Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
¿Nadie le habrá dicho a míster Choquehuanca que el tiempo del Flower Power ya pasó? De pronto aparece con uno de sus típicos discursos escaldados anunciando que luego del solsticio, el 21 de diciembre, caerá el universo de la Coca-Cola y etcéteras, dando lugar a un tiempo comunitario, de amor libre supongo, y de compartir las ganancias que los jerarcas guardan para sí. Por época tal, también me anoto.
¿Será propaganda,
necedad, aventurerismo lírico-profético o qué? Lo triste es que los hechos no
concuerdan con el discurso. En la pésima lectura que hace sobre los mayas, su
calendario, lectura indirecta –asumo- halla alimento para los usuales alegatos
de intentar darle cariz filosófico al desmadre plurinacional. Alguna vez, con
el asunto del sexo de las piedras, recurrí incluso a Plinio, no para justificar
al dignatario, sino para interpretar lo que se había dicho desde un punto de
vista que eludiese la andanada racista. De lo que dije, no me arrepiento, pero
me equivoqué: el canciller era literal, no buscó como hice, entre romanos y
griegos, para aventar un discurso de connotaciones antiguas. Dijo lo que creía,
o sabía. Es posible, no probable, que tenga acceso a información secreta,
oculta en las entrañas de los huacas, y un calendario aymara que exceda al maya
por cuatro mil años al menos y tenga grabada a cincel sobre piedra una hoy
inconfundible botella de Coca-Cola, que en aquel tiempo parecería la nave en la
que vinieron los dioses. No lo sabremos.
¿Qué beneficio
puede traer un texto burlón? Ninguno. Pero es que estas palabras hiladas no
cargan burla alguna. El autor se pregunta, ya que no puede transitarlos, por
los vericuetos mentales que la iluminación actual anda para desarrollar prédica
de semejante magnitud. Al menos, con el fin próximo del capitalismo, nos da –el
canciller- la opción de participar del jolgorio monetario y ser capaces también
nosotros, cada uno de los insignes aunque insignificantes ciudadanos, de
comprarnos aviones, ser dueños de hoteles, cuentas de banco, porque
comunitarismo, para mí, significa eso. Desde ya voy mirando catálogos para
hacer mi escoja. Allí, claro, muera la bebida imperialista y viva el
mocochinchi. Si todo va a ser de todos, si añadiré a mi vestimenta zapatos
italianos y ternos de marca, viva la plurinación. ¿O me estoy equivocando y
entendí mal? ¿La izquierda significa igualdad, o malhaya sea, como para los
musulmanes, la mano que solo sirve para limpiarse el trasero? Mitos de la mano
izquierda, o de la zurdera, que en el incario peruano era considerada (esta
última) como buen augurio, mientras que las mujeres del río Níger no preparan
la comida con ese lado por miedo a la magia negra.
Ni hablar de la
papa lisa, que para mi gusto en demasiado amarga y que el notorio representante
boliviano calificó como la verraquera del sexo. Me pregunto, siendo preguntón,
el por qué nunca fuimos tan numerosos como los chinos, con semejante material
afrodisíaco a disposición desde antaño. Sería culpar a los gringos, pero ellos
tienen poco más de doscientos años, distan de los cinco mil que cargamos a
cuestas; hay que buscar otro culpable. ¿Los españoles? Venían con tanta hambre
de mujer los porqueros de Extremadura que al contrario hubiesen añadido a la
estadística. Sísifo tal vez, que nos legó la tragedia de cargar hasta la cima
pero nunca sobrepasarla. Y así nos fuimos consumiendo, a pesar de la papalisa…
el refresco de durazno vino luego, en los galeones, y de muy lejos.
¿Dislates o
ideología? Mientras tanto, aprovecho para abrir la última lata de Coca-Cola,
porque si tengo que esperar la industrialización del mocochinchi pasarán otros
mil años y hasta el calendario maya será obsoleto, igual que los bienamados,
los profetas, los bocones.
16/07/12
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Publicado en El
Día (Santa Cruz de la Sierra), 17/07/2012
Imagen: Wang Guangyl/Great criticism: Coca-Cola, 2005
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