Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Hubo un
tiempo, en la juventud, que el peso de esa palabra crecía con sangre. El 79
festejamos Nicaragua a pesar de la debacle humanitaria y económica. Incluso
hicimos fila en la embajada cubana de Lima para ir a pelear a la Contra. ¿Y qué
tenemos ahora? Somoza de nuevo. El viejo
Castro Ruz fue el áspid astuto del proceso. El cáncer que eliminó hasta lo que
él aparentemente había creado.
¿Bolivia?
Hay cinismo en quienes afirman estar ante un proceso revolucionario. Esta es
una feria de pajpakus, de vendedores ambulantes, de pepenadores de chatarra.
Hábiles comerciantes, para quienes el Manifiesto Comunista, por mencionar algo,
sirve para envolver empanadas. Por cualquier lugar que se mire, vértice, arista
o perspectiva, la revolución, por aquí, no pasó. Hay un par de vivillos, torpe
uno, y tonto el otro, que intentan dar careta programática, ideológica, a una
feria de productos de contrabando.
¿Venezuela?
Habrá que probar soga doble para colgar al payaso. Con Diosdado Cabello bastará
el estilo que se aplicó a Mussolini, levantarlo patas arriba. De nada sirve, ni
servirá. La violencia es un ejemplo que se olvida, pero, al menos, queda la
satisfacción, en apariencia, de saldarse las deudas. Triste. Y, otra vez, por
dónde pasó la revolución en este conciliábulo de ladrones. Por ningún lado, ni
ahora ni en tiempos del bufón mayor, el llamado Chávez, que se quedó de momia
que ni sobrevivió la década. Faraón de barro.
Viene
México, con la revolución que ganaron los pelados para que gobiernen los
pelones. Ahora López Obrador rebuzna en favor de la mafia narcotraficante
venezolana, olvidando la tragedia propia debida a este mal. ¿O implica que la
nueva “revolución” mexicana le hace guiños al narco de entrada? Sería terrible,
devastador.
Ya éramos,
nosotros los que vivimos toda la juventud bajo dictaduras, una generación
perdida según conversábamos con un amigo por teléfono. Tuvimos, sin embargo,
algo parecido a la ilusión. Los años se encargaron de desdorar la píldora, pero
el golpe de gracia lo dieron los “del siglo veintiuno”, apañados por
intelectuales vendidos de lengua delgada y larga, ideal para meterse entre las
nalgas del amo. Se burlaron de los muertos… fue lo peor. El indígena Evo
Morales va a recibir la venia del derechista brasilero Bolsonaro, enemigo de
indios, para mostrar sin equívoco quién es y qué es. Poco importan las
diferencias que en realidad no existen. Se gira alrededor del oro; estos son
crías de los adoradores del becerro, esos que se burlaron de Moisés. La Biblia
es explicativa de su laya, y las Gomorras que crearon anuncian ya su
destrucción. No porque atentasen contra lo divino, sino contra el respeto a lo
que costó ganar la posición de la que se aferran como los monos del Libro de la
Selva, el de Walt Disney.
El vocablo
este que tratamos ha sido disminuido de tal modo que debiera jubilarse, usarse
solo en un contexto histórico para hechos conocidos. Alguien dentro del masismo
tuvo la perspicacia de declarar lo suyo como “proceso de cambio”, aunque a
ratos se desbordan con “revolución”. Claro que Nicolás Maduro con el notorio
escaso cerebro que lo caracteriza, sigue martillándolo. Pronto estará encerrado
en una prisión de alta seguridad donde voceará sus alaridos a las paredes
blancas sin nadie que lo escuche. Eso si no se bambolea como pacay de un árbol
tropical.
Pues, la
última década desmembró una fantasía que duró cien años, o más, en fundarse.
Sobre su cadáver danza gentuza miserable, que ni combatió ni hizo más que
parodias revolucionarias. Hablarle a un hijo o nieto sobre “la revolución”
sería mentirle; mejor enseñarle desde ahora las variaciones del precio del
tomate.
27/01/19
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 29/01/2019