Saturday, June 29, 2019

Realismo mágico


MAURIZIO BAGATIN

“Los hechos de la realidad difieren poco de las solercias de la literatura” - Oscar Cerruto -

Macondo exagerando, que a Borges les hubieran sido suficientes, si los leyó, cincuenta años de soledad. Deicidio necesario según Vargas Llosa.

La ya famosa calle Innominada está aún ahí, a poca distancia existe un lago artificial; a pocos metros del lago hay las hileras con los tomates de Doña Beatriz; nosotros la recorremos sin saber cuán famosa sea, cuantos kilómetros en las mentes y en los recuerdos haya logrado hacer recorrer, esta calle innominada de un pueblo fantasmal en la memoria de uno cualquiera de nosotros.

Un hilo conecta lo surreal de lo mítico, aun según Oscar Rivera-Rodas, lo mágico de lo fantástico, todo lo nuestro, La buena suerte de Costa du Rels, el Altiplano de Botelho Gosálvez, la Cruz de aldea de Díaz Machicao: realismo mágico boliviano. Qué decir de Oscar Cerruto, maestro orfebre de letras y de poesía.

Otras contradicciones y otros sueños acompañarán al hombre, al hombre imaginario de Sudamérica, con tupidos bigotes y a caballo, armado de pistola y mucho sudor, de miles arrugas y de una sonrisa para el cinematógrafo europeo, para el gringo feroz y para el gringo viejo, Ambrose Bierce u otro aventurero o loco. Para el mito y para la injusticia de siempre. Mañana, ojalá, literatura mayúscula. Aun mejor si es belleza.

Don Joaquín Ferrufino, sobrino de Don Rómulo -epopeya literaria que un mañana leeremos, reconociendo nuestra Historia- hablaba de los militares, para él unos puchuchuracos, tal vez inútiles, sobras de una sociedad servil y probablemente uniformados con sobra de milicos gringos… época de Barrientos Ortuño o por ahí… creaciones literarias hechas de inventos, palabras nacidas de unos momentos y unos hechos precisos, muchas veces contundentes y fatales. Siempre reconociendo el pesimismo cósmico o el optimismo apocalíptico del hombre. Palabras necesarias para la sobrevivencia: el merolico de Rulfo y el pajpacu para Saenz.

Doña Beatriz recoge todos los martes con sus manos fuertes y duras, otra vez muy cansadas, amarros de verdolaga, unos más pequeños de huacataya, los últimos, que es invierno, de albahaca, unas cuantas hojas de quilquiña, el locoto de huerta, así con su dureza del valle nuestra llajwa será fantástica. ¿Poderosa? Le pregunto los miércoles en nuestra feria… un fiftyfifty de phisara de quinua y de papalisa, mi sajra hora.

¿Qué realidad compusieron? La armonía de la naturaleza, que acompañaba al hombre naturalmente violento, una mujer sumisa pero siempre valiente y superior al infantilismo machista, toda la sangre que recorrió tierras vírgenes, los sueños de riquezas en oro y poder, ilusiones y creencias, y los ya preparados caminos al progreso. Magia y mito. Fe mezclada con tribalismos, todas las posibilidades de las fuerzas del hombre, el dominio sobre lo humano y sobre la tierra. Nunca el tiempo del Ivy Maraey sino El Dorado, jamás Vico sino un Iluminismo distópico.

Realismo mágico, mítico, fantástico, desafiar las fuerzas de la naturaleza con el poder de las palabras: lluvias interminables y gallos siempre perdedores; mujeres que acompañen a Anna Karenina en un paseo tropical, hombres en fuga del Doctor Zhivago.

Los miércoles, antes del retorno a la calle Innominada, Beatriz se toma su tiempo, un retorno a la magia de otro tiempo: depositar su pesado k’epi y la mesa en el depósito del frente, compartir un plato de llus’pichi con otras warmis, venderles los últimos amarres de perejil o de hierbabuena al atrasado de la feria, contar su platita, amarrar el bulto sobre su espalda, saludar a todos. Realismo simple, por eso mágico. Mira a su alrededor, arboles de jacarandá, molles, los increíbles tajibos, un maravilloso ceibo, todo el verde de la juventud, todo el verde de su innominada voluntad de vida.

Al coronel nadie quiso escribirle, Susana San Juan terminó loca, Maqroll sigue navegando y Gabriela, Doña Flor y Tereza Batista, miles amores en la paz, la miseria y en la guerra. Realidades en las magias, hoy y siempre Doña Beatriz todos los miércoles esperando que le pida la poderosa con el fiftyfifty de phisara de quinua y de papalisa. Nuestras magias, nuestra fantástica realidad.
Junio 2019 

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Foto: Sajta de papalisa/LOS TIEMPOS

Ya muere junio


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Monk en el piano. Toca a Duke Ellington.

Doce horas manejando. La orina tiene el color del whisky. La arrojo sobre los pastos crecidos, al borde de murallas de concreto que se construyen en oda al dinero.

No voy a dormir, me dije. Tengo que escribir. Hago textos, construyo y destruyo mientras manejo. Pasan paisajes, pasan hermosas piernas de verano. El termómetro marca 95, imposible de vivir, y así seguimos, dos bolivianos, dos cubanos, un peruano, un mexicano, somalíes, etíopes, eritreos. Dólar por dólar crece la cuenta bancaria, y se esfuma en las deudas, en las guerras que míster Trump programa con un tercio de nuestro salario.

El cielo se ha puesto de color intenso. Color de vagina de puta negra, para quien conoce el contraste, el tono, la pigmentación, el brillo. Hablo de fotografía, pienso en la prostituta tuerta de mi juventud, en la maestra francesa que tenía el mismo enmarañado cabello. Había cortinas de plástico y calzones ordinarios. Color, queda el color que es siempre más fuerte en la memoria que la pasión. El universo tornase rojo de crepúsculo. En mi canasta hay un riesling frío y un moscatel, preparo una trampa para pajaritos, un café que huele desde ya a sexo. Sexo capuchino, sexo moka. El embrujo del hombre en la cocina, la alquimia del amarillo y el púrpura, de la papa andina y el berro de verde oscuro. Berro… palabra que no oía desde la infancia, que murió cuando murieron las acequias, porque que yo recuerde, se lo alzaba en las orillas de corrientes cristalinas.

Cruzaban Cochabamba las acequias. Ahora la cruzan narcos de corbata y narcos de abarca. La misma mierda, que no hay clase y menos lucha de clases aquí. Bazar, bazar donde se ofrece todo y se lo compra. Pienso mientras me abate la pena por Marco, mi perro muerto. Todas las palabras que no dijimos, las caricias no dadas. El rojo del crepúsculo se ha hecho oscuro. Las horas vienen y nunca se van, solo se suman, no pasan, se acumulan, se vuelven carga, muerte, inanición.

Leo, mientras más leo menos comprendo. Amigos que desconozco en sus letras, tanto escondido. Hojeo el teléfono, libro contemporáneo y marco diversas páginas que indago al mismo tiempo. Pero no avanzo en mi libro, regalo de Emily, sobre la trata de huesos de dinosaurios, la crónica del desierto de Gobi y Nueva York. Godzilla sí, quizá, los monstruos de mi cerebro. Los fantasmas de Gironella que incluían a Papini.

Ofrezco a Nadia, de Bagdad, un café. Te lo acepto cuando me divorcie, susurra, sino mi marido te cortará la cabeza. El ejército islámico, las células durmientes. ¿Vale un café con Nadia la decapitación? No pienso, la huelo, como de mayonesa, será crema, y la piel brilla, y un par de granitos en el rostro hablan de mujer cargada de amor, con arma mortal entre las piernas. La veo alejarse, apretados jeans de Bagdad, nalgas, pies algo patizambos y muero de deseo que mato con quince horas de trabajo. A este cuerpo hay que darle martirio, otro asilo en Charenton, porque de lo contrario se dispara.

Las nalgas. El péndulo.

Compré en una venta de garaje de casa millonaria una lámpara negra, con flecos. Un dólar. La instalé encima del antiguo calentador, en la sala con machihembrado.

Lámpara negra. Luz negra. Así era el rock and roll nativo, Jimi Hendrix y los Iracundos. En Sarco hacían fiestas, mirábamos desde la puerta cómo la multitud devoraba al hermano mayor. Nunca aprendí a bailar lentas. Uno, un dos, imposible. Me moriré sin bailar.

Thelonius Monk. Ya llego a casa. Mueren junio y el viernes. Solo el amor contra la muerte. Nalgas. Guadañas.
28/06/19

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Publicado en INMEDIACIONES/29/06/2019

Imagen: Thelonius Monk





Monday, June 24, 2019

A lo que llegamos/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Y llegaremos. Recibo en mi correo, Messenger y demás maneras de comunicarse hoy, variedad de cosas. Manifiestos, exabruptos, odios, rencores, imaginaciones, posibles mentiras, y mucho de cierto, seguro.

Demencia sexual en el Chapare, con motivo del aniversario o lo que fuere del cacique, cuentan. El poder suele querer afirmarse en el miembro masculino. El poder es fálico. Pero la eyaculación implica muerte. Hay cierta disonancia en eso. El macho perece, se lo come la hembra muchas veces en el reino animal. ¿Será Bolivia la hembra que devore esta locura, el imperio de Alvarito y del cabezón? Quizá. Ella ha consumido a tantos, porque muchos, o todos, se creyeron indispensables, eternos, divinos, chingones, patriarcas, héroes, superhéroes. Los tragaron sin sal, que la historia no se preocupa de sazonar a sus víctimas. Si creemos que los achachilas los protegerán, pues nos equivocamos. Ni achachilas, ni mallkus, ni Intis, impidieron que España violara a sus mujeres en altares como Ayax de Oileo a Casandra. No se escribió épica al respecto, pero lo sabemos. Está en la piel de todos. El mestizaje es la prueba incansable del estupro. Si los dioses no protegieron sus pueblos, menos protegerán a una marioneta torpe y mandona. Cuestión de tiempo.

Con los años le fui dando vueltas a la asociación de la dictadura trujillana y esta. Aquella era más dura y más torpe. Aquí, siendo Bolivia, las cosas se hacen como queriendo no hacerlas, como sucediendo nomás, bien nos estamos. ¿Modorra? ¿Idiosincracia? ¿Indiosincracia? Con cuidadito para que no despierte. Parte de nuestro carácter ¿modesto?, cobarde, temeroso, ingredientes justos para la explosión feroz. Ambas giran alrededor del falo del mandamás, y del mito que ellos y su entorno van creando en cuanto a dimensión y calidad. Cosa entre hombres, que a ellas poco les importa si es azul o blanco; ellas se guían por el oído, no la mirada, me decía Ekaterina, y con razón. Entonces resulta casi un juego maricón, con machos preocupados acerca del alcance de su meada, con violadores de eyaculación precoz. De eso no se habla, porque denigrar el miembro del amo resulta en denigrar la patria. De allí ministras sin calzón y senadoras que gimen porque es preciso gemir para satisfacer el ego del verraco.

Triste y repetitiva historia. A Trujillo no le cortaron el pájaro para conservarlo en alcohol como en la novela de Jorge Amado. Esa cosa valía poco y se pudrió con más velocidad que la nariz. Tampoco se la cortarán al Evo, porque esa otra cosa tampoco vale dos cobres. “Culeadorcito es”, decían de él las putas en la crónica de Roberto Navia. Y tacaño. No paga. Risible falo.

La sexualidad estuvo presente en el castigo de Sodoma y Gomorra. La sexualidad atroz que impone el poder y se desgaja hacia abajo por la pirámide. No la otra de carne y placer, de piel como de gallina, de gritos y susurros. Esa que no necesita elocuencia, propaganda, esa de cuerpos enroscados y arribas y abajos, de cóncavos y convexos según Roberto Carlos, de triángulos, rombos, paralelas y caballos. Otro asunto, ajeno al desenfreno de los patrones, la idolatría y el embuste.

Pero no vayan a decir nada todavía. Lo que habita detrás de la bragueta suele ser bien recomendado pero es top secret. Este, el cabezón, maneja el estado con los calzoncillos. Se precia, se elogia a sí mismo; sus ministros, como a Truijillo, le entregan esposas; sus ministras, nietas. Quien tanta hambre parece tener y nunca se sacia es porque esconde algo. Sabemos qué es, aunque lo oculte. Mejor lo sabe Alvarito, republicano tenaz y publicano de cepa, conductor del comité de salvación pública (léase de sí mismo y familia). Sodoma, sodomitas, sodomizantes, sodomizados.
23/06/19

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 25/06/2019

Caricatura: Pancho Cajas


Sunday, June 23, 2019

MANIFIESTO DE DOMINGO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me preguntaron cuándo escribía. Respondí: “cuando puedo”. Y así fue. Y sigue siendo.

Acuso a mis padres de la bendición maldita de hacerme responsable. Algo que nos reúne a los hermanos Ferrufino-Coqueugniot y nos hace blanca mácula de esfuerzo sin par, intachable ética de trabajo, responsabilidad en su mayor expresión. A la larga no sé si sirvió de algo. Quizá nos hubiera resultado más productivo algo de ruindad, un toque de vileza. Pero, y otra vez se torna hacia los progenitores el dedo agradecido, también nos hicieron rebeldes. Somos de las huestes de Lucifer, el ángel caído, no de la plebe lambiscona.

Dicho. Lo merecido tal vez lo tuvimos, quizá no y no importa. Uno camina por la vida sin ánimo de lauros y menesteres abyectos, sin forzada sonrisa, con amores dramáticos y muertes llorosas. Total, estamos una y no varias ocasiones acá, para qué disimular. La hipocresía es la mayor incomprensión de qué es vivir, ignorancia de la presencia, ausencia de sujeto. Obtuvimos lo que buscamos en su mayor medida. La culpa y el triunfo son nuestros. Seguimos sanos, destrozados aunque incólumes. Si hasta parezco San Sebastián atravesado. La mayoría de las flechas vienen del amor… ironía.

Y del trabajo. A mis 59 sigo trabajando trece horas diarias. El esqueleto se niega pero la mente lo obliga a proseguir. El arcángel Gabriel me dice: “Ya no semos (somos) chingones, carnal, ya no podemos ser mamones”. Cierto. Un poco más, le digo, porque de pronto el calendario sirvió y me anuncia que en menos de tres años estoy jubilado, y que me sentaré en la plaza a tomar sol, a Dios gracias (¡!). Mi amigo Andrés me envía un video de un show de Piero y pienso, recuerdo: de vez en cuando viene bien dormir. ¡Y cuánto! ¡Y cómo!

Hay gente que me conoce por treinta años y que no sabe que escribo. Nunca consideré importante presentarme ante la gente como escritor. Eso lleva al conflicto de que te digan cosas similares a ésta: “Pero, qué haces aquí”, como si el escritor fuera cometa, luz de Belén, diamante. No, no lo somos, sino parte del entramado complejo de la vida humana; espectadores y retratistas. Esa, la labor, no pavonearnos entre la muchedumbre creyéndonos lo que no somos. El escritor es un proletario que se nutre del drama colectivo, de las alegrías y penas de otros. Sin ajenos seríamos pincel seco, por más rico que nuestro interior luzca, e interesantes las experiencias. Si uno pone barreras de entrada, separándose del resto, nunca podrá penetrar los arcanos de la gente, solo revolotear como Cupido entre sus congéneres escritores, echándose margaritas entre ellos. No vale para mí.

Pero -no es un sobrecargado “pero”-, también llega el momento de asumirse. Una nueva situación laboral, o de paro forzado porque ya te chingaste la vida entera, indica nuevos caminos. Para mí no significa que de pronto dejé de ser el trabajador Claudio Ferrufino, que me aburguesé y olvidé todo. No olvido nada, en primer lugar, solo que también es mi deber, aparte de mi derecho, de sacar de mí lo mejor que tengo, de ponerme a escribir en serio, no porque arañé quince minutos a las horas de trabajo para anotar unas líneas, sino porque al fin puedo. Entonces ya podré decir que soy escritor, no como barrera con los demás sino con orgullo simple de poner mi parte, porque los autores también construimos, también nos jodemos las manos con cal viva, nos aplastamos los dedos con combos, llegamos sucios y hediondos, somos tan labriegos como cultivador y bracero.

Escucho música gitana, estoy en camisa, calzoncillos, calcetines rotos. Me duele la espalda, me cociné huevos revueltos con tocino, cebolla y chile jalapeño. Miro moverse los helechos. El mundo se agita y si bien breve tiempo queda hasta estar muertos, tienen que ser intensos, creativos, amantes, rebeldes y tranquilos. Tiempo de la paradoja.

¿Manifiesto de qué? Que ahora digo, a partir de este 23 de junio del 2019, y desde el averno adonde me llevó la tozudez, me cuelgo de este cuello convicto el rótulo de trabajador de la palabra. Me prometo, y a las muchas paredes y ventanas de casa, y a Emily y Aly, que pondré la ira camino del arte y que de mí saldrán obras que importen. Tomará todavía un intervalo, un par de años, pero ha comenzado. Aprendí mucho y sé menos que cuando era joven, pero tengo experiencia. Fui el mejor barrendero, cocinero, alarife, estibador, mesero, repartidor, que pude ser. Hora de que las palabras que me pueblan, y la voz de todos, afloren en el papel y digan lo que hay que decir, no en panfleto pero en belleza, en dolor, en amor. Que si no se ama y no se sufre, poco hay para contar. El disimulo es tiempo perdido. Pobres los pobres de espíritu porque a ellos ni los salvará el Sermón de la Montaña. Que nos venga el mito de Lucifer. Su caída implica independencia. Hay que saber obedecer, no es tirarse a tontas y a locas contra todo, pero en un contexto armónico. El poder por poder corrompe y hay que atacarlo ya en sus fuentes.

Decido, entonces, escribir. Trabajo arduo. Vital, desde ahora, prioritario, no objeto de segunda como siempre fue en mi vida, detrás de tomates y concreto, de educaciones y alimento. El retorno es imprescindible. Bolivia ha vivido en mi letra con fortaleza y tengo ideas, imaginaciones que acaricio, de lo que puedo hacer con aquella tierra cabrona y de cabrones, tierra mía como Jalisco fue para Rulfo. Que amo y que odio y donde quedaré eterno, ceniza sobre eucaliptos.

Mi carnet de identidad boliviano dice: Profesión escritor. ¿Qué podía haberle puesto? ¿Medio químico, medio sociólogo, medio lingüista? Ahora tengo que hacer valer esa letra muerta. Lo haré con obras.

Fuera de la ventana crecen flores moradas. Ha llovido por días. Preparo un café y mezclo un ron. Once de la mañana. Aires de sustancia. Silencio que quebrará la voz de la bella del Barcelona Gipsy Klezmer Orchesta. Me gustan las mujeres, y cómo, pero ahora me enamoraré de las teclas del ordenador. Cuando me case con ellas, habrá tiempo para las otras. No estaré ya tan cansado, con la maldición de Alexsei Stájanov encima. Escribir, por duro que sea, no lo será tanto como sobrevivir.
23/06/19

Tuesday, June 18, 2019

Trump y los mexicanos/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El trabajo y los desdenes me han tenido alejado de muchas cosas. Aun así, observo, anoto, aprendo. Escucho, sobre todo, y entre la clase trabajadora mexicana que está cerca dicen que Andrés Manuel López Obrador se vendió a Trump. ¿No era otro bocón al estilo Evo Morales, acaso? Aunque el supuesto indio de Sudamérica se ofreció al capital y a las finanzas negras hace mucho. Por ellos no pasa, pasó o pasará revolución…

AMLO envió tropas a la frontera sur. México se comporta con los centroamericanos como Estados Unidos con él. La instructiva trumpista fue frenar a los hambrientos antes de que pasaran a México. Por treinta años escucho del horror salvadoreño, hondureño, guatemalteco en tierra mexicana. La violación de mujeres, el abuso masivo; asesinatos, mutilaciones. Mucho peor que las cárceles de Arizona o Texas, donde al menos se respeta su humanidad. Igual vienen. El hambre acosa. Denver está lleno de etíopes, sudaneses, iraquíes. Llegan con apoyo, refugio, acceden a casas, automóviles. Ayer en el mercado, una cubierta señora eritrea compró comida para un regimiento. Les dan trabajo. Con nosotros, al sur, es diferente. Es que el sur es el peligro, significa la transformación del país, el cambio cultural. El taco ha desplazado a la hamburguesa, el tequila al whisky. No se teme al nigeriano, ellos se asimilarán. Nosotros no. Un buen porcentaje, seguro, pero el número es tan inmenso que solo huele a castigo… para ellos.

Mientras tanto, la inmigración mexicana se asienta, gana y gasta muchísimo dinero. En efectivo, mayormente. Hasta en eso desequilibran el sistema habituado a romper el espinazo del cliente con el crédito. Como la vieja historia de trabajar para el patrón y comprar obligatoriamente en su tienda. Sujeción, esclavitud. Endeudamiento eterno. Las armas del capital para mantener al pobre pobre y al rico más rico.

López Obrador seguirá con la perorata de la revolución y los gringos. Pero parece que, materialmente, el hombre logró un acuerdo con Norteamérica por su precio. Así como Morales es juguete del narco, que le hace creer que el gran bonete es él, así el presidente mexicano intenta guardar las apariencias. Pero el pueblo pobre es ignorante mas no tonto, y ve con claridad, mejor que los analistas los signos de la mentira. Total, siempre han sido engañados y saben sin equivocarse que las cosas no han de cambiar, que aquellas luminarias del tiempo revolucionario: Zapata y Villa, son hoy objeto de uso de la dominación en favor suyo. Entonces a emigrar, a hacer dólares en los Estados Unidos, a crecer en una vida mejor, con la casi certeza de que sus hijos no serán ya pelados como ellos sino doctores, tal vez estadistas, un día presidentes. Las perennes minucias del sur, traidoras y asquerosas, van al olvido. A vivir el día, lo real, a contar los billetes y cerrar oídos al trino de los patanes de ayer y hoy.
17/06/19

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 18/06/2019

magen: José Guadalupe Posada


Monday, June 17, 2019

Mujer tatuada


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A Airam Goizeder

Segundo sábado en el Charlie Brown, el bar de Jack Kerouac y Ginsberg. Mismo asiento en la barra, mismo Raúl (viejo cachondo que invita a la bartender a salir). Dos mismas Guinness de 16 onzas, y una ligera Stella Artois, belga. En el intervalo una pizza pequeña. Pido anchoas, no las hay. Impactan ellas la subrepticia nariz gringa, el olfato. Las reemplazo con chile jalapeño, cubierto el queso de rodajas verdes y picantes.

La bartender, no he preguntado el nombre, vestía hace un sábado de negro. Era ninfa gótica con minifalda. Mostraba las piernas de medias negras cuando subía a bajar el vodka. Sabía de mis ojos, le quemaban las nalgas, era brasa de San Juan donde se cuecen las papas.

Ayer sábado, porque hoy es domingo y por mis muchas ventanas abiertas aprendo lo que guarda el color negro: te encierra. Por eso tal vez el luto, por vivos y muertos. Ayer sábado, la noche de las diez estaba calurosa y ella tenía una blusa que descubría lo más hermoso de la mujer: el vientre, el ombligo, finisterre y comienzo, la vida y la muerte. Brazos tatuados, la espalda, el cuello, el nacimiento del pecho con sostenes oscuros. Pechos pequeños, como copas de Martini y aceituna verde. Falda larga, mandil de cintura, rápida, eficiente, sonriente, los dientes delanteros alargados para cortar zanahoria, los ojos pintados, un par de arrugas de desvelo, voz que cuenta a otros que tiene una hija; ese vientre ha alumbrado, ese ombligo se abrió como ojo dormido que despierta. Los tatuajes se mueven tienen historia. Ray Bradbury escribe sobre su espalda desnuda, le afloja el brassier, le cuenta las pecas. La besa, le lame la nuca, le peina de saliva el cabello, se empañan sus lentes. Ella gime mientras le frotan con vodka, le hacen brillar los tatuajes. El escritor abre la boca y mastica levemente las aceitunas verdes, o negras aceitunas que enloquecen a los gatos. Y a los escritores, y de pronto sobrevives dentro suyo, estás en la caverna de Carlsbad, tocas sus estalactitas, bebes las estalagmitas, escudriñas el fondo de su garganta y temes caer porque de allí observas un profundo foso. Las ventanas están oscuras, no necesitan cortinas.

Sigo tímido. Cincuenta nueve años de camas diversas, de senos y bocas y voces y susurros y pupilas y desgarros, cortes, heridas, no me quitaron la timidez. No pregunto el nombre, veo a Ray Bradbury lamerle las piernas, decorar los muslos con qué dibujos quién sabe. Envidio, lo envidio, quiero pasear por ese cuerpo en autobús, sin taquilla, sin boleto. En el asiento de atrás como cuando Gloria tenía una boca amante retorno de El Paso, que si me acuerdo me acuerdo y no vale ni importa si ella se acuerda o no. la memoria es mía, la tinta mía, los dedos emblanquecidos míos donde ya aquella no tiene cabida, me la apropié, hago de sus pasos textos fatídicos. Quiero a la mujer tatuada; mi amiga Cristina tiene el lado izquierdo cubierto de arabescos, y el posterior de los muslos. Le pido una foto para ilustrar mi escrito y es reticente. Desde la estepa vuelan sus figuras, hay en ella algo rebelde, la sangre de Stenka Razin. Mujer tatuada sonríes, hablas con Raúl, yo escucho y miro y podría olerte como animal con hambre, beberte del río las turbias aguas, las aguas turbias.

Pero te desvistes para Ray Bradbury hoy, ayer, es decir, sábado porque hoy es domingo que perece. Mis dedos tamborilean sobre tu imaginado vientre, y agarran tu cintura para sacar sonidos danzarines al bouzuki. Los ojos de las griegas están negros y observan, Por qué pintan a Afrodita rubia si las griegas tienen los ojos negros. Pero blondos eran Aquiles y Menelao. La guerra ha estallado. Mi bajo vientre lo talló Vulcano y las columnas de Hércules aguantan cualquier peso, hasta el peor. Y te levantan, te empalan, contemplan las figuras de tu pecho colorido. Te leen, te traducen.
09/06/19


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Publicado en PUÑO Y LETRA (Correo del Sur/Sucre), 17/06/2019

Imagen: Cristina (Kiev)

Tuesday, June 11, 2019

Amazon, la transformación económica/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Empezó vendiendo libros. Yo los compraba a menudo. Buena selección, no muy extensa, precios mayores a competidores como Barnes & Noble. Fueron puliendo el negocio, se alimentaron del éxito de empresas como UPS, de gigantes como EBay, del suceso de historias similares en otros lugares del mundo. En una década se hicieron imprescindibles, para llegar al hoy en donde son no solo un fenómeno económico sino uno social, el nuevo mito norteamericano luego de Superman y Elvis Presley.

Hoy en día los niños en las calles de Norteamérica miran a los choferes de Amazon como superhéroes, los admiran, los envidian, quieren ser iguales a ellos cuando crezcan. Agitan las manos y chillan: ¡Amazon, Amazon! Bellas mujeres les sonríen y los millonarios han aceptado lo imposible, que un tipo desconocido, y muchas veces extranjero, atraviese sus rejas guardadas por perros y armas y llegue a su puerta a dejarles un paquete. Era impensable. Es realidad.

La palabra “miramiento”, tan boliviana, más cochabambina, ha hallado sitio en una sociedad que quería esconderla. Ahora los miramientos entre vecinos en Estados Unidos son abiertos. Si un camión de Amazon trae cosas a cierta casa, hay la seguridad de que mañana serán dos y luego toda la cuadra, el barrio, la villa. Existe, fuera de la innegable comodidad de no salir a comprar y recibir las cosas en casa, un condicionamiento que establece diferencias sociales entre quienes compran y quienes no desde Amazon. Estatus social, eso proveen los azulgrises camiones de la empresa fuera de sus productos varios.

Respecto a la diversidad de lo ofrecido, este monstruo económico está devorando la pequeña empresa. Hay inversores que prefieren, no siempre con éxito, comprar productos en China y venderlos acá. Siempre China será más barato. Hay narraciones de fortunas levantadas en un santiamén pero muchas más de fracasos. Eso entre los individuos, porque Leviatán crece, se alimenta, engorda, devora. Quien medra a su sombra no le interesa, hay demasiada gente que quiere medrar y los caminos, como en el Congo belga del fatídico Leopoldo, están hechos de huesos de los caídos (en muy distintas circunstancias, obviamente).

Los dependientes de tiendas están siendo afectados, bien pronto destruidos. Cierto que Amazon crea muchísimas fuentes de trabajo, pero creo que destroza más. Seguro que ya hay estadísticas al respecto que habrá que ver. Pero si el cliente ya no va a la tienda a comprar, los empleadores reducirán su personal por supervivencia. Eran libros, dijimos, al principio, hoy es comida para perros, pañales, papel higiénico, calzones, pelotas, discos de vinilo, cunas, sillas, computadoras, trampolines, repuestos para automóviles y mucho más.

En los apartamentos, supuestamente de gente que no puede comprar casa, es notorio que la gente de los pisos superiores: tercer, cuarto, ya no pasa por la pesadilla de subir un paquete de veinte kilos por la escalera, o un inmenso cajón que apenas cabe en el ascensor. Lo soluciona el mito: Amazon. Cuando llega el cliente a casa su pedido está en la puerta, en silencio, sin presiones, sin socializar con nadie, sin hablar, sin sentir, sin oler. Un sueño americano. Por un lado, por el otro lo ya dicho, que se acepta la intromisión de desconocidos en predios privados, incluso se les permite acceder a códigos secretos para abrir las puertas de hierro, a pesar de carteles que advierten que si sabes leer debes saber que estás en la mira, que te apuntan a la cabeza desde las ventanas, que cualquier movimiento en falso te la vuelan sin perjuicio para los matadores porque defienden su propiedad y su vida. Ningún juez los castigará en el paraíso de la propiedad privada.

Asunto de tratados socio-antropológicos. Estas son solo anotaciones del siglo XXII, el nuevo mundo.
10/06/19


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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 11/06/2019

Sunday, June 9, 2019

Roberto...


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Un texto introductorio debe ser breve, a no ser que se trate de un autor ido. No es el caso para la imparable dinámica de Roberto Navia Gabriel, el gran cronista de Bolivia, de quien todavía se espera mucho, y mejor.

Pocos hombres suelen conjugar Talento, Valentía y Decencia, aparte de profesionalismo, como lo hace Roberto, el lujo del periodismo boliviano, el indagador por excelencia, el escudriñador, nunca el fingidor, quien a fuerza de compromiso y valor se ha metido en lugares inimaginables, desprotegido, frágil en su condición humana, expuesto a la sevicia de quienes no quieren ser descubiertos y menos denunciados. Está en Buenos Aires, en las villas de la pobreza, en los pasadizos tenebrosos de Ciudad Juárez, Juaritos, donde la vida no vale nada, carentes estas palabras del romanticismo que la situación ponía en la lírica de José Alfredo Jiménez. La vida no vale nada, alguna vez escribí, ni en Juárez y menos en Chimoré. Eso no detiene al autor, el kafkiano artista del peligro; ni a él ni a su fotógrafo. Aquí el hombre con su lápiz y su cámara es y lo será siempre el único guerrero que vale. Desarmado pero no asustado, y si asustado, con la suficiente entereza que tienen los hombres bragados.

Calidad y cualidades hacen de este un hombre de su importancia. El premio Ortega y Gasset, más dos premios Rey de España solo justifican un largo y serio trabajo, muchas veces desdeñado en el país.

Hablemos del olfato, porque el cronista debe convertirse en el perfecto lebrel, hallar las huellas de la ausencia en descampado, porque allí donde nada se ve siempre hay algo. La calma en este mundo es aparente, y la belleza, palpable como es, esconde miserias, dolor, historias de recalcitrante odio, de osadías y muertes, de personalidades cobardes, solidarias, de mujeres, niños, calaveras de tristes ajusticiados sobre el mostrador de estaciones policiales o en capillas, ya venerados como santos después de haber sido mártires.

Dos crónicas forman el espinazo de este libro, ambas premiadas, pero la carne y el espíritu los conforman el resto de los textos compilados en un amplísimo espectro que muestra la visión del investigador, para quien las geografías existen como un todo, donde las fronteras se pierden para desnudar la verdad que radica en que estamos solos y somos todos apenados, alegres, como siempre lo fuimos en sentido bíblico, ora Adán y Eva, ora Caín y Abel.

Los justificados premios fueron para Tribus de la Inquisición, una impactante, brutal, desgarradora y tremendamente humana crónica sobre los linchamientos en la región chapareña. Osó, Navia, penetrar los arcanos del poder “popular” escondidos entre ramajes de coca y desesperación de mando. Anuló el silencio oficial y descarnó, como se descarna una calavera, la realidad de las cosas. Místico, mítico, medieval y contemporáneo. El infierno en la tierra y el vergel como el averno. No es tiempo de la fruta, del baño en los ríos profundos, no; tiempo de la muerte, del fuego, el chicote y la horca. Tiene la piel dura, el reportero, y blando el corazón para retratar los rostros de Francis Bacon, la deformación del hijo pródigo, la falacia de estar hechos a imagen y semejanza de Dios.

La segunda crónica es sobre jaguares y chinos, la miserable y tétrica esperanza oriental de frenar la eyaculación precoz y condicionar la vida a la erección. Para conseguirlo, y quizá por el mito de la desigualdad métrica de la condición de hombre de esta gente, el mundo se está despoblando de sus especies depredadoras, cuyo fin significará el nuestro. Poner el futuro en juego por un coito momentáneo, a eso se ha reducido nuestra dignidad. A eso apunta el texto de Roberto, al grito desgarrador de ver al jaguar, el animal emblemático de América, convertirse en polvo por unas sábanas.

Lo dije, breve, porque el cronista no necesita más que una muestra de su identidad. Sus páginas dirán quién es y, lo más importante, quiénes somos.
2019


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Prólogo a PECADO ORIGINAL, nuevo libro de crónicas de Roberto Navia Gabriel, LA HOGUERA, 2019.

Thursday, June 6, 2019

Buscando a Bruno Schulz/ECLÉCTICA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

1990. Tiempos difíciles, de guerra y matrimonio. Un atardecer, en la inercia de sábado y descanso, entre Georgetown y Dupont Circle, fuimos al cine. El filme: The Sandglass, el reloj de arena. Magia en imágenes, viaje al interior misterioso del ser, atmósfera de lobreguez, hastío, húmedas hojas muertas de otoño en rocío. Me escucho hablando, la niebla, el recuerdo de una raza desaparecida judía muerta, en cuya sangre se agitaba -y permanecía- la vieja Europa Central más que en sus naciones endémicas. El filme mencionaba un autor, el "Kafka polaco", desaparecido en el diluvio nazi; así quedó, en ignorancia mas no en olvido. Busqué diez años la película, desmemoriado del nombre del director y del escritor en cuyo libro se basaba. El 2001, en otros guerra y matrimonio, en las páginas culturales de un diario del este, anunciaban el descubrimiento de las pinturas perdidas del dibujante y narrador Bruno Schulz, en su pueblo natal, Drohobycz, que fuera Austria-Hungría, luego Polonia, y hoy Ucrania. Por fin lo había encontrado. Al leer el artículo relacioné los hechos y supe que era él. 

Schulz pintó reyes y duendes en la casa del oficial nazi que lo apadrinaba, en el dormitorio de su hijo, a quien el hebreo legó dos tradiciones ancianas, la judía y la polaca, y su imaginación. En 1942, otro miembro de la Gestapo ejecutó en una calle de la aldea a Bruno Schulz, por celos entre oficiales de la ocupación: tú mataste a mi judío y ahora yo te mato el tuyo. En transacción semejante pereció un universo de riqueza artística. The Sandglass, de 1973 y ganadora del Premio Especial del Jurado en Cannes, dirigida por Wojciech J. Has, está considerada como uno de los más bellos ejemplos del cine polaco.

Los cuadros de Drohobycz fueron burda y subrepticiamente removidos, en un acto de vandalismo cultural, por el Yad Vashem, el museo del Holocausto judío en Jerusalén. Hubo conflicto entre Ucrania e Israel que reclamaban el patrimonio schulziano como suyo; para entonces Ucrania iba a declarar el lugar monumento nacional y se encargaba de la restauración de los dibujos que estaban cubiertos con pintura blanca, en un cuartito de la que fuera casa del oficial de la Gestapo y que ahora era parte de un conjunto de departamentos. 

Bruno Schulz publicó en vida dos libros de relatos cortos: Cinnamon Shops, que retomaron los hermanos Quay para su cortometraje Street of Crocodiles, y Sanatorium Under the Sign of the Hourglass, de donde se nutre The Sandglass. No sé si hay traducción española de su obra, aunque Andanzas, de Tusquets, tiene en su catálogo Véase: Amor, de David Groosman, cuyo argumento es la búsqueda de los textos perdidos de Schulz, su mítica novela del Mesías en Drohobycz. 

Cuando fue trasladado al ghetto, Schulz dejó sus manuscritos con amigos no judíos. Jamás se volvió a verlos. Su arte ha sido, quizá como el mismo escribiría, secuestrado por el viento que al volcar las páginas de un libro arrebata las palabras y en arabescos de luz las desvanece. Fragilidad.
11/3/03

Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), marzo 2003

Wednesday, June 5, 2019

Incertidumbre/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cada vez más escucho acerca de lo que pasará ¿Qué pasará? La gente en Bolivia teme, comienza a no gastar, ni en el pequeño pote de ajos en escabeche de la feria ecológica. Los pueblos se parecen, pero este, el nuestro, guarda un instinto ancestral, animal, que le permitió sobrevivir las tormentas. Se cuida, ahorra, prepara los capotes para el vendaval.

La izquierda depredadora hace oídos sordos. Extiende la mano, escarba la plata del narco para las apariencias. Coacciona, corrompe, tienta al que parecía serio, Luis Almagro, y lo compra, para que vocee en la esquina las dotes del hijo de Dios, perdón, del dios aymara que engorda como porcino no como elemento divino que supuestamente se la pasa con ambrosía, o con coca si se  da el caso, pero no con filet mignon. Este dios caga demasiado, diría con razón el encargado de baño de palacio. Este no es dios, lo digo, traga y defeca como bulldog.

Momentos de incertidumbre no son buenos para invertir. Si ves que el pueblo guarda sus monedas, algo va a pasar. Como las hormigas que huelen la lluvia. O la sienten. Pero la tierra del Perú Alto es impredecible. Por ahí se mantiene la calma chicha. A veces parece pueblo enraizado en roca. Apariencia peligrosa. El concepto de tiempo quizá difiere con el de otros pueblos atenazados por el spleen, desesperados, taciturnos, esquizofrénicos, dementes. Este pueblo si pierde la cabeza lo hace como tromba explosiva. Luego la pausa infinita, la mirada perdida aunque astuta, la mano en el bolsillo y la espera. Espera, espera… Casi bíblico.

¿Y qué va a pasar? Lo obvio, sabemos. Evo y Eva se quedan, permanecen. La incertidumbre está en las reacciones, pero quién va a reaccionar es pregunta de respuesta fácil. ¿Los puchuchuracos, como llamaba mi padre a los milicos? Esa rama prostituida de la sociedad solo responde a cañonazos en dólares. Es puta de mejor postor. Ya ahí, depende de quién tiene y quién quiere gastar. Cuando los gringos se decidan, irán al alto mando con ofertas y tendrán a los generales culipelados esperando el turno; gruesos, toscos, rechonchos, como meretrices de burdel de Botero. Presa fácil para quien quiera gastar. Quién otro podría reaccionar, no sé. Me parece que lejos estamos de la explosión masiva, insurreccional, que caracteriza al país. La coca nos ha adormecido, la baba verde, el cristal y la pasta base mezclada con trago.

Releo crónicas chapareñas del gran Roberto Navia Gabriel y pienso, ya que hablamos de la Biblia, si no estamos ante el preámbulo del castigo, la destrucción de Sodoma, porque ya vivimos la Gomorra de Saviano, desde el 2006, y, para ser preciso, desde mucho antes. Es país del fin del mundo, de ese faro al sur de la nada que puso Julio Verne y donde los hombres se destrozaban a sí mismos en la ambición y el egoísmo.

La historia de todos, afirmarán, del mundo entero y no sin razón. Pero nosotros solo sabemos y nunca podremos explicarlo porque está en lo profundo de la idiosincrasia lo que sucede y lo que no. Cada etnia lo suyo, seguro, pero lo nuestro refleja nuestra posibilidad de vivir, de continuar, y siempre hay esa esperanza innombrable, presente pero escondida, de que un día lleguemos a la normalidad, que dejemos ese perturbador misterio del que no se sabe adónde va a enfilar, ni cuándo ni cómo.
02/06/19

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 05/06/2019

Imagen: Jackson Pollock

Sunday, June 2, 2019

Charlie Brown


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Mítico bar de Denver. Jack Kerouac en espectro, entre los agresivos gays de pelo corto y las muchachas que caminan adormiladas hacia el baño. Tomo en la barra dos Guinness, admirando la velocidad y la soltura de la bartender, su simpatía. Tiene la espalda tatuada y sostén negro de encaje, falda corta, es toda una sombra porque fuera del negro no carga otro color. Dientes blanquísimos. Sonríe. Un músico en el rincón izquierdo, rodeado de fans, canta canciones de los Beatles y otros. Mediocre, en mi opinión, y toma Coors desde las botellas gordas, de boca ancha. Coors es una mala cerveza, local, pero en el alcohol todo pasa. La circunstancia lo habilita, siempre.

Contemplo una espalda que levanta los brazos, se agita con la música de los de Liverpool. Los omóplatos son delicados, le estudio los músculos. Un hilito al medio sugiere que tiene brassier. Los hombres miran sus celulares. Se los muestran a sus mujeres; las imágenes reemplazaron la conversación. De a ratos les tocan el culo, muy de a ratos. Mientras tanto las ignoran, y ellas se desviven por frotarles la bragueta. Tomo mi cerveza negra, escucho, miro. A mi lado hay un viejo con saco elegante hablando con la mesera. Dice que se llama Raúl y toma vino tinto primero y luego whisky. Su cuenta son 32; la mía trece. No hablo con nadie, ni intereso a nadie. Una mujer alta es la única mirada que consigo con algún interés. Sé que hay que construir la presencia. Vendré cada sábado, ya me verán, me pondrán sin hablar Guinness en la mesa y de ahí, quizá, a mencionar a Kerouac. Lo imagino solitario, borracho. El mundo no ha cambiado desde entonces ni nunca. Una bola de cabrones, un hato de putas, y alguna que otra persona de vario sexo. Apuro el segundo vaso. Pienso pedir un corto de ron, pero en los estantes solo hay puertorriqueño, malo, dulce, basura. Me gusta el buen ron, las buenas mujeres, malas pero bonitas.

Llueve. Calles Grant y 9, a poco del centro mismo. Árboles y oscuridad. El bar como un diente de leche brillando. Manejo a casa, muy cerca. El trago me subió porque llevaba ya ron en la sangre desde la casa del primo Waldo. Conversamos de la muerte, esa hembra conversada y fatal. La fiel, la descarnada. El placer de la carne efímero como un mango maduro, de pelusa suave y largos cabellos. La fruta del paraíso, ese siempre perdido y apenas vislumbrado. Creo que debimos haber tenido fe, portado chalecos explosivos. Hombres de poca fe, me insulta Cristo desde las páginas, pero también me echa bienaventuranza desde el sermón de la montaña. El diablo… el desierto… Mefistófeles y Dr. Faustus. Dónde vender mi alma si nadie quiere comprarla, la cambio por un harén de 25 muchachas ucranianas. Se las vendo barato: mi alma, no las muchachas.

Cocino. Mi cena solo será guiso de arroz con pollo. Sin modestia digo que pocos lo harán mejor que yo. Pimienta negra, sal y ajo. Achiote y mejorana. Un chorrito de algún alcohol. Papa, puerro, morrón, cebolla, tomate. Las especias del edén. Si nunca lo encontramos o encontraremos al menos nos queda la cocina, la comida que viene de tus manos. Igual a sembrar, cultivar, cosechar.

Jack Kerouac. On the Road estaba en el bolsillo de mi chamarra en aquel aeropuerto cochabambino donde llovía. No iba a Estados Unidos entonces sino a Madrid. Las estaciones de mi fracaso. Puedo enumerarlas. O los libros que compré lo anotan sin riesgo de falla: Buenos Aires, 1984; Valencia, 1986. En mi despedida había reunido, para orgullo de mi padre, a varias de “mis mujeres”. Detrás, donde están los gladiolos, una prestó a mi cuerpo su dulce boca. Me volvió a prestar el resto más tarde. En la noche terminé por el Parque Lincoln, cubierto con una frazada burda, como soldado del Chaco; como filósofo.

¿Dónde están las mujeres aquellas?, pregunta un tango que quisiera haber escrito. Bailado. Poco queda: el goulash cargado de Daniela (había lluvia también); Bach, Chico Buarque. Se las recuerda por detalles externos, por sensaciones que tuvo la piel y se desvanecieron. Todo es juego de memoria. Ellas en la fábula del matrimonio; yo en el concierto del desamor.

No para divertirnos sino de por vida, dice una. ¿Cuándo, dónde? Ni el uno ni el otro existen. El pollo se cocina en un jugo rojo, la casa huele, esa foto parece ser Milán. Divago, distraigo el intelecto con humores de salsa. Música llanera, por favor, de los llanos colombianos. Arpa. Eso es baile. Pastizales, machetes. Nos hundimos en la mediocridad de salir con mujeres y dejar que el teléfono las seduzca. Dónde la conversación. ¿En el silencio?

La muerte te dará silencio. Más del que te hace falta. Y extrañarás las bocas, los versos y las canciones. En los llanos del Apure, en Tiquipaya. Doñas Bárbaras, látigo sin consuelo.

El bebé tendrá tus ojos, repite otra. Estos achinados para imposible esconder la sangre mongol. Sueñas, niña, de mí ya no saldrá nada, papeles sueltos, letra muerta, una cueca que un día aportaré con líricas. Me la prometió Marcos Tabera, que la haremos juntos y la bailaremos borrachos el día del juicio final que es todos los días. O cada los días, a la usanza cochabambina.
02/06/19