Claudio Ferrufino-Coqueugniot
¿Dónde
estabas, Thomas De Quincey, con tu hirviente té y cerca del fuego de leña? ¿No
mirabas que mi automóvil corría sobre el hielo a veinte y siete grados bajo
cero mientras las zorras gemían como niños en el arbusto? Las ramas forman
figuras goyescas. Los grises conejos se refugian en las hoyadas del camino para
atrapar calor. En la radio tocan sonatas de Purcell. Solitaria viola da gamba
entre los arabescos de la nieve en polvo de la tormenta. Esa que con el viento
inventa formas, sílfides y monstruos, y trae de retorno el terror medieval a lo
que se desconoce. Tú redactando tus estepas de Tartaria, o al señor Kant con
las manos en los bolsillos en la hoy Kaliningrado, otrora Königsberg, joya de
ciudad. El coche resbala, desciende la colina de la calle Holly con riesgo de
estrellarse. Miro el objeto delante de mí: Ilse, bar alpino. Purcell y el
clavecín, Purcell y el violón. Finalmente no me estrello, el auto se detiene bruscamente
en la vereda. La noche pare edificios en
silencio, una lechuza que pasa rasante con algo con cola entre las garras. En
los basureros de la Harvard corren ratas grandes como perros chihuahua. Otra
vez grita una madre zorra su espantoso lamento. Noche sueño de pesadillas.
Blanca nieve que ofusca.
Una línea
vertical se yergue en el horizonte. La vemos negros sudados en el muelle de
carga de los mercados de Gallaudet. Sudados y congelados, paradoja de la
angustia. El tren de Nueva York se arrastra del otro lado del alambrado. Primer
destino Baltimore, bares africanos de un naciente rap. Poe. Una sombra se
descuelga del muro y un gorila devora mendigas viejas en la estación. Lomo de
plata no es, oscuro como el tío Tom, como el mayoral Joe Day. Segunda estación
Fidadelfia. Tercera Nueva York aunque esta barriada es más Jersey. Pienso
mientras los parcialmente iluminados vagones desaparecen. La línea vertical se
ha doblado. Dicen que es tornado, más bien creo reflector de luces magras.
Purcell en mi bemol, en sol menor.
Francine se
acicala y cae rendida en manos de un irlandés. Gloria sucumbe a un folklorista.
Elke a quién no sé. Cuento los dedos y más mujeres tengo que dedos. Mis guantes
rotos, faltan algunos. Cabizbajo, retorno de estación de metro a otra de bus.
Camino el último kilómetro de las afueras de Alexandria bien mojado, perro de
aguas. Me secaré, pasaré la toalla por la entrepierna al estilo de Madonna y
sacudiré el jergón del sofá destartalado. Tiemblo. ¿Del frío, Thomas De
Quincey? Del hambre. Se tiembla de hambre más que de frío. De amor más que de
hambre. Se me acumularon todos, castigo capital por los pecados. The Yardbirds
tocan una lúgubre canción. Duermo. Me despierta el maullido de un gato en algún
lugar del ramaje del molle macho en casa. El colchón huele a rancio, unos
helados fideos ramen en el sartén. Abro los poemas completos de la Dickinson.
Cochabamba estará con sol; los amigos tirando al sapo con tejos de plomo. Los
cañaverales crían serpientes, no te acerques. Cortando las cañas jóvenes y
soplando en un extremo suenan pífanos. El pífano de Manet; dime, De Quincey, en
dónde está mi infancia.
Tus ojos.
Te miraba y eran celestes, los cerraba y eran marrones. Negros tus ojos,
blancos de ciega que no me ves. Rosas tus pezones, marrones, negros, color de
zanahoria, de betarraga, Beta vulgaris. Tengo sed de desierto; las fuentes se
han secado. Hay un tren que retorna desde la tierra de Lovecraft. Va cargado de
escarcha y chirria como el fatídico carruaje de Selma Ottilia Lovisa Lagerlöf. Leo lo que aparece, el carruaje de la muerte, Mishima, Thorfinn Karlsefni Thórdarson,
sagas de Sturluson y Borges. Frío islandés. Me pica la nariz y al querer rascarla
se cae, igual a un dedo congelado, color púrpura, de Jaipur. Es hasta hermoso y
no duele. Después desgrano los dedos como maíz para mote. Un recipiente los
tendrá rojos, azules, patascas (¿patasqa?).
Finalmente nos sentamos, Thomas De Quincey, y te pido que me enseñes a
escribir. Ansias de iletrado. Comparto ahora tu té y desde dentro de casa el
invierno se ve distinto. Por ahí pasa un auto y resbalando se estrella contra
el Ilse Bar. Estoy conversando con el maestro, pero ese sujeto que corre
ardiendo como fogata me parece yo, parece que soy yo; soy yo.
24/02/2023
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Imagen: Somerset
House from the River Thames, JMW Turner, 1798–1802
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