben quién, sigue pidiendo dólares para continuar una guerra que sólo benefició a él y a sus amigos.
A pesar de que el país está en un declive peligroso, el porcentaje de los millonarios ha visto triplicados sus ingresos. La conjura de los ricos está dando resultados asombrosos para sus bolsillos; la lástima es que no tendrán ya un país para disfrutarlo.
Las bajas norteamericanas aún son pequeñas en comparación a las sufridas por los ingleses en 1920, en Iraq. Entonces los flemáticos y afeminados británicos (excelentes soldados, sin embargo -si hay excelencia en ello-) perdieron el doble de combatientes.
Esa angurria por apoderarse de los recursos naturales de otros países, tan cara a los Estados Unidos, ya no es como en los buenos tiempos idos. Ahora Bush y su séquito peregrinan hacia La Meca como simples mendigos a solicitar dádivas del rey. En Riyad se juegan los destinos de Norteamérica y no en Washington. El presidente del poderoso país agacha la cabeza cuando le conviene, tanto que hoy anda de manos con Khadafy, pensando en el fabuloso gas que atesora Libia en sus entrañas. No será raro que en un tiempo dado vaya dándose de besitos con Chávez, quien, de acuerdo a su inteligencia y su criterio hablará de jalones de oreja aquí, y jalones allá, porque él, como Evo, y como Georgie son todos una sarta de niños traviesos (les encanta serlo).
Los religiosos norteamericanos predicen el fin del mundo cada vez con mayor frecuencia. Tsunamis, terremotos y etcéteras les muestran que la hora del juicio va llegando. Esos mismos adivinos de la medianoche son los puntales de la administración Bush, los propulsores de esta tardía "cruzada". Dueños de muchos canales televisivos arrojan su descompostura sin asco hacia un público ávido de pornografía religiosa. Defienden a Israel a rajatabla y no cesan de matar en el mundo entero, en nombre de Dios. Extraños cristianos que dependen de la judería -un emblema nacional- y se desviven por nutrirse de actos de guerra, válida desde su punto de vista si está dirigida a "infieles".
Se proyecta la construcción de un gigantesco nuevo presidio en Afganistán. ¿Quién estará lucrando con el proyecto? ¿Cheney? Ya lucra bastante con los caídos en Iraq.
¿Pondrá alguien coto a los desmanes? ¿McCain, Hillary, Obama? Lo dudo. Todos están lavados en las mismas benditas aguas de una estupidez casi congénita.
19/05/08
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Publicado en Opinión (Cochabamba), mayo 2008
Imagen: Leonora Carrington/Sinister Work, 1973
Thursday, July 29, 2010
Trabajar de noche/MIRANDO DE ARRIBA
Manejando a las cuatro de la mañana, con música de los Talking Heads en el grabador, con mapaches y zorros atravesando el camino, me he puesto a pensar en lo que significó trabajar veinte años de noche.
Desde los tiempos antiguos de Cochabamba, en que las horas nocturnas alternaban corregir noticias, columnas, cables, pasando por la medianoche al amanecer donde en los mercados del Distrito de Columbia se cargaban y descargaban cajas, hasta la modernidad de repartir periódicos en auto, hacer trabajo administrativo de frente al computador mientras el marco de la puerta mostraba únicamente oscuridad, la cronología ha marcado la existencia de un mundo volcado, donde no hay fantasmas y donde se contempla, en medio de una solitud monástica, la otra cara de la vida.
No hay fantasmas, digo, porque de noche, cuando se cree que nada se mueve, el movimiento se percibe mejor y es más sutil. En el estruendo de las horas diurnas, entre la estulticia de la gente y el frenesí, muchas cosas se soslayan. Que las sombras se mueven, que por el camino se cruzan extrañas y rápidas formas, es verdad, pero con el tiempo uno comienza a comprender los matices del aire, el viento que agita de manera imperceptible los objetos, el error de las pupilas no aptas para tal labor.
En un par de años ya nada puede sorprender, ni los ladrones que se esconden entre las matas de un lago, ni los enfermos mentales que salen de cacería, ni los atletas ni las raras mujeres que afloran en los caminos durante las tormentas de nieve. Se crea una lógica, tal vez paradójicamente irracional, que aleja cualquier caracterización de "misterioso", "diabólico", "tenebroso". Todo tiene su razón de ser.
Vivir de noche implica domeñar los temores burgueses de quien duerme bien. La noche es un espacio de profunda belleza, más aún si ha habido lluvia helada y cada rama, cada intersticio de árbol, muestra un esqueleto congelado y luminoso. La luz, además, luego de esas tormentas, y reflejada en la nieve, es de claridad singular.
Los hombres que pueblan las sombras son joviales por lo usual. Han renunciado a la facilidad del día. Se han sacrificado en aras del bienestar propio o de los suyos. Y esta carga parece no pesar porque en su renuncia cabe una aceptación de un espacio tanto o más bello que el de las otras horas; se enferma uno con cordialidad de un vampirismo elemental donde aprecia el silencio de estar solo. Recuerdo a los estibadores de Gallaudet, a los repartidores de Cherry Creek, a los insertadores de Trenton, a los rusos, los mexicanos, los armenios, los georgianos, los judíos kazakos, los negros y los blancos de Norteamérica, los africanos; a los trabajadores de "Opinión" en Cochabamba: correctores, prensistas...
La noche fue, y es, todavía grande para acogernos.
21/4/08
Publicado en Opinión (Cochabamba), abril 2008
Imagen: Sombras
Pujante Santa Cruz/MIRANDO DE ARRIBA
Muchas veces tuve un desdeñoso apronte a lo cruceño y a la ciudad de Santa Cruz en particular, por razones que calificaría de primario prejuicio. Con los años esa visión se fue relajando y la última visita a la capital oriental despejó mis dudas de que nos hallamos ante un organismo pujante y fuerte. Toda ciudad, para conocerla, no se encuentra en los elegantes locales del centro sino en la periferia, donde la industria y el comercio pululan. Y allí Santa Cruz me recordó las ciudades argentinas cuando aún ese país emulaba a un poderoso y nunca durmiente trabajador. En términos relativos, claro, para no olvidar lo que la opulencia esconde y que, en el caso argentino, llevó a la guerrilla guevarista de Santucho a iniciar foco en Tucumán.
Hoy Santa Cruz es objeto de intenso debate. La autonomía en sus variadas imágenes, la de los cívicos cruceños por un lado y los indígenas guaraníes por el otro, ha despertado el celo de un gobierno que intenta lucrar a la vez que sobrevivir. Evo Morales dice sandeces que nada tienen que ver con autonomías ni con nada. Le gusta hablar... García Linera, de terno y con perfectamente planchada peluca, intenta jugar al buen burgués y al mejor revolucionario al mismo tiempo. El valet ¿ujier? Alejandro Almaraz demuestra en cámaras su sapiencia en el arte de mascar coca, habilidad que habrá adquirido hace poco y que disgustará su origen, y luego de charlas y más charlas no se procede con el saneamiento de tierras. Quizá a nadie que gobierne le convenga eso, porque tiempo ha de llegar en que se tenga que, bajo lista, comenzar a quitar propiedades rurales de los militares, robadas y mal adquiridas, y dudo que los masistas consientan en ello ya que el ejército es el chico de los mandados, un sirviente solícito y abyecto... como siempre fue.
Digresiones aparte, y obviando los incentivos que diera Bánzer a la agroindustria cruceña, nos hallamos ante una ciudad y un departamento vital para la existencia nacional. Huelga decir que las diferencias visuales son tanto o más alumbradoras que las estadísticas. Ante Santa Cruz, Cochabamba es un mercado de extenso contrabando, pillaje, piratería y maquila, mientras que La Paz va quedándose rezagada en memoria; en ese departamento quien brilla es aquel otro fenómeno boliviano: El Alto.
En este tiempo de dudas hay que evaluar las ventajas y las condiciones que conforman un país. Que Evo deje de sonar los cornetines de una revolución que no existe, que ya bastantes son dos años de irresponsabilidad.
14/4/08
Publicado en Opinión (Cochabamba), abril 2008
Imagen: Trajes típicos de Santa Cruz/de Alcides D'Orbigny
Monday, July 26, 2010
El culto de la personalidad/MIRANDO DE ARRIBA
“Pensando en Lenin me he preguntado con frecuencia si el culto de la personalidad no sólo resulta extraño, sino también desagradable para un hombre verdaderamente grande”, escribía en “Hombres, años, vida” Ilia Ehrenburg.
No es el caso nuestro, donde, aprovechándose de un matiz étnico, Evo Morales pasa de líder sindical a divo (estilo Juan Gabriel), esquivando aquella grandeza de la que habla el autor de “Julio Jurenito”, libro que apreció Vladimiro Ilich.
La apoteósica carrera de Fidel Castro, plagada de sublimes momentos como de oscuras situaciones jamás aclaradas, tuvo su momento histórico. La presencia del imperio solidificó al líder cubano y, posiblemente sólo gracias a ello, logró conservarse por tanto tiempo en el gobierno. Pero la gloria se tornó, a medida que pasaron los años y llegó la senilidad, en una farsa lamentable, donde un decrépito anciano mostraba la demencia incomprensible de aferrarse a los humos del poder.
Aún más lamentable es la imagen del titiritero de Caracas, aquel militar de quién alguna vez habló García Márquez. Hábil prestidigitador, hechicero del llano –todavía no en llamas-, Hugo Chávez juega una carta peligrosa. Sus dotes de orador son las de un chalán de feria, pero su excesiva soberbia tiene que causarle estrepitosa caída. No se compra eternidad con armas ni dinero, no mientras las bases que sustentan su país, asediadas por una pobreza endémica, corroen los cimientos de un reino elevado entre exabruptos y canciones rancheras, entre sombras como la de Bolívar, a quien el presidente intenta superar, y visos de telenovela venezolana.
Largos son los paseos por la galería de aquellos a quienes sedujo el culto a la personalidad. Cuando murió Stalin, el tablado se vino abajo y los jerarcas soviéticos se enfrascaron en dentelladas perrunas por su herencia (Malenkov estrangulando a Beria…). Hitler terminó como un triste y usado esparadrapo en un patio de Berlín. Abimael Guzmán, el presidente Gonzalo, cuestionada cabeza de una cuestionada guerrilla, es un despojo de olvido y de miseria. Y ahora Evo Morales, de indiscutible carisma, que no supo concretar una posibilidad única de cambio en el país, y eligió la moda, la sonrisa, posiblemente la riqueza, la fama y la idolatría a la seriedad de tener en sus manos una situación que quizá no retorne más a Bolivia.
El único culto aceptable, y que lo escuchen bien Morales y el siniestro Linera, es el de la corrección inflexible, que para el drama y el lucro tienen el teatro o el comercio.
6/4/08
Publicado en Opinión (Cochabamba), abril 2008
Imagen: Comic español (Super López/de Jan López), a propósito del tema
La batalla de Suipacha/500 Años de América
El tren bordea el río. Tarde de sur boliviano. Los pastizales balancean sus cabellos; los arbustos parecen con los ojos cerrados.
En ese silencio que interrumpe el tren, siento los caballos agitar la baba sobre los muertos. El pasado se precisa en el aire. Esas picas, antiguas destrozadoras de vísceras, se han plantado eucaliptos.
Como niño que soy, imagino a los hombres cargando en las colinas. Creo en las turbias aguas decoradas de sangre.
En Suipacha no se encontraron los hombres; se encontraron la muerte y el río. Y amáronse con lenguas frenéticas en un fondo de cielo rojo.
Paso en tren por Suipacha, yo que soy dos, y me acurruco en mis pensamientos.
En 1810, el general argentino Balcarce, con los guerrilleros sureños, derrotó en Suipacha al ejército español.
Publicado en Pueblo y Cultura (Opinión/Cochabamba), 27/2/1992
Publicado en Presencia Literaria (Presencia/La Paz), 12/4/1992
Imagen: Antonio González Balcarce
Respuestas para Fondo Negro acerca de Garcia Marquez
- Para unos GGM es el más grande escritor latinoamericano del último medio siglo y para otros, simplemente un escritor interesante que tuvo mucha fortuna en la coyuntura de publicación de sus obras. ¿Con cuál criterio concuerdas y por qué?
Consideraría a Gabriel García Márquez entre los más grandes, no sólo por "Cien años de soledad", también por "El otoño del patriarca", "Crónica de una muerte anunciada", sus novelas breves. Como todo autor tiene su altibajos y, por citar un ejemplo, sus "Doce cuentos peregrinos" son muy pobres. Junto a Borges, Cortázar, el Vargas Llosa del principio, Carpentier, Scorza y otros varios, GGM ocupa un lugar de privilegio en las letras del continente.
- ¿Hasta donde influyó en la literatura boliviana? danos algunos ejemplos de esta influencia, si es que la hay.
"Cien años de soledad" marca un hito en la perspectiva mundial de los sesentas, no sólo en el campo literario sino en el socio-histórico de entonces. Su magia se asocia a una nueva concepción de vida, a una visión distinta de la realidad. El libro está al lado de la música de los Beatles, de París 68, de la primavera de Praga, Tlatelolco, Che, la guerrilla latinoamericana, Helder Cámara, Camilo Torres... Como tal por supuesto que influye en la novelística boliviana, y en la poética. Sus alcances son tan recientes como "Potosí 1600". No es que Ramón Rocha Monroy nazca de García Márquez, pero hay rasgos indelebles en partes de su novela como en partes de la mía (El señor don Rómulo). Aceptar alguna influencia no es en modo alguno desdicha. Si hemos de creer que todo nace de los clásicos, todo fue dicho ya por Sófocles, por Milton, Cervantes y Shakespeare, por Dante...
- ¿Qué diferencias hallas entre sus primeros y sus más recientes libros?
"Memoria de mis putas tristes" fue una feliz reaparición del ímpetu garcimarquesiano que se había perdido. "Vivir para contarla" es sumirse de nuevo en los cien años de Macondo, inicialmente, para dar lugar de inmediato a un recuento bien escrito de sus épocas juveniles, con jugosas anécdotas pero también con cierta lobreguez que hace pensar en "Pedro Páramo". No leí todo García Márquez y evito poner en bloque toda una obra. Somos hechos de circunstancias, de emociones, de contradicciones, de devoción y desdén. Difícil construir un esquema monolítico con elementos tan dispares.
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), marzo 2008
Imagen: Portada de una edición lituana de Cien años de soledad
Kafka/MIRANDO DE ARRIBA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Qué fascinación ejerce todavía el pequeño judío de Praga. Tal vez su juego fue apostar al misterio, y, borgiano a priori, elaboró un simulacro de espejos y laberintos donde en principio y final estaba él. Lo logró.
Tuve por casi veinte años, en la pared de casa, un afiche donde la mirada de Kafka acecha sobre la ciudad vieja de Rilke, de Franz Werfel, Jan Neruda, Karel Capek, Julius Fucik, Nezval, Jaroslav Seifert y tantos que nacieron, vivieron, murieron allí. No son ojos de cucaracha; son ojos de hombre capaz de hacer de dioses cucarachas, de penetrar hasta el último recodo de la duda, del amor y del poder...
Brújula, de Santa Cruz, me envió un cuestionario acerca del autor judío checo-alemán (hoy todos lo reclaman), y ya que el espacio no fue bastante para las opiniones, me tomo la voluntad de plagiarme y repetir algo de lo ya escrito.
Kierkegaard lo prefigura en la angustia como fuente literaria. Kafka, individuo por encima de escritor, se sitúa en los márgenes de todo: política, religión, judaísmo. Alimenta su mente, la expone en su obra con la riqueza de no poder ser, una opción pendular casi alógica que acarrea consigo los demonios de la duda, el terror, la incertidumbre. Escritor perfecto de un universo que perece mientras nace otro, casi el Nietzsche de Liliana Cavani sobre el que se reflexiona en la extraña ubicuidad de pertenecer -y también prefigurar- dos mundos.
Preguntaron el por qué pidió a Max Brod quemar sus manuscritos. Respondí con unas líneas alucinantes del crítico literario austro-brasilero Otto Maria Carpeaux. Como sigue: "(...) não pretendia criar "literatura": teria mandado a Brod destruir os originais por fundado receio de que o mundo os pudesse interpretar como literatura". No necesita traducción.
Sobre qué y dónde es y leí "La metamorfosis", dije: en Buenos Aires, en 1975, en un viaje con mi madre. El impacto tuvo estrecha relación con el momento que vivía la Argentina. En la primera noche me paseé por los portones cerrados del Abasto, y la humedad de la ciudad, más el agua utilizada para lavar los pisos, hacían brillar el pavimento como caparazón de cucaracha (...). Corrían tiempos de muerte. ¿La metamorfosis? Encrucijada del hombre ante el futuro. Lo incierto de mañana y la aguda sensatez de saberse poco, o nada. Quizá única rebelión posible ante la maquinaria del universo que aunque parece absurda (kafkiana) funciona a la perfección en sus facultades destructivas.
25/07/2010
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 27/07/2010
Imagen: Caricatura de Franz Kafka (de un blog)
Saturday, July 24, 2010
There Will Be Blood/LA VUELTA AL MUNDO EN 80 FILMES
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Paul Thomas Anderson, Estados Unidos, 2007
Las obras de Upton Sinclair dormían en el estante inferior de la biblioteca de casa, dado su volumen. Sergio Almaraz Paz se las había aconsejado a mi padre, camarada juvenil suyo de un entonces promisorio PIR. Una de ellas era “Petróleo”, libro que Paul Thomas Anderson adaptó para su estremecedora “There Will Be Blood” (Petróleo sangriento, Pozos de ambición, en versión castellana). Con los años la obra de Sinclair ha perdido el peso denunciador que tuvo en su época, y su estilo es incluso hoy criticado. No es uno de los grandes mitos de Norteamérica; fue uno de sus grandes rebeldes.
La magia del cine y la sensibilidad de Anderson para plasmar en imagen la oscuridad de las páginas de “Oil”, han resultado en una saga maligna del origen de las grandes fortunas en los Estados Unidos, y de la inescrupulosidad para conseguir los objetivos que el “progreso” y la “modernidad” demandaban. Sin embargo, a la vez, es una muestra del tesón a veces insano que levantó ese país de la nada, que sugirió la invencibilidad del hombre ante su medio natural, y el valor en medio de la desolación.
Contrapone el director a los dos personajes principales, el magnate petrolero, enriquecido a través del trabajo brutal y luego del engaño, y el pastor de una mínima iglesia en medio del “heartland”. Uno y otro resultan dos caras de una misma moneda: el capital y el clero como los grandes aprovechadores de la historia, asunto que casi no ha cambiado, con la salvedad de que los magnates de hoy, como el presidente Bush y su familia, son de extrema religiosidad y nuestro personaje tiene más que un ateísmo un desdén por los asuntos de Dios. El desprecio de uno por el otro, y las triquiñuelas de ambos en pos de sus ambiciones, muestran un desolador panorama donde el señuelo de paz y felicidad se torna torvo al observar sus detalles.
Paul Thomas Anderson apabulla al espectador con grande y bien meditado poder. Su cine es masivo, en el sentido de fuerza. No juega con un público que participe; expone como en clase magistral. No extraña que escogiera a Upton Sinclair como su texto original. Igual que él es devastador y concreto. No de otra forma podría haberse presentado esta historia que continúa siendo actual, más contemporánea que nunca, ya que la guerra total de los campos petrolíferos de la California de principios del siglo XX se ha trasladado por el orbe con su carga de muerte.
Punto aparte merece la actuación de Daniel Day-Lewis, quien con su larga trayectoria y versatilidad ha realizado una de las mejores interpretaciones de su carrera. Este Day-Lewis de hoy, en el ambiente escogido, ya se prefiguraba en el despiadado matarife de “Gangs of New York”; era la opción perfecta.
Otra gran obra de un director todavía joven y carente de la angurria de sobresalir con número en lugar de calidad. Como a todo filme se le pueden criticar detalles, se lo puede hacer incluso con el libro original, pero en Paul Thomas Anderson cualquier detalle se esfuma en un total soberbio.
07/04/08
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), abril 2008
Imagen: Afiche polaco del filme
Hermano/LA VUELTA AL MUNDO EN 80 FILMES
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Alexei Balabanov/Rusia, 1997
Glasnost, Perestroika, Gorbachev, nombres que se hicieron célebres en el proceso de caída del imperio soviético. ¿Qué vendría después?
Con colores que recuerdan la fílmica de Sujorov, el director Alexander Balabanov presenta un descarnado panorama de la Rusia post-soviética en las heladas y casi vacías calles de San Petersburgo, a ratos todavía llamada Leningrado.
El protagonista: un apuesto joven de origen rural que ha sido desmovilizado del ejército, donde dice haber servido en el "Estado Mayor", de escribano, profesión que los 96 minutos del filme desmitificarán, denotándolo como un perfecto asesino a sueldo, de sofisticado entrenamiento militar.
La diferencia del filme de Balabanov con respecto a películas similares, tipo B, de los Estados Unidos sobre todo, es cierta calidad intelectual, la gracia con que se manejan las cámaras en intención de darle estatura de arte, alejarse del exclusivo hecho de cacería y muerte y humanizar a sus personajes, incluyendo el matador, que fuera de su despiadada labor es un joven normal inmerso en el nuevo mundo que despierta en Rusia: capitalismo, Rock & Roll, drogas.
Si pensamos en "Taxi Driver", de Scorcese, recordamos la obsesividad del personaje, la preparación de la fiesta de sangre, asunto ajeno en "Hermano", con intervalos similares -pero espaciados- donde Daniel (interpretado por Sergei Bodrov) demuestra su habilidad alistando sus instrumentos de muerte. A diferencia del taxista nuyorquino , Daniel es un individuo ávido por contacto social, entusiasmado por la música de "Nautilus" -rockeros locales- ansioso por entablar algún tipo de relación con las muchachas y de actuar como "vigilante" en situaciones que considera injustas.
"Hermano" es una película de gansters con su necesaria dosis de acción y entretenimiento. Sin embargo añade a su argumento, que fue éxito de taquilla en Rusia, la pesadez del ambiente -del alma- ruso. La ambientación es perfecta. Pocas veces se ha visto San Petersburgo ante una lente tan lacónica y desgarrada; recuerda los relatos de ciencia-ficción de un mundo de post-guerra atómica. Rusia, en la época, sin duda daba la impresión de estar saliendo de un abismo para entrar en otro. La forzada disciplina del estalinismo y sus secuelas da lugar a una algarabía desenfrenada donde el hombre es el lobo del hombre. Ya perecido el sostén del país, una ola de nihilismo se apodera de su gente, mientras la geografía, ayudada por el tenaz invierno del norte y la miseria, perfilan un lugar de desasosiego, falto de esperanza. El dinero que se puede lograr, con el crimen o como fuere, apenas tiene la consistencia del papel, se evapora, es efímero, pasa de mano a mano. Los que creen dominar sobre este caos producto del embate de dos épocas históricas, no pueden asegurar sus vidas ni con el número de los dedos de las manos.
La pauta filosófica, la de la persistencia del ser humano, la posibilidad entrevista de un futuro, la da paradójicamente un mendigo alemán, que se amiga con el protagonista y establece un intercambio de favores producto de la amistad y no del oro. En sus reuniones nocturnas en un quiosco de un cementerio, con otros desharrapados, el vodka corre de boca en boca y semeja el último refugio del hombre en un mundo que se desvanece. ¿El amor? Aunque al principio no pareciera, es como el dinero, insustancial, temporal, prescindible.
28/02//08
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos), febrero 2008
Imagen: Afiche ruso del filme
Cuestionario sobre Kafka
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
La obra de Franz Kafka se sitúa entre las más influyentes e innovadoras del siglo XX. ¿Cuáles considera las razones para este fenómeno?
Me adhiero a la opinión de Otto Maria Carpeaux que en su soberbia História da Literatura Ocidental dice que Kafka, sin saberlo, se encuadraba en un movimiento que hacía parte de la "revuelta de los modernismos", uno que inicia, por así decirlo, el "realismo mágico" a partir de la descomposición del realismo-naturalismo. Por ello no es extraño que Carpeaux cite al suizo Robert Walser y al judío polaco Bruno Schulz como cercanos suyos. Hay que ser sin embargo cuidadosos con los términos, que, en literatura, no son absolutos. No se está diciendo que Kafka prefigura a García Márquez, aunque sus huellas están en casi todos los autores modernos. Hablamos de una transformación que para guiarnos necesita de nombres como señales.
Kafka tuvo una existencia atribulada y angustiosa, ¿Cuán determinante considera que fue ese aspecto en su obra?
Ya Kierkegaard se opone al colectivismo platónico. A partir de él toma carta de presencia el asunto individual, incluida la angustia como fuente vital. Kafka es un individuo, por encima del escritor, cuyas dudas lo sitúan en los márgenes de todo: la política, la religión, el judaísmo. Alimenta su mente, expuesta en su obra, con la riqueza del no poder ser, una opción pendular casi alógica que acarrea consigo los demonios de la duda, el terror, la ansiedad, la incertidumbre. Es, por ello, el escritor perfecto de un mundo que muere mientras otro nace, algo parecido a lo que Liliana Cavani, en su filme Más allá del Bien y del Mal, hace reflexionar sobre sí a Nietzsche.
¿Por qué cree que pidió a su amigo Max Brod que, a su muerte, quemara todos sus manuscritos?
Retomo a Otto Maria Carpeaux con una respuesta alucinante: "(...) não pretendia criar "literatura": teria mandado a Brod destruir os originais por fundado receio de que o mundo os pudesse interpretar como literatura". No necesita traducción...
¿Cómo definiría a La metamorfosis?
Sitúo este libro como una encrucijada del hombre ante el futuro. Lo incierto de mañana y la aceptación de la endiablada realidad de ser nadie. Tal vez como la única rebeldía posible ante la maquinaria atroz del universo que a pesar de parecer absurda funciona a la perfección en sus facultades destructivas.
¿Recuerda donde leyó por primera vez y de que forma le impactó este libro?
Lo leí en Buenos Aires en 1975, en un viaje que hicimos con mi madre. El impacto tuvo estrecha ligazón con el momento que vivía la Argentina. En mi primera noche me paseé -quince años- por los portones cerrados del Abasto, y la humedad de la ciudad, más el agua que se había utilizado para lavar los pisos, hacían brillar el pavimento como caparazón de cucaracha. Luego llegué a casa y la tía Lucha andaba desesperada porque me fui sin pasaporte y aquello, entonces, era pasaporte seguro a la muerte.
¿Qué lugar ocuparía la figura de Kafka si hubiera vivido en estos tiempos?
Kafka, como muchos grandes escritores, no vivió para el brillo. Acabamos de mencionar, según Carpeaux, el pavor de que sus escritos se interpretaran como literatura. Orhan Pamuk, en un artículo para Le Monde el año 2004, hablando de Flaubert, decía que éste era un santo y un eremita, el primero de varios santos eremitas de la literatura moderna: Joyce, Proust, Kafka, Pessoa, Walter Benjamin y Borges, a quienes llama "mi genealogía"y quienes dieron la espalda a la vida y al éxito superficial. Desentonaría (hoy) -a no dudar- el pobre Franz entre el revuelo de tanto pavo real.
julio 2010
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Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 24/07/2010
Imagen: Graffiti con Franz Kafka en una calle de París
Thursday, July 22, 2010
La memoria de las cosas/LA VUELTA AL MUNDO EN 80 FILMES
Amos Gitai/Israel, 1995
"La memoria de las cosas", "Devarim" en hebreo, es parte de una trilogía de Amos Gitai sobre las ciudades, cada una independiente. Esta es la primera parte.
El título en español es sugerente, sobre todo para un estado como el de Israel de escasa vida e historia. Usualmente cuando la edad de una nación es todavía joven, sus generaciones van formándose en el recuerdo de los pioneros que establecieron el lugar. A partir de allí se crea la tradición. Amos Gitai, en "Devarim", presenta un rostro de desencanto al respecto. Lo hace a través de la vida de tres hombres en Tel Aviv, ciudad judía por antonomasia, que más que haber perdido el respeto por sus ancestros inmediatos, los que fundaron Israel en medio de una larga y ardua guerra entre árabes y judíos, los que huyeron del Holocausto, intentan sobrevivir en una existencia plena de desidia y falta de placer. La búsqueda de este último, del placer, como postrero refugio de las esperanzas, también representa una decadente derrota que podría, y lo hace eventualmente, terminar con la muerte por suicidio. En los Cahiers du Cinéma, Serge Toubiana dice, refiriéndose a ellos: "Casi no viven, apenas sobreviven (...)".
Segunda generación de israelitas, primera nacida en Palestina, se angustia de principio al no hallar salida a sus aspiraciones. Se siente constreñida, apesadumbrada, obligada en cierta medida a responder a las expectativas que un país en desarrollo demanda. Y eso que Gitai en ningún momento hace referencia al problema palestino. Se centra exclusivamente en los recovecos interiores de los ciudadanos de Israel, desenrosca una búsqueda hacia el meollo de lo que debiese ser la esperanza nacional, el deseo de la población por surgir, por acrecentar las posibilidades de supervivencia de su pueblo y encuentra un cansancio anciano, que sería natural en los viejos judíos de Praga, en los buhoneros de Cracovia, pero no en los casi maduros hombres de Tel Aviv. Encrucijada que Gitai desarrolla en otros filmes, baste recordar su inolvidable Else Lasker-Schuler, poeta expresionista, para quien Palestina es lírica de ensueño, y su contraparte, una revolucionaria rusa, que brega por la construcción de un sueño.
Amos Gitai, nacido en 1950, dos años después de la creación de Israel como estado independiente, tal vez caracteriza su propia experiencia. No es cronológicamente ni creador ni pionero. Nace entre las ruinas del pueblo judío expuesto a exterminación en Europa, combatido cruelmente por las etnias locales en el Oriente Medio. Teóricamente sobre sí se funda la estructura que permitirá al país sostenerse en medio de enemigos que no perecieron y a quienes, de algún modo, se robó y asesinó también. Su herencia debiera ser de gloria y de combate y sólo es de desazón.
La madre de uno de los protagonistas comienza a enloquecer y habla con su hijo en polaco. Vive en sueños en una Polonia desaparecida, viste como antigua europea, en sus modales y sus comidas habita el recuerdo de las macizas y oscuras ciudades de Europa Central. Esa nostalgia por lo perdido opaca la alegría del nuevo hogar. Israel mira hacia atrás, hacia un pasado milenario en las rutas del mundo. Al mirar dentro de sí descubre un país en el Asia, desubicado de su entorno. Son, igual que sus hermanos árabes, semitas; mas son semitas que se acunaron en Kishinev, en Lemberg, en Breslau; semitas que construyeron San Petersburgo y viajaron en las naves españolas a la conquista de América. Cómo no tener entonces, en la Tel Aviv actual, un vacío inmenso. Hablamos, claro, y sin duda es un punto de Gitai a este respecto, de judíos no religiosos, no practicantes al menos, para quienes la menor esperanza es una ilusoria ¿ilusionada? deidad.
12/2/08
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), febrero 2008
Imagen: Amos Gitai
Tuesday, July 20, 2010
El arte del fútbol
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El fin de la Copa Mundial de fútbol en Sudáfrica deja interrogantes. Una es si el fútbol dejó de ser arte para convertirse en simple objeto de lucro. Cuestión no privativa de este mundial, sino algo que viene arrastrándose por situarlo en cronología desde mediados de la década del 70. Sintomático que hasta allí, digamos 1974, se vio lo mejor del fútbol internacional en conjunto, con las salvedades individuales (Maradona, Zidane...) en cada etapa posterior.
En la historia de este deporte hay tres selecciones nacionales que marcan una pauta determinante; a decir: Hungría 1954, la de Puskas; Brasil del 70, con Pelé y cinco números diez en la cancha al mismo tiempo; y, finalmente, Holanda del 74, con Johan Cruyff, el hombre del Ajax que, en su momento, llegó a costar un millón de dólares, cifra irrisoria hoy que Andrés Iniesta, quien diera el campeonato a España, dice costar 200 millones de euros.
Circula un artículo apócrifo en la internet acerca de cómo las grandes federaciones del fútbol deciden quién y cuándo será campeón. Allí se anotan las consabidas de Alemania, Argentina, Brasil, Italia, que encabezan las listas de premios y tradición futbolística. El autor escribe que la copa que coronó a Francia en 1998 fue comprada a Brasil a un precio de 23 millones de dólares. Francia se hallaba en una dramática situación financiera y social que se amodorró con la obtención del título. Situación parecida hoy la de España con el país al borde del abismo y con Alemania como la más dispuesta a salvarlo. Quién sabe. Casi no hay dudas del convenio entre los militares de Argentina y Perú, el 78, para dar con el triunfo argentino un espaldarazo a la junta de asesinos. Aunque cuesta creerlo, siendo la primera situación de gol el momento en que Muñante estrella un pelotazo en el poste del arco de Ubaldo Fillol.
Sudáfrica 2010 se caracterizó por su mediocridad. Jugadores como Messi desaparecieron ante el esquema defensivo de los equipos, lo que implicó disminución en la dinámica y casi absoluta falta de talento. Con pocas excepciones, ejemplo la del magnífico partido en que Servia derrotó a Alemania, el evento pasó como una fiesta gigantesca más que como expresión artística de un deporte de masas cada vez más popular. No careció de emoción, sobre todo en la brega sin par de los africanos de Ghana y los sudamericanos Paraguay y Uruguay. Paraguay nos tiene acostumbrados a su valor. Lo mostró en Francia 98 y lo repitió ahora con creces. No tiene a un Arsenio Erico -el gigante de los años 30 y 40- pero desborda corazón. Lo de Uruguay es similar. Sin mayor técnica, se ganó un puesto en el ánimo de la gente y estuvo cerca de la hazaña que al menos le hubiese dado al torneo la tranquilidad del deber cumplido.
Si retornamos a la figura de Erico, el goleador de aquel Independiente de Avellaneda. sentimos la falta de ese espíritu. Audaces como él, o Matías Sindelar en Austria, el Charro Moreno en Argentina, Yashin en la Unión Soviética, añadían al talento profunda carga humana, que se ha ido perdiendo a través del tiempo y que sólo se rescata en la lucha titánica de las escasas selecciones que mencionamos. El hombre contra el sistema, valiente y libre, tanto como Erico para rechazar la oferta de integrar la selección argentina y mantenerse fiel a una paraguaya con la que jamás jugó un partido oficial. La negativa de Cruyff a participar de Argentina 78 por oponerse a la violación de los derechos humanos en el Plata; los jugadores del Dynamo de Kiev (creo) que revive Eduardo Galeano en sus crónicas y que prefirieron morir antes que someterse a los nazis. La hombrada del "negro" Obdulio Varela para acallar las bocas de las decenas de miles de oponentes contra los que se enfrentaba en el Maracaná de 1950.
Hay cierta inmoralidad en el fútbol de hoy, que tal vez siempre existió pero que nunca fue tan descarada. La danza de millones en la que participa la psiquis colectiva avalándola ya no se acaba. Irá de mal en peor. No es correcto que Argentina destine 600 millones de dólares al fútbol y concuerdo con los blogueros Raquel Consigli y Horacio Martínez Paz que afirman que Argentina triunfó al perder su selección, porque su victoria hubiese sido la de Maradona, pero sobre todo la de los millonarios esposos Kirchner y su singular discurso revolucionario,
13/07/2010
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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 18/07/2010
Imagen: Anja Ciupka/Soccer, 2000
Rodeado de cine/MIRANDO DE ARRIBA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Despertar la mañana en que uno tiene libre, en que no hay -hoy- la dura aunque exquisita necesidad del trabajo, y ponerse a mirar una película podría parecer incorrecto, inmoral, burgués, ajeno a los deberes plurinacionales de la tierra allá lejos, pero francamente no importa. El instante en que de un sueño sin control se pasa a uno escogido (en la pantalla) con racionalidad reinventa la inercia, mas no en mal sentido. ¿Qué tuviste de desayuno preguntan? Cine, y después cine, tanto cine que asume rivalidad con los libros.
A las cinco y media miraba los periódicos bolivianos. No deseo el desdén de siempre leer lo mismo, más de lo malo, pero así sucede. A todos les ocurrirá con sus respectivos países, y de seguro es normal. Pero ya que hablo de divas prefiero ver las realidades de una que sí lo fue, y con los atributos femeninos que la actriz Angela Molina pone en ecran en el papel de La Bella Otero (que María Félix reencarnó en 1954), y no los de quienes sabemos..., que para divas bastan y sobran bellezas de mujer.
Supongo, porque la agarré ya comenzada, que pasaban la versión de José María Sánchez (1984) hecha para televisión y que desarrolla la afrenta que fue la vida de la cantante, bailarina, cortesana gallega Agustina Otero, que salida de la oscuridad del pobre llegó a la cima del rico para desencantarse por un lado y nutrir su melancolía por el otro, a tiempo de envejecer. Historia de amor pero también de independencia, desfachatada como "El arte de las putas", de Moratín, y directa en desenmascarar la perenne estulticia del macho, príncipe o no.
Seis de la mañana con cine, sin tiempo siquiera para el café, ya frío porque nunca se calentó. Silencio. Los niños mexicanos duermen, y extrañamente las madres no están gritando.
Intento durante la semana hacer una retrospectiva de los clásicos de Disney que compré en devedés piratas de Cochabamba, algunos a pedido. Cuesta retornar a la inocente inquietud de la infancia, cuando Cenicientas y Bellas durmientes, junto a Pinochos y reyes Arturos jóvenes y algo tontos, llenaban el inmenso e intenso espacio de la imaginación de entonces. Sirve de mucho remozarse, obviar por instantes el martilleo febril de senadores y diputados analfabetos que rebuznan en el noticiero.
Lunes otra vez, como en la canción de Sui Géneris. Pero escogí quedarme en casa, con Emily que lee "Los Miserables", Alicia que habla de "Inception", y Ligia que cuelga del muro una máscara funeraria de los negros muertos de Africa.
19/07/2010
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 20/07/2010
Imagen: Alexander Calder/Cinema, 1972
Monday, July 19, 2010
Respuestas para Fondo Negro acerca del humor
¿En qué medida está presente el humor dentro de la literatura boliviana?
El humor no es ajeno a ninguna literatura. Cada país dispone de literatos humoristas o de autores que eventualmente utilizan el humor. En los libros de Víctor Hugo Viscarra el humor adquiere visos de tragedia, se une a ésta en una simbiosis negra y extraña, alejándose de como define Savater al humor: un intervalo a los momentos dramáticos. Viscarra y Humberto Quino quizá se elevan por sobre otros en su manejo irónico y humorístico de las situaciones. Un libro como "Un hazmerreír en aprietos", de Jesús Urzagasti, desmerece al género.
¿En qué géneros se explotó más esta característica?
Es más fácil acentuar el humor en la novelística o en los relatos cortos. Más complicado realizarlo en verso. Sin embargo Shakespeare lo utiliza con sutileza. En la novela, está el gran ejemplo de Cervantes.
¿Cuáles son los autores y obras bolivianas que hacen/hicieron mejor uso del humor?
No he leído algunos, como Juan Claudio Lechín, de quien me han dicho que maneja los hilos del humor con destreza. El poeta Igor Quiroga, en Cochabamba, en escrito o en voz siempre fue un hábil y entretenido prestidigitador. Creo que cuando se ha querido hacer uso del humor de forma adrede se ha fracasado. El humor es un impulso, muchas veces producido por la desesperanza o la angustia, que nace de improviso en las páginas de un texto, de ahí Viscarra, de ahí los destellos en el "Martín Fierro" argentino.
¿Y a nivel internacional?
Entre los escritores del mundo auspiciados por la brillantez del humor están sin duda los rusos: Gogol, Solugub, Zoschenko; los británicos con Bernard Shaw y Chesterton, sin olvidar a Oscar Wilde; grandes norteamericanos: Mark Twain y su inolvidable "Un yanqui en la corte del rey Arturo" y el sutil estudiante de Tulane, John Kennedy Toole, en "La conjura de los necios". Jerzy Kosinski...
Olvido a muchos. Cabe anotar a Eugène Ionesco, Alfred Jarry, e incluso al despiadado Jean Genet.
De joven leí toda la obra del gran Tirso de Molina. Están Quevedo en España y Hans Jakob Christoph von Grimmelshausen en Alemania. Y allí, Alemania, nada mejor que los aforismos de Georg Lichtemberg y la perfecta ironía de Oskar Panizza ("El concilio de amor").
¿Se pueden distinguir tipos de humor, o diferenciar éste de la comedia o lo cómico?
La comedia sería el Gran Guignol del humor. Sin embargo hay una breve distinción entre el humor empleado como recurso literario que el usado en grande en la obra de Molière por citar alguno. Difícil sin embargo realizar una gradación del humor. Mejor encontrarlo de pronto en una línea de "Macbeth" que encararlo de principio.
¿Hay diferentes modos de encarar este recurso a la hora de escribir?
Como en la vida misma el humor es un elemento de circunstacia y su empleo en un texto literario depende de variados factores. Washington Cucurto, a quien considero el mejor escritor latinoamericano actual, dispone del humor con una naturalidad y una solidez que le da su ancestro popular. No hay intelectualidad en su humor, lo que no significa que no sea pensado; muy distinto al acre humor de Roberto Bolaño en "Nocturno de Chile".
En una estructura prefabricada como la de la novela hay que dejar espacios de libre discurrir donde han de asomar facetas inesperadas y ricas, entre ellas las del humor. No veo entre los autores nacionales una entrega similar; el deseo de reconocimiento es mayor que el de creación. Pongo de lado a Ramón Rocha Monroy quien, más inclinado hacia Cucurto que hacia Bolaño, ha creado su propia escuela de humor nacional.
16/1/08
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), enero 2008
Imagen: Eugenio Zamyatin
¿Qué mató a Rodrigo Bellott?/MINIATURAS
Al fin veo, mucho después del estreno (odio los estrenos), "¿Quién mató a la llamita blanca?", de Rodrigo Bellott.
Muchos y diversos han sido los sentimientos que este filme ha despertado en mí. Presiento un intento de decir, de manera jocosa, cosas que no se dicen en Bolivia, sus características esencialmente racistas, su prepotencia, maledicencia, ignorancia, soberbia, corrupción. ¿La forma de hacerlo?
Excesiva en mi opinión, querer conjugar un cúmulo de ideas en un espacio en extremo breve. Utilizar sin medida los estereotipos nacionales. La exageración con el acento, la falta de calma, de austeridad fílmica. Jugar con las posibilidades técnicas en desmedro de cierta filosofía. Querer hacer Gus van Sant sin ser Gus van Sant, típico -ya que estamos en esto de la crítica- del ser boliviano.
De inmediato, luego de terminar con la película de Bellott, miro "Angel on the Right", cine de Tajikistán, 1988. Un similar ambiente tercermundista, problemas que se asemejan, pobreza común. Pero "Angel on the Right", de Djamshed Usmonov, desenvuelve una historia que a pesar de lo trágica se relata con tranquilidad, con una tristeza objetiva. Estoy de acuerdo en que una es comedia y la otra drama, pero la mesura, a no ser que sea verídica explosión de genio -y "la llamita..." no lo es-, cansa y domina la pantalla de absurdidad innecesaria.
Inexperiencia y juventud pueden ser las faltas de Bellott en esta obra. No hay que pensar el cine nacional en términos de puestas en escena populacheras, o denigrar las posibilidades del público en general de apreciar un cine más serio. Eso es simple y llano paternalismo, pensar -si no expresar- "demos a estos cholos y a estos indios lo poco que pueden entender". Bellott cae en su arte en la misma falta que quiere criticar, la de la intolerancia racial, la del despectivismo, del desprecio, y no lo salva su dosis de halago al "indio" en su estirada lengua hacia Evo Morales Aima.
No hay que olvidar el extraordinario arte andino. Gente que puede crear obras textiles como las de Bolivia puede también comprender o percibir otras manifestaciones artísticas.
3/5/07
Publicado En Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), mayo 2007
Imagen: Iván Guayasamín/Despidida, 1999
Guantes de trabajo/MIRANDO DE ARRIBA
A Juan Cántaro e Israel García-Gonzales
Guardo un recuerdo en extremo querido: mis primeros guantes de trabajo en Estados Unidos. De cuero crudo con refuerzos, aguantaron un par de semanas la dureza del invierno del 89, apenas pasado el Año Nuevo.
De nada valía su protección contra el frío, cuando en los docks del Northeast de la capital, famoso entonces por su alta criminalidad y su aire de ghetto, la nieve, a veces mezclada con lluvia, las más duro hielo que descendía del aire y cuyas innúmeras puntas cortaban el rostro, eran vano intento de ablandar las inclemencias del tiempo, la dureza de las cajas de broccoli, con hielo aún peor que el que se avasallaba en contra nuestra, el agua que se escurría de los diversos frutos y vegetales y que se apelmazaba en el cuero haciendo de los guantes tensos objetos metálicos, helados además, tanto que para desentumirlos -con los dedos adentro- la única solución era enfrentarlos a las llamas de los quemadores a gasolina dispuestos a lo largo del muelle para que no nos muriéramos congelados.
A escasos metros pasaba al amanecer el tren a Nueva York, iluminado como un sueño. Terminado el fogonazo de vida, de esperanza, de futuro, proseguíamos con la eterna tarea de cargar y descargar cientos de cajas: de lechuga, de manzana, de paltas-aguacates, de pepinos y piñas, las tremendas cajas de madera y alambre de los melones-cantalupes, las escurridizas de los carotes o calabacines, verdes y amarillos.
Esos guantes maltrechos, torcidos y agujereados como atacados de espanto, fueron la materialización de una vida en nada romántica, dura y febril... sacrificada. Pero hasta en esos dedos que despertaban a medianoche para irse a continuar y padecían de parálisis, artritis, cansancio, hay recuerdos persistentes de una existencia saludable, viril en su fortaleza moral y física. En sus retorcidas falanges, igual a fundidos fierros en las ruinas de la guerra, habitan los miles, millones de desconocidos que sudan en el invierno, que para calentarse se refugian en los refrigeradores gigantescos de las compañías de productos frescos.
Ejército callado de trabajadores, ajenos a lo volátil de la vanidad; hombres y mujeres que construyen, aunque sus edificaciones no sean vistas en particular sino en conjunto, pagados bien o mal pero siempre sin descanso, con los hijos durmiendo en el carro tapados por cobijas multicolores, mientras la helada azota las ventanillas y madre y padre, rodillas en hielo y pies anegados, bregan por el pan enriqueciendo a los patrones que duermen en la noche, desayunan en el día y oran si pecan o no, porque en orar está el perdón.
Guantes destrozados, guantes de trabajador.
16/5/07
Publicado en Opinión (Cochabamba), mayo 2007
Imagen: Mackenzie Thorpe/Workers
Escribir poemas
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Tanta es la controversia sobre si el poeta se crea, se inventa o nace, o se educa. Y ahí están los versos de Evtushenko, tenaces como puñales, delicados como margaritas; letras que hacen de la discusión insulsa, estéril. Desde su celda en manicomio, igual a tantas monjas desde su claustro de convento, Leopoldo María Panero deshace el poema, lo acribilla, lo llena de penes y sangre y así es bella su palabra.
Hay silencios muy largos, silencios grandes como treinta años, espacio de una docena de mujeres, algunas amadas, otras deseadas, todas muertas. Cómo justificar, explicar siquiera, que luego de tal ausencia, alguien se ponga a escribir fervorosas líneas de amor. De pronto ha retornado la inspiración, o acaso regresa el dolor.
Tu sexo abierto como las almejas
cuando se las cuece en vino
La cita no es textual, mas la idea queda. Quizá el contexto nos avisaría si una línea feliz como esa oculta espanto, desesperación. Bataille habla del escondrijo sagrado de Eva como de un libro asesino: allí leo el libro que me mata.
La significación del dolor ligada a la del placer, a la muerte, a la resurrección también porque la vagina intensa que describe Bataille o el otro poeta, o César Vallejo o Apollinaire, es fuente de vida a la vez que cementerio de ilusión.
Discutir si la prosa es más completa que la poesía, o si en un poema se resume la obra del hombre no tiene razón de ser. Perets Markish no es menor que Ehrenburg. La fama aquí no cuenta. Se ha olvidado a Markish, se lo desconoce, pero pervive, basta buscarlo. Clarice Lispector, novelista, tiene hermosos poemas cuya esencia pasaría desapercibida en un espacio mayor. Cortázar es triste y eterno en sus líneas a Chris, lejana y hermosa, perdida en el juego de otros senos, bajo la magia de Lesbos mientras el poeta se destruye y recuerda.
De pronto la cama es un racimo de vides
Treinta y seis rosas rojas
Robadas del cementerio
Escribir poemas, volver a escribirlos. Nacer y renacer, Morir y morir, morir dos veces, love me two times, babe, acuña su voz desde la sombra Jim Morrison. Amame dos veces, diez, mil, escríbeme tu nombre, tus cartas, tus líneas. Escribir poemas es la alegría del brote primaveral, la lágrima del desengaño. Nadie se olvida de escribirlos, cada uno es poeta, y la crítica pública en realidad poco importa. Es un derecho.
Como el viento
cuando lo intento entre mis dedos
te me vas
Lejos
Aunque te sigo
corres intangible
Vuelves en nube negra
en lágrima quizá
en tornado en remolino
Un elefante azul camina
el horizonte
y maniquíes de fuego
Se apaga el viento
Ya no estás
las letras ruedan como carromatos
los hombres duermen
de cabeza
Se nubla el este
En la lluvia
que predicen
vuelves
Qué impulsa a escribir poesía. Hablamos ya del dolor, del amor, del deseo, soledad y esperanza, temas que sin duda agitan el sentimiento a la vez que el intelecto. Razones muchas para retomar la pluma y escribir hacia abajo, profundizar en lugar de alargar haciendo figurativa la diferencia, si existe. Por qué razón el camarada Mao, que tan bueno no era, versifica. Por la misma que el gran Ho Chi Minh, camarada, poeta, camarada poeta Ho Chi Minh, lo hace. Por qué no lo haría un escritor, lirio delicado de la mañana, una escritora, loto plácido y acogedor del pantano.
Si se escribe después de veinte años es porque tal vez detrás hay una historia como la de Blanca Nieves, una Bella Durmiente que espera que el silencio se quiebre, que las rocas tomen color y hablen, que las piedras rían y amen. Un cuento de niños, uno de hadas, algo que tiene que ver con magia y resurreción, con el río último por el que conduce el barquero, con Plutón, dios de los infiernos y el Dante, su poeta favorito.
Abre la ventana
y deja que la gelidez del invierno
pinte tus labios de escarcha
Escribir poemas, volver a escribirlos. Pasternak talla poemas fugaces, aromas de ventisquero y niebla, de Moscú y mujeres ensoñadas, de los alerces y los abetos que lo acercan a Esenin, poeta amante del abedul, amante de Isadora Duncan, del suicidio y el supremo poema, el de la muerte, con sangre, igual que Nerval, como Jules Pascin, o José Agustín Goytisolo lanzándose al vacío, a los brazos del aire, al verso inaprehensible que pasa por la ventana.
Busco en la mortaja inmensa
algún rastro de vida
Allí estás tú
Sólo escribirlos, aunque nadie los lea. Arrojarlos después, desde el modesto puente del Rocha, a las aguas turbias de basura, al Sena y al Oise que se juntan en algún rincón de la Isla de Francia y arrastran en sus aguas calmas los poemas que jamás se enviaron pero que, ya escritos, pertenecen al alivio; están, aunque propios, con vida particular, son homúnculos a veces de la pasión, a veces de la miseria.
No hay camas ni palabras
Sólo los dos
Y tal vez un beso.
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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), mayo del 2007
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 2007
Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 2007
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 2007
Publicado en Revista Contratiempo (Chicago), 2011
Imagen: Fernand Léger/Les danseuses, 1954
Thursday, July 15, 2010
Semblanza de Solzhenitsin
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Una fotografía de
Orel, otra de Riazán, los olores de Tashkent, la vieja Rusia, rediviva,
recurrente, de mis sueños. Esta vez en la biografía fotográfica de Alexander
Solzhenitsin.
Ha como tres décadas, cuando apenas se esbozaba la juventud, había cierta competitividad literaria con mi primo Jorge Soriano, mayor que yo. En sus manos vi, por vez primera, al gran ruso. Leía Jorge Pabellón de cancerosos, obra que muchísimos años después, me marcó la figura del autor de manera indeleble. Cuando Jorge avanzaba las páginas del Tom Jones, de Fielding, yo rebuscaba en los arcanos del romanticismo alemán. Cuando se adentró en las correrías juveniles de Enid Blyton, comencé a coleccionar y a vivir también aventuras, que alcanzarían un cenit inolvidable en la novela húngara de Ferenc Molnar: Los muchachos de la calle Paal, llevada al cine, con las viñetas -eternas desde allí- del viejo Jardín Botánico de Budapest.
Solzhenitsin caminó pausado en mi andar literario. El único, después del período revolucionario, que retomó mi amor por la literatura rusa. Hablo de un período que no incluye ni a Babel, ni a Sholojov, ni a Gorki o Fadeiev; pero con Solzhenitsin fue distinto: ahí estaba, incólume, el escritor ruso: era Dostoievski resucitado, Tolstoi, Goncharov, los grandes realistas.
El primer círculo me inició en su obra. Libro magnífico. Después fue puro entusiasmo que acunó gran dosis de nostalgia en sus Cuentos en miniatura. Había la paisajística de Gogol, al menos imaginaria. La largueza y la eternidad de la estepa, sólo comparable a los llanos patagónicos, a la interminable Kansas.
No se puede, ni se debe, olvidar al Solzhenitsin político, al del Archipiélago Gulag, para mí, en mi escasa juventud y conocimientos, la antesala de la gran crítica a la farsa soviética, la desmitificación de las ilusiones, el preámbulo que ya había ejercido Maxim Gorki en sus escritos "inoportunos", que posiblemente significaron su asesinato por el estalinismo y una parodia semejante a la de la muerte de Kirov con tendal de ilustres muertos. El Gulag solzhenitsiano denunció el horror escondido tras una cortina de espanto. No en vano Heinrich Böll afirmaba que a ningún hombre se le había echado encima, con tal magnitud, el poder del Estado como a Solzhenitsin, hecho que no cambió su actitud tranquila ante la vida, su rechazo al pasaje "de ida" -sin retorno- que le ofrecía la Nomenklatura. El escritor permaneció, silenciado a la fuerza, mas no inactivo. Rusia seguía creciendo en él, una Rusia que amaba y que vibra en sus páginas con la intensidad de los cuentos de Andreiev. Pabellón de cáncer se convirtió en libro de cabecera de mis veinte años. Prosa clara, discreta y poderosa, bella como un campo de abedules, terrible como ira cosaca.
Autor con mala suerte, rechazado e impublicado. Enviaba notas desde el frente, combatiendo a los alemanes, que le devolvían. Allí, en las baterías artilladas de Prusia Oriental, revivió su intento universitario de una tesis sobre la derrota del general Samsonov, en el mismo lugar en que lo arrestarían el año 45, por hablar mal de Stalin en cierta correspondencia con un amigo del frente ucraniano. Esa tesis, más todo lo escrito sobre el suceso, y sus pasos de prisionero en el sitio donde se desarrolló, culminarían la voluminosa y soberbia novela histórica Agosto,1914, de vívidos detalles y profunda humanidad.
Alguna recreación literaria lo acerca a Pasternak. Pintor maravilloso de la historia, devuelve sus pasos hacia los días primeros de la Guerra Europea, la catarsis que implicó para un país sobresaltado e incierto. Pronta vendría la desdicha, el desencanto; Solzhenitsin disecciona los acontecimientos que llevaron a la catástrofe rusa en un amplio espectro, incluido el militar. Las bases de Rusia estaban podridas. La inoperancia, la ineficacia del imperio mostraban al fin su faz, aunque ya la habían mostrado de modo vergonzoso en la guerra ruso-japonesa, donde un ejército de color derrotara la petulancia blanca de Europa.
Solzhenitsin valiente, que luego del discurso del poeta A.T. Tvardovsky ante el Vigésimo segundo Congreso de la PCUS, decide sacar a luz Un día en la vida de Iván Denisovich, que el mismo Tvardovsky se encargaría de publicar y fijar su sentencia personal de ostracismo por las autoridades comunistas. Eran tiempos en que la palabra sólo podía expresar loas al Partido, donde escribir equivalía a subvertir... y leer lo mismo, a pesar de estar ya Stalin muerto.
Alexander Solzhenitsin vivió, en su adusta paz, siempre al filo de la navaja. El cáncer pareció destruirlo: "llegué a Tashkent como un cadáver". No lo logró, ni tampoco los ancianos jerarcas de la burocracia soviética, antítesis perfecta de la Revolución.
Leí un precioso libro, en inglés, de Solzhenitsin sobre Lenin en Zurich. Obra que desconocía, nos da otra semblanza del cerebro bolchevique, la oposición de la inteligentsia y revolución rusas a su "traición" de ser huésped de los alemanes en aquel ya mítico tren que se detuvo en la estación de Finlandia; la apropiación inteligente de las tesis de Parvus, el revolucionario "pequeño burgués" como lo recordarían los libros editados por Ediciones en Lenguas Extranjeras de Moscú cuando éramos estudiantes.
Escribiendo estas líneas acuno una sensación de tristeza. Es tan efímero vivir, no poder permanecer en nosotros más que por un corto espacio temporal, las cosas que leemos, que vemos, recordamos. Todo se insume en un conglomerado amorfo donde van perdiendo su distinción. Y quiero recordar "mi" Solzhenitsin antes de convertirme en olvido.
03/05/07
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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), mayo del 2007
Publicado en
Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), mayo del 2007
Imagen: Dibujo de Larry Roibal, sobre periódico, a la muerte del autor, 2008
Wednesday, July 14, 2010
El año aciago/MIRANDO DE ARRIBA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
En Boris Pilniak fueron los años del hambre en la Rusia revolucionaria. Para nosotros, en Bolivia, el año en que el hambre acecha en el espectro de la guerra civil. Por un lado el marxismo trasnochado de los izquierdistas de siempre; por otro, el temor de los oligarcas de perder sus concesiones y sus privilegios. Y, peor aún, por encima, la sombra de la guerra étnica, que no reconoce fronteras políticas ni nada, que es el odio desatado y sin razón.
Los augurios no son buenos, aunque en la economía se vislumbra una situación que podría transformar algunos estamentos sociales, mejorar la educación, desarrollar el impulso a los pueblos nativos y mucho más. Sin necesidad de hablar de un socialismo que más se asemeja al populismo del tirano Melgarejo, o de cualquier otro barbado diecinuevesco de nuestra trágica historia.
El manejo indiscriminado de las masas, el arreo de las masas como animales de carga no es nuevo en el panorama nacional. Sólo que ahora lo practica un indígena sobre sus hermanos de raza. Dicen las viejas y algunos libros que no hay peor enemigo que el de casa y las circunstancias parecen prestarse a aseverar esta opinión controvertida.
El año aciago podría ser el año fructífero. Deslindarse del "bolivarianismo" de un dudoso caudillo como Chávez, escondido y en alerta bajo la imagen del gran Bolívar, más parecido sin embargo a Santander y a Páez que al Libertador.
Bueno sería dar noticias francas y alentadoras de lo que sucede en el país. Los extranjeros, los pobres sobre todo, los intelectuales, preguntan qué sucede en Bolivia, en un país cuyo nombre escucharon por primera vez desde el ascenso de Evo Morales. Hay desconocimiento e incomprensión, además de falta de información. Ellos ven que un pobre, un indígena, entronizado en el más alto lugar de una nación del Tercer Mundo, es buena nueva. Y debiera serlo, pero lo que hay que explicar es el entorno y el contexto del gobierno de Morales, alejándonos de su etnicidad y de su oficio infantil de llamero. Hay que romper el mito de que el pobre es en sí bueno, porque eso implicaría discriminar al resto del género humano. Entonces hay que adentrarse en política, en economía, en los aspectos ideológicos, superar la teoría marxista que con el desarrollo del planeta ha quedado obsoleta en muchas partes.
No tiene por qué ser un mal año. Comenzó con muertes y linchamientos. No es buen presagio. Sin embargo se debe intentar el diálogo, no permitir a los imberbes "revolucionistas" hacerse de un poder que no tienen idea cómo manejar, ni lo sabrán mientras no puedan cambiarse de pañales.
04/02/07
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Publicado en Opinión (Cochabamba), febrero 2007
Imagen: Laszlo Moholy-Nagy/Kinetisch, 1922
El cuentista Bryce Echenique
No soy académico y menos quiero serlo, por tanto mis aproximaciones literarias y políticas van cargadas de subjetivismo. Hay quienes podrán hablar de Alfredo Bryce Echenique o de Pepino Pelotas con mayor acentuación, e incluso con algo de altruismo si se necesita. Yo lo hago como lector, escritor, poeta, humanista y antihumano, masculino, porque -aunque quisiera- no podría el otro; es decir con todas las contradicciones esenciales para leer un texto que no diga nada y que sin embargo suene bien, hasta hermoso. Creo que eso le gustaría a Bryce, autor que sugiere que estaría demente si opinara lo mismo a mediodía que cuatro horas después y que toma la realidad mundana con una mezcla, síntesis dijéramos si fuésemos científicos, de melancolía, sustancia, dolor, ironía, humor y… sátira.
Cuando hace quince años atrás regalé a mi madre los cuentos completos de Bryce, a quien no había yo leído pero de quien había escuchado variadas referencias, ella me escribió una larga carta Cochabamba-Denver donde elogiaba al escritor pero en quien hallaba, a veces, cierta flacura literaria. Muchísimo después, en medio de mi ecléctico infierno de literatura, cine, música, etnografía, sociología, política y vainas asumidas como más que interesantes, irrenunciables, le llegó el turno al Perú y al sujeto de nuestra reunión. Agarré sus cuentos y hallé un cuentista único, que en las líneas de su libro Huerto cerrado (mención de honor de Casa de las Américas 1968) ejercitaba una prosa distinta a la usual en la América Latina, muy diferente a la de sus pares peruanos. Prosa que de cierta manera remontaba a Proust, pero que lo excedía porque su melancolía se nutría de tintes lacónicos y audazmente irónicos. Bryce retrataba una sociedad que era la suya con el color sepia del gran francés pero con una mordaz mirada cuya herencia atravesaba el tiempo para inmiscuirse en el espíritu de la picaresca española o en la heredad del Simplicissimus de Grimmelshausen. Difìcil amalgama que con los años Bryce logró pulir hasta hacer un arte propio, muy distintivo, y un homenaje per se a sus dotes de extraordinario narrador. Pensé en mi madre otra vez y en la flacura que denunciaba. La encontré, y es normal en un libro primerizo, en algunos de los últimos relatos de Huerto cerrado, donde se enfrasca en experimentaciones a veces desventuradas, a veces aburridas que, sin embargo, no le quitan homogeneidad artística e inolvidable creatividad.
La felicidad ja ja y Magdalena peruana muestran ya a un autor sólido, que sin haber perdido cierta inocencia del primer libro ya penetra en el campo del idioma como la greda urgente que se necesita y se puede moldear para lograr el efecto deseado por el escritor que es el de hacer del lector partícipe activo de lo que dice. Sin aspavientos experimentales, Bryce ejercita una prosa que incluso sin ser seguida muy de cerca se amolda al lector y hace que su ficción se convierta en la suya. Hay una suerte de espejos, que no otra cosa es la mente, donde se entremezclan las andanzas del personaje, cuyos lazos aparentemente sueltos forman al final nudos que dan coherencia a la historia. En algún lado de sus entrevistas Bryce menciona a Céline, un escritor diríamos ajeno a él, pero quien a través de argucias como los puntos suspensivos, llega a una respuesta similar por parte del lector, que completa la idea supuestamente abandonada al azar.
Es Bryce Echenique un cronista de la burguesía peruana, de la cual proviene con ancestros que abarcan virreyes y presidentes. A la vez cronista de la identidad peruana, de una que oscila entre dos continentes sobre todo: Europa/América, en un vaivén dolido y humoroso de personajes cuyas características podrían ser la desdicha y la soledad, elementos que los decoran con un dejo antiheroico. Estos seres forman parte del autor mismo, y se les ubica inequívocas señales autobiográficas a la vez que detalles de clase, de nacionalidad, etcéteras también inequívocos. Dice Bryce: “Mi escritura es un proceso de recaptura mediante la memoria y de reelaboración mediante el oficio, el trabajo, la imaginación”. Sus textos son así él como ella (la sociedad peruana o parte de ella) recapturados para quedar en la obra impresa como tangiblemente propios, bryceanos, peruanos, irónicamente burgueses a la vez que universales en sus desdenes y ambiciones.
A pesar de que su asociación más cercana sería la de Mario Vargas Llosa entre los literatos peruanos, lo de Bryce es exclusivo en cuanto a estilo. En cuanto a la “vida real” no se trata, creo, de soslayar la realidad política y social como parecería. Lo de Bryce tiente hasta alcances de denuncia cuando retrata burlescamente cómo se desenvuelve la clase pudiente en su país, cuáles son sus expectativas, cuáles sus ambiciones. No le hace falta dar opiniones de carácter político-social en los diarios, ya lo hace en sus novelas. Al igual que Gogol, sin tal vez haber sufrido los arrebatos de culpabilidad de éste, Bryce desenmascara el Perú rico, y su voz es igualmente válida que la de Ciro Alegría o de Manuel Scorza, aunque le falte, y eso por temática y estilo, aquella inolvidable poética de José María Arguedas contando sobre el sonido de la María Angola (campana de la catedral del Cuzco), o de las piedras de la ciudad sagrada o los adustos y feroces rostros de los indios del Mantaro, jamás sujetos.
Menciono a Nicolás Gogol porque pienso que hay una íntima relación entre ambos escritores. Si hubiese un Gogol peruano sin duda ese don recaería en Bryce. Las almas muertas y El inspector general del escritor ruso representan de manera ampliada y en un contexto social a los individuos de Bryce. El ministro Joaquín Bermejo (de Anorexia y tijerita) estaría bien dentro de la dramaturgia del Inspector General, o la uruguaya Nipsky, arribista profesional en la universidad de Cornell (de Ausencia de los dioses), también. Gogol y Sologub, Nicolás Leskov, crearon personajes intensos, dramáticos e intrascendentes como los que en este siglo y el otro hizo Bryce Echenique, a pesar de que sus antecesores literarios no fueran tan rusos sino más bien sajones, o franceses. Detalles que no importan pero que sirven para recalcar una ligazón entre tiempos y lugares, a través del humor en este específico caso. Existe una hermandad no propiamente inmaculada que cuenta en su haber a Rabelais, a Cervantes, a Sterne, a los mencionados eslavos y a muchos más, asociados a Bryce. Si para Gogol la risa era mucho más significativa de lo que la gente pensaba, para Bryce el humor es la sonrisa de la razón. El arte está en manejarlo entre medio de lo desvergonzado y triste de vivir, donde el humor aunque amargo no desdeñe la ternura. Y de eso hay mucho en los escritores que aparecen aquí.
Bryce Echenique se cataloga como un escritor más emotivo e intuitivo que racional. Sus obras, provenientes como él mismo afirma de la experiencia vital y cultural ahondan ambos aspectos donde, sin embargo, la no aceptación del dogma de la razón le permite esa deliciosa soltura que caracteriza su obra.
Un breve y emocional paso por los caminos de un notable escritor. Creo que su enjundia humorística no necesitaba por mi parte de ningún sesudo estudio que los aburriera y que también me aburriría a mí. Gracias.
18/6/2010
Leído en la UMSS (Cochabamba), 18/6/2010
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 24/6/2010