Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Leo en la
hemeroteca noticias de los años cincuenta acerca de un monstruo acuático en el
río Ohio, algo contra natura, mezcla de pez y mamífero, de lagarto y extraterrestre.
En el oasis económico norteamericano de la época, aquello era hasta fascinante.
Qué hubiera sido, pregunto, si esa aberrante expresión se multiplicaba y se
volvía muchedumbre humana, si los extremos rasgos físicos se metamorfoseaban en
idiosincrasia y la baba verdosa en verbo. La historia hubiese sido diferente;
hoy veríamos las ruinas de una posible civilización y los rastros del escarnio.
Sodoma y Gomorra.
La baba verdosa… pues,
en Bolivia, qué decir. Esos lacustres y ribereños esperpentos han hallado
retrato perfecto en la masa cocalera, así como en sus adláteres sin importar
condición social ni nivel de educación. La retórica crea monstruos, entonces,
pero no los sueños de la razón, porque esta es tierra de sinrazones y ensalivado
color lechuga oscura; de coca, carajo, planta maldita.
Imaginemos a
China balbuceando incoherencias acerca de la tradición del opio en la cultura
Han. ¿Estaría este inteligente mamotreto comunista donde está ahora? No dudo
que los comisarios sacarían la pistola para volar los sesos del insensato que
viniera con discurso tal. Y no se trata de progreso en mal sentido, de arrasar
con la cultura ancestral para crear universos flotantes que por no tener
asidero, raíz, podríamos considerar ficticios, sino en darse cuenta de cuál es
el oprobio del pueblo. En Bolivia está claro: es la coca. Si hablara el inmenso
retrato del Che que tiene Morales en palacio, repetiría lo que escribió el
personaje sobre ella y el acullico en relación al futuro, desmitificando el
esquema fraudulento y criminal que se ha fundado en el país con beneplácito de
todos los que se nutren de su vicio.
Bolivia fue la
región más sufrida en la lucha contra España, la más vejada y quizá la más
valiente. Descuento la falsía de hacer creer que solo la masa indígena peleó.
No fue así, hubo una labor conjunta liderada por los criollos pero colectiva,
que el tiempo desvirtuó manteniendo la estratificación colonial cuando la
historia llamaba a revolución. Oportunidad perdida, muerta, cuyas secuelas se
observan hoy en la pantomima de la reivindicación de las razas originarias,
emblema apropiado por un astuto grupo de pillos que de manera burda han
fabricado un holograma de lo que podría ser una sólida realidad.
¿Dónde están
Murillo, Lanza, Camargo, Padilla y Azurduy? Nuestra imagen actual se refleja en
las líneas editoriales del New York Times sobre el presidente de no todos los
bolivianos. Dejemos de lado las pendejadas del imperio, discriminación y
etcéteras que se vapulean en el aire. La esencia del texto radica en que apunta
a la vileza que se ha apoderado de una población que fue valiente. Ya no
importan sueños, grandes ideas. Bolivia se ha convertido en un mercado aymara
con productos chinos, nación de plásticos chillones e hibridajes semejantes al del
extraño ser del Ohio. Acá, hoy, importa un culo por encima de la ciencia, el
fútbol (mal jugado) sobrepasando la letra (sin disminuir al deporte). Si
aquella gente combatió y murió no lo hizo para parir engendros, porque para
eso, ninguna lucha vale.
Para colmo, ya
atardeciendo el domingo, un programa chileno de humor se ceba en la figura del
mandatario boliviano, en cada uno de nosotros por extensión. Y lo que muestra,
tristemente real y obviando cualquier relación con el diferendo marítimo, es lo
que vivimos. Un megalómano con ínfulas de supermacho; un ignorante dispuesto a
avasallar cualquier conocimiento. Y, a su lado, la horda variopinta con brillosas
lenguas de tanto lamer piel de trasero imperial.
¿Dónde los héroes
de Falsuri, los de Suipacha? Nos llenamos de familiares putativos indecentes,
ruines. No se ha apagado la tea.
30/05/16
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 31/05/2016
Imagen: William Hogarth, 1764