Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Extraño sábado.
Las novias andan de asueto, al menos las posibles mías. Leo a Alfonso Martínez
de Toledo y su Corbacho: ayes y guayes, maledicencias y arpías viejas
casamenteras. Ay de aquél que me endilgó este matrimonio, dice por ahí, queja a
la que me suscribo.
El calor se
congeló, nada se mueve en el aire. Paradójico como el sudor frío. Anoche, luego
de una experiencia virtual recomendable, inesperada y traumatizante en el buen
sentido, quedé con las cinco almohadas que reemplazan a mi mujer, pensando
sobre ellas acerca del mundo que se me había escondido por décadas, años en que
el trabajo a destajo, ese stajanovismo desideologizado que me secuestró,
cegaron mis pupilas hasta creer que aparte de las luces de neón de la bodega,
la silenciosa compañía de casa, un tango por ahí, un taarab por allá, el
universo estaba tan estrecho como la cintura de Nicaragua. Solo que aquí no había
chinos que la excavasen y dejaran filtrar el agua por donde corren las
bienaventuranzas del cambio.
Extraño porque
llovía en un tiempo que no llueve. Que Chaac no surca los aires de por aquí,
chocaría con los drones con que juegan los niños y entrenan los terroristas.
Busco el papel donde anoté los vericuetos de este texto y se habrá ido con los
desechos de hamburguesa de al lado. A improvisar se dijo, a inventar un Monk de
las palabras para darle al menos esencia de texto literario a cualquier notita
librada al azar del automóvil y del viento.
Diluvios por las
noches, de esos que te obligan a detenerte bajo la protección de un cedro. Como
las calles de Denver no tienen iluminación casi se diría que es una torrencial
tormenta tropical en el Chapare, con relámpagos que iluminan sombras chinescas,
bailarines de Bali de largas togas y penachos de plumas. Un batik en blanco y
negro. Explosiones de obús entre los cuerpos que se muestran en el teléfono.
Pezones oscuros, vulvas afeitadas, Gregorio que llama desde su ruta de diarios
para decir que se viene la inundación, que desbordó el canal y arrastra su “troca”.
Guardo el iphone, no sea que se moje, con las mujercitas del este llamándome “honey”,
“Darling”, “dear” y las del oeste que ni aparecen porque su fuerte economía les
impide venderse a los postores gringos del internet.
Pienso que estas
sábanas llevan más de un mes conmigo. Tendré que lavarlas. Apenas me cubro con
ellas por el calor. Por la ventana llega brisa y silencio. A ratos pasos
apresurados de los trabajadores nocturnos. Alisto mis botellas de agua, litro y
medio por sesión y también me arrojo a la intemperie, dejando atrás la
comodidad de la cama sucia, el café negro y la focaccia con jalapeños que
parece que comes pizza y estás comiendo pan.
Reflexiono. ¿Está
o no está bien? ¿El qué, me preguntan? Y no puedo decirlo. Es muy privado.
10/09/18
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