Saturday, October 22, 2011
Mi Señor de los Anillos/ECLÉCTICA
Un día de 1985, Elisabeth M. me invita un café en la confitería "Zurich". Muebles crema con interiores azules y/o rojos; un caro enclave europeo en la Cochabamba de entonces, en plena avenida San Martín. Allí, en ambiente seudo elegante, se reunía la judería para rememorar en yiddish el mundo perdido. Las deliciosas masitas de chocolate, más el poco iluminado espacio bien podían, y lo lograban con los hebreos cochabambinos, asemejarse a un rincón de Praga, a un bistró escondido bajo la sombra de los muros del Jardín Botánico de Budapest... a Zurich misma.
Retomo: se sienta Elisabeth y dice que ya que le había dado a Nezval, las epístolas carcelarias de Desnos, no podía menos que retribuir regalándome un libro que apreciaba: "El Señor de los Anillos", de John Ronald Reuel Tolkien, a quien no conocía ni por mención. Voluminoso, de tapa verde, comprendía únicamente el primer tomo de la obra: "La Fraternidad del Anillo". Se disculpó, asegurando que no se podía, en Bolivia, conseguir el resto. Tenía razón: obtuve los otros dos volúmenes, "Las dos torres" y "El retorno del rey", diez años adelante, ya cuando Tolkien gozaba de cierta notoriedad entre los círculos intelectuales de la ciudad.
Ahora, junio del 2004, termino de ver -en cine- la última parte de la trilogía de Peter Jackson. Con todo su esplendor y un despliegue tecnológico que deja boba a la imaginación, no puede compararse al placer de la lectura de aquel primer volumen, y no porque tuviera resabios nostálgicos que lo hicieran favorito en especial, sino porque representaba un arte incomparable. Leer los tomos siguientes no tuvo la misma significación. La desbordante fantasía de la fraternidad del anillo no era que agotase la posibilidad de asombro, pero creo que opacaba el aura mágica de lo por venir. Cierto que los leí con una década de distancia entre sí, y en diez años la vida suele experimentar tanto que el cinismo se pega a los talones del tiempo, mas, por momentos, sobre todo en la tercera parte cuando Frodo Bolsón deambula por el yermo de Mordor buscando una entrada a la cueva del señor negro Saurón, las páginas se hicieron tediosas, algo imposible al principio.
Viviendo en los Estados Unidos asumí que Tolkien formaba íntima parte de la cultura -literaria y popular- igual que en Inglaterra. El recuerdo de una historia que se nutre tanto de lo fantástico como de lo mítico me hizo adquirir el video de un filme que se rodara en 1978, bajo el mismo título. El director Ralph Bakshi lo había filmado tomando como argumento la "Fraternidad...", posiblemente con la idea, que veintitrés años después concluyó Jackson, de hacer tres películas, una para cada libro. La obra de Bakshi, en dibujos animados con figuras humanas reales intercaladas, es soberbia. El uso de la tecnología, sin desmerecer los filmes actuales, no puede alcanzar la poética de esta realización. Bakshi es fiel a Tolkien y juega con el suspenso de lo desconocido, suspenso que tal vez desaparece con la materialización de las bellas y extravagantes escenas de Peter Jackson. Una de ellas, majestuosa, en "El retorno del Rey", es aquella -creo que inspirada por una inolvidable carga de decorados elefantes de guerra del filme tailandés "La leyenda de Suriyothai" (Chatri Chalerm Yukol/2001)- de los olifantes en la batalla de Minas Tirith. Estos mastodontes de colmillos múltiples, en ataque, son quizá de lo mejor que se ha hecho no sólo en ficción pero también en épica cinematográfica.
Tolkien ha crecido alrededor; mucho desde la página inicial de un libro verde, sobre la mesa de una confitería suizoboliviana, con una críptica dedicatoria en tinta negra...
8/6/04
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), junio, 2004
Imagen: Afiche de The Lord of the Rings de Ralph Bakshi
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