Sunday, August 4, 2019

Giordano Bruno


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 Originalmente Filippo Bruno, llamado el Nolano, filósofo, científico, escritor, admirado en las cortes de Isabel de Inglaterra, Enrique III de Francia, Rodolfo II de Habsburgo, fue detenido -entre otras cosas por su defensa de la teorías de Copérnico- por la Inquisición en 1593 y quemado en la hoguera luego de un proceso de siete años, 1600, que incluía, cosa común en la santa iglesia, tortura, extorsión, perjurio y todo lo ilegal que pueda cargar un juicio predeterminado. 

Arrestado inicialmente en la República de Venecia, a su regreso a Italia, fue por medio de sucias maniobras eclesiales extraditado a Roma. La quema de herejes en Venecia casi ni existía. Su senado y leyes permitían una ciudad abierta y bastante relajada, donde Bruno quizá hubiese tenido la posibilidad de quedar con vida. No así en Roma cuyas piras sacramentales se contaban por miles y que, al igual que en su antiguo esplendor del imperio, distraía al pueblo con semejantes frenetismos. Jugaban los autos de fe el papel de sofrenadores del ardor popular. La amenaza contínua de la peste, la miseria endémica, el esplendor del papado en oposición a tal pobreza, mantenían un hervidero social siempre presto a estallar. El juicio de Giordano Bruno, y su posterior ejecución, mantuvo en vilo a la ciudad e incluso dividió en cierto grado a los magistrados del Santo Oficio. Se le ofreció una posibilidad de abjurar su herejía cuando nada existía sobre qué abjurar: la tierra giraba alrededor del sol, la iglesia era una institución corrupta que necesitaba cambios fundamentales, la ciencia no era magia y las discusiones filosóficas sumadas al pensamiento no eran actos de quiromancia.


En 1600, la Inquisición se lavó las manos, sin secárselas para ser ciertos; transfirió al reo a la justicia del gobernador romano, quien, siguiendo las pérfidas intrigas de los frailes, decidió sacrificarlo. Terminaba así una de las más lúcidas mentes de la Europa del seicientos. No sé si el Vaticano se disculpó alguna vez por el crimen. No hay disculpa válida. La quema del filósofo y tantos otros desmanes de esta secta de disfrazados debiera haber sido suficiente para destronarlos de la historia. Lástima que no sea así. La iglesia permanece poderosa; ha cambiado sus tácticas pero no su razón. El nuevo Benedicto vale de ejemplo, con sus retrógradas leyes antihomosexuales, siendo la iglesia misma ferviente caldo de cultivo de abuso y pedofilia. Otras sectas: protestantes, mahometanas... crecen a la par, augurando un mundo de intransigencias medievales. En Irak, hoy, pelean una teocracia que se considera heredera de la aberración de las Cruzadas contra otro grupo de fundamentalistas que lo único que quiere hacer es postrarse cinco veces al día, con los pies y el trasero de otro fiel justo frente al rostro, y prohibir lo que se pueda. Y castigar, por supuesto.


Tuve la suerte de encontrar una rara joya cinematográfica: "Giordano Bruno", dirigida por Giuliano Montaldo, director también de "Sacco y Vanzetti"; cineasta de causas perdidas. Producción italiana de 1973, "Giordano Bruno" recuerda el cine histórico de Rossellini. La técnica es similar a la que se usara en "Blas Pascal" y en "Sócrates", tocando un punto en el que desaparece la escuela neorrealista y se reinventa la manera de hacer cine. No hay sofisticación o enredo porque no se los necesita. La narración es llana, rica en vicisitudes pero concreta y antiespeculativa. La tecnología de la época, que produce una cinta algo opaca, se presta al esquema. Son historias antiguas y dramáticas por lo general. Los personajes, tanto el Sócrates de Rossellini como el Giordano Bruno de Montaldo están condenados. El texto hablado es vital, se trata de dos filósofos y a ambos se los juzga por su verbo.


Se nos había enseñado en la escuela, muy de pasada, que la Inquisición detuvo a Galileo y que se quemó a Giordano Bruno. Montaldo ha rescatado al hombre, enigmático y poderoso en su fortaleza de soportar el embate de un monstruo, consternado por el dolor físico en la tortura pero incólume en su mente pensante. Cuando vi la posesión del nuevo Papa, no ha mucho, me divirtió el carnavalesco entorno de trajes. No pensaba entonces en Giordano Bruno, cuya carcajada haría temblar de nuevo la gran mascarada de santos fantoches. 

01/12/05

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), diciembre 2005

Imagen: Giordano Bruno


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