Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Hoy, que los
mediocres se ceban en mí, que quieren jugar en mí, voy a navegar entre las
brumas de mi espíritu a la morada de aquella.
En la
imaginación, soy el primer navegante que salido de quién sabe dónde busca
Última Thule, el confín del universo, hogar de la ninfa Francine, de celestes ojos,
sentada sobre la roca de la creación rodeada de niebla.
Boga mi nave
millas y millas. En torno sólo la bruma. Millas y millas de sombra. Millas
millas sin nadie. Ni voz ni lamento caben en el silencio.
Última Thule es
Inglaterra. La tierra mítica que cuenta al viento su existencia. En su trono de
piedra, la ninfa escudriña el porvenir ¿lo hay?
Los remos hienden
las nubes; las nubes envejecen los cabellos. Pero continúo. He de dar la vista
a la saliente de la Sentada. El tiempo es pánico porque hay que volver a donde
empecé. Porque la labranza de la tierra que me aguarda va a impacientarse,
aunque no sepa en qué lugar esté.
Se vislumbra algo
terroso. Una lengua oscura corta el horizonte. Dejo de remar. El rumor es el
barquero que me acerca.
Descanso como a
cien metros. En un montecillo, Francine, la ninfa desnuda, no me ve. Parece contemplar
los árboles imaginarios del bosque inglés. Sus pupilas vagan. El celeste se
mueve entre el gris. Y no me ve. Y no me ve. Y no me importa que no me vea.
Comienzo a
retroceder, nostálgico pero firme. La he mirado un siglo y un día y es
bastante. El paraíso del futuro se supone está delante. Me doy cuenta de que
empieza a aclarar.
Es mi despedida
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Publicado en
Opinión (Cochabamba), 12/04/1988
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