Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Praga es la ciudad de mayor encanto en Europa. En París uno puede empaparse de romanticismo; de inteligencia en Londres; de finura en Viena. Pero Praga es la ciudad del misterio, de la alquimia. En ella pervive el medioevo. El espectro de Mozart deambula por los palacios. Sobre las orillas del Moldava, los jóvenes sueñan con manuscritos ocultos en las paredes de antiguas sinagogas.
Praga es la villa
de Franz Kafka. También la de Rilke y Franz Werfel, una trilogía como pocas
ciudades podrían albergar.
En Praga se
torturó y mató a Julius Fucik. Las huestes alemanas se ensañaron en sus calles,
mas Praga sobrevivió. No murió para que el escritor pudiese hablar del jardín
de Strahov o del viejo mercado Havelská.
En ella hojeamos
las páginas de Jan Neruda, la Malá Strana... las tabernas checas en las que
Apollinaire oía cantar; o el Hradchim.
Praga es señora
madura y gentil que seduce en tardes dominicales con un chal sobre los hombros.
En su regazo caen nieves y la brisa huele a escondido.
El lingüista Román
Yakobson es su mejor guía. Conoce los recónditos lugares donde tomar
“slivovitz” o comer. Los callejones tienen aroma de sombra; los árboles se
deshojan en melancolías.
Hemos de
encontrar a Vanchura, Nezval y Jaroslav Seifert (hoy premio Nobel), los poetas
checos. Liban largamente en torno de las mesas.
Sólo resta una
mirada otoñal flotando encima de Praga, la hija de tres madres: Praga la
germánica, la judía, Praga la eslava...
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Publicado en
Opinión (Cochabamba), en TEXTOS PARA NADA, 10/10/1987
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