Wednesday, April 27, 2011

Las Maravillas/MIRANDO DE ARRIBA


Carlos Monsiváis se alegra de la elección de Chichén Itzá como una de las 7

 Maravillas del Mundo. Sin embargo, a pesar de afirmar que económicamente -por el turismo- la zona y el país se beneficiarán, culturalmente no cree que haya beneficio alguno.

 Su opinión alberga infinitas posibilidades, pero creo intuir que se refiere a que la propaganda masiva no siempre es buena y puede ser hasta contraproducente, a pesar de las ventajas monetarias que pudiese acarrear.



La Maravilla de Chichén Itzá no está, ni se debe, a la fama actual en una votación que tuvo 70 millones de participantes. Ni tampoco al misterio que 

rodea la civilización maya, porque aun cuando éste cubra el historial de estas etnias yucatecas, son las manifestaciones concretas de su conocimiento y de su arte las que asombran. Chichén Itzá es un sombrío y bello monumento a la vida y a la muerte. Dorar la píldora con dioses, extraterrestres, premoniciones, maldiciones, etc., no sirve; es una pérdida de tiempo, horas que se podrían emplear en el estudio de la arquitectura, la pintura, la astrología maya, sin invenciones, mil y una noches que pasan cuando se es chico, que quedan cuando se ignora. 



Ya espero -ojalá no suceda- que Evo Morales inicie una protesta nacional para que se desbanque a cualquiera de las Nuevas Maravillas en favor de Tiahuanaco. Quizá bloquee los caminos del universo. Con su tiara andina lanzará enloquecedores rayos, igual a Tor enfurecido. Y sus admiradores caerán bajo el influjo, otra vez, de su carisma inaguantable. 

Es tan versátil, mister Morales, que es capaz de convocar a los achachilas y huacas todos para, vestidos en oro y carmesí, lanzarse contra el mundo en defensa de sus (inconsolables) derechos... Para desgracia de la hermosa Tiahuanaco, diría, donde, según cuentan los que estuvieron, Galeano incluido, las nubes del cielo se abrieron y cayó sobre la cara imberbe de Evo un rayo de luz magnificándolo. ¿Era Elías en su carro de fuego que llegaba a consumar el reino? ¿O su testa judía no cabe en una asociación exclusiva de dioses aymaras?... quienes, según parece, viven al lado de las deidades cristianas en terrenos celestiales, supongo bien extensos.



Comencé con Monsiváis y termino con Morales. Culpa de las Maravillas, de las 7, del país que es Bolivia, al que quieren convertir en el “País de Nunca Jamás”, en “Alicia en el País de las Maravillas”. País hermoso y desgraciado. Y si de Alicia hablamos, recordando a Lewis Carroll, Evo será, a no dudarlo, la pérfida Reina de Corazones. 



Publicado en Opinión (Cochabamba), 10/7/2007

Imagen: Cabeza clava, Tiwanacu

Homero Carvalho ahora “conspira con ancianos”


Franchesco Díaz Mariscal

NOVELA: La Hoguera presenta hoy la nueva obra del escritor beniano La conspiración de los viejos.

Han matado al hijo de mi amigo. Estoy mayor, ya no tengo la energía de antes, pero me quedan los compinches de antaño. Y con ellos me lanzo a vengar este homicidio. Esa podría ser, en primera persona, la descripción de La conspiración de los viejos, la novela que el escritor Homero Carvalho Oliva (1957) presenta hoy junto con la Editorial La Hoguera, a las 20.00, en el Espacio Patiño de Santa Cruz de la Sierra.

El autor explica que esta obra “trata de la venganza de un grupo de cuatro viejos que deciden vengar la muerte del hijo de un amigo de ellos que se encuentra desolado. Pero como ellos ya no están para esos afanes, deciden que lo mejor es contratar a un asesino a sueldo”.

Viene con todos los elementos para ser un thriller tipo Agatha Christie, pues “entremedio de la historia aparecen otros personajes, entre ellos un mayor y un sargento de policía corruptos, una dama de la noche a la que los años la están traicionando y cada vez tiene menos clientes, y, por supuesto, el asesino del joven y el matón contratado”.

La novela se desarrolla en Trinidad, “una ciudad en la que vivieron mis hermanos y mi padre, que está enterrado allá”, explica el autor nacido en Santa Ana del Yacuma. Ambientada en la época actual, la trama “le hace guiños permanentes al lector para que se ubique en el tiempo”.

TEXTO POLÍTICO. La obra reciente del autor de El espíritu de las cosas tiene cierta relación con el acontecer político nacional. La conspiración de los viejos también responde a esa línea, admite el escritor, quien trabajó como asesor en la Asamblea Constituyente hace algunos años. “No puedo escapar a esa influencia, que es más fuerte que mis deseos. Es como si ya formara parte natural de mi escritura, pero trato de mantener distancia, de que sean los personajes quienes hablen y den su opinión, y no el autor”, expone.

Asimismo, hay una referencia implícita a la justicia comunitaria, incluida en la Constitución Política del Estado vigente desde el año pasado, “porque en la conspiración participa todo el pueblo de alguna u otra manera, donando dinero, haciendo rifas y tómbolas para aportar a la ejecución del asesino”.

Por eso, el narrador cochabambino Claudio Ferrufino-Coqueugniot la comparó con el clásico dramatúrgico de Lope de Vega, Fuenteovejuna.

PLURALIDAD ASUMIDA. Carvalho es uno de los autores prolíficos del país. En el último lustro publicó un texto cada año, y alterna entre la poesía y la novela. “Este año me tocó novela”, dice risueño y sin poses.

El autor de Memoria de los espejos y La maquinaria de los secretos considera: “Desde que asumí que soy un ser plural, habitado por otros, juntos hemos logrado vivir en interculturalidad, para decirlo en el lenguaje políticamente correcto”.

Pasaron las etapas de los fantasmas interiores y la necesidad de exteriorizarlos, y siente que llegó a lo que algunos autores llaman la tranquilidad necesaria para la escritura. “No necesito exorcizarlos, ahora converso con algunos de ellos y los pongo a trabajar en la literatura, creo que el arreglo es bueno para todos. Desde entonces, ya no tengo pesadillas y estoy en paz conmigo mismo, porque así estoy escribiendo más seguido”.

Se prevé que el libro estará en las librerías del país desde hoy, y el narrador espera presentarlo en La Paz el siguiente mes o, de lo contrario, en la Feria del Libro.

Un análisis doble a la obra

“La conspiración de los viejos es uno de esos textos perfectos que dejan al lector satisfecho del desenlace y, sin embargo, inquieto. Toca las cuerdas íntimas de lo que se considera justo y lo que se sostiene aceptable, mientras por un resquicio de la lógica penetra el exordio de la duda.

“Como su autor mismo sugiere, hay alguna circunstancia referencial que lleva hacia la Fuenteovejuna de Lope de Vega, que no es más que la presentación de un lugar común. Homero lo actualiza y lo sitúa en un momento histórico de Bolivia”.

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

“La conspiración de los viejos es una historia de amor, de odio y de venganza. Homero Carvalho, con una prosa cuidada y fluida, nos traslada a la ciudad de la Santísima Trinidad, a sus paisajes y costumbres. Personajes entrañables y bien dibujados, que a su vez tienen sus propias historias de amor y frustración, resaltan el dolor de un padre al que el asesinato de su hijo lo deja totalmente quebrado y que lleva a la venganza que los amigos de Alejo, todos viejos de más de setenta años, buscan para redimirlo, así como la complicidad de todo el pueblo con la venganza y el crimen que ‘debía forzosamente realizarse’".

Raquel Montenegro

Publicado en La Prensa (La Paz), 27/4/2011

Imagen: El escritor Homero Carvalho

Tuesday, April 26, 2011

Evo en el país de las maravillas/MIRANDO DE ABAJO


Y cómo no. Nadie, como él, hubiese esperado semejantes réditos de algo que empezó en saber agenciarse de las frustraciones del pueblo, en un olfato apreciable y acomodaticio que le permitió coquetear con uno y otro hasta, en esos vuelcos de la fortuna, terminar de semidiós de una infausta muchedumbre de analfabetos. Y como el presidente, ministros y viceministros, y alcaldes, senadores, diputados, gobernadores, cuya única característica no es precisamente la de ser indígenas sino un manifiesto lombrosianismo que parecía desterrado de los libros de historia o de la crítica actual, y que el zoológico boliviano ha reeditado con creces.

¿Perder el tiempo en perorar acerca de la malignidad del sistema? Tal vez. Pero no queda otra ¿O podemos teorizar sobre lo inteorizable? Imposible, siendo que nos hallamos ante el imperio de la mala ficción, un cuento de niños con visos de terror; no podemos dárnosla de eruditos y profundizar en economías o sociologías que no caben en un esquema de bestias y rateros.

Una lectura del noticiero diario plurinacional implica ingresar a un bestiario medieval, universo en la prehistoria del intelecto, espacio evidente de que la lucha entre neandertales y cromañones que mirábamos en televisión sigue en pie, y en vilo nos tiene, donde por un período, demasiado largo, los cavernarios parecieron triunfar, y donde los románticos de izquierda trocaron la teoría porque hallaron que engolfarse el culo de dólares importa más que las alucinadas bravatas de un judío de Tréveris. Y cuando hablamos de unos y otros, cavernícolas y alfareros, deslindamos las connotaciones raciales que la derecha quiere muchas veces darle y que, para nosotros, es simple y clara diferenciación entre los que piensan y no, entre los que roban y no, trabajan y no, pagan impuestos y no.

Hay elementos, como un exviceministro de Tierras, que bien utilizó la lengua para suavizar la piel glútea de su mandarín, y que caído en desgracia hoy se las da de crítico del régimen. Habrá vendido su labia ya a otro postor, y su pluma. Ahora que se vislumbra un futuro, también hay que cuidarse de aquellos que colaboraron en la construcción del oprobio, y que no pueden, no deben, sacarla liviana ni ser excluidos de los juicios que habrán de sobrevenir. O uno es hombre o no.

Ofertan los personajes de esta malformación llamada gobierno, insuflar dinero a la economía para ver si elevan su imagen. Para empezar, su economista principal, Arce Catacora, no sabe ni sumar en ábaco, y tarde se supone, cinco años después del principio del desconcierto, invertir para solucionar algo, en un narcoestado que difícilmente se desligará del drama que le tiraron encima y que dejó a la sociedad boliviana en ruinas más que en pañales.
¿País de las maravillas? Cómo no. Miren al labrador revolucionario Isaac Avalos, convertido en latifundista y gamonal, a senadores con miles de hectáreas de tierras comunales. Pujante exportación la de la droga, aunque no saben pero tal vez lo sospechan, cada uno de ellos, que algún escriba en algún lugar ya ha anotado sus nombres, y que en el mundo de la tecnología es difícil escapar en anonimato, tratándose sobre todo de burdos artífices del descontrol y del estupro.
25/4/2011

Publicado en El Día (Santa Cruz), 26/4/2011
Publicado en Semanario Uno #407 (Santa Cruz), abril 2011

imagen: The Mad Hatter

Chac, dios de la lluvia, de Rolando Klein/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Rolando Klein: un nombre que no me decía nada; una desconocida película con un tema interesante si se ha leído el Popol Vuh.

Klein, director chileno con estudios en Estados Unidos, vivió durante dos años en un poblado nativo, Tejepán, de la región chiapaneca, en México. Una rara atmósfera envuelve la realización del filme en 1976. Presentado al público, tuvo inexistosa y efímera vida en la pantalla, terminada con la bancarrota de la productora. Luego desapareció por veinticinco años hasta que en 2001 una empresa norteamericana lo recuperó y lo puso en DVD.

De argumento simple -Klein quería que incluso sus hijos pequeños la entendiesen sin saber leer los subtítulos-, la cinta despierta sin embargo conflictivas sensaciones que como semi occidentales tenemos ante mundos extraños. Rodada en dialecto tzeltal, hoy con subtítulos en inglés, se la considera un hito de la fílmica mundial, un "objeto de culto". La presentación de contratapa la hermana al "Aguirre, la ira de Dios", de Herzog, a "El Topo", de Jodorowsky y a "Walkabout" de Nicolas Roeg. Quizá la temática de perseguir un imposible, la búsqueda de la lluvia para aliviar la sequía del poblado en "Chac", facilita estas similitudes. También la poética, oral o silenciosa, que la circunda. Hay en los mitos mayas una riqueza literaria excepcional, que sobrepasa sus posibilidades religiosas y que impulsa la imaginación. La sencillez argumental no se interpone entre el auditor y el suspenso que esa extraordinaria mítica aviva. La presencia de lo sobrenatural, que no necesita sino de algo de efectos especiales para subyugar, es más tácita que explícita y si bien no se concreta en figuras deja la sensación de haber estado ante un misterio que augura sombras, aves de rapiña, jaguares, transformaciones inesperadas que se dan únicamente en la cabeza del espectador.

La creación del mundo, o la definición del día y la noche que vendría a ser lo mismo, nacen, en la tradición cristiana, como efecto del deseo megalomaníaco del ser supremo de fundar la base de su devoción. Es unilateral. En la visión maya, el mundo antiguo se hallaba bajo el dominio de nueve señores de la oscuridad, falsos dioses que se alternaban el poder y mantenían al hombre maya en perpetua sombra, hasta que dos mellizos hechiceros logran con su magia seducir a los señores oscuros e inducirlos al sacrificio prometiéndoles una resurrección que jamás ocurrirá. La aparición del día para los mayas sobreviene a causa de aquel hábil truco. No otra cosa resulta ser el shamanismo que tratar de engañar al amo del universo, señores del fuego o del agua, con complicados ritos que aparentan tener como meta conseguir su gracia.

En "Chac", los pobladores de la aldea recurren al auxilio del brujo local primero y luego al de un anacoreta de la montaña. Hay una brega subconsciente entre el pragmatismo -moderno en cierta manera- y la tradición con su gama de complicada teatralidad. El propósito es traer la lluvia que fecunde la mies, asunto que se logra al final cuando ya el cacique busca ejecutar al adivino por su supuesto fracaso. En ese instante se ha roto el delicado cordón que unía al poblado con las creencias ancestrales y lo pone ante una nueva y más difícil realidad en un campo ajeno y hostil.

"Chac", catalogada como película más para el "interés de estudiantes de antropología" en la guía de cine Penguin 2004, donde además se confunde Chiapas con "un lago en Sudamérica", marca en verdad un punto que filmes incluso como "El señor de los anillos" explorarán dentro de otras culturas.

El negro cielo de Colorado anuncia lluvia. Quizá tengan razón los quichés y sea Chac que sobrevuela el espacio con su trompa elefantiaca, más calabazas llenas de líquido desde donde se desborda la lluvia.
29/06/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 6/2004
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 2004

Imagen: Chac, dios de la lluvia

Monday, April 25, 2011

O Cangaceiro/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El cangaço o bandidaje en el nordeste del Brasil de fines del siglo XIX hasta 1940 resulta, entre muchos aspectos, de una pobre condición geográfica. La escasa tierra rentable pertenece a una casta de coroneles mientras la multitud apenas sobrevive.


Permanente sequía, desigualdad de condiciones desarrollan una particular idiosincrasia nordestina, mezcla de misticismo y rebelión que se manifestará en diversos focos que combatirán indistintamente al gobierno, a los yagunzos o capangas pagados por los terratenientes, pelearán entre ellos por feudos ilusorios, saquearán los pueblos de la región, además de trabajar, dado el caso, como fuerza represora al servicio de los ricos. A diferencia de casos similares, en México, España o la Argentina, los cangaceiros brasileros carecen de estructura ideológica o de un ideario aportado usualmente por elementos ilustrados de las ciudades e infiltrados en la lucha. Un ejemplo palpable fue Lampião, el más famoso, que acudió al llamado del ya mítico padre Cícero en el nordeste para integrar el Batallón Patriótico que combatiría a la Columna Prestes. Pobres atacando a pobres, al lado de reaccionarios y curas. Es que el cangaço tuvo estrecha relación con la religión y, sobre todo, con los beatos que abundaban en el sertón. Está Canudos, destruida en 1897 por los batallones del ejército, que en nombre de Dios, del depuesto emperador y contra la república, aguantó y derrotó eventualmente a las fuerzas republicanas, teniendo, sin embargo, netas reivindicaciones sociales. Tanto Canudos como situaciones anteriores y posteriores contaron con el apoyo de grupos del cangaço en otra muestra de la ambigüedad del bandidaje en el Brasil.


Virgulino Ferreira da Silva (1900-1938), llamado Lampião, se alistó en el cangaço de Sinhô Pereira de muy joven, luego de pagar una venganza familar. Hasta el año que cayó, junto a su esposa María Bonita, en una emboscada de las "volantes" policiales, tuvo en vilo al nordeste y creó una leyenda. Ya muerto, y puesto que los líderes populares tienden a eternizarse en la memoria del pueblo, él y María fueron decapitados y sus cabezas expuestas por casi treinta años en un museo de Salvador, Bahía. Joseph A. Page, profesor de Georgetown, cuenta en su magnífica obra "Brasil, el gigante vecino" que el año 63 él y un acompañante sobornaron al portero de la Universidad de Bahía para que les mostrase los macabros restos de la pareja que se habían depositado allí como atracción turística.


A Lampião le sucedió su lugarteniente capitão Corisco de São Jorge, cuyos últimos días describe el cineasta Glauber Rocha en el surreal a la vez que dramáticamente poético filme Deus e o Diabo na Terra do Sol (1963) donde Corisco, cansado de guerra y presto a morir, perece en singular combate con Antonio das Mortes, matador de cangaceiros, hombre que cobra por matar pero cuyas reflexiones y similar cansancio lo hermanan con su víctima. ¿Dónde está Dios y dónde el Diablo? Parafraseo al cangaceiro para decir que la tierra sólo tiene valor cuando se toman las armas para transformar el destino. No es con un rosario que se logra sino con un rifle y un puñal.
29/10/03

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), octubre, 2003

Imagen 1: Cubierta del disco de la banda original del filme O Cangaceiro (Lima Barreto, 1953)

Imagen 2: Lampião y María Bonita con cangaceiros del nordeste

Sunday, April 24, 2011

Karl May, un cuestionamiento literario


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hablo de los años 60. Crecimos yendo a las matinales de domingo a mirar “películas de cowboys e indios”, westerns que alegraban nuestra vida y ampliaban los horizontes del sueño. Entre los personajes de afición, que también salían en los comics llegados de México, estaban por supuesto el Llanero Solitario y su ayuda Toro, y Old Shatterhand, con su contraparte nativa, el jefe apache Winnetou, productos ellos de la pluma e imaginación de un escritor alemán llamado Karl May.

Recuerdo una colección de literatura juvenil, en formato mediano, en la que leí “La Pradera”, de dicho autor, así como “Los muchachos de la calle Paal”, del húngaro Ferenc Molnár y una de mis inolvidables lecturas. Karl May predispuso a muchas generaciones, en su Alemania natal, y, según muestro, hasta en la Bolivia de 1960, el gusto por la aventura. Antecede a los Verne, Dumas y Salgari que vendrían, aunque su reemplazo, para mí, estuvo en las publicaciones de misterio de la escritora inglesa Enid Blyton, cuyos libros intercambiábamos con mi primo Jorge Soriano como tesoros.

Los alemanes en el oeste norteamericano se asemejan a los alemanes de la conquista en lo que hoy se dicen Venezuela y Colombia. Los rodea el misterio. Muchos años después, tal vez en Dartagnan, la preciosa revista argentina, adoré la historia de un príncipe prusiano, de cacería en el Far West, que conoce a cierta tribu, creo que la nación Kiowa, y termina combatiendo a su lado, con métodos prusianos de armamento, estrategia y tecnología, en contra del séptimo, o cualquier otra caballería del ejército de los Estados Unidos. En ese instante rememoré a Karl May.

Vincent Canby, del New York Times, y haciendo un recuento del filme de Hans-Jurgen Syberberg (“Karl May”, 1974), dice: “En las últimas décadas del siglo 19, Karl May (1842- 1912) era el más exitoso autor de Alemania. Sus libros se vendían como panqueques con moras y crema encima. Por 30 años escribió 40 páginas al día, construyendo un vertiginoso cuerpo kitsch de aventura-ficción que en origen tenía alguna deuda con James Fenimore Cooper pero que, finalmente, creó una mitología quintaesencialmente alemana”.

El filme de Syberberg, préstamo de la biblioteca Schlessman, forma parte de una trilogía que comienza con Ludwig, rey de Baviera, que sedujo también a Luchino Visconti, luego con Karl May (la única que he visto) y después con siete horas y media de “Nuestro Hitler”, en una búsqueda de la creación de los mitos alemanes, a través de cierta continuidad romántica que se inicia con el rey loco, sigue con el fabulador y termina con dramatismo en el hacedor, en un estilo brechtiano, a decir de Canby.

“Karl May” se centra en la última década de vida del autor, hoy olvidado. El cineasta cuida en extremo juicios sobre el talento literario de May. Su objetivo, bellamente logrado, apunta a cuestionar y comprender a la nueva Alemania, a través de estos individuos-fenómenos de masa. En esa época, el escritor que nunca había salido de Sajonia, y que permaneció ciego los primeros cinco años de su infancia, enfrenta demandas múltiples que intentan descalificar la validez de sus obras. Escritores envidiosos, editores ávidos de riqueza, mujeres despechadas, fiscales que horadan en el pasado criminal de May, se lo disputan a dentelladas. El, como Old Shatterhand, su alter ego, se defiende, con argumentos, y triunfa al fin cuando en un instante muy emotivo del filme un juez le agradece ser el heredero de los cantares de gesta, y otros alegatos relacionados con la grandeza y la virilidad de Alemania. Se multa a los demandantes, que incluso presentan a un indio Mohawk y le preguntan si oyó de la existencia de un tal jefe, Winnetou. Su negativa no cuenta.

Hermanada con la búsqueda de aquella mitología alemana de los héroes de gesta, está la cuestión de si es o no válido escribir sobre algo que no se conoce. Aunque Hemingway aconseja no hacerlo, Karl May resultó un sorprendente suceso. Ante su falaz afirmación, a inicios de la cinta, de que treinta y cinco mil guerreros apaches lo esperaban en pie de guerra, ya que su amigo Winnetou había muerto, el público no cuestiona la veracidad: se emociona y agita con la imagen romántica de aquella gente aguerrida aguardando por un líder que la lleve hasta el triunfo. Viene a colación de manera inevitable Hitler, quien apreciaba, hasta hacerlo su autor favorito, al delicioso mitómano, cuyos personajes le representaban un ejemplo que la juventud alemana debía seguir.

Escribir no es asunto de verdad o mentira. No se puede pedir que se aclare el Génesis bíblico, o practicar la estadística para observar en serio lo viable de la Creación (El Génesis entendido como experiencia literaria), o soslayar la insólita belleza del Cantar de Gilgamesh. Si hasta Heródoto, el filósofo de la historia, a menudo se oye como un augur, un alucinado, en sus pasos por el nebuloso mundo antiguo. Y eso se propone, con o sin conciencia, no puedo comentar, la película sobre un autor quizá mediocre, pero catalizador de su propia historia.

Más de tres horas que no producen ni modorra ni aburrimiento. A pesar de que creo, como Canby, que se necesita un sólido background sobre Alemania para comprender, temas como la invención, la destreza del relato, el derecho a imaginar, van paralelos al argumento original. Karl May fue un asombro de su época. En las postrimerías de su vida, y seguro con información fidedigna, Syberberg hace aparecer de visita en casa de May a un joven pintor sobrecogido por la magnitud de su interlocutor: era George Grosz. Y en una última conferencia en Viena, se nombra como asistentes al evento a Heinrich Mann, a Georg Trakl, al fervoroso joven Hitler, entre otros, añadidos a la presencia, amistad, admiración y consejos de la que fuera primera mujer Premio Nóbel de la Paz, baronesa Bertha von Suttner.

Hay que aclarar, ya que mencionamos a Adolf Hitler, que Karl May fue siempre un pacifista.
18/04/2011

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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 24/04/2011

Imagen: Portada de un cómic alemán de Karl May

Saturday, April 23, 2011

Playa Girón


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

50 años que anotan un hito en el imaginario latinoamericano. Ya ni importa el análisis coyuntural del presente, las perspectivas del futuro. Hablamos de un espacio enraizado para siempre en la memoria, algo íntimo como la infancia misma, un dejo de orgullo que nos marcó. Yo tenía 1 año.


Con el tiempo vino Silvio Rodríguez y su canción sobre la flota cubana de pesca. El sueño duró hasta la caída del Muro, donde, y a pesar de ya entonces comprender lo que significaba el también imperio soviético, se nos quitó la ilusión. En Le Mur, de Sartre, se habla de paredón, y en Berlín se nos puso a todos contra él. Repito que ya sabíamos la gran mentira, lo insostenible de la retórica que hacía mucho dejara de ser revolucionaria, desde las barrancas del hielo donde el calvo Lenin ejecutaba a sus rivales, de derecha, izquierda, no importaba; desde Kronstadt, 1921, pero igual lo sentimos. Después las generaciones se confundieron, como que habían perdido el surco donde se sembró la comida; tuvieron que buscar por otros lados y tantos se esfumaron, escritores que no sabían sobre qué escribir. Todavía en 1984, jóvenes nosotros, cuatro bolivianos, visitamos la embajada de Cuba en Lima porque queríamos ir a combatir a la Contra, en Nicaragua. Hubo la posibilidad, enmascarada como apoyo a la cultura, que finalmente no se dio. Desistimos por aventurarnos hacia los espejismos-barco del puerto de Buenos Aires, y cada uno retomó su historia, para bien o para nada.


Viajábamos el 2011 en el ómnibus de Casa de las Américas, de La Habana a Cienfuegos, en labor literaria. El bello pero desolado paisaje se interrumpía por los comentarios punzantes de Peláez, director internacional de la Casa, y querida persona como casi todos los cubanos que encontramos. A mi lado, el novelista colombiano Roberto Burgos Cantor, mordaz, pero sobre todo modesto, contraviniendo la norma de que todo gran escritor debe ser pavo real. Antes o después de Jagüey Grande, justo en la entrada de la Ciénaga de Zapata, en Matanzas, le mostré herrumbrados objetos dispersos a lo largo de la carretera que parecían obstáculos antitanques, con púas en especie de enroscado. Hablamos de Playa Girón, de que aquellos tal vez serían remanentes de la invasión del 17 de abril de 1961. Sin duda. Más adelante, a la orilla de un naranjal, la ruina de un tanque, no sé si gubernamental o brigadista, pero uno, me dio a mirar el yermo con otros ojos, como los del testigo afortunado, testigo febril, de un rincón donde se jugó la historia. Unos autores dormían, algunos críticos conversaban, mientras trataba de imaginar la escena, y preguntarme la profundidad de la incursión rebelde, porque rebeldes eran entonces aquellos que antes no lo fueron y viceversa. La alegría del viaje, la reunión amable de hombres y mujeres dedicados al arte, dejaba paso a internarme en una narración que siempre me fue grata, y que nunca dejaré de conocer en su totalidad así crea comprenderla en buena parte.


Era otro mundo, lejano al barullo de la hermosa Habana; la Cuba rural, pastizales y cañizales que para mí aún esconden mambises, las páginas de Martí, imágenes posteriores que vimos en un notable filme cubano: Martí, el ojo del canario (Fernando Pérez, 2011), con introducción y saludos del ministro de cultura en un viejo teatro del Vedado. Sensación que creció en la villa de Trinidad, joya colonial al pie de la sierra del Escambray, cuya ligazón con lo de Bahía de Cochinos es más que accidental. En el Escambray se combatió contra Batista y se siguió combatiendo contra la Revolución, con paradójicos guerrilleros que incluían batistianos, patrones rurales, campesinos y exrevolucionarios, disgustados o desilusionados con el cariz que tomaba aquello.


En Trinidad supe, y no visité, el museo de “Lucha contra bandidos”, nombre ambiguo, porque ya no se sabe si los bandidos son los de ayer, los de hoy o los de mañana. Falta de imaginación o enfermedad del poder. Allí lucharon desde el triunfo del año 59 hasta su exterminio alrededor de 1965, fuerzas opositoras al “castrismo”. Los entendidos en el estrepitoso fracaso de la invasión auspiciada por los Estados Unidos, donde según datos de Life, pululaban los capitalistas que habían perdido en el proceso, señalan que una de las causas fue la falta de interacción efectiva de los de afuera con los de adentro. Lo cierto es que en aquella remota playa, Girón, casi al comienzo de Bahía de Cochinos, the Bay of Pigs como titulan la eterna mácula de Norteamérica, se jugaron varios destinos trágicos y, al menos por un instante, uno feliz, el de una Cuba que reaccionó multitudinaria en favor de la revolución. En Playa Girón murió John F. Kennedy; resultó su condena a muerte, y se reinició, porque comenzó aquí mismo cuatrocientos años antes, la lucha por la liberación de la América Latina, causa de ríos de sangre y dolores que todavía no cesan.


En inicio los conspiradores pensaron en la toma de Trinidad. Estratégicamente superior, Trinidad proponía un centro urbano, la sierra -donde ya había activa rebelión, como alternativa de huída- y muchos factores que la decisión de la CIA anuló. Conjeturar acerca de lo que podría haber sucedido de tomarse esta opción no le hace honor a la no disponibilidad del pueblo de Cuba a aceptar la propuesta del retorno de los días aciagos del sargento Batista. No es que cambiaron las reglas del juego, el juego no era el mismo, y posiblemente el resultado no habría sido distinto.


Hay que conmemorar Playa Girón, fuera de cualquier discrepancia ideológica o práctica que se tenga con la Cuba de hoy. Incluso si la mente me hiciera jugarretas con el pasado, que trata y no lo consigue, no deja de emocionarme la victoria. Y sé que mis padres la festejaron. Y yo, sin recordarlo. Y mis hermanos.


El bus deja la mítica región, se adentra por leguas de mar a la derecha y serranía boscosa del otro lado. Miro atrás y pienso en la soledad del tanque abandonado, en la magnitud del tiempo solo.

18 de abril, 2011

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Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 23/04/2011

Imagen: Dora Alonso haciendo un reportaje en Playa Girón, 1961

Friday, April 22, 2011

Los retornos de Calfucurá y Vaicama Pirú/ECLÉCTICA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Mi madre alimentó una tradición. Como a Borges, a mayor distancia geográfica, me subyuga aquello relacionado con los gauchos, la indiada, facones y cautivas. Ella me introdujo al rebelde Martín Fierro. Me dio a leer "El último perro", de Guillermo House y muchas otras historias. Además estaba en casa la zamba en cuyo ritmo se agitan las muertas vidas de Felipe Varela, el Chacho Peñaloza, Taboada... Cuando me sugirió Güiraldes, edición Losada de tapa naranja, intuí una aproximación diferente a la pampa, y sin embargo tan criolla.

El indio en buena parte de esta literatura hacía o el papel de malo o el de salvaje. Clara -y supuesta- oposición entre civilización y barbarie. Leopoldo Torre Nilsson lo precisó con violencia en su filme sobre el poema de Hernández cuando los pampas, nombre genérico para una multitud de etnias, cortan a cuchillo los talones de aquellos que se quieren fugar del cautiverio en los toldos.

Esa frontera interna, apenas al sur de Buenos Aires, pervivió hasta casi fines del siglo diecinueve, cuando Julio Argentino Roca decidió lanzar su "Campaña del desierto" contra los naturales y abrir paso tanto al etnocidio como a la modernidad.

Calfucurá (Piedra Azul) fue un cacique araucano nacido en Chile que reunió a las huestes indígenas creando una inmensa confederación, un estado dentro de otro, desde Mendoza hasta la Patagonia. Jugó un papel en la convulsa historia argentina de entonces y Rosas compró por un tiempo su paz. Finalmente el cacique arremetió contra el Restaurador y se asoció con Urquiza.

Desde su cuartel general en Carhué lanzaba incursiones a los establecimientos blancos de avanzada. Mantuvo en vilo a las poblaciones provinciales bonaerenses y se temía que el malón alcanzase la capital. Hasta que en 1872, en la batalla de Pichi Carhué, las considerables bajas indias lo hicieron replegar. Murió al año siguiente, rodeado de "chusma" -como se denominaba a las mujeres-. Su tumba fue saqueada, robada la platería que lo acompañaba, sus ponchos y una veintena de botellas de ginebra y anís. Sus huesos dieron en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.

El cacique charrúa Vaicama Pirú combatió al lado de Artigas y Rivera. Un extracto de Paul Rivet cuenta lo extraño que era ver a Vaicama y su horda de "salvajes desnudos y montados en pelo, no teniendo más armas que sus temibles lanzas, poner en derrota a los batallones brasileños". A pesar de sus antecedentes en la guerra patria, el ya presidente Fructuoso Rivera decidió deshacerse de los charrúas y con tal fin los citó en la localidad de Salsipuedes donde fueron masacrados. El gobierno uruguayo "cedió" a un tal De Curel, especulador francés, al cacique y a cuatro otros prisioneros. De Curel los exhibió en Francia en su circo ambulante hasta que murieron o se fugaron. Los restos de Vaicama Pirú terminaron en el Museo del Hombre de París. Hoy se los pide de regreso; a Vaicama Pirú para enterrarlo en el Panteón Nacional, junto a los traidores; a Calfucurá para devolverlo a su nación, a la tierra fría y desolada, pero suya, de Neuquén. Con ellos vendrán otros muertos: el capitanejo Chipitruz, el cacique Cherenal y un machi o brujo.
25/11/03


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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), noviembre, 2003

Imagen 1: El cacique Calfucurá
Imagen 2: Enviados de Calfucurá a Justo José de Urquiza


Thursday, April 21, 2011

Recordando a Gogol


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

No sólo como ser humano era Nikolai Vasilevich Gogol (1809-1852) un hombre dividido, los críticos se han encargado de catalogarlo entre dos movimientos literarios: el romántico y el realista. Donald Fanger en "Dostoevski and Romantic Realism-A Study of Dostoevski in Relation to Balzac, Dickens and Gogol" dice que sería más justo nombrarlo romántico realista para salvar una "histórica injusticia". Fuera de las denominaciones que suelen ser interesantes y de la lectura de académicos, prefiero prestar interés a las impresiones que los autores en sí me causan. Como profilaxis cultural evado los arduos tratados de teoría literaria y me adhiero a las evocaciones personales y las reseñas -con su individualismo adogmático-. Por ello soy fervoroso devorador de memorias y prólogos. Encuentro mayor número de literatos en las íntimas páginas de Ilia Ehrenburg que en todo Barthes o Bakhtin. Sin desdén, es simple cuestión de gusto... ¿de carácter?

Considero un único Gogol, aquel cuyas obras leí entre los trece y los veinte años. La diáspora no acarrea consigo bibliotecas y como errante he ido abandonando anaqueles en casa de quien los acogiera, algunos para desterrar los libros en rincones, otros para utilizarlos de base de macetas cuyas raíces y aguas se encargaban de destrozar tapa y contenido. Poca opción tiene el que decidió ser gitano con apenas dos brazos que desmienten el alcance de la creación divina. Tanta digresión para señalar que perdí los volúmenes de "mis" Gogol(es) de juventud y no me queda ninguno.

Mi madre cuenta "Las almas muertas" entre los libros inolvidables. Concuerdo. Almas se llamaba a los siervos, y el valor de una persona, en la Ucrania rural -extensiva a Rusia toda-, se pesaba de acuerdo al número de ellos que se poseía. Un individuo, Chichikov, en orden de convertirse en respetable protagonista, comienza a adquirir "almas muertas". Se dedica a comprar los nombres de aquellos que fallecieron después del último censo. Los propietarios acceden a la extraña demanda porque ello los libera, ya que los occisos están todavía registrados, de pagar algún impuesto sobre las cabezas que poseen. Por su parte Chichikov al aumentar el listado de sus supuestos vasallos crece a vista de la bobalicona Rusia campesina que lo contempla. Llega un momento en que el personaje se confunde y presiente que el fraude se hace realidad; cree su propia mentira. Sueño que tiene un fin cuando se lo detiene (finalmente es liberado). En suma, no hay crimen en comprar fantasmas y la absurdidad de la acción desenmascara la liviandad e ignorancia de una sociedad retrasada.

Similar en su acerba crítica es "El Inspector General", otra caricatura humana que asoma en un villorrio cualquiera y se convierte en objeto de veneración y mimo de los notables. Suponen que él es el inspector del gobierno que aguardan y temen descubra sus corrompidas minucias. El visitante se da cuenta que lo han confundido y juega su papel. Aprovecha las circunstancias para vestirse, alimentarse, conseguir préstamos y amor de añadido, elementos cedidos con algarabía por los funcionarios que imaginan así liberarse de un reporte devastador. No hay mal que dure cien años, ni bien tampoco. Llega el día en que aparece el verdadero inspector y la farsa se desmorona. Se acusan entre ellos por arrastrarse en la vileza.

Gogol retrata en esta obra a perfección la Rusia campestre y hay quienes toman sus líneas como críticas del sistema de servidumbre que terminará, más en papel que en concreto, una década después de su muerte.

Hereda de Pushkin su colorida caracterización del campo ruso. Aunque se puede decir que también de él recibe su rostro urbano, el de San Petersburgo. Sus relatos de ciudad, entre los que destaca notablemente "El capote", no pierden la ironía que caracterizó su etapa ucraniana. Su gusto por lo grotesco, que podría ser su aversión, mantiene en cuentos como "La nariz" una condescendiente repulsa hacia la vanidad del mundo que habita.

El Gogol urbano puede considerarse un antecedente más del joven Dostoievski, quien, y a diferencia de lo trágico de otras novelas posteriores, recuerda en "Stepantchikovo" la jocosa novelística del Gogol rural. Su personaje central -creo que Foma Fomich (escribo de memoria)- debiera incluirse en una galería especial al lado de Chichikov y del completo reparto de "El Inspector General". Pocos autores divierten tanto como Gogol y, de entre los rusos, el más cercano quizá es Sologub. ¿Leskov?... dramatiza su sátira a otro nivel.

Fanger dice algo puntual: que Gogol comienza su literatura urbana allí donde la terminan Dickens y Balzac. Descarta la posibilidad que leyera a Dickens y presume influencia del francés quien también escribiría viñetas moscovitas y peterburguesas en sus viajes amatorios a la Europa oriental.

Como buen ucraniano, Gogol no podía evitar la epopeya de su nación, largamente sojuzgada por la Polonia señorial y casi adoptada por Rusia como niña huérfana. "Taras Bulba" es su homenaje a la lucha de Ucrania por la independencia. Nunca supe si su origen tenía validez histórica. Taras Bulba representa probablemente la conjunción de historias de los atamanes cosacos que asolaban las fronteras de la república polaca, a la vez de poner freno a la expansión tártara o turca. Tal vez Diosdado Zenobio Mielnitski como figura nacional. También Pugachev, Stenka Razin, hasta Iván Mazepa. Prefiguraría inclusive al último gran hetman del siglo XX: Néstor Majnó.

De aquellos libros -cada uno con detalle que lo hacía especial- al menos se sostiene el recuerdo. Cuando cae nieve en Aurora y los árboles se cubren, cuando la tormenta es espesa y penumbrosa me parece ver desde la ventana que nieva sobre Mirgorod.
07/04/06

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Publicado en PUÑO Y LETRA (Chuquisaca), abril, 2006

Imagen: Nikolai Gogol 

Apologistas/MIRANDO DE ABAJO

Hasta diatribas hay, entre tanta crítica, contra el gobierno del pluridesastre que hoy impera en el país. Pero también leo, y se publican, apologías sin sentido, salidas de la pluma de intelectuales de izquierda, que magnifican lo nada que su líder neoindígena, como se pudiera decir neofascista, ha hecho para levantarnos. La inclusión, no intrusión, del indio en la política nacional era inevitable, parte de un proceso histórico que ya superaba el anacronismo racista que caracterizó a esta sociedad. No fue resultado de las dotes extraordinarias del falso mesías, que, a medida que pasa el tiempo, se descubre como un simple, ruin, pasapelotas, sin desprestigiar a los muchachos que se ocupan de tan decente labor.

Los adláteres de la izquierda nacional recurren incluso a Marx, para justificar los desmanes que se cometen en nombre de la pobreza. Para ello deben sacrificar a los obreros y su sindicato, la Central Obrera Boliviana, que de la noche a la mañana se convirtió en reaccionario, siendo los únicos representantes del progreso y la revolución los nuevos ricos cocaleros, que acumulan un mínimo porcentaje en relación a los réditos que terminan en financieras y bancos del capital internacional, reinvertido en el viejo drama que recordaba Galeano de la nueva clase y los artículos suntuarios. Para lo demás son inservibles, para fomentar educación, para crear infraestructura, y menos, mucho menos porque no hay mayor depredador que ellos, para proteger el medio ambiente.

No comprendo el razonamiento de mis colegas en defender lo indefendible. ¿Luchar contra el capitalismo, lucrando a costa de él, y fortaleciéndolo? Acá no existe ideología sino tráfico, peculado, hurto, violación; sin asomo de decoro, ni para nombrar honestidad; los jerarcas de esta mixtura informe y pestilente han perdido vergüenza, peroran como frailes en púlpito y preparan suntuosa huída ya que vieron que no podrán quedarse. Inventan mares y ballenas blancas, mienten con números y dineros que nadie a excepción de los amos ve.

Habrá que pedir a Paquita la del barrio que les dedique una canción, peor que aquella de rata de dos patas, porque éstos ni ratas son, escatólogos ambulantes que el Quijote haría trizas con su adarga.

¿Que no les faltan recursos para salir del paso, una y otra vez? Bueno, tantos son, que juntando todo saldrá algo, algún pensamiento, una jugarreta, una coartada que insufle oxígeno -casi siempre parece el último- para que continúen a flote. Pero hablamos de economía, no de manipulaciones, y la plata es implacable, no permite que la mentira se extienda lejos de sus límites. Cuando se peca, castiga.

Echan los dedos al eterno recurso del mar, tanta agua donde ninguno se irá a bañar, y, ya previsible con la documentación de infamia con que contamos, los “reos confesos”, bien de terno y sonrientes, se alían con el papanatas para hacer campaña de paroxismo, patriotismo no, en orden de recuperar el mar (su orgullo quedó irrescatable), y se fotografían, de empanadas todos en un gobierno ambiguo, mientras en las noticias salen como los “ex”, expresidentes en verdad son, pero activos lameculos.
17/4/2011

Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 19/4/2011

Imagen: Máscara folklórica boliviana, La Paz, inicios s. XX

Monday, April 18, 2011

Sobre La conspiración de los viejos, de Homero Carvalho Oliva


La conspiración de los viejos, de Homero Carvalho Oliva, es uno de esos textos perfectos que dejan al lector satisfecho del desenlace y sin embargo inquieto. Toca las cuerdas íntimas de lo que se considera justo y lo que se sostiene aceptable, mientras por un resquicio de la lógica penetra el exordio de la duda.

Como su autor mismo sugiere, hay alguna circunstancia referencial que lleva hacia la Fuenteovejuna de Lope de Vega, que no es más que la presentación de un lugar común: cuándo, dónde, y cómo podemos erigirnos en jueces, por encima de la ley. Homero lo actualiza y lo sitúa en un momento histórico de Bolivia donde asunto tal ha alcanzado visos de legalidad constitucional.

¿Libro policial o texto psicológico? Ambos, en deliciosa narrativa de matices cuidados y adecuados que retratan vívido el Beni de un par de décadas, a través de un grupo de viejos decidiendo cierta muerte, tanto en acto de justicia como de cariño y solidaridad. En parte crónica de muerte anunciada aunque con absoluta independencia y sutil, a la vez que personal, manejo del lenguaje local y el entramado.

Homero Carvalho consigue en esta nueva obra la rotundidad del círculo. Si hay hilos que quedan luego del epílogo son de índole privada y subjetiva para cada lector. El argumento como tal se ha consumado, cerrado, ha caído el telón, se cometió crimen o se hizo justicia. Ya no importa: es decisión de usted. Lo válido está en la pericia matemática y la vitalidad plástica con que el autor nos regala las páginas de una pequeña obra maestra.

claudio ferrufino-coqueugniot
22/marzo/2011

Publicado en Suplemento Cultural El Duende (La Patria/Oruro), 21/08/2011

Imagen: Cubierta de la novela

Thursday, April 14, 2011

Un triunfo esperado/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La subida de un líder indígena a la presidencia de Bolivia tendría que ser en la práctica tan significativa como lo ha sido en la especulación; un hito importante en el cambio político y social del país. El hecho de que el porcentaje de votos obtenido por Evo Morales sea más alto que nunca en una elección presidencial muestra el cansancio de la población hacia políticos -y políticas- corruptos. Lástima que este triunfo se caracterice por no tener un programa coherente para sacar al país de un eterno atolladero. Ahora que los papeles se tornan reales, se debe acabar con la retórica demagógica y comenzar a trabajar en serio. Si Román Loayza quiere ser ministro de agricultura, que lo sea; más difícil es estar sentado en el trono que tirar piedras de afuera. Y la economía nacional es asunto de mayor complejidad de si se continúa sembrando coca o no, producto agrícola que podría ser industrializado, no en narcóticos, y que se tiene que desacralizar. Nada bueno traen los asuntos "sagrados". Y no hay nada sagrado si uno se informa bien.

Que a los gringos les guste o no la idea de un gobierno como el que parece venir, poco debe importar en el sentido de la crítica y sí mucho en cuestión de economía. El mundo se quiera o no es un ente globalizado y no hay islas, arcadias ajenas a la realidad, menos si son miserables como nos toca ser. Se habla de un eje La Habana-Caracas-La Paz. Qué puede hacer Cuba en su actual estado indigente, cuando sus muchachas se tienen que prostituir a los visitantes europeos como se prostituían a los norteamericanos con Batista. Fidel Castro se ha acabado. Hay que pensar en términos concretos y la disgregación del socialismo cubano luego de su muerte será inevitable, a pesar de varios magníficos legados que ha dejado. Caracas puede darse el lujo de la rebeldía. Está bien porque se opone a la sempiterna práctica imperialista de los EU. Pero no hay que confiar a ciegas, tampoco, en un militar, sobre todo si es golpista.

La disyuntiva del gobierno Morales está en cómo apaciguar al sector agroindustrial cruceño, en evitar algún tipo de intervención debida a actuar a tontas y a locas. Leo, entre muchas letras de apoyo al futuro gobierno, cosas interesantes y también necedades. Un "ingeniero" escribe que vamos, o se abre el camino, hacia un "socialismo tecnointeligente". Creo desentrañar el sentido de este críptico mensaje aunque quizá sea no más que absurdo lema de alguien que cree poder poner su busto al lado de los consabidos Marx, Engels, Lenin. En Bolivia... es posible...
18/12/05

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Publicado en Opinión (Cochabamba), diciembre, 2005

Imagen: Ruinas de Tiwanacu, 1905

El inocente/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Una cosa es denunciar el criminal ataque de los Estados Unidos a Irak y otra aceptar la impunidad del tirano Saddam Hussein que de victimizador se ha convertido en víctima, e intenta borrar, ayudado por la estupidez del invasor, su historial de sangre.

El juicio al dictador es una farsa trágica. El juez acepta contrito las diatribas del reo. Hay miedo en la fiscalía y también en la defensa. La muerte suele llegar de cualquier lado.

Saddam Hussein ha perdido su halo mítico. La historia se desarrolla a mayor velocidad que su drama. El "Irak de Saddam" puede ser referencia pero ha quedado sepultado en una dinámica que excede su sombra. En realidad no importa lo que le ocurra. Incluso si se lo ejecuta, bien merecido lo tiene, no creo que habría más que débil reacción. Su megalomanía e irritación ante la osadía de juzgarlo saben a causa perdida. Incluso sus millones que ciertamente encuentran cauce en parte de la insurrección no sirven para reacondicionarlo en su rol de amo omnipotente. Ese dinero se necesita y se utiliza para causas muy distintas a la liberación del prisionero y a su reinstauración. Ya está en el basurero de la historia, como Milosevic o Pinochet; lugar del que dudo que salga.

Merece la pena de muerte si esta no tuviera tantas connotaciones que la hacen peligrosa hasta para aquellos que la pregonan. Robespierre se ejecuta a sí mismo al guillotinar a Dantón, si vale un ejemplo. Qué opción queda ante un juicio que brilla en el estrellato de la prensa. Lo que se haga con Hussein es asunto público. Lo mejor tal vez hubiese sido despacharlo en un sumario militar, pero caemos en lo mismo; inaugurar una regulación jurídica carece de límites y sus normas pueden extenderse o volverse ambiguas, volcarse por el lado que menos se espera.

Una pena debe existir y se la debe aplicar a Hussein con todo el rigor. Lo importante está en detallar los tintes de su gobierno de terror, en recopilarlos para donde sirvan. Hay que aprovechar el raro caso de tener un ejemplar como el suyo expuesto al escarnio colectivo. Otros -Kissinger, Cheney, Karadzic- son afortunados y permanecen libres y en privilegio.

Ya se ha empezado y se tiene que continuar. La presencia de un abogado defensor norteamericano, lúcido e imparcial, da validez a lo que es hasta hoy una farsa. Y si Saddam Hussein se cree inocente y que el mundo se aprovecha de su cándida bondad, que lo crea. Pero hay que saber y la maldad del invasor no lo libera de mal.
26/12/05

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Publicado en Opinión (Cochabamba), diciembre, 2005

Imagen: Sam Durant/Gallows Composite C (Billy Bailey Gallows, Haymarket Gallows, Rainey Bethea Gallows, Saddam Hussein Gallows), 2008

Musulmanes en Europa/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Anclao en París -como Gardel- en la telaraña de las pasiones, tuve tiempo de mirar alrededor. Las mujeres iranias pedían limosna en los subterráneos, lado a lado con folkloristas bolivianos que llenaban el metro Odeón de oquedades de quena y zampoña. Llevaba gorra en la cabeza, moda personal, y mientras viajaba de pie de un trabajo a otro, conversaba con lo heterogéneo del medio: portugueses y guineanos, pintoras búlgaras...


Entre las cosas que vi estaba un profundo racismo, pedantería de franceses que no querían aceptar que alguien oscuro de afuera los destronase conversando sobre su literatura. Vi, porque trabajaba con ellos, árabes que imitaban a los locales, mi amigo Koudi, de Marruecos, que pedía lo llamase Alexandre para que no supiesen de su origen. Los ayatollas iranios eran cuestión nueva, candente. Yo, sentado en la furgoneta que nos trasladaba de Pontoise a Chartres, de Argenteuil a Poissy y Maisons-Laffitte, oía a los islamistas discutir sobre el futuro. Khomeini había destapado una olla ya imposible de cerrar, la del resurgimiento del fanatismo musulmán. Le daba una gigantesca plataforma política y apoyo inesperado, al menos simpatía, de los oprimidos del Tercer Mundo. Había derrocado este santurrón a un régimen opresivo, dictatorial, servil al imperialismo y eso despertaba alegrías más que resquemores.


Imaginé París como un gran bazar. Cierto que aquel era mi espacio, que mis tardes las pasaba en bares argelinos apenas subiendo la Gare du Nord, que por las noches deambulaba en tren saltando las máquinas que cobraban y leyendo folletos anarquistas que me proveían los muchachos de la federación francesa; visitaba Père Lachaise y sus célebres enterrados, Chopin que trajo el blanco amor de Polonia a las frías noches de septiembre.


Europa ha cambiado. Los fundamentalistas se soltaron. En 1986 estallaron una bomba cerca de donde trabajaba, en una famosa cadena de tiendas. Pero eran hechos aislados. Hace poco, en Holanda, un fanático asesinó al cineasta Theo Van Gogh. Esta semana, en Dinamarca, los creyentes protestan unas caricaturas del Profeta salidas en un diario danés. El dibujante y editor han sido ya amenazados de muerte, como Rushdie. ¿Por qué Mahoma estaría exento de burla en una sociedad liberal que ya ha execrado a Cristo en un ambiente de libre opinión? ¿Qué lo hace diferente? ¿El temor que una banda de retrógradas intenta ejercer? El, Mohamed, como cualquier títere de opereta, no puede ser intocable.

09/01/06

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Publicado en Opinión (Cochabamba), enero, 2006

Imagen: Barrio de La Goutte d'Or, en el 18 arrondisement, París

Burma & Siam/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Un e-mail de mi amigo John Shanahan, infatigable viajero, rebelde e irlandés, acerca de conocidos suyos de paso por Asia suroriental, en Burma (Myanmar) y Siam (Tailandia), camino de Hue y Hanoi, me incita, obliga tal vez, a escribir sobre un tema subyugante y poco frecuente en mis textos semanales.

Un comentario de los viajantes, Harry y Roselyne, de las características de la gente de Myanmar y Tailandia, del ambiente de ambos países, plácido uno, bucólico; activo y ruidoso el otro, me da a pensar. El presente se explica por cuestiones de economía, fáciles de analizar y comprender, sumado a la situación de los dos en su perspectiva internacional. El pasado difiere.

Burma y Siam se enfrascaron en conflictos armados que duraron siglos, en los cuales la imagen de Burma, es la del sangriento invasor, quedando Siam ofrendada al sacrificio. Visión opuesta a la sugerida actual de un pueblo burmés delicado y un avasallador tailandés.

He seguido en cine esta historia, con la aclaración de ser cine de Tailandia. Sin embargo, un rápido y sin duda superficial estudio de los acontecimientos indica que era así: el poderío militar burmés que lucraba con sus eventuales, a veces duraderas, excursiones bélicas hacia su vecino, y un humillado y doliente vencido.

La película "The Legend of Suriyothai" habla de una monarca siamesa que en el siglo XVI encarnó tanto un espíritu estoico como libre. El fin no era únicamente gobernar sino hacerlo en condiciones dictadas por el libre albedrío nacional.

Luego de un intervalo de doscientos años, en 1765 para precisar, las circunstancias no variaron. Burma invade Siam otra vez; marcha a la capital Ayutthaya pero encuentra un duro obstáculo en los campesinos de un pequeño poblado, Bang Rajan (nombre del filme que trata el hecho). Historia épica, con las requeridas dosis de coraje y romance individual para amenizar -incluso para el espectador- una vida sin esperanza. A armaduras, cañones y elefantes de guerra que trae Burma en su invencible paso, los aldeanos oponen valor y machetes. La suerte está echada por la inercia oficial que no sostiene a los sitiados; largo será el dolor después que los ejércitos, tras una resistencia de meses, arrasen con todo sujeto vivo en Bang Rajan. Ante las diferencias entre pasado y presente cabe la pregunta de si la historia se revierte o que simplemente hay dinámica y cambio en existir.
15/01/06

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Publicado en Opinión (Cochabamba), enero, 2006

Imagen: Memorial Praya Phichai Dap Hak, Tailandia

Wednesday, April 13, 2011

Anales del cine fantástico: Iliá Muromets/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El último lustro trajo magníficas muestras de cine fantástico, basadas en obras literarias semejantes. Aunque sus orígenes pueden trazarse con la misma aparición del cine, no es hasta 1984 cuando se filma en Alemania Federal -bajo la dirección de Wolfgang Petersen- "La historia sin fin" (Die unendliche Geschichte), una hermosa fábula según la novela de Michael Ende, que este tipo de filmación adquiere público masivo. El éxito de esta película trajo dos más que intentaron ser secuela del modelo original sin alcanzar su calidad. No fue así con las realizaciones de la trilogía de J.R.R. Tolkien que a pesar de no llegar a la belleza de las páginas escritas quedan como obras maestras de la simbiosis de cine, literatura y tecnología. Se intenta hacer lo mismo con la obra de C.S. Lewis que ya se ha inaugurado con auspicioso comienzo.

De la Unión Soviética, en 1956, dirigida por Alexander Ptushko, sale "Iliá Muromets", relato de las aventuras del héroe mitológico que salva la tierra de Rus, en tiempos del principado de Kiev. Los tugarinos, nómadas mongoles, intentan arrasar la ciudad, cosa que a la larga y en hechos históricos concretos lograrán en 1240, mas no en vida del paladín Iliá Muromets que no sólo los detiene sino que los derrota, a la vez que enfrenta a monstruos como la serpiente Gorinich y al bandido Ruiseñor cuyo soplido arranca árboles de raíz y voltea ejércitos inflando los carrillos. Ruiseñor Budimírovich, hijo de Odijmánti será ofrendado al gran príncipe Vladimir al que Iliá presenta sus servicios.

La saga de Muromets empieza en una pequeña aldea asaltada por los tugarinos que secuestran mujeres y niños; el héroe es entonces un lisiado inútil, observando desde la ventana los acontecimientos, incapaz de reaccionar en defensa de los suyos. Pronto llegan unos peregrinos portadores de la espada del mítico Sviatogor que dan de beber a Iliá jugo de hierbas vigorizantes mientras entonan ancianas canciones que cantan la desgracia de Rus bajo el dominio de Kalín, zar de los invasores. Ahí la energía que necesitaba para lanzarse en su lucha solitaria contra el mal.

"Iliá Muromets" podría ser una más de las historias populares de guerreros que abundan en la Europa oriental. Sin embargo, hablando de cine, su importancia viene a ser fundamental. La cinta presume con varias décadas de anticipación lo que la tecnología logrará en "El señor de los anillos". El escenario de Muromets, la Kiev pronta a ser incendiada, el dragón, los claroscuros, el profundo sentido épico, auguran lo que va a ocurrir en el cine fantástico del futuro. Los escenarios de mayólica y cartón serán reemplazados por la imagen computarizada que les dará mayor calidad y casi realismo. En Muromets lo obvio de los falsos -pero grandiosos- escenarios toma tintes surreales. Finalmente hablamos de fantasía y los lugares fantásticos no pueden presentarse como son sino como los imaginamos. De ahí que Kiev sea una blanca ciudad amurallada que, vista a distancia, nos acerca a los castillos de Tolkien.

El zar Kalín es llevado en andas, sentado sobre un escudo gigantesco apoyado en los hombros de una veintena de cautivos rusos. En un momento espectacular, cuando Kalín necesita ver al enemigo en la distancia, ya cerca del ataque contra Kiev donde Iliá ha organizado la resistencia, ordena a sus hombres agacharse y formar una torre humana desde la cual pueda observar los movimientos de la ciudad sitiada. Los soldados obedecen y se levanta un promontorio humano que el zar sube a caballo aplastando cabezas y espaldas en un soberbio despliegue de dominio asiático.

El hijo de Muromets, cautivo desde pequeño de los tugarinos, e hijo adoptivo de su zar, enfrenta a su padre en duelo singular, reminiscente de la leyenda arturiana. La epopeya tiene sin embargo un final feliz donde el hijo reconoce al padre y se subyuga a los atacantes; Iliá recupera a su esposa, y Rusia su orgullo. Hay un despliegue monumental de extras y caballos: 106.000 hombres y 11.000 caballos están registrados, un récord para la historia del cine.

"Iliá Muromets" es un antecedente como lo dijimos, además de un universo de interés para quien quiera investigar historia y mitología rusas. Están Asia y la conquista mongola; la tradición eslava; barcos y seres que nos refieren el origen escandinavo de la dinastía de Kiev. Se puede hasta especular que "Muromets" refleja los cambios que ocurrían en el país soviético, ya muerto Stalin, especie de zar parecido al Kalín de Ptushko.
12/01/06

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), enero, 2006

Imagen: Ilyá Muromets, por Víktor Vasnetzov, 1914

Política/MIRANDO DE ARRIBA


Esta semana trajo un fenómeno interesante en la política norteamericana, la disidencia de tres notables senadores republicanos con la línea dictada en primera instancia por Richard Cheney y luego por su ayuda de cámara, George Bush. La cabeza de este grupo, génesis -parece- de una mayor controversia interna, es John McCain, veterano de Vietnam, quien pasara años prisionero de los norvietnamitas, supuestamente torturado y aún así sobreviviente, modelo ideal de una sociedad guerrista, machista y voluntariosa, para la cual el efectismo importa más que la esencia, la audacia, real o ficticia, por encima del análisis. Por ello tienen de líder a un cowboy que incluso al caminar desnuda su origen; por eso se venera a otro vaquero, Ronald Reagan, como el cénit de la americanidad, sin caer en cuenta que las mañas teatrales de aquel actor de segunda tuvieron consecuencias funestas para la humanidad. Ronald Reagan, el artífice del genocidio salvadoreño, está incluso en sello postal, un aeropuerto lleva su nombre y se lo idolatra como el materializador de la debacle soviética, ignorando el proceso histórico que trajo tales consecuencias, reduciéndolo a simple maniobra de payaso en la Casa Blanca.

Bush y Cheney, Cheney y Bush, a pesar de su popularidad yerran y sus errores que afectan el bolsillo de una población que se maneja en términos económicos más que políticos les va restando afición. El peligro es que no sólo pierdan soporte personal sino que la desdicha caiga también sobre el partido que representan, con la implicancia de un futuro gobierno demócrata y otra vez la brega por recuperar lo esfumado. McCain, republicano, entendió hace bastante el riesgo y ataca las bases del gobierno Bush como única esperanza de mantener a los republicanos en el poder, apoyándose en un prestigio falaz como el de haber sido prisionero de guerra. Escaso curriculum en mi opinión, tal vez remedo de alivio de trauma de la gran derrota que les impuso Ho Chi Minh, incluso de muerto.

John McCain se presentará para las elecciones presidenciales, sin duda con el apoyo de un fuerte sector demócrata, incapaz de recrear su valiosa historia y acostumbrado ya a las migajas que caen de la mesa. McCain presidente, con sólido respaldo bipartidario, con válidas propuestas como la abolición de la tortura, pero con la congénita manía del político estadounidense de considerarse y considerar a su país como el centro del mundo.

Mucho no cambia para el resto quien está en Washington. Pero será placentero ver hundirse a estos fundamentalistas cristianos.
21/11/05

Publicado en Opinión (Cochabamba), noviembre, 2005

Imagen: Caricatura de George Bush en un periódico norteamericano

Tuesday, April 12, 2011

Qué bonita bandera/MIRANDO DE ABAJO


¿En qué quedamos, señor García Linera? ¿Es usted marxista o salió de un lacrimoso novelón donde a los políticos se les quiebra la voz hablando de la maldad de sus feligreses? Esté quien esté hoy en la Central Obrera Boliviana, no puede usted negar una historia de lucha y sacrificio; querer reducirla a una patraña supuestamente al servicio suyo y del señor Morales como en su momento fue (tampoco hay que mentir), no cabe.

Olvidó, parece, el alma de la protesta. No lo conozco de antes pero me da la impresión que cuando habla tiene más de monaguillo o de fraile que de feroz revolucionario. O es Stalin o no lo es. No juegue al Stalin plurinacional, lleno de dengues, ojos cerrados, apretón de rodillas, y etcéteras que proponen a la reflexión. Claro que asuntos tales son pan de cada día en su gobierno de célibes. A veces, muchas a decir verdad, me da la impresión de que el Vaticano se trasladó a nuestra realidad morena y chaparra, porque oyendo a Choquehuanca, Morales, Llorenty, usted, Surco, y lista extensa de elementos no incluidos en la tabla química, me parece escuchar cardenales, obispos, y gentío de sacristía, y hasta de tocador. ¿O son ustedes miembros honorarios del coro de niños cantores de Viena, queriendo hacerse pasar por kantuteros de Niño Korín?

Las banderas se mancharon ¿y qué? ¿Llorar por ello? Amenaza con despedir a los de la huelga porque van en "contra" de las reglas. Entonces despidamos de su cargo al presidente que paralizaba el país cuando le venía en gana. No hay diferencia, y el derecho de protestar no nos lo quita nadie, así solloce en cámaras y besuquee los trapos algún alto funcionario. Finalmente una bandera es un simbolismo, y ustedes se cagaron en los simbolismos de Bolivia, tanto que cierto especimen, dito gobernador de Chuquisaca, quiso borrar de un plumazo Junín y Ayacucho. Y sin embargo el tal lleva sombrero, español, bigotes, que no condicen con la piel de glúteo del canciller por ejemplo. Patria es abstracción que difiere de uno a otro. Hoy que la ganga se les va de las manos de pronto se volvieron patriotas, se lamentan por la vieja y humillada Bolivia, a la que quisieron hundir, quitarle los héroes, vilipendiar el emblema, cambiarle las fechas de recuerdo. No les reprocho, sin embargo, el haber hecho del "glorioso" ejército nacional una comparsa carnavalera, de mayor marcialidad en el Gran Poder o Urkupiña que en un 6 de agosto que rememora el día en que pelearon los hombres, indios y no, y no los que corrieron del Chaco, del Acre y abandonaron al Perú a su suerte en el Pacífico (no hablo de los soldados).

Si los manifestantes arrojaron pintura al gobierno, y mancharon las banderas, será que la paciencia tiene un límite, y que la eternidad de la presidencia se esfumó, como se esfumaron extrañamente los viajes.
10/abril/2011

Publicado en El Día (Santa Cruz), 12/4/2011
Publicado en Semanario Uno 405 (Santa Cruz), 14/abril/2011

Imagen: Dark Vomit/The Clowns Last Supper

Sunday, April 10, 2011

'El exilio voluntario"/Y TIRO PORQUE ME TOCA


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

ESTE es el título de una novela del boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot (Cochabamba, 1960), publicada por Alberdania, que recibió el prestigioso premio Casa de las Américas del año 2009. A Claudio Ferrufino lo conocí (de lejos) hace dos años en Santa Cruz de la Sierra, en una feria de libros a la que ambos estábamos invitados. Fui a escuchar la presentación de su novela. Sin convenciones ni circunloquios, habló de esos inmigrantes, exiliados, desarraigados que escriben (cuando lo hacen) desde su expatriación, su desarraigo, su soledad, su condición de explotados casi siempre, allí donde fueron en busca de una vida mejor, y sobre esa falacia de la lengua común siempre en beneficio de alguien que quiere sacar ventaja de esa comunidad de bombo y platillo. Ferrufino-Coqueugniot anunciaba poco menos que una nueva literatura, sobre todo por lo que se refería a la lengua castellana; algo que vamos a ver aquí enseguida. La suya fue una intervención dura y brillante, muy poco complaciente con lo que se lleva. La de Ferrufino no es una literatura de campus y cátedra. Es de calle, de cabina telefónica y de casas patera.

La de Claudio Ferrufino es una novela, dura, implacable, desgarrada, arriesgada en su escritura, como hoy ya arriesgan pocos escritores, porque saben que si lo hacen no venden, porque de lo que se trata es de vender, no de crear, no de explorar territorios nuevos o comprometidos. Hay que tener olfato. Aunque también lo haya que tener, y mucho, además de vista, oído y tacto, para escribir de lo que de verdad vivimos, de nuestra época, esta, la de las grandes migraciones, entre otras cosas. Bolivia es un país de mucha inmigración: a España, a Canadá, a los Estados Unidos... España, país de los nuevos ricos que acaban de descubrir que no lo eran tanto, lo fue y eso se olvida con excesiva facilidad, salvo para convenir que recibimos demasiada.

El exilio voluntario, poco importa si está basada en las peripecias personales de Claudio Ferrufino, es una gran novela sobre la inmigración, la dureza de la busca forzosa y de la soledad esencial de esos invisibles que viven entre nosotros, aunque en esta ocasión estén allí lejos, trabajando en mercados, obras de construcción, explotados en los peores trabajos, burlados, desdeñados, condenados casi por fuerza a una nostalgia demoledora de lo dejado atrás: "Cuando te encuentras apoyado en una grada de no más de dos metros, en una ciudad culo del universo como Alexandria, sin trabajo, sin dinero ni nada, te vuelves melancolía para no hacerte bola". Melancolía, nostalgia, desolación, picaresca y una lucha tenaz para conquistar algo de ese paraíso llamado América. Ganar una lengua, conservar la propia, no olvidarse de sí mismo, no cerrar los ojos en el país de los muertos en vida, no comulgar con ruedas de molino... ¿Peripecia personal? Puede ser; pero el autor ha sabido hacer de ella un relato que atañe tanto a sus compatriotas como a quienes no siéndolo comparten lo fundamental: la expatriación, el trabajo duro, la necesidad de sobrevivir y de salir adelante, el ser víctimas de la xenofobia y el racismo no siempre por parte de los amos, la conquista del presente, del mínimo confort, del poder tumbarse a descansar de verdad en tú casa: "Tú eres yo y yo soy tú, él, nosotros...". No está mal. Vivir de verdad para escribir con verdad, con emoción, con ímpetu, con un lenguaje vivo y sin falsas elegancias ni esa voluntad de estilo que lo pudre todo.

En El exilio voluntario se narra el asalto de un boliviano (uno entre muchos) al sueño americano, al sueño a una vida mejor a secas. Es el relato de una conquista personal, de una liberación también, pero a la vez se apunta, con denuncias precisas, esa perplejidad que produce un país cruel con el invisible, con el pobre, con el marginado y con el extranjero sin recursos, abanderado del crimen de Estado, de la falsedad y el abuso, y que sin embargo dio un Whitman, un Faulkner, un Melville, un Poe, un Twain...

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Publicado en el Diario de Noticias de Gipuzkoa, Navarra, Alava, 10/abril/2011
Publicado en Semanario Uno (Santa Cruz de la Sierra)

Imagen: Pablo Picasso/Noir et Beige, 1959

Anales de la emigración/Nina Berbérova


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Zoia Andréievna, mujer de la antigua clase, recala en un pueblito ucraniano huyendo del bolchevismo. Cayó Jarkov, dice alguien, y suena como la trompeta del destino que no vuelve atrás.

Es la historia de la creadora del personaje, Nina Berbérova, que en las pocas páginas de este cuento, o novella, descarga sobre el lector la angustia de a quien se le acaba el mundo. Carente de criterio moral, de juzgar el instante en términos sociales, Berbérova penetra en los arcanos del espíritu humano, de la tenacidad por sobrevivir a pesar de la condena. La ambivalencia de las clases se aleja del pomposo discurso político y cae sobre las minucias de lo cotidiano, de quien puede y quien no comprarse un medallón, de cómo los señores deben ahora trabajar para sustentarse y de la angurria de los miserables por suplantar a aquellos que se detesta y en suma envidia.

“Zoia Andréievna estuvo a punto de soltar el llanto cuando se vio en el espejo; la hermosa pluma de su sombrero se había roto y le colgaba sobre la oreja derecha (…)”. Nada es lo mismo. El pasado se hunde en el pretérito para no volver. Los desmanes de Kolchak, Denikin, Wrangel, Yudenich, representan aletazos de un animal que muere. Pero no es la Rusia de los blancos solamente la que perece. El malévolo Lenin, quien en 1908 escribía a Gorky: “Nunca, por cierto, he pensado en deshacerme de la intelligentsia…” se encargará de eliminar lo mejor y más graneado del pensamiento ruso, sin distinguir entre conservadores, liberales, mencheviques, socialrevolucionarios, anarquistas. En una suerte de guerra privada, como en Lenin’s Private War, de Lesley Chamberlain, Lenin pone énfasis especial en recurrir a cualquier ardid para exiliar a quienes consideraba peligrosos por su educación crítica. A unos se expulsó, otros salieron por voluntad propia, pocos regresaron (Tsvetáieva, Alejo Tolstoi). De los que permanecieron, Mayakovski se suicidó e innúmeros y geniales artistas y cientistas engrosaron la oscura lista de muertes y cárceles de la dictadura soviética, Ajmátova entre ellos. "La tradición y el rechazo de la misma, que en aquella época tuvo un rol todavía más importante, fueron destrozados por la soga con que se ahorcó Tsevetáieva, el campo de concentración de Mandelstam, el silencio de Jodasevich", escribe Berbérova en el prólogo a la edición italiana de Necrópolis, libro de memorias de Vladislav Jodasevich, pareja de la escritora, con quien deja Rusia en 1922, y a quien Vladimir Nabokov, en 1939, consideraba el mejor poeta ruso que hasta entonces había producido el siglo (XX).

Incluso el gran Gorky dejó el país por Italia, hastiado del tono que tomaba la revuelta. No es hasta más tarde que se devuelve a Rusia y ejerce de cabeza visible de la nueva cultura soviética, de la escuela del realismo socialista. Pareciera que Rusia anhela su propia destrucción. Sucederá con Stalin, digno alumno de Ulianov, en tiempo previo a la Segunda Guerra, cuando en incomprensible movida elimina lo selecto de su fuerza armada, inhabilitando las defensas del país con resultado casi fatal. Dentro quedaron muchos pensadores y creadores. El hambre, las limitaciones, la persecución desenfrenada de la mediocridad estatal removían los cimientos de aquella gran cultura rusa que se inició con Pushkin, y donde el intelectual no era reflejo del Estado sino su némesis, hasta el extremo de que otro notable exilado, Herzen, pesaba tanto en Rusia que el pueblo decía que la madrecita era regida por dos Alejandros: el zar, y Alejandro Herzen, desde Inglaterra. Ese ha sido siempre el papel del artista en Rusia, el de contravenir las normas de cualquier absolutismo. Lenin lo sabía, y aunque se armó una opereta acerca del papel del arte en la revolución, con Lunacharsky y Trotsky escribiendo textos de interés, y una década de brillantez vanguardista, la realidad comunista pronto desterró el talento y la crítica, para convertirlo en un país de mediocres, lameculos, arribistas, corruptos, cuya única afición fue la de sostener un falso cometido social, una generalizada mentira.

Nina Berbérova sufrirá el exilio en la atrocidad del desarraigo, el hambre, contemplar cómo, por insuficiencia económica, poco a poco, se iba disgregando la emigración rusa. Unos, como Nabokov, que alcanzó éxito, escribieron en otros idiomas, mientras ella se mantuvo fiel al ruso.

Caminando por los cementerios de París observé monumentales tumbas de príncipes y princesas, lo cual da a entender poco de lo que en verdad sucedió. El partido comunista, y Lenin personalmente, causaron con el putsch de octubre una emigración de casi un millón de personas, nobleza y casta militar entre ellos, pero también, como el caso de la autora y del poeta Jodasevich, el de escritores, filósofos, físicos, agrónomos, dramaturgos, que por lo general poco o nada tuvieron de recursos para solventar su exilio. Berbérova trabajó en lo que pudo, y su obra, hoy considerada mayor en la literatura rusa, no vio la luz hasta décadas después, gracias a la pericia y sensibilidad editoriales de un entonces pequeño editor francés. Tenía más de ochenta años al publicarse sus primeros cuentos. En un plazo de cinco años se convirtió en una notabilidad editorial. Sus memorias, El subrayado es mío, documentan en trescientas páginas casi un siglo y son imprescindibles para atar los hilos de una intelligentsia que se desvaneció de Rusia entre 1920 y 1940, mientras que las de su amado Jodasevich han sido prácticamente olvidadas, rescatadas en verbo por Evtushenko y otros, y creo que aún desconocidas en lengua española.

Si dejamos de lado a Nabokov, cuyo camino se diversifica, la aparición de los libros de Berbérova, llena de algún modo el vacío que dejó la emigración. Hay que considerar que con el sovietismo “desaparece” la gran literatura rusa, que no se recobrará hasta que un disidente, Solzhenitsyn, desde adentro, la reviva, y que otra gran escritora, Nina Berbérova, la consolide desde afuera.
04/04/2011

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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 10/04/2011

Imagen: Nina Berbérova

Saturday, April 9, 2011

Caja de sorpresas/Un comentario sobre Colección de vigilias


"Colección de vigilias" es un libro sorprendente. Su autor, Raúl Rivadeneira Prada, ha logrado en él algo muy buscado por los autores nacionales: erudición y sencillez. Hay cuentistas y novelistas bolivianos, entre los jóvenes sobre todo, que intentan repetir a Poe, Cortázar, al infalible Borges y otros. Imitar bien puede ser interesante, pero no artístico. Encuentro quizá una única excepción: un par de cuentos de Pierre Mac Orlan que son muy similares a los de su idolatrado Schwob, y tan excelentes como los del maestro. Todos tenemos antecesores literarios, aunque no lo querramos, pero ese es un aspecto muy diferente al de la imitación. En Rivadeneira Prada se puede tener remembranzas de varios autores, y es que la maestría del escritor consiste justamente en despertar esas reminiscencias sin necesidad de emular estilos literarios. Se rememora un recuerdo, una imagen, pero sobre todo sensaciones, por eso en "La locura de Salomón de Caus", en su enclaustramiento, he pensado tanto en Sade como en Richelieu. En Sade por la prisión que es el premio de los visionarios, y en Richelieu por la oscuridad de sus actos.

Me place la trama de su cuento parisino "La tercera cita". Con él entro al subterráneo y visito de memoria cada una de las estaciones, incluso la muerte de un protagonista bajo las ruedas del tren. Es muy bueno su retrato, en un par de trazos, de un hombre y una mujer de París: grises, ajenos al universo alrededor, plagados de incomprensibles desgracias.

No intento enumerar cada uno de los relatos de "Colección de vigilias", no hay que molestar mucho a las vigilias, es mejor no remover los fantasmas creados en ese no sueño largo. Como en Panaït Istrati, Rivadeneira Prada encuentra la fatalidad de la vida, pero, contrariamente al rumano, no crea, al final, situaciones esperanzadoras que alienten la existencia. No quiere decir que Raúl sea cínico o pesimista, sino que deja la puerta abierta para el bien o para el mal, como sucede en la realidad. Claro que en "La tarjeta de Chela", igual a Istrati, dando a su protagonista la salida justa para pensar que no todo es tan malo y que las buenas acciones, en un karma inentendible para mí, sólo pueden traer otras buenas o mejores.

El relato más atractivo es "Igüembe". Tobas y chiriguanos se han reunido hastiados ya del blanco. En la plaza de Igüembe festejan su victoria. Y un fraile, idolatrado por los nativos, en un intento de despertar conmiseración o cordura entre los guaraníes decide hacerse oír, para lo cual dispara dos tiros al aire que el destino clava en las frentes de los dos caciques dirigentes, sus amigos. Ellos caen del campanario, tocados por la mano de Dios, y en su ausencia de este mundo dejan un tendal de flechas y lanzas en el suelo del pueblo cristiano; sus seguidores huyen, Fray Perinolli, el asesino casual se hinca a rezar... Son cinco páginas que sin hacer alusiones mayores, abarcan un universo. De estas líneas de "Igüembe" se pueden hacer tesis, libros de historia, de brujería y teología. Eso es lo que hay que alcanzar, un laconismo que sea tan rico como la más grande retórica.

La universalidad de esta obra es personalmente animosa para mí. Raúl Rivadeneira Prada pasa de un París contemporáneo a un pueblo guaranei más viejo que cien años, y de la primera máquina de vapor en los campos de Francia a cualquier cárcel criolla de un villorrio boliviano. Como seres humanos hablamos un mismo idioma, y nuestro ancestro es común. El no prestar atención a las delimitaciones geográficas o temporales nos da la exquisita libertad de ser artistas.

Publicado en Arte y Cultura (Primera Plana/La Paz), julio-agosto, 1996

Imagen: Raúl Rivadeneira Prada