Saturday, March 12, 2011
La Ciénaga/ECLECTICA
a Elena
Un villorrio perdido en la frontera tropical norte de la provincia de Salta con Bolivia llamado La Ciénaga. Allí se asfixia una familia, erosionándose en la inercia de los buenos tiempos idos, si los hubo. En la casa solariega que se deteriora, padre y madre de varios hijos consumen sus días en alcohol, vino con hielo para combatir el intenso calor que los derrumba; los hijos varones vagan por el monte con escopetas disparándole a cualquier cosa que se mueva, en constante sentido de amenaza. Llevan brazos y rostros marcados de cicatrices por lo abrupto del terreno y uno de ellos tuerto con costra de carne en un ojo recuerdo de algún accidente. Hay una piscina, pileta como le dicen los argentinos, con hojarasca de generaciones deshaciéndose y convirtiendo el agua estancada en pútrido caldo donde sin embargo se zambullen.
La casa está alejada del poblado, un par de calles donde la distracción es beber y, siendo carnaval, arrojar globos con agua y harina a las escasas muchachas que se animan a la intemperie.
Común historia de pueblo chico, donde todos se conocen y comentan además, el chisme como elemento de supervivencia, sobre los otros. Mecha, la madre, bien representada por la excelente Graciela Borges es el centro a partir del cual va a girar esta historia de tonos simples mas de profundas sugerencias. Alcoholizada al borde de la piscina recoge y escancia vino a una cohorte de viejos y adiposos vecinos. En el frágil equilibrio del beodo se le caen las copas y derrama su cuerpo encima de los vidrios rotos, cortándose. La vida, que ya era insulsa e inmóvil, se polariza, se hunde aún más en el vacío del olvido, a pesar de la reunión familiar que el incidente ha causado. Mecha tiene una prima, contraparte suya, con una familia que todavía habita los bordes de la realidad. Ella, su esposo e hijos, son el callado antagonismo sobre el que juega la directora para alimentar el ansia del espectador que presencia el desgaje paulatino e irreversible de una existencia inútil, cargada como todo círculo endógamo, de posible incesto, de muerte, de amargor.
Lucrecia Martel (1966), directora de este admirable filme (La Ciénaga), retoma su infancia salteña, la herencia regional del abandono: Salta y el norte como otra Argentina distinta a la de la gran capital. Espacio cerrado donde hasta un ilusorio viaje a la próxima -y pobre- Bolivia, para comprar material barato de escuela, llega a ser posible liberación de aquello que pudiera nombrarse destino. Se hermana (Martel), con una tradición literaria rural: la soledad en García Márquez, el fantasmal entorno de Rulfo, la pesadez faulkneriana del sur profundo en Norteamérica, la maldición y el castigo de haber nacido hembra, útil sólo -y viviente- en su ofrenda al macho de Rosario Castellanos, por recurrir a un contexto común.
Étnicamente el norte argentino no se diferencia de su vecina Bolivia. Una población quechua, con matices locales, vive junto a descendientes de la inmigración europea. Mecha, parte de este segundo grupo, no deja de recalcar, para sí o con cualquier interlocutor, las "culpas" de la raza india: "estos coyas" son la causa del mal. Sus hijos menores, cazadores aficionados, revisan el ano de uno de sus tantos perros para ver si no ha sido forzado por los niños collas, cuyas costumbres incluirían como patrón cultural las relaciones sexuales con animales. La presencia india está en la sirvienta que según Mecha "roba las toallas" y etcéteras en triste reminiscencia de las patronas bolivianas que se creen con derecho a fiscalizar la vida de las criadas, sin excluir sus necesidades o apetencias físicas que evidentemente "debieran" estar prohibidas para la servidumbre.
La Ciénaga (2000) fue el auspicioso debut de esta joven cineasta, con éxito tal que Pedro Almodóvar la incluyó entre sus películas preferidas, al lado de La profesora de piano de Michael Haneke y se ofreció a producir la segunda, La niña santa (2004).
Ya como digresión personal, la naturaleza que muestra Lucrecia Martel me recordó a Jorge Massetti, desaparecido en el monte salteño en efímera y absurda campaña guerrillera. La niebla que sube entre árboles y cerros, la impavidez estructural de la selva que se tragó al gran hombre susurra con lasitud un aire de tragedia; la ciénaga engulle y no devuelve.
1/4/05
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), Domingo 3 de abril, 2005
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 10/abril/2005
Imagen: Graciela Borges, actriz argentina
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