Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Resulta extraño,
a pesar de todo lo leído, vivido y visto, lo que pasa hoy en los Estados
Unidos. Sociedad que se preciaba de su “moralidad y rectitud”. Verdad, en
cierta manera, frontera adentro, para ellos. La herencia puritana y las largas
luchas por los derechos civiles, habían conformado un ente que, otra vez, hacia
el interior, daba visos de corrección política. Existía una judicatura en la
que incluso los indocumentados podían poner esperanzas, un legado que apuntaba
a que nadie, por motivo alguno, fuesen raza, color, situación social o más,
estaba por encima de otros ante la ley. Las cosas están cambiando; ya han cambiado.
La sexualidad de
los líderes fue motivo de estrepitosas caídas: Gary Hart, por ejemplo, o el
casi fin de un presidente muy popular, Bill Clinton. De pronto tenemos en la
presidencia a un depredador sexual, putañero, “a horny pig”, lo ha llamado una
columnista en el New York Times, y todo parece estar muy bien. La iglesia
evangélica, republicana hasta el tuétano, bendice la herejía y el vicio. No
solo de Trump, lo hizo en Alabama con el juez Moore. Allí las creyentes mujeres
del Cristo renacido pusieron a Dios de su lado.
Quizá siguió
siendo como en la Norteamérica racista que conocimos en el cine y los libros.
El intervalo de Martin Luther King sirvió para esconderlo, pero no estaba
muerto. Ha despertado y con furia. Trump quiere, lo afirma la primera
representante demócrata en diputados, hacer de los Estados Unidos “blancos” de
nuevo. Obvia esta gente en su feroz miseria humana, que quien hace el trabajo
básico que sostiene el país, quien paga por los beneficios sociales de los
jubilados blancos, son los inmigrantes, los sin papeles incluidos (y con
mucho). A no ser que la idea sea volver a la esclavitud (genial y atractiva
idea) y que los trabajadores continúen con lo suyo sin paga, agradecidos por la
benevolencia de sus amos pálidos y analfabetos, con la Biblia en una mano y la
pistola en la otra. Y, en la tele, la última película porno de la hoy de moda
Stormy Daniels, quien amamantó al señor Trump en escabrosa historia que hubiese
bastado para acabar con la carrera de cualquier otro político. En sesión
privada, cuyos entretelones de infidelidad, deslealtad y prácticas pervertidas
van saliendo.
Eso, sumado a la
práctica indiscriminada del abuso, a la matonería, al machismo desenfrenado,
van perfilando una pronta perversa geografía que solo puede terminar mal.
Van hacia el
oriente, a la sacrificada Siria, los efluvios del mal que Donald Trump ha
traído. Traicionó a los kurdos iraquíes, que soportaron el peso de la lucha
contra ISIS cuando el ejército regular huía, cuando quisieron consolidar su
dominio sobre posesiones de antiguo suyas que habían ganado en la guerra. Lo
hará ahora que su aliado Turquía invade las tierras kurdas de Siria, para
garantizar -dicen- la seguridad de su territorio. Ya Obama negó a estos
infatigables guerreros, muchísimas mujeres incluidas, armas de grueso calibre
para defenderse. Nominalmente son aliados de los Estados Unidos, los mayores y
mejores, pero no tienen peso político y ese será su fin. Optará el comerciante
Trump por los poderosos, Ankara en este caso, e inmolará a los kurdos
apropiándose de sus dolorosas victorias en una batalla sin fin.
La cuenta es
larga y sigue. La traición en relación a Rusia muestra lo sintomático de una
sociedad que ha apostado por el dinero y el poder antes que la patria, un
partido, el Republicano, que echó por tierra pequeñeces morales para
enfrascarse en la rapiña y la destrucción de las instituciones. El autócrata
sueña con un tipo de Corea del Norte calcado aquí, y los epígonos festejan
asechando. El nuevo Calígula llegará a un congreso de republicanos desnudos,
solícitos y dispuestos a otorgar cualquier favor que el vicio del mayoral
demande: pedofilia, bestialismo, estupro, felación… Make America Great Again!
29/01/18
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Publicado en EL
DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 30/01/2018
Fotografía: Combatiente kurda