Claudio Ferrufino-Coqueugniot
En Un puente sobre el Drina Ivo Andrić narra con detalle el proceso de un empalamiento. Tan vívido que me hizo escribir, en la década de los ochenta, un breve texto que se llamó El arte de empalar. Crueldad humana que no busca solo imponer la muerte sobre el “enemigo” sino alargarla en medio de interminable dolor. El hecho de que los maestros empaladores fuesen tan cuidadosos a tiempo de introducir el palo afilado en el ano de la víctima, de no dañar ningún órgano mayor que pudiera causar el deceso, lo demuestra sin más. Casi se diría que con martillos y golpecitos suaves y sutiles estos eran suerte de orfebres, de joyeros carpinteros verdugos, duchos en el arte de matar sin matar.
Tremenda
época que sugirió a un noble valaco como su cénit en este tipo de oficio, pero
que era materia común en aquellas regiones del centroeste europeo. Nada
privativo de ellas, por cierto. En el siglo XX, finales, era normal en la
brutal guerra civil colombiana, por solo citar un ejemplo. Recuerdo un filme,
olvidado el título, donde aparece una figura que al acercársele muestra un empalado.
En medio del mutismo, niebla, ciénagas, donde el hombre se halla solo a merced
de los otros que, siendo hombres como él o ella, no lo son en realidad. Monstruos
de oscura ciencia ficción.
Amanece en
Belgrado. Pequeño hostal céntrico. Luego de ocho horas de viaje en un pequeño
bus he salido a observar el entorno. Instinto animal que me obliga a indagar lo
que hay alrededor, con ánimo o sin ánimo de acciones. Simple observación,
conocimiento, ver huellas que no se ven, como los baqueanos de la pampa
interminable. Brizna de hierba doblada, polvo removido, gota seca de sudor
sobre la arena… Ya me estoy poniendo en modus gauchesco y entonces lo dejo.
Vi el río
Drina en Zvornik, ciudad fronteriza entre Bosnia Herzegovina y Serbia. La
estación de bus como aquellas antiguas bolivianas con baños en el piso y mugre por
doquier. Grandes aguas por las riberas, la naturaleza es plácida, aromática,
febril en su belleza. Olvidé los palos ensebados del novelista y solo contemplé
botes mecidos dulcemente.
Este debió
ser el camino de Poltava pero muchas cosas cambiaron. Me las sé yo. Comenzaría
en el Finisterre y acabaría en el este. Pareciera, a modo de poner el mundo en
su lugar, que terminará donde debió haber comenzado. Algo debió decir Azorín
acerca del círculo…
El taxista
me señaló el Sava y a la izquierda el Danubio. Soy todavía como un niño al
respecto. Se me heló el corazón al igual que me pasa cuando encuentro un amor.
Recordé, tirado en cama con las manos detrás de la nuca, la sensación que tuve
al ver el Dnieper en Kiev por vez primera. No se puede describir, no se debe;
hablar del aire, de la brisa, de la infancia que llega subrepticia en medio de
la pena. Instantáneas del paraíso nunca perdido, John Milton.
El paisaje
del lado bosnio es con mucho más lindo que al entrar a Serbia. Diferente, como
lo era el esloveno y sus efluvios alpinos. Para tomar el camino de Belgrado
fuimos de Sarajevo a Sarajevo Este. El chofer hizo una parada y quitó su signo
de taxi. Me pareció extraño. Pero un cartel lo aclaraba: “Bienvenidos a la
República Serbia” (dentro de Bosnia Herzegovina), la de Karadžić y Mladić,
sombra del mal. Creo que observé un único pequeño minarete perdido. Señal de
que aquí no se solucionaron las cosas; la calma aparente no es calma sino peligro
adormecido. La estupidez humana concibe cualquier feroz desatino y lo dora de
lógica. ¿Estaría yo observando por última vez un Sarajevo que me conmovió? Tan
solo detrás de unas colinas el ambiente cambiaba. Ya no mujeres con el cabello
cubierto, ya no músicas del oriente que danzan los mozos de la capital mientras
sirven café y baklavas. La suerte está echada hace mucho, en la soledad de Noé
llorando la borrachera. Hijos rumbo a separados caminos. Allí se perdió, no en
Caín, la especie.
Obreros
vacían concreto en el patio. Ese sonido es precioso, cuando la pala raspa el
piso y mezcla arena, cascajillo y cemento. Lírica, si lo sabré yo que lo elogio,
porque cuando uno tiene que hacerlo en persona, mezclar a pala para la
construcción, es pesado, duro, los hombros se agotan con rapidez, los
antebrazos pierden fuerza. Peor para un picapedrero como yo que pasó ya la
mañana queriendo romper mármoles de metro y medio sin éxito. Ni para afirmar
que chispas estelares salían de los golpes del combo sino pedazos de roca que
se clavaban en mejillas, ojos, cabeza. La filosofía radica en aceptarlo, porque
después esa piedra partida mostraba un fantástico mesón rosado o negro para una
casa rica y quedaba el placer, por mínimo que fuera, a compartir un espacio de
arte. Luego de la puteada, la paz, más valiosa resulta así.
Primera
mañana de tantas primeras que voy teniendo en este viaje. Ha cambiado la
dinámica, sin embargo. Ahora hay ordenanza de trabajo, voluntad de escribir,
metas propuestas que serán metas logradas. En los altos, cuando descanso
inevitable se necesita, estará el poderoso Danubio acompañado de humeante café.
Río que he de perseguir hasta un preciso recodo de creatividad y empeño. En esa
curva que hace, de donde toman vuelo garzas, arrendajos y moscones, saldrán
páginas para homenajear a Panait Istrati, quien con el cuello vendado luego de
un intento de suicidio se puso a contar. Espero ser fiel al maestro, permitir
que el sol duerma calmo por sobre los musgos, no pisotear la paz de los caídos;
respetar el silencio, jamás abrumarlo.
Francine me
regaló Kyra Kyralina, comprado en la
esquina de las calles España y Heroínas. Dónde andará ella que no lo sé. Fuimos
jóvenes y bellos y basta. Su silueta recortada contra las rocas de Liriuni, el
sonido de decenas de pequeñas cascadas de agua helada. Suficiente para la
eternidad, todos los llantos secados, las voces dormidas. Enfrente el camino de
Belgrado se ha detenido un rato. Debo tomar aliento pero polvo a recorrer
todavía hay. No leo ahora, escribo, siguiendo el sabio consejo de mi todavía ayer
viva madre.
Me alargó
un libro: Xavier de Maistre. Y me dio a Unamuno para hacerle contrapeso. Al
salir activó el péndulo del reloj de pie. Jamás se ha detenido. Hoy, desde la infinitud
de su presencia, ha activado los dedos de mi mano derecha y señalado el camino:
escribe, escribe.
29/04/2025
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Imagen:
Jean-Michel Basquiat