Wednesday, June 18, 2025

La marcha de Radetzky


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Gitanas de rojos vestidos cantan Selen Selen en las afueras de un muladar en Belgrado. En contraposición, la banda militar ejecuta La marcha de Radetzky y la Feuerfest Polka que nos remontan a los plumajes y el efímero garbo del imperio austrohúngaro.

 

Atravesamos un paso de nivel, o acueducto según mi parecer, y comenzamos a ver desechos por todos lados. Los gitanos reciclan, me dicen, y dejan lo que sobra en los lindes de sus tribus. Así, cómo no, este será el basural de fin de siglo. Cansados caballos oscuros se detienen para que los hombres descarguen muebles viejos, restos metálicos, cualquier cosa que pueda tener algún valor. Leeré, es menester, acerca de ellos en la vida urbana de la actual Serbia. Dudo que encuentre lisonjeras o al menos optimistas palabras al respecto. Años atrás, el 2008, lo había hablado con una amiga que llegaba a Denver de Budapest y que había escrito un tratado sobre los rom en Hungría. Quiero creer que siendo egiptóloga ya había estudiado sus posibles rastros en la arena.

 

Vi algunos en Betanzos, en la feria del pueblo a principios de abril. Compré botas de artesano con gruesos tacos de madera. Aún no he tenido ocasión de usarlas. Con ellas mediré arriba del metro setenta y cinco, se me hace. Mas no las obtuve por ello sino porque me había enamorado de su forma y color cuando el mes anterior recibí fotografías al detalle. Apenas he abierto la primera maleta y no las ubico. Estarán en la segunda con los pequeños recuerdos de las ciudades que visité. Me parece un siglo y son unos meses. Como la marcha de Radetzky esto ha superado el tiempo, casi bordeado la fábula.

 

Los brumosos últimos días de Aurora quedan en la memoria. Llovía y se diría que el otoño había caído confundido por las peleas de Juno y Júpiter en los lechos del cielo entre las nubes. Miami lo desmintió. Del avión vi una ciudad opulenta, de una riqueza que ni Trump será capaz de destruir. Suena el pitido de un tren en el tocadiscos y el ritmo azotado de baile popular. Recorro el número hasta la canción número seis, la famosa marcha otra vez.

 

Conseguí la novela de Joseph Roth en Valencia, 1986, y la mostré en los altos de la CNT original. Desde mis lecturas de las memorias de Ilya Ehrenburg andaba detrás de ella. Aquí estaba, llegados de París nosotros y alojados en Castellón al lado del mar. Tiempos ilustres, si tuviera que darles título, ilustres en el sentido de la gente que se reunió en la capital de Francia entonces con fin específico. Los irlandeses querían llevarme consigo a Dublín, y Senza Patria me invitó a lo mismo. No accedí. Ni siquiera con el tremendo aval que daba Léo Ferré al encuentro. Pensaba en Radolfzell, en el lago de Constanza, en Max Pechtein. Fácil dar lugar a la melancolía y hablar de lo que fue pero no es momento para eso, no cuando se comienza una vida y el aprendizaje retorna a los básicos que permitan convivir en asociación. Recurso fácil, la nostalgia, que en lo posible hay que tratar de eludir o darle su justa cabida en un texto que necesita ser más que únicamente lloroso para sentirse completo.

 

Hay encrucijadas, esta es una. Cuatro Esquinas era una zona en medio de campo abierto a la  que accedía en bicicleta por el canal de la Angostura. Nombre dado porque en medio de la nada era casi imposible hallar un lugar que iniciaba cuatro caminos. Hoy Cuatro Esquinas es inhallable porque hay tantas de ellas que ha perdido peso. Para las generaciones de hoy hasta parecerá una absurda denominación, carecen de la imagen desolada del campo de ayer donde esa cruz vecina marcaba algo especial. Hay estos vértices múltiples en la vida y cada uno va diluyéndose en la calma a medida que pasa el tiempo. Así como lo urbano creció sobre esta zona así crecen otras circunstancias que sugieren que es mejor no olvidar pero adelantar de acuerdo a la dinámica de la vida. Ya la mujer de Lot pagó el pecado; no hay por qué pagarlo de nuevo todos una y otra vez. El pretérito es parte del presente, vivo. No es objeto muerto. Comprenderlo nos quitará esa inútil penuria de soñar como Jorge Manrique. El buen tiempo no fue ayer sino el que viene.

 

Pequeñas filosofías acomodando el cuerpo en la baranda que mira al río turbio de Sarajevo, en la esquina donde Gavrilo Princip asesinó al archiduque Francisco Fernando, príncipe imperial de Austria, Hungría y Bohemia. Tal vez son más sabios los gitanos; quizá, como decía Bram Stoker, porque ellos han estado al otro lado. Selen Selen, carmesíes vestidos semejantes a flores agitadas por el viento de los Balcanes.

 

Miro documentales: siempre hombres armados, alabardas y mosquetes, caballos de hierro, yelmos y decorados, perfecta parafernalia para la sangre. El pretexto es que gracias a ello se forjó la historia. No lo creo. Una mañana del invierno de 1611, en los límites más allá de Viena, bajo el brillo de un sol amigable (dice Sacher-Masoch), están cuatro caballeros en el umbral del horror, de la narrativa, es posible que controversial, de la famosa condesa Bathory. El horror, presencia insalvable entre nosotros. ¿Necesaria? Lo dudo.

 

Ya saliendo de Eslovenia y penetrando en cuña en la península retornó Joseph Roth a la memoria. Al fin estaba en aras de descubrir un universo leído mil veces, imaginado diez mil, escuchado otro tanto. En ficción y en crónica. Balkan Ghosts es un libro imprescindible como diré todos los de Robert D. Kaplan. Lo tuve de trasfondo junto a los espectros de Kafka y los estudiantes de Franz Werfel y el maestro Stefan Zweig. Observo el río, corre fría brisa en la mañana, el color de estas aguas es casi naranja, no de un turbio “normal”. Elucubro que se debe a la historia, no a ninguna formación especial mineral en las fuentes en donde nace. A veces es una carga escribir porque detrás de las palabras vienen tantas cosas, ciertas e inciertas, que sobrepasan las capacidades del cerebro.

 

A la izquierda tengo el Danubio, en Belgrado; a la derecha el Sava. Me pregunto si estoy disfrutando como creí lo haría de esto y me respondo que sí. Es, a mi manera, transgredir los límites del espejo e indagar por lo desconocido. Si he de elegir una música que me acompañe es la marcha ya hablada, no solo por ser icónica de un tiempo que busco sino porque me enseña que lo efímero es una ventaja de la historia, una necesidad.

18/06/2025 

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