Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El libro no comenzó en Finisterre. Una tromba de aguas de espeluznante furor bajó desde el mar del norte y arrasó con costas, penínsulas, monolitos, antropomorfos, algas, líquenes y tréboles de cuatro hojas de extraños nombres e impronunciables. Luego sobrevino el silencio, apenas la embriaguez de Job sollozando por la inercia del alcohol. Cántaros caídos, rotos, espasmos moribundos de cangrejos negros no más grandes que mano de mujer. William Blake sentencia:
To see a World in a Grain of Sand
And a Heaven in a Wild Flower,
Hold Infinity in the palm of your hand
And Eternity in an hour.
Mirarte en
una estrella, casi monóculo colgando del universo. Escribía columnas en
diarios, yo, en la solidez de las décadas, bajo ese sustantivo. A ver… Falsuri
y Antietam, campos de muerte leídos con voz profunda en el semicírculo del
teatro Achá. “Antietam”, pronuncio, y cae el techo del escenario sobre los
viandantes de letras. La A es shallot puntiagudo. La O, los curvados labios de
Fedor Chaliapin entonando Ojos negros.
La S serpiente aymara. La vi por Sacaca subiendo la apacheta y le pregunté qué
se llamaba. Respondió en lengua extraña, antigua como el caldeo, y yo que soy
hombre moderno uniformado, no entendí los arcanos de la palabra, la interpreté
a mi manera, con las variantes patológicas de niño autista.
La X, la
Cruz del Sur. Desde Chorolque la perseguía. Ella caminaba aunque no tenía
piernas; saltaba sin brazos, su tórax expandido como chivito clavado en metal al
arbitrio de carbones encendidos. M tu nombre matizado de flores de eneldo.
Flota crema agria sobre el borscht. Flota en paz hasta que un Iskander que
arriba desde el Caspio cae sobre él, lo explota y su rojo tiñe las paredes de sangre,
los domos ortodoxos, jardines infantiles. Una sombra ha violado el espacio en
donde escribo. Tenía los rastros de mi amigo José. Me había dormido justo
cuando el misil explotaba. En mi ordenador cayó un crucifijo e imprimió marca
de fuego. José se retiró, sombra que era, sigiloso sin ser siniestro, educado
sin alcanzar visos de dandy. Supuse que quería apropiarse de mi texto pero este
se defendió, creció garras y caninos largos como menhires y repelió el ataque
delicado mientras preservaba mi sueño. No despiertes ahora, quiso decir, porque
si lo haces vendrá la yegua de la noche, que los españoles dicen pesadilla, y
el cuarto se llenará de zafiros azules, piedras de encantamiento, y del rubí
gigante que arrastraron dos elefantes indios en la floresta de Birmania. Sería
testa de dios, pensaron, de Marte belicoso y beligerante, del martillo de Tor,
el arco de Filoctetes con el que frotaba los muslos pútridos del castigo. No
despiertes porque si lo haces verás lo que no quieres ver; permanece dormido e
inerte, tieso al igual que Venus antes de que llegue el sol.
Llegando al
amanecer a Rosario de la Frontera ¿era el Tucumán? La Cruz del Sur brillaba
trémula. Los vahos de la mañana hincaban los dientes en sus costados y el manto
de estrellas desaparecía.
En el mar
de Cantabria la Torre de Hércules gira luces alrededor del agua. Son las once
oscuridad. El estadio de La Coruña tumba de susurros. Poetas y plantas han
abandonado mi cuarto. Mi avión a Lyon sale a las once oscuridad, otra vez, y
desciende sobre el río allí, en el barrio de la prefectura, mientras los
infantes construyen edificios con rectángulos de colores y los hombres viejos
secan las pocas lágrimas que guardan de ahorro, lamiendo y relamiendo el hoyo
de una vertiente que no da más. El agua corre y la tierra la engulle. Cuando ya
no queda líquido la lama devora a la lama. Un grito atronador anuncia que
Saturno inició el festín de sus hijos en la sombría paleta de Goya. En un
mural, Neptuno apunta el tridente hacia las nubes, apenas las pinche se desencadenará
el diluvio, Job retornará a beber, y mujeres españolas de dulce lengua cantarán
en gallego cantigas medievales que vienen con trasgos a cuestas, con meiras y
sirenos, con animales que nunca existieron y, sin embargo, se pasean por jardines.
Es o no es el mundo, me pregunto. Y Saturno de sanguinolentas fauces asesinas
responde que no, que no es y no ha de serlo. Ni será ni fue, inventos tuyos de
escritor indio atormentado por quinientos años de frío y silencio, nada mejor
para confundir tu lengua, torcerte los dedos y hacerte escribir lo que ya no
escribías. No, No. No es ni lo es. ¿Entiendes?
07/04/2025