Monday, February 28, 2011
Aly, entre David Bowie y Jackson Pollock/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
A los tres años vestía casi exclusivamente de rojo. Cuando la esperaba, en la subida de Villa Moscú, bajaba del bus y le preguntaba cómo le había ido en la escuela y respondía en su ya sofisticado inglés: "terrible". En realidad le gustaba ir a clases, adoraba a su maestra, pero su respuesta escondía una traviesa e inteligente sonrisa que afirmaba su personalidad.
Alternancias de sol y luna; Alicia, mi segunda hija, creció. A los nueve años se agacha sobre el papel, con un pedazo de tela y comienza a frotar los colores que ha pintado, esparciéndolos en tonalidades diversas por la superficie. Prefiere usar pastel al óleo, aunque carbón y tiza también la atraen. Pinta abstracto. Interpreta su experiencia de lo real, sumándola a lo onírico. Un objeto puede ser susceptible de modificarse, transformarse, corromperse en retrato. Aunque parezca fácil, cuesta más llegar al suprematismo ruso de los años veinte que al realismo socialista.
Caminamos juntos en medio de los expresionistas abstractos norteamericanos. Aly, sobrenombre hecho nombre por su decisión, prefiere el Bonnard primerizo, la divierten los hinchados personajes de Botero y asocia su arte al de Jackson Pollock, pero se hermana más con Franz Kline o con Mark Rothko sin perder un toque personal que no la incluye en otra escuela que la suya.
Ante mí, en mixed media, en 21 por 27 centímetros, una obra maestra: una figura amarilla, con líneas verdes horizontales, se eleva en espacio verde y pincelazos blancos. El amarillo no logra sobrepasar al verde y se detiene unos milímetros antes. El total incrustado en otro espacio naranja con arabescos negros que forma cúpula y base del cuadro. Ininteligible, pensarán, pero un universo de implicaciones y sensaciones. Explicar si es flor o mar interior o flora intestinal, o el mareo que sobreviene al pararse de pronto luego de estar recostado: todo y nada, delirio de posibilidades.
Si le dieran un lugar a vivir se quedaría en el Amazonas. Araras y monos pigmeos dentro de la floresta, que vista en distancia no es otra cosa que un gigantesco abstracto donde la artista por fin se siente parte viviente de su arte. Como meterse en el cuadro.
Lleva en sí el eclecticismo de su padre y la contemporaneidad talentosa de su madre. Sus discos conforman una amalgama más o menos coherente que naciendo en los Beatles sigue con Bowie, se expande en Lou Reed y se afirma en Nirvana con interés en los pormenores de la trágica vida de Kurt Cobain.
En Denver, Colorado, quiso ir al concierto de su favorito David Bowie, rey del glamour (glam) rock, suerte de crossdressing o travestismo musical de los años ochenta, donde también se incluye la obra plástica de Andy Warhol. Era la más joven del concierto, apenas nueve años, en medio de una nostálgica -y quizá ofuscada- multitud de casi viejos. La pusieron sobre un alto taburete y David Bowie, un chaquetón rojo cubriéndole su estelar humanidad, reconociendo su pequeña figura, la saludó con la mano. Feliz, sin duda, de eternizarse en sus ojos.
05/08/03
_____
Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), agosto 2003
Imagen: Fotografía de Aly Ferrufino-Coqueugniot/Autorretrato con retrato de abuela, Denver, 2010
Sunday, February 27, 2011
La France/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
En 1964 De Gaulle visitó Cochabamba. Mi padre me llevaba en hombros. Cuando el automóvil donde iba De Gaulle dobló la Recoleta mi padre soltó un "Vive la France!" estentóreo, con esa voz característica de los hombres de su familia. El francés bajó un poco el kepis, a manera de saludo, mientras Víctor Paz Estenssoro sonreía estúpidamente con su cara de mico. Ese, a los cuatro años, resultó mi primer contacto con Francia. Hoy es su día nacional.
Mucho o poco me importan los nacionalismos, pero la simbólica toma de la Bastilla, como la toma del Palacio de Invierno en Petrogrado mucho después, son partes inolvidables de la historia. Cuando, caminando en el interior del metro parisino, justamente en Bastille, vislumbré parte de lo que habían sido los cimientos del presidio sólo pude emocionarme; el fetichismo por el pasado tiene en París un gusto especial. Están el Balzac de Rodin, en otra estación, y la estatua de Dantón apenas saliendo de Odéon. Detalles que se multiplican en la gran villa donde me decidí a seguir el rastro de los miserables de Víctor Hugo, en las callecitas que albergaron las barricadas de 1830, en los Inocentes, la Salpetrière, les Halles donde en lugar de rememorar las jornadas huguianas tuve que salir corriendo perseguido por una turba de senegaleses que clamaban el lugar como suyo, y odiaban mi supuesta humanidad marroquí, en una lucha de fatuos feudos cuyos límites tocaban las vías del tren.
Mis dos sitios favoritos eran el Jardin des Plantes, el jardín botánico, menor y menos sombrío que el de Budapest en las bellísimas letras de Ferenc Molnar, pero soberbio en su capacidad de esconder a uno del gran público y permitir horas de paz en un París que para mí se caracterizó en hambre promiscua y permanente. El otro lugar comenzaba al dejar la Porte de Vanves en la mañana y partir en busca del Luxemburgo en un recorrido memorioso. Ya atravesando las negras rejas que lo encierran tenía mi banco preferido para ponerme a leer, entre las piedras, o metales quizá, que inmortalizaban en el parque a Sainte-Beuve y a Baudelaire.
Cruzando la calle, cuando el tiempo lo permitía, entraba a librerías de viejo en ritual ameno e imposible tras los libros del Licántropo, Petrus Borel. Así, con la sombra de Madame Putifar bajo el brazo, a insumirse en la suciedad de un bar argelino, con los pocos francos para un par de Kronenbourgs, a rememorar el largo e improductivo -económicamente- día, y soñar que todavía tenía una casa, al otro lado del mar, agitada bajo el viento de los molles y los sauces llorones.
Pero Francia no es París. Cuando trabajaba repartiendo propagandas recorrí toda la Isla de Francia. Cada lugar además de hermoso tenía especial connotación. El puente de Argenteuil eran Pissarro y Sisley. Lo mismo Marly le Roi, Port Marly, la sin par reunión del Sena y el Oise en Pontoise. Mochila al hombro caminando por las florestas oscuras que separaban las famosas villas, bajo nombres subyugantes como la Floresta del lobo, cuando los canes salvajes del medioevo entraban hambrientos a devorar a los indigentes de París.
Un tren, porque nada como el tren para mirar Francia, hacia húmedas y alejadas Arras y Amiens, con destino a Lille, cruzando el bosque de Compiègne donde se firmó el armisticio y los verdes campos florecidos sobre los huesos de los muertos de la Gran Guerra, donde cinco de mis parientes Coqueugniot perdieron la vida, entre el Somme y Verdún, para ya en el siglo veintiuno escribir una carta a un sitio web francés que reclama descendientes para los soldados desconocidos y decir que en Estados Unidos, y proveniente de Bolivia, alguien, yo en este caso, reclamo para mí a un tal Pierre Coqueugniot, muerto en línea y hasta hoy hueso olvidado en un casi inexistente villorrio cerca del borde con Bélgica.
Francia en un catorce de julio. Frente a mí, y mientras escribo, uno de los más hermosos libros de la gran literatura francesa: Cinq Mars, de Alfred de Vigny, contemporáneo de Hugo, Balzac y Sue, y su relato de la tragedia del señor del Cinco de Marzo en el imperio oprobioso del cardenal (Richelieu, quién otro); libro que poblaba mi mente en los días de Versalles, alrededor del palacio, con mi carga de papeles sobre seguros y artículos eléctricos, y los espectros literarios que en ese preciso lugar recordaban no sólo a Vigny, pero también a Dumas padre, Zévaco y Paul Feval.
14/07/05
_____
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 17 de julio, 2005
Imagen: Camille Pissarro/La rue de l'Hermitage, Pontoise. 1874
La amiga Sonia Andrade/ECLECTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Me dicen: Sonia ha muerto, y no arguyo que la muerte no existe, que, igual a la vida, es mera ilusión.
Favio lo expresaría mejor con "la soledad es un amigo que no está", con la diferencia que luego de tan larga ausencia nos acostumbramos, ella y yo, a flotar en el silencio. La soledad ya estaba, no la inventa la muerte del amigo, pero queda tan pegada a la alegría que mejor no distinguir entre estoy feliz y estoy solo. Bastante que estemos, sin conformismo, fuertes o enfermos pero lúcidos.
Allí, siempre, habita Sonia Andrade, joven como cuando mil novecientos ochentaiseis contaba su tercera moneda el mes de marzo, cuando la conocí como flagrante intermediaria entre la desdicha de mis amores y la mía. Risueña, con un café presto, el de la izquierda para ti, el otro mío, con un dibujo de su querido Ronald Martínez sobre el refrigerador, y con multitud de detalles que cada artista, hecho tristeza, dejaba en su casa como manifestación agradecida por su amparo.
Sonia era así, refugio por donde pasaban noctámbulos, suicidas, huérfanos, enamorados. Con Julio, o Chino, soslayábamos el ancho de la avenida Oquendo y, entre sombras, andando la calle paralela, descubríamos el portal donde habría té reconfortante y sobre todo risa. Su amiga, íntima entonces, que colgaba de mi brazo, colgaría yo del suyo si rememoro bien el tiempo cobarde, la presentó: Sonita, dijo, y en su diminutivo se decantaba el rictus amargo que creo tiene la amistad entre mujeres. Sonita fue Sonia para mí, sin ambages ni falso cariño, quien estuvo cuando la necesité, con sólida mano que frotaba la espalda y su voz diluyendo simple los recovecos borgianos, y que -pobre ella si supiera- pensaba que había revolucionarios y que tiempo de revolución vendría con espada igualitaria a emparejar los entuertos de esta villa deleznable.
Mientras las tazas humean, las horas despintan la noche hasta quitarle el luto; Sonia, quien trabaja al día siguiente, se escurre a velar el hijo en un cuarto contiguo. Los poetas. egoístas e irresponsables, no reparan en sus afanes de madre; cada uno trae un estanque de llanto, angustias inventadas por febles fantasmas. El pintor, Martínez, ansioso de hallar colores en el más allá, la atosiga con dramas de solución sencilla, y ella nada, nada decía, solidaria hasta el absurdo.
La vi por última vez el 96, bajando de Villa Moscú. Hablamos poco, entre el tierral del trufi y los irreparables baches del camino. Quedamos en vernos para contarme la felicidad que había sido -para ella- su visita a España. Esta nación europea llenó en el pasado charlas que versaban sobre las comunas agrarias de Aragón, comer sardinas frescas al borde del muelle en Castellón de la Plana y etcéteras. Dicen que hoy España, en relación a nosotros, ha adoptado la actitud que se achaca a los norteamericanos de racismo y discriminación, que nos desprecian y maltratan. Habría que aclararles que llegando a los bordes de Estados Unidos, españoles, bolivianos, dominicanos y argentinos, todos somos mexicanos, nada nos diferencia, ni el tamaño ni el color, ni siquiera el detalle que los de Iberia no hablan -como debieran- mejor castellano que el nuestro.
Hoy Sonia no está más presente. Me detengo en la intersección de las calles desde donde veo sus hogares varios y sé que este asunto de la presencia física también es ilusorio.
5/agosto/04
_____
Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), agosto 2004
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 15/agosto/2004
Imagen: Alexej von Jawlensky
Armando Normand, un monstruo cochabambino en el Putumayo
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Joaquín, mi padre, me comentaba en la mañana acerca de El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa. Le parece un libro valioso, aunque algo pesado a veces. Luego de hablar sobre el Congo, aquella desmedida alucinación y tamaño crimen de la irresponsabilidad, el racismo y la ignorancia europeos, pasamos a la Amazonía, a la investigación de Roger Casement acerca de los desmanes de los caucheros en la región del Putumayo.
No he leído El sueño… Lo haré en algún momento. Supe de Roger Casement primero en las páginas de D’Artagnan, revista argentina con clásicos del comic por el talentoso Robin Wood, en alguna secuencia de la Primera Guerra Mundial. Hace poco, en la biografía de Tim Pat Coogan sobre Michael Collins, supe detalles del maltrecho complot de los nacionalistas irlandeses contra el yugo británico, a través de la participación alemana, asunto que llevó a Casement a la horca, a pesar del pedido de clemencia hecho por intelectuales y que Joseph Conrad, amigo y compañero de viaje en el río Congo, se negó a firmar.
Cuenta mi padre que entre los años de 1938 y 1942, más o menos, escuchó a su padre, Armando Ferrufino Camacho, en charla con un conocido acerca de cierto boliviano que “había regresado del Putumayo”. Se trataba de Armando Normand, la bestia asesina a cargo de la estación cauchera de Matanzas en la primera década del siglo XX, nacido en Cochabamba en 1880 (mi abuelo nació el 79) y que según la excelente y espeluznante monografía de Carlos Páramo Bonilla (Universidad Externado de Colombia-Bogotá): “Un monstruo absoluto”: Armando Normand y la sublimidad del mal, 2008, extraída en parte de los Diarios Negros de Sir Roger Casement, manejaba un imperio de terror en la jungla del Putumayo, con escenarios de crimen que envidiarían los verdugos nazis. Normand, venido de acuerdo a su propia confesión consignada en A Criminal’s Life Story/The Career of Armando Normand, del aventurero inglés Peter Mac Queen, de una familia “que fue de las primeras en la provincia de Cochabamba”, de padre peruano y madre boliviana, es mencionado en la novela de Vargas Llosa como uno de los peores, sino el peor, de los que ejercían su arbitrio sobre las poblaciones indígenas de la zona.
Páramo Bonilla escribe que hubo un juicio, previa cárcel, al que se sometió a Normand por las denuncias de Roger Casement en Londres. Antes, Normand prosigue con su relato de vida, “De allí fui a Manaos, Buenos Ayres, Valparaíso y luego a Antofagasta en donde por dos años me dediqué a vender sombreros de Panamá”. Alega desconocer las imputaciones en su contra, viaja a Ecuador, retorna a Cochabamba donde comercia con caballos chilenos, y, al parecer, es entregado por el gobierno boliviano para su juicio en Iquitos. Lo liberan, sale hacia el Brasil y de acuerdo al monografista se pierde su rastro para siempre, rastro que encuentro casualmente, en una conversación literaria con papá, y que se desconoce, en parte, seguro, porque y principalmente en esa clase social, se encubre, y sin duda justifica, horrores de clase y de raza semejantes.
Se conoce la fascinación que producen tales individuos. Alguien cuyo nombre se me escapa, entre los muchos citados en el texto universitario, relata que mientras Normand comía, sus esbirros azotaban a los indígenas y la sangre salpicaba los platos del capataz. Me recordó el grabado alemán del XVI en la que Dracul, conde de Transilvania, almuerza lloroso en el momento en que sus servidores empalan y despedazan prisioneros sajones. Vicky Baum, la escritora austríaca, describía al personaje en su libro El bosque que llora, donde Normand es llamado “El boliviano”. Así en muchos textos de ficción se materializa el monstruo de Matanzas.
La monografía del autor colombiano no se centra en la descripción morbosa del sujeto y sus actos. Trashuma en fascinante recorrido, las posibilidades de que Casement, de haberse quedado en el Putumayo, hubiese tal vez resultado otro Normand. Asocia a ambos con el Kurtz de El corazón de las tinieblas, de Conrad. Sus asociaciones literario psicológicas son de gran interés, explicativas de la relación de frontera que es la selva entre el blanco y el indio, el civilizado y el bárbaro, dicotomías que por lo usual conllevan en sí trágicos elementos. Estudia además las manifestaciones perversas en contextos colectivos, Eichmann durante el nazismo, por ejemplo, para lo cual recurre al ya clásico texto de Hannah Arendt sobre Eichmann en Jerusalén. Para el autor de la Solución Final, su inocencia no era cuestionada. Como sin duda no lo fue para Armando Normand y los intereses del gran capital cauchero a quienes representaba, en otro contexto por supuesto y con violencia extrema de primera mano que no existió en los anales del burócrata alemán.
Subyuga, a pesar de que a veces suela tornarse aterrador, cómo se entretejen los hilos. Vargas Llosa lleva a mi padre a cierta rememoración de su infancia, Michael Collins me arrastra a Casement, éste a Conrad, Conrad a Kurtz, Kurtz a Normand y así. Incluso Bonilla alude a un Armando Normand, posible padre del genocida, en archivos del congreso boliviano, indultado luego de prisión, en Bolivia, por el asesinato de un tal Cleómedes Ferrufino, nombre que relacionamos con alguna parentela. Supongo que ahora me veo obligado a leer al último Nobel, otra vez. Parece que su temática casi de denuncia en el pretexto de un diplomático del Imperio, lo merece. Por cierto me ha recordado esto unos rones compartidos en la terraza del Hotel Presidente de La Habana, con Roberto Burgos Cantor y Eduardo Becerra, conversando acerca de José Eustasio Rivera, autor de La Vorágine –en las caucheras del Putumayo-, cuyas líneas iniciales rezan: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”.
21/02/2011
_____
Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 27/02/2011
Imagen: Indígenas caucheros del Putumayo
Friday, February 25, 2011
Après l'amour, de Diane Kurys
Francia 1992
con Isabelle Huppert, Bernard Giraudeau
El Chicago Tribune escribe que es uno de los dos o tres mejores filmes de exportación de Francia del año 92. Eso dice poco del cine francés, aunque por lo general asocio a éste con lacrimosas historias de romance como se da el caso.
Creo que se ha exagerado tanto sobre el romanticismo de los franceses que ellos mismos se lo han creído y salen con grotescas expresiones que no tienen nada que ver con la supuesta realidad del amor. El filme de Diane Kurys no es ajeno a ello. No sé, ni entiendo, si ella quiso dar un punto de vista "femenino", una perspectiva desde el otro lado, a las relaciones hombre-mujer. Punto que si existe carece de convicción. O tal vez Kurys forma parte de una nueva escuela de mujeres artistas que tratan de hallar otra definición a lo que es ser mujer de frente a la vida, el sexo, el hombre, el macho, la libertad, la independencia y el placer. En América Latina, en literatura, laten los ejemplos de Isabel Allende, como abanderada, seguida por Laura Esquivel y Marcela Serrano. Si este arte de telenovela es la mejor expresión de lo que puede hacer la mujer, entonces matemos a Eva en el paraíso, antes de la manzana, de la serpiente y el pecado, antes de que ella crezca de la idiótica costilla de un pobre y mal pertrechado Adán.
El argumento es simple. Parejas y adulterio. Amor y contramor. Engaño y cobardía. Al centro, una Isabelle Huppert con cara de piedra que cuando come, duerme o fornica mantiene la misma impertérrita expresión de dureza. Estaba bien cuando hizo Madame Bovary, esa Ana Karenina francesa, Effi Briest. Su actuación entonces creó en el público -masculino al menos- animadversión mezclada de angustia, objetivo, quizá, de Flaubert, Tolstoi o Theodor Fontane. La mujer que se suelta y el hombre ¿bueno? que termina hundido. Si Diane Kurys, en Après l'amour, quiso expresar algo diferente con la actuación de Huppert, despertar un sentimento de simpatía hacia un supuesto tipo de emancipación sexual, me parece que sugirió lo contrario.
No radica en la sencillez del argumento de esta película su debilidad porque se puede hacer gran arte de la cotideaneidad, sino en su fantasía falsa, en sus puestas en escena de romanticismo recargado (una pareja que conversa en un apartamento vacío -el novio de ella se llevó hasta los focos (¡!)- y se iluminan con unas cuantas decenas de velas y hablan "de la vida" y terminan donde se acuestan los sentimientos -muy "francés").
Igual que en Isabel Allende, Esquivel o Serrano... imágenes que pueden enternecer y entretener a los tontos, tal vez a los galos, pero que no dicen nada porque son inventos, elucubraciones de mentes sin experiencia, excesivamente teóricas o mentirosas. Creo, con el viejo García Márquez, que detràs de todo, por más fantástico, debe haber un asidero real. Cuando se inventa de la nada el resultado no tiene peso. Ni en el fantasioso Borges desaparece la realidad, está en los muros de sus ciudades viejas, en las ajadas páginas de libros ancianos, en la historia o el mito, todo, al fin, concreto, no importa si inaprehensible. Lo fantástico de la Máscara de la muerte roja, de Poe, comienza y termina con algo tan terrestre como la muerte y el temor de la muerte. Poe no inventa, como Kurys o Allende, sólo comprende y sugiere.
Un filme inútil, tan malo como los bodrios seudointeligentes y sentimentaloides de Eric Rohmer o la deplorable trilogía afrancesada del polaco Koszlowski: Rojo, Azul y Blanco (sin importar el orden) que confirman lo aburridas que son las pobres historias de amor francés.
Mejor, y con menos presunciones, lo hacía Corín Tellado, digan lo que digan los académicos.
septiembre 2001
Imagen: Isabelle Huppert en el filme
Sunday, February 20, 2011
La Praga de Borges/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Praga fue por mucho tiempo la ciudad judía por excelencia. Según el profesor checo Frantisek Vrhel, a diferencia de Berlín, Viena y Budapest, no contó con la masiva inmigración de judíos orientales venidos de Rusia. Los diarios de Kafka son claros al respecto. El autor observa a estos seres extraordinarios, que albergan posiblemente las respuestas a sus inquietudes de quién es él y qué hace como judío en un universo ajeno, como a bichos raros, con una mezcla de admiración, recelo y con cierta actitud de aquel que observa lo extranjero como folklore. Praga, al no haberse "contaminado" con esta gente de escasa educación y hábitos primitivos, portadora además de una cerrada ortodoxia, se presenta como el centro de la intelectualidad hebrea, en un rico medio donde se conjugan lo checo con lo germánico, un crisol de tres culturas.
La relación de Jorge Luis Borges es sobre todo con esa Praga alemana y judía, más que con la checa. En su obra, hace alusión de Jan Comenius, menciona al escritor Karel Capek y se detiene allí. En cambio, Franz Kafka le presta su mundo, y lo influencia en la construcción de sus textos referentes a la villa. En lo intrincado del ajedrez borgiano y sus múltiples reflejos de espejo se hallan los laberintos de Kafka, como también la tiniebla de Gustav Meyrink, asociada a los cuentos populares judíos sobre un homúnculo creado en la capital por el rabino Löw para defender su raza.
El Golem de Meyrink antecede al de Borges y asocia al escritor argentino con la penumbra medieval de la memoria judía. Bruno Schulz, a quien Borges parece desconocer, supuesto traductor y contemporáneo de Kafka, comparte el mismo espacio literario de leyenda y oscuridad. Schulz, quien vive entre Polonia y Ucrania en un habitat común con la judería oriental, se adscribe a Meyrink, Kafka -y Borges- debido a la influencia alemana. A diferencia de otros autores que escribieron sobre Praga, judíos o no, estos tres últimos permanecen en una ciudad de fines del siglo XIX, plena aún de alquimia. Otros, como Franz Werfel, Joseph Roth, Jan Neruda con sus cuentos de la Malá Strana, la ciudad chica, e incluso Rilke, nacido también allí, crecieron con el siglo, con la reestructuración de Europa y sus ideas, la guerra, la desaparición de imperios y el surgimiento de países nuevos. Su Praga es la de Masaryk, de la expedición checa en la Rusia bolchevique, del resurgimiento nacional y la muerte de Austria-Hungría.
La separación entre ambos grupos de escritores es marcada. Borges, adicto a las culturas judía y alemana, y erudito en ellas, intenta de algún modo conjuncionar las épocas. Su personaje Jaromir Hladík (El milagro secreto) que será muerto por la invasión nazi, resulta un tanto incongruente históricamente. Pero la belleza del texto hace superfluas las observaciones de que Hladík es más antiguo -kafkiano o meyrinkiano por decirlo así- que un hombre de mediados del siglo XX. Borges, anticuario de alma, no quiere un mundo dinámico, no aspira a la modernidad -ni yo tampoco-. Igual que Schulz, vive en un vaporoso mundo de mitos y rarezas.
28/04/03
_____
Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), abril 2003
Imagen: Jiri Votruba/Golem-Praha
Juegos, juguetes, nostalgias
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Recuerdo las líneas de Walter Benjamín en su visita a Moscú dedicadas a los juguetes. Apreciaba él el arte popular y sabía que los juguetes representan lo profundamente íntimo de los pueblos. Suelo ver, en lo que en los Estados Unidos llaman Folk Art, la adustez de los pioneros, la modestia y también candidez de los peregrinos, el dolor de los esclavos, la dicotomía de las culturas y la hibridez de las razas. Qué puede dar mayor explicación que los objetos que los pueblos crean para que sus niños jueguen. Nada.
Carlos Monsiváis con una colección de doce mil piezas de arte popular lo comprendía de manera similar. En las miniaturas mexicanas se reflejan no sólo las costumbres, los gustos sino los sueños. Monsiváis contaba con objetos relacionados a la lucha libre, ese multitudinario circo que seduce al mexicano como a ningún otro, que percibí en los cromos mínimos que venían en las revistas de Editorial Novaro, con dibujos o malas fotografías de los ídolos de entonces: el Santo, sí, pero también Huracán Ramírez, Mil Máscaras…, inmortalizados en madera, yeso, tela, papel, barro.
Coleccionar… Lo hacían Balzac y Zola, casi patológicamente; y la afición de Diego Rivera en arte precolombino y de Frida Kahlo en la mal llamada artesanía, fundaron un museo cuyas piezas sin ellos habríanse desvanecido. Lo hizo Haydée Santamaría, guerrillera y creadora de la Casa de las Américas, que reunió artículos de la América toda, la simple y plebeya, que se exhibieron este año con la temática especial de Cóndor contra Toro, en homenaje a José María Arguedas.
Y es en Arguedas en quien pienso, con los mágicos zumbayllus (trompos) capaces de adentrarse en lo recóndito del alma y llevar las voces en el aire de su majestuoso giro. Casi una invocación, también un hechizo, de los pueblos del Ande, de la historia que debe venir en algún momento justa, correcta, no disociadora; al contrario uniendo los lazos que juntan al indio con el mestizo, para impulsar la osadía de un nuevo Perú, que bien pudieron ser Bolivia, Ecuador, Guatemala, México.
Trompos que para nosotros niños no tenían las mismas acepciones, pero que entrenaban a vivir, porque el juego de trompos, sintomáticamente llamado Troya, materializaba la guerra. En principio estaba el desafío, los participantes. El premio para el vencedor era la destrucción o el aporreo de los que pertenecían a los rivales. Se jugaba por “tacazos”, golpes que el ganador, sosteniendo un trompo con punta de clavo, descargaba sobre el del perdedor enterrado a medias en el suelo. Para tal fin se disponía de otro trompo, no el que bailaba o subía a las manos, mas aquel utilizado en el momento de la punición y que llevaba no un clavo común y suave en su extremo inferior sino una “púa herrera” que por lo general partía en dos el madero enemigo, lanzando a los niños a la desesperación de perder un precioso objeto, máxime si los jugadores eran tan pobres que el trompo significaba un lujo de colores, un orgullo, un amor.
Siempre fui nulo en manualidades y torneos, a diferencia de mi hermano mayor Armando, genial y creativo. De él venían los mejores voladores (barriletes, cometas), livianos, hechos con papel maché y pajas sacadas de las escobas de casa. Les ponía colas entrelazadas, a veces rostros, vivos colores y era admiración verlos subir tanto en el cielo que llegaban a ser un punto, un alfiler en el espacio. A veces tan alto que imposibilitaba rescatarlos. Armando era el mejor jugador de bolas, de latas, que consistían en tapas de cerveza o refresco aplastadas. Aquellas que se aplanaban con martillo valían por encima de las con piedra (estas últimas se veían mal y mostraban con claridad el origen social de quien las ofrecía al juego). Se jugaba “a lo hombre” y “a lo mujer”, de mayor habilidad y pericia el primero. Jugar “a lo mujer” traía el desdén de los presentes, a no ser, como cuando jugaba Elena, que mujer fuese la participante. El estilo de las mujeres difería del de los varones. En el agarre, la posición, la forma, el impulso.
Se jugaba con “chuis”, frijoles de formas y manchas impresionantes. Es posible que desaparecieran variedades de frijol cuando desapareció esta afición. Los comprábamos en La Pampa, que entonces parecía hallarse en los antípodas, bajando nosotros de Cala Cala. Oí que varios no eran comestibles. Hoy mientras recorro el gigantesco bazar en que se convirtió la Pampa, ya no veo a las campesinas sentadas con canastas llenas de “chuis”. Se los empujaba en el juego con el pulgar, casi como lo hacían las niñas con las canicas. De éstas, las princesas sin duda se llamaban lecheras, de tonos lechosos completos, cuyo valor era el de muchas bolas normales. Había “paradas”, “t’ijchos”, “toyotas” (las bolas más grandes), y las pequeñitas cuyo nombre no recuerdo y que caían perfectas cuando se ponían “orejas” o “unis”, vocablos específicos de algunas estrategias de la competencia.
Los zumbayllus de nosotros eran trompos a secas, y había maestría en manejarlos. “Cordelais” se decía a hacer bailar el trompo en el aire, sin jamás tocar la tierra y que terminara en la mano. Era una sobrada para iniciar la Troya, que comenzaba con un círculo en cuyo centro descansaba el trompo del otro, y a quien había que sacar. Mi hermana Elena poseía un trompito con rayas horizontales de color. Era una miniatura no fabricada para juego sino para placer. Ajustaba ella el cordel y lo lanzaba. Apenas tocaba el piso se ponía a “dormir”. Girando semejaba no girar. Esos trompos, los que “dormían” y no hacían ruido eran los “sedas”, en oposición a los “rat’acos” que saltaban dando tumbos. Yo me conformaba con hacerlos bailar. Troya no era para mí, ni cordelais, ni seda. Mis trompos eran modestos y duraderos, mientras Armando campeaba por la calle con su púa herrera destrozando los sueños de los demás niños, con la inocente crueldad de la edad, en un tiempo que fue frágil y se perdió sin remedio.
09/02/2011
_____
Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 13/02/2011
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 22/02/2011
Imagen: Trompo
Saturday, February 19, 2011
Jardín zoológico/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Luego de veinte años retorno al Manual de zoología fantástica de Borges. Esta edición mexicana conmemora el centenario del autor argentino. Está ilustrada por Francisco Toledo con un prólogo de Carlos Monsiváis. ¿Por qué México, un pintor y un escritor mexicanos? Porque igual a los pueblos orientales, la fauna mitológica de este país redunda en extravagancia. Las estelas mayas o los dragones aztecas que asomaban las fauces desde las piedras del Templo Mayor no desmerecerían su inclusión en el reverberante y fértil manual, obra de imaginarios pero notable ensayo y poética de un exhaustivo explorador de bibliotecas.
Entre sus animales, Borges pone aquellos que habitan los espejos, atrapados hoy cuando vencidos en la guerra con los hombres sufrieron el castigo de imitar por la eternidad los movimientos de sus opresores. Siguen allí, supongo. Destruí el único espejo en casa -que me regaló la abuela- tratando de encontrarlos; cien años de mala suerte (traen los vidrios rotos) por descubrir un resquicio para hacerlos escapar o, en su caso, escurrirme y desde adentro contemplar lo nunca visto. Un día recobrarán la libertad y el primero en salir será el pez que se anunciará por una brillosa estela.
Borges goza en sus representaciones la angustia de lo imposible. Otros como C.S. Lewis consideran que abrir las puertas dobles del fondo de un armario bastan para encontrarse en un universo paralelo, de animales hablantes y zoologías mezcladas. En Lewis, los minotauros griegos se adecúan al norte y conforman grupos de hombres-zorro, tejones-humanos, influenciado por la igualmente feraz imaginativa de los indios americanos y la tradición celta.
Plantas que gritan al ser arrancadas del suelo; jugo y hojas de la mandrágora; mantícoras; behemoths que retrató Blake en tonos ocres y plomizos; seres egipcios, arábigos y chinos pueblan el bestiario borgiano mientras en México, en el mundo real de la conquista, Moctezuma emperador expone ante los atónitos íberos una alucinante aglomeración de bestias de todos los confines de su reino. Zoológico privado que por su lujuria, asociada al hambre, la sed, el miedo, la angurria que traía consigo España, además de la cruz, se traducirá en relatos inverosímiles que afiebrarán la Europa de los próximos trescientos años.
América, en mayor escala quizá que las fantasías del mundo antiguo: Caldea, Catay, Nubia y el Indostán, proveerá un extensivo fabulario por el que trashumarán miríadas de narcotizados castellanos, ingleses, holandeses, portugueses, francos y teutones buscando quimeras. Al gigantesco monstruo kraken de los marinos cuentos nórdicos que recopila Borges, la nueva tierra opondrá un mínimo molusco o gusano, que adherido al fondo de los barcos corroerá madera y metal varando las expediciones a Tierra Firme, la de Alonso de Ojeda, la de Narváez, quién sabe. Bautizarán al animalito con un nombre sugerente: la broma.
02/09/03
_____
Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), septiembre 2003
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), septiembre 2003
Imagen 1: Aguafuerte de un mantícora
Imagen 2: Jaguar, en un alebrije oaxaqueño
Friday, February 18, 2011
Los enredos de la fe/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
En 1608 el sacerdote de San Ambrosio, Francesco Maria Guazzo, dedicaba al cardenal de la misma orden, Monsignore Orazio Maffei, su Compendium Maleficarum, un exhaustivo libro sobre brujería, "lleno con variados y amplios ejemplos, con el sólo propósito que los hombres, considerando la marrullería de los brujos, aprendan a vivir pía y devotamente en el Señor".
El reverendo Montague Summers, figura extraña y famosa alrededor de 1920 en la vida londinense, erudito en maleficios, lobizones y vampiros, se dedicó a purgar el texto de Guazzo de imperfecciones y errores de impresión que tenían sus ediciones de 1608 y 1626. En 1929, en Londres, en tiraje de 1275 ejemplares, apareció el texto en inglés con anotaciones de Summers. Así ha pasado al mundo moderno, como el Compendium Maleficarum, edición de Montague Summers.
Summers aparte de los intereses religiosos que tuviese dada su condición sacerdotal, abarcaba con fina e interesante técnica el mundo de la literatura. A él se deben colecciones de cuentos de horror que incluían al popular Sheridan Le Fanu tanto como a ocasionales cuentistas cuyos escritos fue recopilando en hemerotecas para conseguir antologías que evitaran la secuencia y repetición de autores de sobra conocidos. Eso, más el conjunto de su seria e interesante obra, muestran su pasión por lo oscuro. En su extraordinario libro acerca de hombres-lobo, con un seguimiento histórico de fanático estudiante, Montague Summers incluso dedica varias líneas a otro injustamente olvidado escritor: Petrus Borel, que se apodaba "El Licántropo". Sus páginas se dilatan en explicaciones maestras de las diferencias entre licantropía y lobizonería, adentrándose además, y superando la idea de ser un mero tratado de horror, en las creencias y el folklore de pueblos diversos. Interesa, por ejemplo, cómo parece no haber exceso de lobizones en la España antigua y sin embargo sí en sus colonias, como la Argentina. Los hay en Brasil con una herencia que Summers, sin mencionar al país sudamericano, destaca en los lobis-homem del sur portugués.
El Compendium Maleficarum del cura ambrosiano Francesco Maria Guazzo, a pesar de considerarse un texto vital de la lucha de la fe contra la brujería, no tuvo el esplendor de otros libros -y otros personajes- que tuvieron más activo papel en esta supuesta campaña de sanitización. Guazzo permaneció en la sombra, escudado en los rígidos votos monásticos de su orden. Igual que su editor moderno en lengua inglesa, Montague Summers, la amplitud de su conocimiento sobre el tema es asombrosa, abarca espacios geográficos y temporales que sólo una vida dedicada al estudio podría lograr. Su manual demonológico implica para los lectores modernos un vasto campo de conocimiento, fuera ya, o no precisamente exclusivo, de su objetivo inicial.
Los relatos abarcan historias de castigo físico, apariciones y desapariciones, maleficios y venganzas, la comprobada reunión de demonios en las exequias de "sui prophetae et fidelis cooperarii", Martín Lutero; de cómo, en la medieval Dinamarca, se suplantó la prueba "de las armas" por la "del fuego" para saber quién, de alguien en disputa, tenía la verdad. Un cristiano digno podía atravesar las llamas sin que su humanidad sufriera daño. Guazzo da, según los autores que consulta, doctos y sabios obispos y otros prelados, certeza de tales maravillas.
Lo triste es poner en contexto esta obra erudita. En los ardides de la Iglesia para deshacerse de posibles rivales ideológicos, práctica que no ha cesado, suavizada hoy porque no queda otra, por la modernidad. Parte de su supervivencia se debe a este astuto amoldarse a la época. Resulta gracioso ver cómo la institución logra comprometerse como mediadora en conflictos sociales. Conciliar este nuevo status con aquel que describe Guazzo de tergiversación de la realidad e invención interesada se me hace muy difícil.
04/12/04
_____
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), Domingo, 12 de diciembre, 2004
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 12/12/2004
Imagen: Incubus
Thursday, February 17, 2011
Saudades de Socorro/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Saudades de Socorro dice de pueblo chico, de banda que toca retreta los domingos por la mañana, después de que los devotos han oído misa y los herejes han despertado de sus vicios. Sol de junio, las plantas y el piso lucen recientemente lavados en lluvia. Aire fresco baja desde la Serra da Mantiqueira. Más allá, al otro lado, si se duerme en la historia, está Minas Gerais con sus alucinaciones de diamantes y bandeirantes, con gobernadoras negras y cruces afiladas como espadas. Socorro pertenece al estado de São Paulo, Brasil, y tiene veinte mil habitantes. Lleva su nombre por Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Rio do Peixe: peces habrá en la placidez refulgente de su agua que ornamenta la tierra. Meandros e islotes cubiertos de vegetación. Juego de colinas como planos verdes superpuestos en un óleo de Cézanne.
Si se quiere encontrar el ruido del mundo moderno, un automóvil alcanza para acercar un monstruoso São Paulo, o las torres del centro de Bragança Paulista. En el interior se juntan, y se consuman, las diversas etnias de Brasil, los congo y los yoruba, Campania y Sicilia. Las fotos de los bisabuelos de unos muestran adustos italianos vestidos de negro, los bigotes trenzados a costado o hacia arriba; los otros, bisabuelos también, visten de negro aunque están desnudos; Dios los vistió con piel de ese color y les añadió cadenas en cuello para decorar su prosaica imagen salvaje. Hoy, ambos, supuestamente, viven en la armonía del orden y el progreso y, para no alterar las saudades, que no van con cuestiones raciales, creamos que es así.
Saudades de Socorro es obra del compositor y músico Pedro Ferragutti, padre de músico, abuelo de músicos. Un duende sonoro se apoderó de los genes calabreses de los Ferragutti y no hay objeto de madera o metal que no musique en sus manos. Su hijo Toninho toca ahora, a las diez de la mañana, el chorinho de su tía Cida. En la penumbra de este cuarto de persianas bajas, bailo descalzo un ritmo ajeno y difícil que me llena de tristeza por no tener en mis pies las cualidades bailarinas del Brasil. Choro y chorinho ¿lloro y llovizno? ¿Coro y corito? síntesis única de pena y felicidad. Si dicen que el tango es un sentimiento que se puede bailar, pues choro y chorinho son el llanto que danza. Don Pedro, ya de ochenta años en su Socorro natal, va por un vals, una serenata de noche. Lo que más me gusta, y me recuerda extrañamente España, porque Brasil en teoría es Portugal, son las composiciones de banda del autor, su himno de Socorro, sus "Hermanas Guimarães", la hermosa y marcial "Radio Nuestra Señora de Socorro" con aires de pasodoble y tonos de las marchas norteamericanas de Souza, con la misma emoción y pasión de sus choros, el alma de un hombre que se ha hecho solo, que en lugar de contar prefiere escribir -y tocar- notas musicales.
16/06/03
_____
Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), junio 2003
Imagen: Jazz Pedrinho, Socorro, 1954, con los hermanos Danilo y Gilberto Ferragutti en los tambores
Reconstrucción de Tarata/MIRANDO DE ARRIBA
Muchas veces he caminado las calles. Entonces, alguna vez, no se hablaba de enfermedades y se podía comer mínimos chorizos cubiertos de picante amarillo. Todavía, aunque ruinosa, estaba la casa del tirano Melgarejo. Los patios traseros del Convento tenían muros de adobe y se evitaba en lo posible la imagen de abandono.
Pasear entre los retratos notables es como reencontrarse en una vieja pensión familiar. Uno y otro, entre frailes y generales, se agrupan para una postal multigeneracional; están los héroes, el Ferrufino cuyo nombre adorna el pilar central de la plaza principal de Cochabamba, Manuel Ignacio, quien entró en la muerte, lado a lado, con Mariano Antezana; están las vergüenzas, el lacayo Barrientos cuyo parentesco aún indeterminado rescatan aquellos que consideran decentes las lascivias políticas de este individuo; las mujeres, María Josefa Saavedra, que murió en San Sebastián, un día antes que su esposo. En otros, quiénes serían aparte de parientes, hallo los ojos de mi padre, el ceño adusto de mi hermano, la pesadez imponente del tío Hugo. Galería de espejos muertos donde se observan los vivos. Siempre que voy, siempre que vengo, o voy o vengo o me fui y no me he ido, tragicomedia del exilio y fosilización de la memoria. Las cosas permanecen más profundas en los que se van que en los que se quedan. El de afuera cumple el papel de preservar; el de adentro, con la vida demasiado rápida como para recordar, mira hacia adelante. Tarata -en mí- vive en Denver con solidez que nunca tuvo en Cochabamba, y esa es quizá la única ventaja de alejarse. Uno huye hacia el futuro para encontrar su pasado, y no hay manera de hacerlo si enraizándose en el caldo inmundo de la patria los movimientos que debieran iluminarnos nos confunden. Como Serrat aconseja, hay que escapar del pueblo blanco, porque luego de la distancia que nos da la pauta de los colores, se puede retornar con pinceles y pintar lo blanco rojo. Suena a lugar común, a presunción, a trilladas imágenes de doctor que regresa para enseñar. Al contrario, volver es comprender, y comprender es crear. Pero estas digresiones soslayan los empedrados del pueblo que hace de personaje de este texto, drama de literato de hablar demasiado y no mostrar mucho.
Los invito a sentarnos, mejor, frente a la catedral con su inmenso órgano mudo. Detrás brilla el rojo de un anuncio de Coca-Cola sobre el maderamen de un kiosko. No importa: un entierro sale de la iglesia y una banda de ternos grises, brillosos por la edad, toca una hermosa tonada de muertos.
15/6/03
Publicado en Opinión (Cochabamba), junio 2003
Imagen: Tarata, un documental de Alan Ferszt
Wednesday, February 16, 2011
Ética revolucionaria/MIRANDO DE ABAJO
Me sorprendía ver, hace unas semanas, a la ministra de Desarrollo Productivo, Antonia Rodríguez, vendiendo azúcar del gobierno en la calle, para, en simple demagogia andina, mostrar al pueblo la solidaridad gobernante. Qué mentira. El MAS resulta con gran probabilidad el gobierno más corrupto de Bolivia. Roban por encima de lo que robaron los miristas (también decíanse revolucionarios), mienten peor que los curas y andan de empanadas con los botudos de siempre, los criminales de gorra, militares que perdieron toda guerra pero de toda salieron con plata.
La ministra perdió el cargo. El por qué lo sabrán ellos con su cuoteo insano de poder. Pobre ministra, me dije, tanto que hizo por alivianar los males de la gente, y tan dulce en su actividad vendística, que comprame, hermanita, que buen precio, hermanito, que mamita te lo daré azúcar barato, que no vas a encontrarir mejor (no lo escribo con ánimo peyorativo, soy textual). Resulta que la ministra había sido amante del gran capital, con cuatro, o tres, o media docena de casas conocidas. No sería nada, aunque tal desenfreno contradice el estoicismo y la modestia revolucionarios. Lo inaceptable es que se la encontró vendiendo azúcar, por quintales, en una de sus casas, el mismo que la gente desespera por tener, que duerme en la calle para llegar a la fila de dichosos que podrán contar con él. La ministra robó al pueblo, se quedó con azúcar para especular, para enriquecerse. Y ella es una de la larga lista de masistas (léase los que tienen más) que de continuo aprovechan el poder para lucrar desmedido. Hoy mismo un tal Silva, concejal de los susodichos, también fue hallado con el oro blanco. Si siguiéramos la norma socialista, debieran ser ejecutados in situ, pero ello no existe en Bolivia, donde la ley es burla, el decoro vergüenza, la honestidad estupidez. Miren al borracho de Fidel Surco, senador, que rebuzna en los medios con altavoz; ji jo, grita, ji jo, el asno que envilece a un país sufrido, atacado y devorado por traidores, la recua sagrada de indigenales y señoritos, que pierden su complejidad étnica para caer en la bolsa general de los llamados ladrones.
Qué hacer. Que la justicia tarda pero llega es una opción cuasi cristiana que conforta. Saber que hay todavía celdas para acoger a la élite de la revolución mundial, aunque su número suma tanto, tantos los que se benefician con la falsedad del “gobierno del pueblo”, del “vivir bien” indígena, pero cómo no van a vivir bien con lo que esquilman estas lauchas, cómo si hacen lo que les da la gana y van dejando en ruinas un país que tendrán que bancárselo los pobres, como siempre lo hicieron, los trabajadores, los indios. Tendrá que llegar el tiempo de la sangre para remover la desidia. Creo que si no, de nuevo estaremos en la cuerda floja, en estampida para buscar qué comer, mientras los oligarcas, de terno o de poncho, disfrutan los frutos de sus viles pormenores.
13/2/2011
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 15/2/2011
Imagen: Tomi Ungerer/Ladrones
Tuesday, February 15, 2011
Maradona/ECLECTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El cine africano me hace escribir sobre Diego Armando Maradona, considerado el mejor jugador de fútbol del mundo, del tiempo en que fui joven hasta hoy. En las películas de Guinea, Senegal y Malí, cuando se habla de fútbol, o tan sólo se muestra niños pateando una pelota de goma en la calle, el nombre de Maradona se hace imprescindible. Incluso en la reducida cinematografía de las islas de Cabo Verde, donde se recuerda a los grandes africanos del fútbol portugués como Eusebio, es Maradona y no los jugadores contemporáneos de Brasil, el que incita la imaginación de los infantes. Por algo será.
Personalmente, quizá por los velos de la niñez, nadie me pareció mejor que Norberto Alonso, nadie con su habilidad; y si hablara de presencia, me quedo con la de Pedro Rocha, capitán del São Paulo y de la selección uruguaya. Lo que vi de Maradona me impresionó. Me gustó su bofetada artística a los ingleses el ochenta y seis; las fintas que desanudó ante los belgas; el pie izquierdo al que le habían cosido una pelota que se iba por donde se iba la pierna, donde quería la inteligencia. En su carrera hubo desplantes, que en sus memorias -"Yo soy el Diego" -publicadas por Planeta- le parecen normales y válidas y que tienen rasgos de devaneos de chico pobre convertido en rico. Algo difícil de superar y perdonable. Pero el deporte del fútbol le debe mucho más que su arte a este en físico pequeño jugador argentino. Su lucha constante contra la mafia del deporte, de los dueños y los inversionistas que lucran con el trabajo de sus jugadores. No se ve, no es posible, empresarios que terminen de indigentes. No hay dueño de club que acabe como el gran Garrincha o como Corbatta, a quienes recuerda Maradona para explicar el por qué de su constante oposición a seguir al pie de la letra las órdenes de los contratistas y los contratos. Diferente a Pelé, que aguantaba y asimilaba, para hacerse él mismo ejecutivo y atisbar las oportunidades políticas que podían presentarse, Maradona se confrontó con Havelange, presidente de la FIFA, con los de la Asociación Argentina de Fútbol. Fundó, en París, el Sindicato Internacional de Futbolistas, y fue por eso perseguido, humillado, hundido en sordas historias de drogas, amores de hombre, y demás recursos con que cuentan los poderosos. Sin embargo, como él mismo dice, nadie se acordará de los tipos de corbata pero sí de su leyenda.
Aseguro que los niños de África que juegan a ser Maradona, no tienen idea de quiénes son los adustos viejos que presiden el deporte mundial, y no les interesa. En Argentina, las dos tradiciones son el tango y el fútbol, con la diferencia que el tango se estanca a partir de la década del cincuenta, y lo único que se extiende después es un nebuloso Piazzolla que hace juego menos tango, digan lo que digan. En cambio, el fútbol argentino se renueva, con gracia y maestría, eternamente, desde Bernabé a Di Stéfano y Basile, Sacchi, Perfumo y Houseman, Maradona, hasta Aimar y Saviola, lleno de ritmo, de firulete y ocho.
10/06/03
_____
Publicado en Lecturas(Los Tiempos/Cochabamba), junio 2003
Imagen: Afiche del filme de Emir Kusturica, "Maradona", 2008
Un hijo en busca del autor/MIRANDO DE ARRIBA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Juan Carlos Rulfo se adentra en el Llano Grande, sur de Jalisco y el estado de Colima, con una pregunta: ¿conoció usted a Juan, mi padre? A partir de ahí resulta haciendo una película -Del olvido al no me acuerdo- que rescata la memoria colectiva del México regional en la voz, el recuerdo y... la desmemoria de los ancianos.
Ninguno de los entrevistados recuerda a Juan Rulfo, o muy pocos, pero el ambiente, la música, las viejas desdentadas que entonan canciones venidas del olvido, lo eternizan. Rulfo vive en ellos y ellos en sus páginas. Uno y otro, aunque se ignoren en un mutuo desconocimiento personal, son inseparables, y el polvo que trae el viento desde la cuesta de Sayula puede oscurecer el aire, hacer del vergel un yermo y, a la vez, no cambiar nada: el llano fue, el llano es; como eran las llamas son las llamas de una región que aparenta modernidad y donde sus ancianos demuestran una permanencia que semeja a nicho, huele a cementerio, donde somos todo mientras no somos en absoluto. Es la vida, y también la espera, de la muerte, tan patente en Rulfo como en nadie, quizá con la excepción de los trashumantes garcimarquesianos del desierto en la Guajira colombiana.
No es lo mismo ser hijo del autor que el autor, que ser Juan, el muchacho de la esquina, olvidable como los demás, prescindible, que trabaja incansable, sin embargo, para recrear un mundo que lo circunda, reinventarlo y hacerlo inagotable. El hijo del autor carece de universo propio, lo tiene prestado de la inmensidad de su padre. Faulkner diría, sarcástico y sajón, que los hijos de Faulkner sin Faulkner no serían nada. Quizá un lugar común, tal vez la dificultad de superar o siquiera emular a una sombra grande. Juan Carlos Rulfo no desea ni lo uno ni lo otro, sólo inquirir acerca de Juan, de cómo era y de dónde venía. Al retornar al origen, que por sangre es suyo también, el hijo alcanza a percibir lo que enriquecía al mayor, y de la misma fuente, con el pretexto de la paternidad, encontrar por sí mismo sus orígenes y hacer una narración propia, que continúa la anterior. Están, por supuesto, los espacios históricos que separan una visión de la otra, pero si consideramos la historia como algo efímero, un vaho que sobrevuela sobre algo más profundo y más sólido, el hombre en sí, encontramos a los dos Rulfos reunidos en la planicie, únicos, imperfectos, constantes, inmortales. Están, se miran, se sientan, los esfuma el polvo, los divide la lluvia. Alrededor gira el aire y el viento es la conjunción de las voces.
01/06/03
_____
Publicado en Opinión (Cochabamba), junio 2003
Imagen: Fotografía de la Revolución, Cuesta de Sayula
Choquehuanca: el insólito canciller/MIRANDO DE ARRIBA
Pobre Bolivia que mitifica los humos de la esperanza, que inventa sueños sin asidero, que cree flotar en el aire cuando ni siquiera los pies ha aprendido a poner sobre la tierra. Al por qué responderán los sociólogos, ojalà que con acierto. Mientras tanto aguardamos por un intento de cordura desinteresada, harto ya, como estoy, de leer loas de poetas imberbes a un amanecer que se ha quedado nublado. Galeano (sobre Bolivia) habla de ansias, de lo que podría ser y debiera, de una larga y demasiada espera. A pesar de la valía de su verbo, con lírica no se construyen naciones y sus apuntes no pasan de anhelos acerca de un anecdótico y ficticio país que aún no es, y que, observando sus gateos prematuros, no promete.
Más que con espanto, con pena leo las declaraciones del fallido Bismarck boliviano, David Choquehuanca, enemigo del libro y de la leche, del poliglotismo y multiculturalismo, siniestro espectro de la ignorancia que mancha los logros y las aspiraciones del indígena. Sin duda visualiza un mundo de caciques y reyezuelos aimaras de omnipotente voz. Choquehuanca no quiere hombres educados, y sobre todo no quiere indios educados, entendiendo por educados leídos, experimentados, analistas; no los desea porque ellos cuestionarían la validez de su aplomo retrógrada y fascista.
Verborrea como la suya es la más frágil dentro de una aparente fiereza. Tiranos de esa naturaleza son los que comúnmente agachan la cerviz y se solazan en la abyección. Con prontitud lo ha de mostrar. De canciller semejante no se obtendrà nada, tal vez risueñas viñetas de un mundá primitivo. Pero quizá juzgamos apresurados y Choquehuanca sólo colorea un poco el ya florido espíritu carnavalesco de las fechas. Tal vez lo acompañe el Inca-aimara y su consorte, aunque título tal implique una profunda contradicción histórica, porque ni quechuas son aimaras, ni
viceversa; nosotros, los descendientes -en algo que tendría que ser bueno y positivo- representamos la conjunción de esas sangres, y de otra también, así nos pese, la española.
Hay apreciaciones correctas de la coca, científicas, pero no son las suyas, señor Choquehuanca. Y pedir que los niños se acostumbren a ella desde temprano desconoce la historia. La coca es el símbolo del oprobio y la esclavitud -lo digo sin hacerles juego a los gringos-. Da lástima que un voto popular semejante sea cómplice a tan corto plazo de un gobierno que parece no va a respetar ni el derecho ni la ley, que no será gobierno de hombres sobrios sino de curacas y vendidos.
2/06
Publicado en Opinión (Cochabamba), febrero 2006
Imagen: Hojas de coca
Monday, February 14, 2011
Cuesta abajo/NADA QUE DECIR
Los patrones de comportamiento de los gobiernos autoritarios son siempre los mismos. Y el gobierno Morales en Bolivia comienza a seguir esa denigrante cuesta. Primero se detiene a opositores, con falsedades o medias verdades; luego se los confinará, enviará al exilio, ejecutará, a la mejor manera estalinista.
Lo ilógico es que quienes se convierten en jueces hoy son los criminales de ayer. García Linera es conocido por sus arrebatos de terrorista aficionado, y a Morales se le podrían imputar muchísimos cargos por sabotear el país. Implica ello que no hay asomo de verdad democrática. Los sujetos que gobiernan arrastran el prurito del poder; aquí no cuenta Bolivia ni nadie; lo que importa es el poder por sí mismo, por las cualidades coaccionantes que concede a sus detentadores.
Esta es la mixtura de individualidades cegada por la ambición. Quién sabe lo que se esconde detrás de la retórica neorevolucionaria. Qué fortunas se estarán forjando, que para ello la cobarde izquierda boliviana es profesional: para el robo y la lambisconería. ¿Izquierda decimos? Si esta es la historia del chaqueteo. Luego de unos años afuera retorno al país y encuentro que en Cochabamba hay más anarquistas que en la Casa de Campo de Madrid el 36. Pero en tal notable galería observo lo más variado del espectro ideológico. Si Bakunin viviera arrojaría a la recua de intrusos con mayor vehemencia que el Cristo a los fariseos del templo. Anarquistas gracias a Dios... por la gracia de Dios mejor, que entre ellos hay nacionalistas del peor cuño, marihuanos, alcohólicos, alcahuetes, troskistas, miristas, vanguardistas, devotos de las mil y una vírgenes, de Santiago y todos los santos, del señor de Bombori y la mamita de Cotapachi, elfos, gnomos, duendes, hadas, orcos y demás monstruos. Tanto hay que debajo de la palabra "anarquista" no cabrían las acepciones que la fiesta boliviana inventa y crea.
Este es un pueblo que se alimenta de mitos. Y el presidente le provee, con sus añagazas y vaivenes, un caldo riquísimo para que imaginen un país que no es, para que sueñen con ser alguien, o algo si no les alcanza su humanidad. Escucho que "Evo se les enfrenta a los gringos". Valdría si no agachara la cerviz ante otros amos, si no fundara su "revolución" en las reformas de Chávez. ¿A cuánto vende el país, señor Morales, a cuántos cheques más?
Ahora arriba el momento de la caza de brujas. Hay toda una escuela para culpabilizar. Cualquier disidente puede ser objeto de detención, se fraguan cargos. Y no lo digo en defensa de quienes han sido detenidos y a quienes no conozco, ni lo que son, dicen o hacen, pero el hecho de castigar la disidencia es tristemente conocido. Lo malo, y así lo olvidan, es que siempre el asunto engulle a aquellos que lo practican. Si recordamos a una escala mayor, los nombres de Yagoda, Yezov, Beria bastan como ejemplo, devorados por la infernal maquinaria que ayudaron a crear. En la mínima Bolivia, con su marioneta local, la escala se reduce a parodia, pero una parodia que todavía daña, una que aunque primitiva y basta puede destruir los cimientos de una democracia que dista de ser perfecta, pero que fue recibida, luego de una bien larga jauja militar, con ánimo y esperanza.
Si no se combate la detención sin pruebas de los individuos, sólo con denuncia, nos encontraremos ante un estado de hecho, que es lo que el gobierno desea. Nadie debe tener voz. El único que podrá cantar será el mariachi Hugo Chávez, íntimo del "futbolista" por antonomasia. Ya saben quien.
28/11/08
Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), noviembre 2008
Imagen: El pozo
Sunday, February 13, 2011
País suicida/MIRANDO DE ARRIBA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Pronto será historia la democracia representativa en los Estados Unidos. Se echará la culpa a los desmanes terroristas del siglo. Y la población norteamericana lo creerá como lo hace hoy.
No hubo cosa mejor para el gobierno Bush que lo acontecido aquel fatídico 11 de septiembre. La lúcida visión de Noam Chomski u otros que opinaron distinto no sirvió de mucho. El norteamericano es un pueblo que teme de manera constante. Tiene pánico de la muerte, de las enfermedades, desconfianza y temor de sus vecinos, individualismo llevado al extremo. Esto, conjuncionado con una retórica de miedo, ha fundado las bases para que un grupo de desalmados hombres de negocio: Cheney, Bush, etc. se encaramen por encima hasta de la Constitución y preparen el advenimiento de una nueva nación de extremos: ricos y pobres, unos bendecidos por Dios y el resto desheredado. Cuentan para ello con la masiva estupidez de los votantes a la que se controla con un inventado arcoiris que determina el nivel de peligro en que el país se encuentra. Entonces, como animales amaestrados, prefieren ceder los derechos que se consiguieron en doscientos años de historia para creer estar a salvo del mal que los acecha. A no olvidar que este es el país que Orson Welles tiñó de espanto con una emisión radial en la que se decía que los marcianos invadían la tierra; el país que escrutaba el horizonte aguardando invasiones ficticias; la población que se arma hasta los dientes anhelando terminar el crimen con la intimidación de las armas, sin darse cuenta que éste se cultiva allí dentro.
Estados Unidos se caracterizó por una poderosa clase media; sobre ella se levantaron los cimientos del poder y del dinero. A partir del fin de la segunda guerra tuvo su auge. Mas ahora alimenta a su peor enemigo: la administración Bush, que ha hipotecado el país a los inescrupulosos financistas. Gran parte de los habitantes debe su alma a las tarjetas de crédito que, gracias a jugosas donaciones al partido republicano, han conseguido que la usura reemplace porcentajes de interés que no
sobrepasaban el 21%. Hoy no extraña ver intereses de 30, 36, hasta 40%, suficientes para romper el espinazo de cualquier grupo social y mandarlo derecho a la pobreza como ya sucede.
Se implica que destruyendo la estructura sólida que mantenía al país y dividiéndolo en dos clases antagónicas se termina con la posibilidad de preservar el status quo. Cheney y Bush y sus adláteres se enriquecen día a día. Los demás se atontan y perecen.
20/02/06
______
Publicado en Opinión (Cochabamba), febrero 2006
Imagen: Patrick Oliphant/Bush, Cheney - and the Country as a Horse, 2007
Los inmortales de Homero Carvalho
Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Homero Carvalho Oliva escribe "La ciudad de los inmortales", refiriéndose -como marco geográfico- a La Paz. Espectros del tiempo, de una época precisa en el autor, la de las dictaduras militares de cuando éramos jóvenes.
En La Paz se centra el gobierno y sus actores y/o espectadores asisten a una representación teatral donde los detentadores del poder apuestan sus cartas. En ella, un grupo de jóvenes universitarios -narrados por una voz ubicua que puede ser la de cualquiera, la del novelista en especial que juega con las bocas de sus personajes para contar lo que quiere contar sin responsabilizarse de todo- idealiza el sueño de la revolución en el espacio temporal que el retorno democrático ha traído al país.
En lo personal, aunque ajeno a los avatares de la capital, "La ciudad de los inmortales" me toca. Pertenecemos a la misma generación, Homero y yo, más tantos otros nombrados y supuestos, y vivimos aquellos procesos de cambio muy de cerca. Fuimos ilusos juntos, y juntos nos desencantamos de ese tango que fue "la revolución boliviana". Sin embargo, y eso transmiten las líneas del libro, eran tiempos de esperanza. A pesar de que la ilusión jugase su papel confundidor nos movía un impulso: aquel de que al final del camino existía una vida mejor, así parezca absurdo decirlo, una existencia libre de los trasgos militares que decidieron como por azar de malicia tener al país bajo su bota por el mayor espacio de nuestra juventud.
En las noches nos sentábamos, en casa de amigos, y al ritmo de vinos rojos, a escuchar la música de la pronta gesta nicaragüense, con ritmo de bala. Chino Murillo regresaba del exilio en Suecia, calzaba botas y boina de tanquista. Pleno de deseo e iniciativa al principio, lentamente, con la misma inercia en que nos acorralaron los corruptos, los de antes y los nuevos, fascistas y comunistas, falangistas y miristas, la boina perdió color y entre alcohol y sexo Chino ahogó los estertores de su -nuestra- esperanza.
Otros aires recorren hoy las calles de La Paz, aires que miro con recelo y desconfianza. Los actores cambiaron, el tiempo los barre para dejar las letras de sus nombres de recuerdo. El radicalismo actual pasa por el tamiz de cuán indigenista se es para recibir aceptación. Dudo que los líderes, que en el fondo piensan (pueden estar seguros) en la desgracia de someterse a "indios de mierda", deseen dar curso a un proceso histórico que augure transformaciones profundas en una racista Bolivia; sólo anhelan, como es sabido, lucrar en nombre de los desposeídos.
Volvamos a Homero y su excelente obra. "La ciudad de los inmortales " inaugura de manera seria una mirada retrospectiva hacia el banzerato, la frágil democracia, el garcíamezismo y demás desdenes. No se ha hecho antes un acercamiento literario tan bello y tan puntual al mismo tiempo. Carece de anális sociológico y no importa, porque aunque trate de temas concretos los ficcionaliza, los incluye en la memoria de quienes recuerdan, subjetivamente. Con júbilo se anunciaba verano en la política; las mujeres, estudiantes ellas con Marta Harnecker bajo el brazo, se disponían a amar y despellejaban sus ropas ágiles ante la seducción que ejercía Bakunin; los cuerpos se recostaban debajo de los eucaliptos y en la pausa después del amor las parejas discutían si Lenin o Plejanov, Che Guevara o Nechaev, mientras el sudor les goteaba en los costados.
Homero es coloquial, relata lo que vio u oyó decir. Algunos hicimos huelgas de hambre, o huelgas solas; otros llevamos aliento a los subvertores. Sin embargo el escritor le quita al hecho lo que pudiese tener de sacrosanto. Porque nos equivocamos, porque siendo los casi niños que fuimos había en nuestra "revolución" grande infantilismo. No sabíamos disparar, ni idea tuvimos que para combatir se necesitan agallas, y que al odio teníamos que oponer odio, y muerte a la muerte. Recuerdo cuando me llamaron porque en la clandestinidad se reunían Filemón Escóbar y la dirigencia de Vanguardia Obrera, y Jimmy Issa y yo teníamos que vigilar por si venían los esbirros de Arce Gómez a matarlos. Como idiotas nos paramos, a unas cuadras de distancia, corderos dispuestos al matadero, desarmados los de afuera y los de adentro, una hermosa mañana de domingo, casi subiendo a la Taquiña, que para mi contento transcurrió plácida. Corrí a casa, hambriento, después de mediodía, al ver irse a los complotados, uno a uno, por los pasadizos de Linde. Carvalho destruye, sin quitarle emoción y belleza, esa idea de que oponíamos una fuerza compacta al fascismo. Comimos en la huelga de hambre, a escondidas, y amamos sociólogas frenéticas, desnudas de la cintura abajo, mientras el Señor de Mayo observaba el temblor de las carnes... dentro de una iglesia, claro.
No necesito entrar en el argumento. Lo de Homero es historia viva y a quienes menciona, la mayoría de ellos, todavía trashuma las calles. El tiempo ha cambiado. Lechín y otros jerarcas "de clase" han fenecido; García Meza regenta un mínimo imperio en su prisión de Chonchocoro. Su sicario, Luis Arce Gómez, preso en los Estados Unidos, conocerá ahora el amor de los robustos brazos de los reos afroamericanos, y su iluso reino de droga y nacionalismo se hundió bajo las pretensiones, mejor las garras, de los más prácticos, ya sin distinción, en estas horas febles, de izquierda o derecha o centro.
Queda, aparte del amargor de la derrota, porque derrota es haber perdido el rumbo, un aroma de homenaje en esta novela de Homero Carvalho a aquellos que murieron, ya ni importa si valió la pena, por la sangre que corrió por las calles (venid a ver la sangre por las calles, dice Neruda). Y cuando la joven negra, hecha revolucionaria/hecha puta, Condesa de Chicaloma-Garota de Irupana -personaje suyo-, toma venganza en sus manos, mostrando las falencias angustiosas de la izquierda nacional, nos da como final novelesco al menos un alivio.
Felicidades, Homero, por destapar los años, por la claridad que disipa las penumbras de un sueño.
Aurora, septiembre del 2005
_____
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), septiembre 2005
Publicado en
Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), septiembre 2005
Publicado en PUÑO
Y LETRA (Correo del Sur/Sucre), 08/07/2017
Imagen: Homero Carvalho Oliva
Friday, February 11, 2011
Otro 4 de julio/MIRANDO DE ARRIBA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Una sorpresiva llamada de teléfono, de Virginia, de Ronald Arandia, entrañable amigo, me retorna a los felices años, primeros y duros años, de Estados Unidos. Cómo señalar en pocos detalles la época: todavía se combatía en El Salvador y en paradójica actitud puse como seña de seguridad de la primera cuenta bancaria que tuve las siglas del Farabundo Martí (FMLN), burda manera de demostrar inclinaciones, pero manera al fin. Paseábamos por las calles; el metropolitano corría sobre el Potomac, debajo del río, en las afueras cerca de Tacoma Park, en algún plateado Dinner donde comer "real american food".
Éramos jóvenes, aunque viejo no soy, y hallábamos placer en destapar cervezas Grolsch mientras Fernando Vargas conversa con el bolichero iraní las desgracias de la revolución islámica. Tal vez gustos inútiles, pero si hay nostalgia es aquella de correr en auto por las anchas largas avenidas, esas de las embajadas, cuando la cassetera toca a Leonard Cohen; pelearse con los albañiles mexicanos y arrojarlos sobre las mesas del Bar Kantutas donde hacían salteñas y la patrona defendía más a extraños que a autóctonos. Intentar la salsa y a veces el merengue mientras las sudorosas centroamericanas, todas fuego de baile, no ocultan su desprecio artístico por los inamovibles andinos. Y qué nos importa: festejamos este cuatro de julio ninguna independencia, festejamos el pretexto de emborracharnos ágilmente y decorar la fiesta con el ánimo de quien trabaja.
Era otro tiempo donde ni había Bin Laden ni un príncipe idiota se sentaba en la Casa Blanca. Trashumábamos la energía de ser sanos y solos, vivíamos horas intensas y ruidosas. De Georgetown a Arlington, cruzando el puente de Roslyn, a seguir bebiendo en el segundo piso del New York New York, a una librería y a una disquera, a una selección de botellas de cerveza y vinos, música de Theodorakis, para terminar en algún, nuestro, apartamento y proseguir con voces que incluían siempre a John Lennon, Cohen, el fervor de Brasil y sikuris ancestrales que sonaban como dentro de las concavidades de un pecho herido...
Estamos con Fernando sentados en la acera de la avenida Constitución; ha terminado el desfile. Latas vacías y papeles azulblancorojo ruedan con el viento del crepúsculo. Ha enfriado. Volver a casa, muy lejos de casa, y acostarme bajo los ojos de Kafka sobre Praga, un 4 de julio de muy allá.
4/7/05
_____
Publicado en Opinión (Cochabamba), 5 de julio, 2005
Imagen: George Grosz/Apaches, 1917
2007/MIRANDO DE ARRIBA
Anuncian los candidatos norteamericanos a la presidencia (McCain) que "estamos triunfando en Irak". Cierto que el número de bajas ha disminuido pero viendo el desastre monumental que la invasión ha causado no entiendo cómo se puede hablar de victoria.
Presentan en televisión niños iraquíes deformados por las bombas, inválidos. Algunos de ellos, "dichosos" en su desgracia, llegan para ser tratados en hospitales de los Estados Unidos. Eso, en opinión de muchos, refleja la bonhomía de este país y, en cierto modo, su inocencia. Bien sabemos de esa inocencia genocida que conocimos a través de los años y que continúa con sus desmanes. Pero el imperio se acaba. esta vez los estertores no son sólo de enfermedad sino de muerte. Pudo haber sido distinto, pero los intereses brutales de grupos mínimos no lo permitió, y ahora todos tendrán que pagarlo. Ya no es "Good Morning", Estados Unidos; es "Good Bye".
Ni Barack Obama ni Hillary Clinton, menos la sarta de delincuentes religiosos que arrojan al estrado los republicanos, tienen ya palabra sobre el futuro. Podrán paliar el desastre a su modo; detenerlo, imposible.
Mirando al sur parece el Gran Guignol, con notables comediantes ejerciendo de gobiernos. En las Antillas, un Fidel Castro tembleque anuncia que irá a la reelección. Ya aquí no hablamos de culto a la personalidad, sino de egoísmo y suprema estupidez. El enfermo debiera instalarse un cómodo televisor y retirarse a sus aposentos. Es obvio que le gusta hablar, que el discurso es su ciencia y su pasión, pero hasta cuándo considerar al resto como a una bola de imbéciles, de jamelgos sin jinete.
Venezuela presenta al espectáculo un deprimente payaso de boina roja. En vano intenta dar lustre a su militaridad, Chávez no tiene prestancia y desdora con su ridícula facha los serios rostros de los próceres al lado de quienes se retrata: dos Chávez por un Bolívar, o quizá más en una dispar transacción.
Y Bolivia... Walter Benjamin en su ruinosa (sentimentalmente) visita a Moscú el año 27, declaraba que la imagen de Lenin se le hacía un nuevo icono de una nueva religión. Los soviéticos pusieron a Lenin hasta en los lechos. Ni hablar del georgiano... Evo Morales es, sin serlo, un Lenin nacional en cuanto a profusión de imágenes: Evo aquí, Evo allá. Más popular que la bíblica Eva, despierta las pasiones de una izquierda embravecida, ávida de poder y lujo, acostumbrada a ser segundona y excitada de ser hoy primeriza. Tiene, Evo, un elemento sustancioso que permite su megalomanía: dinero. Con él compra generales, adherentes, adhesivos...
31/12/07
Publicado en Opinión (Cochabamba), enero 2008
Imagen: Roger Ballen/Doll`s head on fire, 2007
Elección 2004/MIRANDO DE ARRIBA
Hoy martes 2 de noviembre se realizan las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, cerrando una campaña donde más que discutirse políticas o detallarlas, los candidatos se enfrascaron en una guerra sucia de palabras al mejor estilo del Tercer Mundo. Ya el 2000 se vieron las grandes falencias de un sistema electoral que data del siglo XVIII, y que paralelamente intenta utilizar los más modernos recursos tecnológicos para agilizar el proceso. El estado de Florida, donde gobierna el hermano del presidente Bush, montó un fraude electoral burdo que sin embargo le dio como resultado la presidencia. Otra vez parece que las cosas se dirimirán allí, aunque ahora Ohio, Pennsylvania y Wisconsin se adhieren a este "privilegiado" puesto donde la campaña se ha tornado particularmente movida.
Algunos jueces federales en Ohio han prohibido el acceso a los lugares de votación de "voluntarios" de los partidos que interrogan y atemorizan a los votantes. Ello gracias a demandas demócratas para proteger el libre derecho a votar sin coacción. Los republicanos acostumbran, sobre todo en la última elección, pedir pruebas de ciudadanía a personas de las minorías que por lo usual votan por el Partido Demócrata, o de solicitar identificación a votantes de color de escasos recursos. El crecimiento en un 35% de nuevos votantes de raza negra inspira un temor justificado entre los seguidores de Bush, que por todos los medios tratan de anular o descalificar a la mayoría de inscritos, mientras que con los latinos se ha hecho una gigantesca campaña para desacreditar a John Kerry, poniendo énfasis en cosas como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y otras que son fustigadas por los curas católicos desde el púlpito como representaciones del mal. Nunca antes, la -o las- iglesia(s), la religión, han jugado tan importante papel como hoy para elegir a un presidente de un país que postula en su constitución la separación de iglesia y estado, al mismo tiempo que su mandatario invoca mensajes divinos para invadir países en un gesto digno del medioevo.
Difícil predecir quién será elegido. Me inclino a creer que será Kerry por la masa de nuevos inscritos, el voto joven y el desencanto por la guerra de Irak. Prima la idea que aquel candidato que se muestre más sólido en su "lucha contra el terror" resultará ganador. Sin embargo Bin Laden afirma con su reciente video: aquí estoy y vivo, desmintiendo la pericia bushiana. Todo es posible en un país que se rige más por el azar que por la razón. Todo.
1/11/04
Publicado en Opinión (Cochabamba), noviembre 2004
Imagen: Joel-Peter Witkin/The Raft of George W. Bush, 2006